Deslumbrante... atrevida... sobresaliente... emotiva... sobrecogedora... sublime... todo eso y mucho más es lo que podría decirse de esta gran obra maestra del cine de animación.

No solo se trata de una apuesta arriesgada (conseguir mantener el interés durante más de medio metraje sin diálogos es algo más que un logro), sino que se transmite en imágenes lo que las palabras jamás podrían haber contado; el silencio verbal no es más que un recurso expresivo, un canal por el cual se tramita un torrente de emociones que llegan a lo más profundo del espectador.

Sin embargo, ese silencio verbal del que venía hablando en el párrafo anterior, no es más que uno de los infinitos recursos subyugados a una estructurada y elaborada trama futurista en la que se conjugan un exquisito guión, una deslumbrante banda sonora y una recurrente técnica visual y sonora.

Todo ello, se encuentra envuelto en un hermoso velo de moraleja más real que figurada sobre lo que, lamentablemente, serán nuestras vidas en un futuro más o menos lejano... quien tenga interés en saber a qué me refiero, que no se pierda este derroche de originalidad y buen cine; por mi parte, le garantizo que no se arrepentirá de hacerlo.

Cuando pensaba que no podrían hacer otra película sobre tiburones, me encuentro con esta nueva repetición de tópicos y escenas que tantas veces hemos visto antes.

Las interpretaciones son absolutamente vacías (meros cuerpos esculturales que abren y cierran la boca para pronunciar con total inexpresividad unos diálogos que rozan lo absurdo); el argumento, nulo... y el guión bien podría brillar por su ausencia (a fin de cuentas, tampoco aporta nada). Ni siquiera la fotografía de imágenes submarinas consigue nada sobre el conjunto.

Y es que en esta sucesión de escenas irreales donde el tiburón se convierte en un acróbata experimentado, el director parece centrarse única y exclusivamente en trabajar las imágenes de 3D dejando de lado cualquier otro aspecto cinematográfico. Pero, por desgracia, ni siquiera las nuevas tecnologías tridimensionales logran alzar un proyecto condenado a "hundirse" en el olvido.

Río podría calificarse como una película distraída pero absolutamente prescindible. Los números musicales son muy buenos (de hecho, es lo mejor del metraje), pero la linea argumental se reduce a una sucesión de tópicos ya vistos con anterioridad y en la acumulación de prejuicios sobre la sociedad de Brasil (no nos engañemos, nadie es capaz de creer que los brasileños vivan para y por el carnaval).

Junto a las canciones, destaca positivamente la labor de un reparto (en la versión original) compuesto por unos actores que adaptan convenientemente sus voces a las necesidades narrativas del momento y salen del paso más que notablemente.

Sin embargo, el guión no se sostiene y muchas de las situaciones argumentales rozan lo absurdo. Puede que la animación sea bastante fluida, pero ni todo el colorido del mundo puede salvar a una película muy normalita que, si bien no llega a disgusta, deja la sensación de no haber aportado nada importante.

Blanca Suárez. Podríamos reducir la calidad de la serie únicamente a ella; y es que es difícil encontrar un solo elemento positivo más.

El guión es un caos, desde las incongruencias científicas a las historias internas del navío que pecan de absurdas. El argumento demuestra que los creadores no se pararon a pensar en las posibles repercusiones que los acontecimientos narrados podrían llegar a tener en realidad: ¿Un agujero negro? ¿Todos muertos menos ellos? Hasta los giros resultan insultantes. Es difícil imaginar cómo pueden arreglar todo este desastre en las temporadas venideras.

Los intérpretes, por su parte, actúan de forma irregular (dejando a un lado a la ya citada Blanca Suárez, a Marina Salas, a Iván Massagué y a Juanjo Artero). Mario Casas demuestra una carencia que nunca antes habíamos visto en él... ¿y el resto de secundarios? ¿Dónde quedaron las buenas interpretaciones?

Ojalá todo este entramado termine cuanto antes para que sus creadores se dediquen a otra nueva serie. Eso sí, espero que tomen nota de sus errores para no volver a crear un espectáculo de tan baja calidad en un futuro.

Ya era de esperar que, después de la caída que supuso la segunda entrega, esta tercera parte rematase lo que todo el mundo temía: el declive de una saga que podría haber sido mucho mejor.

Paco Plaza opta por la ejecución fácil cuando debería haber apostado más alto. Y no solo eso, en esta entrega pierde la originalidad que tanto caracterizaba a sus predecesoras; el falso documental. El director se limita a mezclar el gore con las situaciones más absurdas en un coctel que termina por estallar en un circo de acrobacias macabras.

Cabe destacar la labor de los intérpretes, bastante por encima del nivel del producto. Es una lástima que hayan destrozado el potencial de la que podría haber sido una de las mejores sagas del cine de terror. Ojalá Jaume Balagueró consiga arreglar en la cuarta y última película el despropósito que Paco Plaza no ha sabido llevar en esta ocasión.