Una película entretenida que podría haber sido mucho mejor. ¿A quién no le gustan los grupos de ladrones planeando y llevando a cabo un robo? Incluso en España tenemos la parodia Atraco a las tres y el horrendo remake de la parodia Atraco a las tres y media. La primera de las cuales no está nada mal. En fin, si además la película está contada con ritmo y dura poco, tenemos una apuesta bastante segura para pasar el rato. Estos ingredientes tiene la película que nos ocupa pero, además, una forma narrativa aparentemente novedosa para la época. Habría que investigar si tiene antecedentes cinematográficos o si acaso fue tomada de la novela (ruego a quien lo sepa que me mande un mensaje) pues, como se ha dicho por aquí ha tenido mucha influencia y Pulp fiction es un ejemplo de ello. Pero Kubrick era joven, tenía unos 28 años, y no puso suficiente cuidado en la elaboración del guión, sin desarrollar a los personajes con la complejidad que exige el realismo del cine negro y relegándolos a unos diálogos bastante malos que podrían haber sido muy interesantes (estoy pensando en cierto calzonazos y su guapa novia). Luego, una escena de tiroteo bastante importante se resuelve con un montaje deliberadamente escueto inspirado por quién sabe qué motivos artísticos que un espectador medio tonto como yo entiende como falta de rollo de película ese día y muerte de la script-girl al día siguiente. Por si esto fuera poco, al final se deja llevar por un Deus ex machina (en este caso Deus ex Kyón) imperdonable. En cualquier caso, el sabor de boca de la película no es tan nefasto como lo pinto, sino que uno está a gusto rodeado de trampas, ¡Era sólo el genio de kubrick reinventando el cine pero cometiendo algunos errorcillos propios de su alocada juventud! Mucho mejor que las idas de olla de Eyes Wide Shut.

Esgrimiendo katanas, los fans de Kitano tratan inútilmente de cortar los huracanes del tiempo, soportar los 94 minutos de metraje, ser merecedores del alarde del que sólo un poeta guerrero puede hacer gala, haber soportado un coñazo infumable como es "Sonatine". Sus rostros, curtidos por el país del sol naciente, revelan que no han de enfrentarse sólo a las milenarias escenas de milenario folclore japonés, sino que, además, lidian una dura batalla contra ellos mismos: han de borrar de sus mentes la imagen de un Kitano, aún sudoroso y parturiento, como después de dar a luz a un monstruo del inframundo, tratando de arreglar sus desmanes en la sala de montaje.

Pero, ¡oh milagrosa tenacidad del espíritu humano! no sólo están vivos sino que alzan sus frentes, la dicha en sus rostros, el descanso en sus miembros, atrás dejan las calvas y barbas falsas de humor amarillo- Ramón García y Bertín Osborne toman el relevo en el Gran Prix- las mujeres de la ciudad reciben a los cansados guerreros, curan sus heridas, atisban el maravilloso país del ARTE, donde cree reinar un Kitano chalado y soporífero.

Bien y, ahora, a ver Hana-bi, que dicen que es la buena.

El truco para ver esta película es saltarse todas las escenas grapadas por Arrabal y ver sólo aquellas partes en las que habla Borges. Si se hace de este modo, la película merece un diez; si se cometiera la temeridad de ver sólo las partes de Arrabal (no se lo deseo a nadie), merecería un uno. Así pues: un cinco.

Un grupo de nazis, guiados por un malvado abuelete que les controla, son malotes y hacen fiestas. Odian a los negros. Oh NO. No hay ninguna reflexión seria, ni bella ni compleja contra la xenofobia en la película, los nazis sueltan los argumentos de prepúber que les son propios y quedan sin respuesta. El hermano mayor, que se hace colega de un negro en la cárcel deja de ser nazi sólo por eso. Un final deliberadamente dramático trata de apelar a nuestras emociones para que creamos que es la peli de nuestras vidas. Sencilla y entretenida, nada más. En realidad, ya no me acuerdo de casi nada, pero si te has criado en la selva y es la primera vez que ves una película, te gustará.

Lenta hasta que al final del capítulo te meten un poquito de tensión para engancharte. Esto suele ser malo, pero ahí está Alec Guiness. El topo, en la versión de Tomas Alfredson es también una sucesión de despachos en los que la gente sonsaca información, pero me aburre. Esta no aburre, porque ves al mejor Smiley de la historia, oh adorado Alec, gracias por todo. Lo mismo puede decirse de la otra miniserie "Los hombres de Smiley".