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7
7 de mayo de 2010
7 de mayo de 2010
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece ser que en Italia, en el año 58 o por ahí, se promulgó una ley que obligó a cerrar todos los burdeles. La película nos cuenta la peripecia de cuatro prostitutas que, forzadas a dejar el prostíbulo que hasta entonces había sido su hogar, intentan montar un negocio propio. El tono de la película es tragicómico, pero con bastante más de tragedia que de comedia; su propósito, denunciar la situación de estas mujeres que eran (que son) tratadas como poco menos que ganado, como dice en algún momento del filme Adua, la protagonista interpretada por Simone Signoret.
Las cuatro actrices que hacen los papeles protagonistas están magníficas, empezando por Signoret, a la que según creo se dobló al italiano, y que deja en la memoria del espectador su papel de mujer zarandeada por la vida, y continuando con la deliciosamente femenina pero un tanto espasmódica Sandra Milo. Anda por ahí también Mastroianni, en el papel, pequeño pero resultón, de vivalavirgen mujeriego y ventajista, que por supuesto borda.
Destaca la honestidad, exenta casi por completo de falsos sentimentalismos, con que es tratado un tema tan espinoso como el de la prostitución, sin olvidarse de denunciar la hipocresía de la clase política. No es una película tan simplona y sentimentaloide como Las noches de Cabiria de Fellini, por ejemplo, aunque no alcance tampoco la hondura y el lirismo de Mamma Roma de Pasolini. Es más bien una película de tesis, con un buen guión y unas buenas interpretaciones, que, a la vez que resulta entretenida, mueve a la reflexión. Vale la pena verla.
Las cuatro actrices que hacen los papeles protagonistas están magníficas, empezando por Signoret, a la que según creo se dobló al italiano, y que deja en la memoria del espectador su papel de mujer zarandeada por la vida, y continuando con la deliciosamente femenina pero un tanto espasmódica Sandra Milo. Anda por ahí también Mastroianni, en el papel, pequeño pero resultón, de vivalavirgen mujeriego y ventajista, que por supuesto borda.
Destaca la honestidad, exenta casi por completo de falsos sentimentalismos, con que es tratado un tema tan espinoso como el de la prostitución, sin olvidarse de denunciar la hipocresía de la clase política. No es una película tan simplona y sentimentaloide como Las noches de Cabiria de Fellini, por ejemplo, aunque no alcance tampoco la hondura y el lirismo de Mamma Roma de Pasolini. Es más bien una película de tesis, con un buen guión y unas buenas interpretaciones, que, a la vez que resulta entretenida, mueve a la reflexión. Vale la pena verla.

7.1
695
10
8 de diciembre de 2011
8 de diciembre de 2011
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífica película.
La escena inicial es también la escena final, y el enigma que el espectador debe descifrar durante su visionado. El filme relata, en escenas que van retrocediendo cada vez más en el tiempo, la historia del suicida Yong-ho, de quien sólo iremos conociendo su pasado –y las razones de su suicidio--, a medida que la película avance. De 1999, año en que se sitúa la escena inicial, vamos retrocediendo progresivamente a fechas anteriores (1994, 1987, 1984, 1980, 1979) para descubrir acontecimientos que marcaron la vida del protagonista. Este «viaje a la semilla» es al mismo tiempo un recorrido por veinte años de la historia reciente de Corea, y permite explorar el trauma que para este país supuso la dictadura militar, con momentos terribles como la masacre de Gwangju (1980), en que cientos de estudiantes que se manifestaban contra el régimen fueron brutalmente asesinados. En este recorrido vamos conociendo facetas muy diferentes, incluso contradictorias, de la personalidad de Yong-ho, y descubriendo cómo su vida, al igual que la de su país, fue envilecida por la dictadura.
La película no se circunscribe a su dimensión sociopolítica; de hecho, para mí su principal atractivo es su lirismo y lo que dice sobre los sentimientos, sobre el paso irrevocable del tiempo y la conciencia del fracaso, sobre la nostalgia del primer amor y el recuerdo del sabor de los caramelos de menta que dan título a la cinta. Unos caramelos de menta que algo tienen que ver con el trineo de Charles Foster Kane y con la magdalena de Proust, aunque su sabor sea posiblemente aún más amargo...
«Peppermint Candy» es un viaje imposible a la inocencia juvenil que se perdió para siempre, asfixiada por la dictadura militar que rigió los destinos de Corea del Sur hasta 1987, pero también por la grisura, el tedio, el fracaso. La poco usual forma elegida para el relato encaja perfectamente con lo que se cuenta: la narración invertida no es un recurso gratuito, sino un instrumento eficaz para explorar las causas de la podredumbre, el origen de ese tren que recorre la película y termina/empieza arrollando al desesperado protagonista en la escena inicial.
La escena inicial es también la escena final, y el enigma que el espectador debe descifrar durante su visionado. El filme relata, en escenas que van retrocediendo cada vez más en el tiempo, la historia del suicida Yong-ho, de quien sólo iremos conociendo su pasado –y las razones de su suicidio--, a medida que la película avance. De 1999, año en que se sitúa la escena inicial, vamos retrocediendo progresivamente a fechas anteriores (1994, 1987, 1984, 1980, 1979) para descubrir acontecimientos que marcaron la vida del protagonista. Este «viaje a la semilla» es al mismo tiempo un recorrido por veinte años de la historia reciente de Corea, y permite explorar el trauma que para este país supuso la dictadura militar, con momentos terribles como la masacre de Gwangju (1980), en que cientos de estudiantes que se manifestaban contra el régimen fueron brutalmente asesinados. En este recorrido vamos conociendo facetas muy diferentes, incluso contradictorias, de la personalidad de Yong-ho, y descubriendo cómo su vida, al igual que la de su país, fue envilecida por la dictadura.
La película no se circunscribe a su dimensión sociopolítica; de hecho, para mí su principal atractivo es su lirismo y lo que dice sobre los sentimientos, sobre el paso irrevocable del tiempo y la conciencia del fracaso, sobre la nostalgia del primer amor y el recuerdo del sabor de los caramelos de menta que dan título a la cinta. Unos caramelos de menta que algo tienen que ver con el trineo de Charles Foster Kane y con la magdalena de Proust, aunque su sabor sea posiblemente aún más amargo...
«Peppermint Candy» es un viaje imposible a la inocencia juvenil que se perdió para siempre, asfixiada por la dictadura militar que rigió los destinos de Corea del Sur hasta 1987, pero también por la grisura, el tedio, el fracaso. La poco usual forma elegida para el relato encaja perfectamente con lo que se cuenta: la narración invertida no es un recurso gratuito, sino un instrumento eficaz para explorar las causas de la podredumbre, el origen de ese tren que recorre la película y termina/empieza arrollando al desesperado protagonista en la escena inicial.

6.4
712
6
14 de julio de 2011
14 de julio de 2011
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La siempre polémica directora italiana Liliana Cavani («Portero de noche», 1974) opta en esta ocasión por poner en imágenes una novela autobiográfica del no menos controvertido Curzio Malaparte, «La piel» (1949), que forma con «Kaputt» (1944) un díptico sobre sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial. La acción transcurre entre octubre de 1943 y junio de 1944, aproximadamente: desde la llegada del ejército estadounidense a Nápoles, ciudad de la que los alemanes habían sido ya expulsados por la población civil, hasta la partida de este mismo ejército hacia el Norte, para liberar Roma. Cavani sintetizó en una entrevista el argumento de su película como el encuentro entre dos mundos muy diferentes:«De un lado los americanos, ricos, bien afeitados, con divisas y zapatos relucientes […] Del otro, una ciudad en la que hacía tres años que no se comía». La película, como la novela de Malaparte, subraya la ingenuidad y la brutalidad, a veces inconsciente, de los ocupantes norteamericanos, y la degradación moral en que la miseria sumió a Nápoles, que aparece en la película como una moderna Babilonia donde tiene su asiento toda depravación imaginable.* «La piel» saca a a la luz los aspectos negativos de la invasión aliada de Italia, rehuyendo las simplificaciones morales tan frecuentes en el cine sobre la contienda mundial y mostrando las debilidades de los «buenos» en lugar de reiterar una vez más las atrocidades cometidas por los alemanes.
El personaje principal es el propio Malaparte (Marcello Mastroianni), fascista arrepentido que funge ahora de capitán del nuevo ejército italiano y de factótum del general Cork (trasunto apenas encubierto del general Clark), bonachón e ingenuo comandante del ejército aliado interpretado certeramente por el incombustible Burt Lancaster. Claudia Cardinale aparece brevemente como la princesa Consuelo Caracciolo, aristocrática y sofisticada amante del protagonista, pero el peso del reparto lo llevan los estadounidenses Ken Marshall y Alexandra King, que a mi juicio no acaban de estar a la altura.
La voluntad de desmitificar la historia oficial, huyendo de versiones más reconfortantes sobre los mismos hechos, es a mi modo de ver el principal valor de la película, heredado del libro de Malaparte. Sin embargo, y aunque el filme posee una innegable carga de verdad, la autora potencia principalmente lo escabroso, convirtiendo su obra en una inagotable exhibición de truculencias destinadas a provocar el horror o el asco del espectador. Logrado el objetivo de mostrar cómo la guerra saca lo peor del ser humano, sólo la complacencia en lo morboso explica ciertas secuencias de muy dudoso gusto.**
Aunque dista mucho de ser redonda y abusa más de la cuenta del efectismo más vacuo, la película resulta interesante. Aporta una mirada diferente y transgresora que no cabe echar al olvido.
El personaje principal es el propio Malaparte (Marcello Mastroianni), fascista arrepentido que funge ahora de capitán del nuevo ejército italiano y de factótum del general Cork (trasunto apenas encubierto del general Clark), bonachón e ingenuo comandante del ejército aliado interpretado certeramente por el incombustible Burt Lancaster. Claudia Cardinale aparece brevemente como la princesa Consuelo Caracciolo, aristocrática y sofisticada amante del protagonista, pero el peso del reparto lo llevan los estadounidenses Ken Marshall y Alexandra King, que a mi juicio no acaban de estar a la altura.
La voluntad de desmitificar la historia oficial, huyendo de versiones más reconfortantes sobre los mismos hechos, es a mi modo de ver el principal valor de la película, heredado del libro de Malaparte. Sin embargo, y aunque el filme posee una innegable carga de verdad, la autora potencia principalmente lo escabroso, convirtiendo su obra en una inagotable exhibición de truculencias destinadas a provocar el horror o el asco del espectador. Logrado el objetivo de mostrar cómo la guerra saca lo peor del ser humano, sólo la complacencia en lo morboso explica ciertas secuencias de muy dudoso gusto.**
Aunque dista mucho de ser redonda y abusa más de la cuenta del efectismo más vacuo, la película resulta interesante. Aporta una mirada diferente y transgresora que no cabe echar al olvido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
* Desde el canibalismo (sugerido, en un tono incluso jocoso a veces) hasta la prostitución infantil. Por cierto que ciertas escenas desprenden un cierto tufillo racista (que está ya en la novela de Malaparte): los marroquíes del ejército francés son los principales clientes de este comercio infame.
** Como aquella en la que se sirve a los comensales de un banquete renacentista una «sirena», un extraño pez de forma humana; una escena de ambigüedad calculada para provocar el malestar del público. O como la secuencia final, digna de un film «gore», de la que no puede negarse sin embargo que resulta muy elocuente para sintetizar la idea principal de la película.
** Como aquella en la que se sirve a los comensales de un banquete renacentista una «sirena», un extraño pez de forma humana; una escena de ambigüedad calculada para provocar el malestar del público. O como la secuencia final, digna de un film «gore», de la que no puede negarse sin embargo que resulta muy elocuente para sintetizar la idea principal de la película.

7.2
436
7
16 de febrero de 2011
16 de febrero de 2011
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título completo de la película se las trae: "Film d'amore e d'anarchia, ovvero: stamattina alle 10, in via dei Fiori, nella nota casa di tolleranza..." Pero la obra no sorprende solo por lo largo y lo estrafalario del título, sino también por su extraña mezcla de géneros, entre la comedia costumbrista y el thriller político (en la primera mitad predominan el tono jocoso y los personajes esperpénticos; la segunda parte, en cambio, es un drama romántico en el que se revelan las emociones más íntimas de los personajes). La directora, Lina Wertmüller, contó en "Film de amor y anarquía" con la pareja protagonista de su película anterior, "Mimí, metalúrgico herido en su honor", Mariangela Melato y Giancarlo Giannini, aquí en papeles menos netamente cómicos; Lina Polito completa el trío de actores principales, en una película que cuenta también con una importante galería de secundarios (fundamentalmente mujeres). Giannini obtuvo en Cannes el premio al mejor actor por su interpretación de Tunin, pero el resto de los intérpretes son igualmente destacables.
Ambientada en los años del "ventennio nero" fascista, el filme pone el foco en los intentos de acabar con la vida de Mussolini perpetrados por anarquistas. Se menciona uno de ellos en la película, el de Anteo Zamboni, quien, tras fracasar en su propósito, fue linchado por los partidarios del dictador. Y, aunque no se menciona directamente, parece bastante probable que la inspiración para la película provenga de la historia real de Michele Schirru, que en 1931 fue detenido por la policía antes de que pudiera poner en práctica su propósito y ejecutado poco después. El protagonista del filme de Wertmüller se llama Antonio Soffiantini, conocido como "Tunin", anarquista más por razones sentimentales que por convicciones políticas, aunque dolorosamente consciente de la injusticia de la sociedad en la que vive (prefiere "morir como un perro" antes que "vivir como un perro"), que llega a Roma con el firme designio de acabar con la vida del Duce. En la capital, recala en un elegante prostíbulo en el que conocerá a dos prostitutas, la también anarquista Salomé (Mariangela Melato) y la inocente Tripolina (Lina Polito). La narración se centra en las jornadas previas al proyectado intento de magnicidio, y en la relación de Tunin con las dos mujeres.
Ambientada en los años del "ventennio nero" fascista, el filme pone el foco en los intentos de acabar con la vida de Mussolini perpetrados por anarquistas. Se menciona uno de ellos en la película, el de Anteo Zamboni, quien, tras fracasar en su propósito, fue linchado por los partidarios del dictador. Y, aunque no se menciona directamente, parece bastante probable que la inspiración para la película provenga de la historia real de Michele Schirru, que en 1931 fue detenido por la policía antes de que pudiera poner en práctica su propósito y ejecutado poco después. El protagonista del filme de Wertmüller se llama Antonio Soffiantini, conocido como "Tunin", anarquista más por razones sentimentales que por convicciones políticas, aunque dolorosamente consciente de la injusticia de la sociedad en la que vive (prefiere "morir como un perro" antes que "vivir como un perro"), que llega a Roma con el firme designio de acabar con la vida del Duce. En la capital, recala en un elegante prostíbulo en el que conocerá a dos prostitutas, la también anarquista Salomé (Mariangela Melato) y la inocente Tripolina (Lina Polito). La narración se centra en las jornadas previas al proyectado intento de magnicidio, y en la relación de Tunin con las dos mujeres.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La mayor parte de la película transcurre en el interior de la "casa de tolerancia" del título, en la que habitan y trabajan las dos mujeres y en la que Tunin se aloja ocasionalmente. Las prostitutas, exageradamente maquilladas, vestidas con colores chillones y vociferantes como verduleras, recuerdan a las mostradas en las pinturas expresionistas de Ernst Ludwig Kirchner o de George Grosz; el ceremonial de la apertura del burdel y la llegada de los primeros clientes, acompañado de la canción "La tonkinoise" de Josephine Baker, remite a la película "Roma" de Fellini, estrenada el año anterior. A pesar de esta presentación esperpéntica del burdel, no cabe duda de que las simpatías de la cineasta están con las prostitutas más que con los hombres que las utilizan, como el fascista Spatoletti (Eros Ragni).
No puede dejar de destacarse la banda sonora, a cargo de Nino Rota, con temas de gran belleza, como la "Canzone arrabbiata", que interpreta Anna Melato, hermana de la actriz protagonista.
Llama la atención la evolución de los personajes, en particular de Salomé, un personaje complejo ya desde el principio, ya que además de la prostituta más solicitada del burdel es una convencida anarquista. Tripolina queda completamente transformada por el amor que siente por Tunin. Este último, un personaje que llama la atención por su opacidad y su laconismo, duda de sí mismo desde el comienzo de la película, aunque ve en su proyecto de atentar contra Mussolini la única posibilidad de redención para su vida miserable. En un determinado momento, en una desgarradora discusión entre las dos mujeres mientras Tunin duerme, se plantea el tema de si vale la pena sacrificarse por una causa, por muy justa que ésta sea. La disyuntiva entre el amor y la anarquía. Aquí, está, desde mi punto de vista, el núcleo de la película, que va más allá de una historia de fascistas malos y anarquistas buenos apoyados por putas de buen corazón.
En conjunto, resulta una película interesante, aunque la primera hora larga se hace cuesta arriba por la acumulación de escenas grotescas y la lentitud del desarrollo argumental.
No puede dejar de destacarse la banda sonora, a cargo de Nino Rota, con temas de gran belleza, como la "Canzone arrabbiata", que interpreta Anna Melato, hermana de la actriz protagonista.
Llama la atención la evolución de los personajes, en particular de Salomé, un personaje complejo ya desde el principio, ya que además de la prostituta más solicitada del burdel es una convencida anarquista. Tripolina queda completamente transformada por el amor que siente por Tunin. Este último, un personaje que llama la atención por su opacidad y su laconismo, duda de sí mismo desde el comienzo de la película, aunque ve en su proyecto de atentar contra Mussolini la única posibilidad de redención para su vida miserable. En un determinado momento, en una desgarradora discusión entre las dos mujeres mientras Tunin duerme, se plantea el tema de si vale la pena sacrificarse por una causa, por muy justa que ésta sea. La disyuntiva entre el amor y la anarquía. Aquí, está, desde mi punto de vista, el núcleo de la película, que va más allá de una historia de fascistas malos y anarquistas buenos apoyados por putas de buen corazón.
En conjunto, resulta una película interesante, aunque la primera hora larga se hace cuesta arriba por la acumulación de escenas grotescas y la lentitud del desarrollo argumental.
6 de diciembre de 2010
6 de diciembre de 2010
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los realizadores de la antigua Yugoslavia se han asomado con frecuencia a la cultura gitana. El ejemplo más conocido es, claro, el del reputado Emir Kusturica, que ha dirigido al menos dos filmes sobre el tema, "El tiempo de los gitanos" (1988) y "Gato negro, gato blanco" (1998). Pero también el serbio Goran Paskaljevic ha abordado la vida de esta comunidad, en la excelente "El ángel guardián" (que por cierto tiene muchas similitudes argumentales con la primera citada de Kusturica).
Bastante antes, en 1967, un cineasta yugoslavo ya había dirigido una película sobre los gitanos. Se trata de Aleksandar Petrovic (1929-1994), quien fue, junto con Zivojin Pavlovic y Dusan Makavejev, uno de los más destacados cineastas de la tendencia conocida como "Novi Film", que renovó la escena cinematográfica yugoslava en los años 60 y que refleja la liberalización política de la época, gracias a la cual los cineastas empiezan a liberarse del férreo control de la burocracia estatal (y de la no menos férrea doctrina estética del realismo socialista) y a expresarse con mayor libertad. "Encontré zíngaros felices" es el quinto largometraje que dirigió Petrovic, siendo ya un director consagrado, cuya película "Tri" (1965) había sido nominada para el Óscar a la mejor película extranjera.
La mayor parte de la acción se desarrolla en la región de Voivodina, en el norte de Serbia, una zona caracterizada por su diversidad cultural (más de 20 grupos étnicos y 6 lenguas oficiales). Esta diversidad se refleja en la película, ya que se habla en al menos cuatro idiomas (romaní, serbio, húngaro y eslovaco). Los protagonistas residen, en concreto, en la ciudad de Sombor (un cartel indicador nos lo anuncia al iniciarse la película), aunque “Encontré zíngaros felices” es en realidad, a su manera, una “road movie”, y los personajes, por negocios o por otros motivos, se desplazan constantemente: una y otra vez encontramos planos de carreteras rodados desde vehículos en movimiento.
Varios de los intérpretes del filme son actores no profesionales y los extras son todos habitantes de la zona pertenecientes a la etnia gitana, lo que da a la película un cierto valor como documento antropológico. La música tiene una gran importancia: de hecho, la frase “Encontré zíngaros felices”, que se ha adoptado como título en español y en otros idiomas, procede de un tema folclórico que se escucha varias veces en el filme, en el que interviene además una conocida intérprete de este tipo de música, Olivera Vuco.
(sigue en el spoiler, sin desvelar detalles del argumento)
Bastante antes, en 1967, un cineasta yugoslavo ya había dirigido una película sobre los gitanos. Se trata de Aleksandar Petrovic (1929-1994), quien fue, junto con Zivojin Pavlovic y Dusan Makavejev, uno de los más destacados cineastas de la tendencia conocida como "Novi Film", que renovó la escena cinematográfica yugoslava en los años 60 y que refleja la liberalización política de la época, gracias a la cual los cineastas empiezan a liberarse del férreo control de la burocracia estatal (y de la no menos férrea doctrina estética del realismo socialista) y a expresarse con mayor libertad. "Encontré zíngaros felices" es el quinto largometraje que dirigió Petrovic, siendo ya un director consagrado, cuya película "Tri" (1965) había sido nominada para el Óscar a la mejor película extranjera.
La mayor parte de la acción se desarrolla en la región de Voivodina, en el norte de Serbia, una zona caracterizada por su diversidad cultural (más de 20 grupos étnicos y 6 lenguas oficiales). Esta diversidad se refleja en la película, ya que se habla en al menos cuatro idiomas (romaní, serbio, húngaro y eslovaco). Los protagonistas residen, en concreto, en la ciudad de Sombor (un cartel indicador nos lo anuncia al iniciarse la película), aunque “Encontré zíngaros felices” es en realidad, a su manera, una “road movie”, y los personajes, por negocios o por otros motivos, se desplazan constantemente: una y otra vez encontramos planos de carreteras rodados desde vehículos en movimiento.
Varios de los intérpretes del filme son actores no profesionales y los extras son todos habitantes de la zona pertenecientes a la etnia gitana, lo que da a la película un cierto valor como documento antropológico. La música tiene una gran importancia: de hecho, la frase “Encontré zíngaros felices”, que se ha adoptado como título en español y en otros idiomas, procede de un tema folclórico que se escucha varias veces en el filme, en el que interviene además una conocida intérprete de este tipo de música, Olivera Vuco.
(sigue en el spoiler, sin desvelar detalles del argumento)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película cuenta la historia del gitano Bora (el actor de origen albanés, recientemente fallecido, Bekim Fehmiu), que se gana la vida comerciando con plumas de ganso (el título original del filme, "Skupljaci perja", significa algo así como "recolectores de plumas", o así, al menos, es como Google tiene a bien traducirlo). Bora es puro ímpetu vital, un personaje excesivo y contradictorio, esperpéntico y a la vez entrañable, capaz al mismo tiempo de importunar a los hijos de un difunto el día del funeral, con tal de hacer un buen negocio, y de arrojar desde un camión en marcha (en uno de los momentos de mayor belleza visual del filme) las plumas de ganso que tanto le ha costado “recolectar”. Capaz, igualmente, de pegarle a su mujer una soberana paliza, y de enamorarse como un colegial de una adolescente. Junto a Bora, aparecen hasta una docena de personajes secundarios de cierta relevancia, aunque destacan sobre todo dos mujeres: la cantante Lenka, personaje interpretado por la ya citada Olivera Vuco, y Tisa, la inquieta hijastra de Mirta (el principal antagonista de Bora en la película), a quien da vida Gordana Jovanovic, auténtica gitana de Voivodina que debutó en este filme.
Más que en la trama propiamente dicha, el interés de la película se encuentra en la representación del modo de vida de los gitanos. Aquí no falta verismo, lo que da fe del grado de libertad que alcanzaron estos realizadores en la antigua Yugoslavia: las condiciones miserables y la brutalidad de la vida de los gitanos se muestran sin ahorrar detalles. El barrio en el que Bora y compañía viven es un auténtico barrizal, con una absoluta falta de higiene, y los niños se encuentran en un estado de completo abandono (al comienzo de la película, una recién nacida muere mientras su padre duerme la borrachera y su madre se encuentra en brazos de otro hombre). El tema religioso, aunque secundario, también está presente, a través de los personajes de un pope (que es como un clon de Robert de Niro, por cierto) y de una monja, y de varios planos que muestran pinturas religiosas, a veces con una función irónica.
Una bella película, injustamente olvidada. Merece la pena verla.
Más que en la trama propiamente dicha, el interés de la película se encuentra en la representación del modo de vida de los gitanos. Aquí no falta verismo, lo que da fe del grado de libertad que alcanzaron estos realizadores en la antigua Yugoslavia: las condiciones miserables y la brutalidad de la vida de los gitanos se muestran sin ahorrar detalles. El barrio en el que Bora y compañía viven es un auténtico barrizal, con una absoluta falta de higiene, y los niños se encuentran en un estado de completo abandono (al comienzo de la película, una recién nacida muere mientras su padre duerme la borrachera y su madre se encuentra en brazos de otro hombre). El tema religioso, aunque secundario, también está presente, a través de los personajes de un pope (que es como un clon de Robert de Niro, por cierto) y de una monja, y de varios planos que muestran pinturas religiosas, a veces con una función irónica.
Una bella película, injustamente olvidada. Merece la pena verla.
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