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6.1
8,913
7
7 de octubre de 2020
7 de octubre de 2020
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que, siendo imperfectas, llegan al espectador de tal manera, que la sensación que le queda a éste tras su visionado, es tanto o más satisfactoria, que si hubiera disfrutado de una gran obra cinematográfica. Este es el caso de "La boda de Rosa", la última película de Icíar Bollaín, en la cual es difícil no sentirse identificado con alguno de los variopintos personajes que la protagonizan.
Rosa (Candela Peña), anda mediados los 40, tiene una hija (Paula Usero), dos nietos, un padre (Ramón Barea), dos hermanos (Sergi López y Natalie Poza), una pareja a la que apenas ve y un trabajo que la tiene ocupada muchas horas, como sastra de películas y series. Un día, harta de ser el punto de apoyo de todos los que le rodean, decide irse al pueblo donde se crió y empezar una nueva vida desde cero.
Si algo se le puede reprochar a esta tragicomedia, con aromas a Berlanga son tres cosas principalmente. La primera es que los dos personajes de los hermanos de Rosa son muy típicos y tópicos, él pretende recuperar a su mujer perdida por falta de atención, cometiendo una y otra vez los mismos errores. Ella, soltera, fiestera y con problemas con el alcohol, empieza a darse cuenta que quizás sea hora de sentar la cabeza y dejar de preocuparse únicamente por ella misma. La segunda es la ausencia de algo más de mala leche, a veces el tratamiento cómico que se le da a la película, la aleja de su mensaje principal, ahí se aparta por completo de la comedia Berlanguiana a la que homenajea, en especial en su tramo final. El tercer aspecto que, en mi humilde opinión, se podría mejorar, hace referencia a la música que nos acompaña de forma machacona, sobre todo al principio de la película y que, en un principio, me hizo temer lo peor.
No obstante, el guión firmado por la propia directora junto con Alicia Luna, es a ratos brillante, haciéndonos partícipe de manera clara y rotunda de los vaivenes de la vida de la protagonista, así como los de los satélites que giran a su alrededor, los cuales condicionan constantemente su evolución como persona. Así mismo, la historia fluye a un ritmo endiablado, sin decaer el mismo apenas en ningún momento. Unicamente en la parte final se ralentiza algo, pero a esas alturas Rosa ya nos ha robado el corazón y los aspectos técnicos de la cinta van cobrando, a medida que avanza el metraje, menor importancia.
Icíar Bollaín firma una película luminosa, en la que las tonalidades rojizas, como los atardeceres levantinos, son predominantes en una paleta de colores, dominada por las tonalidades fuertes y llamativas. En una historia que pelea por la emancipación exenta de género (aunque su protagonista sea femenina), la cámara se acerca sin pudor al rostro de la protagonista, queriendo atraerla hacia nosotros, a que la acojamos como alguien nuestro y compartamos sus ansiedades.
Otro de los aspectos más destacados del film es la labor de todos los intérpretes principales. Hay que destacar sobremanera a una Candela Peña que consigue que nos metamos en su piel, en su cerebro y en su corazón, a través de Rosa, su personaje. Por supuesto, tanto Ramón Barea, como Sergi López y Natalie Poza, están a la altura que nos tienen malacostumbrados, bordando a la familia más cercana de la protagonista. Mención aparte y sorpresa muy agradable es el trabajo de Paula Usero, como la hija de Rosa. Su naturalidad y facilidad para llevar a cabo algunas escenas simplemente me han dejado con la boca abierta y con ganas de volver a verla muy pronto en la gran pantalla.
Pero si por algo destaca "La boda de Rosa", es por su capacidad para robarnos el corazón, de hacernos partícipe y cómplice de lo que vemos en pantalla y de hacernos pensar, de una manera o de otra, en nuestra propia vida y en lo que queremos hacer con ella, antes de que sea demasiado tarde. En ese sentido la película es de sobresaliente, ya que tiene la doble virtud de hacer que el espectador se ría, mientras un nudo georgiano se va formando en su estómago y las emociones, propias o ajenas, pugnan por salir a flote en forma de lágrimas.
En estos tiempos de absoluta inseguridad para todos, quizás sea el momento de llenar el mundo de Rosas, dejar de ser infelices y coger el toro por los cuernos. La vida se acabará algún día para todos y es muy triste morirse pensando que ni siquiera hemos intentado ser felices en nuestro día a día. El primer paso debería ser salir de nuestra casa, ir al cine más cercano y disfrutar con "La vida de Rosa", a la vez que apoyamos a la cultura y a esas salas de cine que cada día que pasa van caminando por un alambre cada vez más fino.
Gabriel Menéndez Piñera
historiasdelceluloide.elcomercio.es
Rosa (Candela Peña), anda mediados los 40, tiene una hija (Paula Usero), dos nietos, un padre (Ramón Barea), dos hermanos (Sergi López y Natalie Poza), una pareja a la que apenas ve y un trabajo que la tiene ocupada muchas horas, como sastra de películas y series. Un día, harta de ser el punto de apoyo de todos los que le rodean, decide irse al pueblo donde se crió y empezar una nueva vida desde cero.
Si algo se le puede reprochar a esta tragicomedia, con aromas a Berlanga son tres cosas principalmente. La primera es que los dos personajes de los hermanos de Rosa son muy típicos y tópicos, él pretende recuperar a su mujer perdida por falta de atención, cometiendo una y otra vez los mismos errores. Ella, soltera, fiestera y con problemas con el alcohol, empieza a darse cuenta que quizás sea hora de sentar la cabeza y dejar de preocuparse únicamente por ella misma. La segunda es la ausencia de algo más de mala leche, a veces el tratamiento cómico que se le da a la película, la aleja de su mensaje principal, ahí se aparta por completo de la comedia Berlanguiana a la que homenajea, en especial en su tramo final. El tercer aspecto que, en mi humilde opinión, se podría mejorar, hace referencia a la música que nos acompaña de forma machacona, sobre todo al principio de la película y que, en un principio, me hizo temer lo peor.
No obstante, el guión firmado por la propia directora junto con Alicia Luna, es a ratos brillante, haciéndonos partícipe de manera clara y rotunda de los vaivenes de la vida de la protagonista, así como los de los satélites que giran a su alrededor, los cuales condicionan constantemente su evolución como persona. Así mismo, la historia fluye a un ritmo endiablado, sin decaer el mismo apenas en ningún momento. Unicamente en la parte final se ralentiza algo, pero a esas alturas Rosa ya nos ha robado el corazón y los aspectos técnicos de la cinta van cobrando, a medida que avanza el metraje, menor importancia.
Icíar Bollaín firma una película luminosa, en la que las tonalidades rojizas, como los atardeceres levantinos, son predominantes en una paleta de colores, dominada por las tonalidades fuertes y llamativas. En una historia que pelea por la emancipación exenta de género (aunque su protagonista sea femenina), la cámara se acerca sin pudor al rostro de la protagonista, queriendo atraerla hacia nosotros, a que la acojamos como alguien nuestro y compartamos sus ansiedades.
Otro de los aspectos más destacados del film es la labor de todos los intérpretes principales. Hay que destacar sobremanera a una Candela Peña que consigue que nos metamos en su piel, en su cerebro y en su corazón, a través de Rosa, su personaje. Por supuesto, tanto Ramón Barea, como Sergi López y Natalie Poza, están a la altura que nos tienen malacostumbrados, bordando a la familia más cercana de la protagonista. Mención aparte y sorpresa muy agradable es el trabajo de Paula Usero, como la hija de Rosa. Su naturalidad y facilidad para llevar a cabo algunas escenas simplemente me han dejado con la boca abierta y con ganas de volver a verla muy pronto en la gran pantalla.
Pero si por algo destaca "La boda de Rosa", es por su capacidad para robarnos el corazón, de hacernos partícipe y cómplice de lo que vemos en pantalla y de hacernos pensar, de una manera o de otra, en nuestra propia vida y en lo que queremos hacer con ella, antes de que sea demasiado tarde. En ese sentido la película es de sobresaliente, ya que tiene la doble virtud de hacer que el espectador se ría, mientras un nudo georgiano se va formando en su estómago y las emociones, propias o ajenas, pugnan por salir a flote en forma de lágrimas.
En estos tiempos de absoluta inseguridad para todos, quizás sea el momento de llenar el mundo de Rosas, dejar de ser infelices y coger el toro por los cuernos. La vida se acabará algún día para todos y es muy triste morirse pensando que ni siquiera hemos intentado ser felices en nuestro día a día. El primer paso debería ser salir de nuestra casa, ir al cine más cercano y disfrutar con "La vida de Rosa", a la vez que apoyamos a la cultura y a esas salas de cine que cada día que pasa van caminando por un alambre cada vez más fino.
Gabriel Menéndez Piñera
historiasdelceluloide.elcomercio.es
29 de mayo de 2019
29 de mayo de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy toca hablar de una película Norteamericana del año 1944 cuyo título es "El milagro de Morgan Creek" ("The miracle of Morgan´s Creek"), escrita, dirigida y producida por Preston Sturges, uno de los mayores genios de la comedia americana cuyas películas supusieron la entrada en la madurez de este género cinematográfico.
La historia es realmente atrevida para la época en la que se realizó: En un pequeño pueblo de Norteamérica vive Truddy (Betty Hutton) una joven alocada que vive con su padre (William Demarest) y su hermana adolescente (Diana Lynn) y que tiene un eterno pretendiente en la figura del torpe Norval Jones (Eddie Bracken). Un día se celebra en el pueblo una fiesta de despedida a los soldados que se van a la Segunda Guerra Mundial, tras la negativa de su padre a dejarla asistir a dicha fiesta, Truddy convence a Norval de que le diga a su padre que la va a llevar al cine cuando en realidad ella asistirá a la fiesta dispuesta a dar una buena despedida a los futuros combatientes. Desde luego, lo hizo muy bien ya que al día siguiente se da cuenta que tiene un anillo de casada en el dedo, pero el alcohol ingerido hace que no se acuerda de quien es su marido de entre todos los soldados con los que bailó. Unas semanas después se encontrará además con otro problema ya que el médico le notifica que está embarazada.
Esta película se estrenó en un momento en el que la "screwball comedy", que había reinado en el cine norteamericano en la segunda mitad de la década de los 30 y los primeros años de los 40, estaba dando sus últimos coletazos. Esta y otras obras realizadas a partir de 1942 supusieron la madurez de la comedia norteamericana, madurez que duró un suspiro ya que se vio frenada con el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y que supuso una vuelta a la comedia más familiar en detrimento de este tipo de comedias alocadas y mucho más ingeniosas, inteligentes y dirigidas a un público más adulto (y no me refiero únicamente a la edad).
Algunas de estas películas dirigidas en esos años son: "Never give a sucker an even break" (1941) protagonizada por W.C. Fields, "El mayor y la menor" ("The major and the minor", 1942) dirigida por Billy Wilder y dos obras del maestro Ersnt Lubistch: "Ser o no ser" ("To be or not to be, 1942) y "El diablo dijo no" ("Heaven can wait", 1943) .
Como dije al principio, el responsable de esta gran comedia es Preston Sturges, guionista reconvertido en director de sus propios guiones, harto de que (según él) otros directores estropearan algunas de sus historias. Si como guionista ya había tenido mucho éxito, como director se convirtió en poco tiempo en el creador de algunas de las mejores comedias que se hayan rodado en Hollywood. Sus películas son atrevidas, luchan contra el orden establecido y la doble moral de la sociedad americana y sobre todo son divertidísimas, siempre con un cinismo inusual en el cine de Hollywood.
En el caso de la película de la que hablamos, se pueden ver todos estos aspectos desde la primera escena de la película. En ella vemos a dos personajes que corren hacia un teléfono para llamar al gobernador del estado y narrarle el extraordinario suceso que ha ocurrido en Morgan Creek. El gobernador se muestra escéptico ante lo que le quieren contar, pero finalmente accede a que le cuenten la historia desde el principio. A partir de ahí se nos narra en forma de flashback la historia de Truddy, su boda relámpago y su embarazo. Al estar narrada la historia por alguien ajeno a los hechos y que además quiere impresionar con dicha historia al gobernador, dichos hechos se nos muestran muy magnificados, ello hace que toda la película se convierta en una caricatura exagerada, casi como si fuera un corto cómico de dibujos animados tan populares en aquellos años. Esto último queda patente en el humor físico (caidas, resbalones, carreras) que está presente en muchas escenas de la cinta.
Toda la historia prosigue en un ritmo alocado hasta llegar a un final memorable (a ver como lo explico sin contar el desenlace de la historia) en el que se construye una gran mentira por parte de todo el mundo para cubrir las apariencias sociales y convertir el origen de una nueva y "peculiar" familia en un acontecimiento de orgullo nacional. Se trata de algo tan irracional, sobre todo para el espectador de la época, que éste ve en pantalla al final de la película, las mismas chispas que el personaje de Norval ve siempre que entraba en estado de shock (lo cual se producía unas cuantas veces durante la historia por culpa de las locuras de Truddy).
Sin embargo la idea más revolucionaria de toda la película es la siguiente, en plena Segunda Guerra Mundial los soldados Norteamericanos eran una especie de santos, incapaces de hacer mal a nadie y que viajaban a Europa para salvar al mundo del fascismo. Sin embargo los soldados de Preston Sturges no son ningún dechado de virtudes, si no que son una panda de borrachos capaces de casarse con un nombre falso y dejar embarazada a una muchacha bebida. Presentar esta idea en una película en esa época debía rozar lo admisible por la gran mayoría del público estadounidense.
Un detalle curioso es que el personaje de el gobernador y el de su ayudante son los mismos que los protagonistas de su primera película "El gran McGinty" ("The great McGinty", 1940), interpretados por los mismos actores (Brian Donlevy y Akim Tamiroff respectivamente). Este guiño por parte del director nos hace tener la impresión que todas sus películas pertenecen a un mismo mundo (no sabría si llamarlo real o irreal) en el que conviven todos los personajes creados por su imaginación.
Gabriel Menéndez Piñera
Historiasdelceluloide.elcomercio.es
La historia es realmente atrevida para la época en la que se realizó: En un pequeño pueblo de Norteamérica vive Truddy (Betty Hutton) una joven alocada que vive con su padre (William Demarest) y su hermana adolescente (Diana Lynn) y que tiene un eterno pretendiente en la figura del torpe Norval Jones (Eddie Bracken). Un día se celebra en el pueblo una fiesta de despedida a los soldados que se van a la Segunda Guerra Mundial, tras la negativa de su padre a dejarla asistir a dicha fiesta, Truddy convence a Norval de que le diga a su padre que la va a llevar al cine cuando en realidad ella asistirá a la fiesta dispuesta a dar una buena despedida a los futuros combatientes. Desde luego, lo hizo muy bien ya que al día siguiente se da cuenta que tiene un anillo de casada en el dedo, pero el alcohol ingerido hace que no se acuerda de quien es su marido de entre todos los soldados con los que bailó. Unas semanas después se encontrará además con otro problema ya que el médico le notifica que está embarazada.
Esta película se estrenó en un momento en el que la "screwball comedy", que había reinado en el cine norteamericano en la segunda mitad de la década de los 30 y los primeros años de los 40, estaba dando sus últimos coletazos. Esta y otras obras realizadas a partir de 1942 supusieron la madurez de la comedia norteamericana, madurez que duró un suspiro ya que se vio frenada con el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y que supuso una vuelta a la comedia más familiar en detrimento de este tipo de comedias alocadas y mucho más ingeniosas, inteligentes y dirigidas a un público más adulto (y no me refiero únicamente a la edad).
Algunas de estas películas dirigidas en esos años son: "Never give a sucker an even break" (1941) protagonizada por W.C. Fields, "El mayor y la menor" ("The major and the minor", 1942) dirigida por Billy Wilder y dos obras del maestro Ersnt Lubistch: "Ser o no ser" ("To be or not to be, 1942) y "El diablo dijo no" ("Heaven can wait", 1943) .
Como dije al principio, el responsable de esta gran comedia es Preston Sturges, guionista reconvertido en director de sus propios guiones, harto de que (según él) otros directores estropearan algunas de sus historias. Si como guionista ya había tenido mucho éxito, como director se convirtió en poco tiempo en el creador de algunas de las mejores comedias que se hayan rodado en Hollywood. Sus películas son atrevidas, luchan contra el orden establecido y la doble moral de la sociedad americana y sobre todo son divertidísimas, siempre con un cinismo inusual en el cine de Hollywood.
En el caso de la película de la que hablamos, se pueden ver todos estos aspectos desde la primera escena de la película. En ella vemos a dos personajes que corren hacia un teléfono para llamar al gobernador del estado y narrarle el extraordinario suceso que ha ocurrido en Morgan Creek. El gobernador se muestra escéptico ante lo que le quieren contar, pero finalmente accede a que le cuenten la historia desde el principio. A partir de ahí se nos narra en forma de flashback la historia de Truddy, su boda relámpago y su embarazo. Al estar narrada la historia por alguien ajeno a los hechos y que además quiere impresionar con dicha historia al gobernador, dichos hechos se nos muestran muy magnificados, ello hace que toda la película se convierta en una caricatura exagerada, casi como si fuera un corto cómico de dibujos animados tan populares en aquellos años. Esto último queda patente en el humor físico (caidas, resbalones, carreras) que está presente en muchas escenas de la cinta.
Toda la historia prosigue en un ritmo alocado hasta llegar a un final memorable (a ver como lo explico sin contar el desenlace de la historia) en el que se construye una gran mentira por parte de todo el mundo para cubrir las apariencias sociales y convertir el origen de una nueva y "peculiar" familia en un acontecimiento de orgullo nacional. Se trata de algo tan irracional, sobre todo para el espectador de la época, que éste ve en pantalla al final de la película, las mismas chispas que el personaje de Norval ve siempre que entraba en estado de shock (lo cual se producía unas cuantas veces durante la historia por culpa de las locuras de Truddy).
Sin embargo la idea más revolucionaria de toda la película es la siguiente, en plena Segunda Guerra Mundial los soldados Norteamericanos eran una especie de santos, incapaces de hacer mal a nadie y que viajaban a Europa para salvar al mundo del fascismo. Sin embargo los soldados de Preston Sturges no son ningún dechado de virtudes, si no que son una panda de borrachos capaces de casarse con un nombre falso y dejar embarazada a una muchacha bebida. Presentar esta idea en una película en esa época debía rozar lo admisible por la gran mayoría del público estadounidense.
Un detalle curioso es que el personaje de el gobernador y el de su ayudante son los mismos que los protagonistas de su primera película "El gran McGinty" ("The great McGinty", 1940), interpretados por los mismos actores (Brian Donlevy y Akim Tamiroff respectivamente). Este guiño por parte del director nos hace tener la impresión que todas sus películas pertenecen a un mismo mundo (no sabría si llamarlo real o irreal) en el que conviven todos los personajes creados por su imaginación.
Gabriel Menéndez Piñera
Historiasdelceluloide.elcomercio.es

6.5
139
8
27 de marzo de 2019
27 de marzo de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre he pensado que no hace falta tener una historia potente entre las manos, para crear una gran película. El director iraquí Abbas Fahdel me lo ha vuelto a demostrar con "Yara", una obra sencilla, sin apenas argumento, pero plena de belleza de principio a fin.
Yara (una delicada Michelle Wehbe) es una joven huérfana que vive, con su Abuela, en un valle semiabandonado de una frondosa región del Líbano. Allí la vida transcurre lentamente, entre los animales domésticos y los huertos para propio consumo. Unicamente las esporádicas visitas del guarda de la zona o de vecinos que les ayudan con la compra de alimentos, rompen la monotonía diaria. Un día, Yara conoce a Elías (Elias Freifer) el cual hacía senderismo cerca de su casa; pronto comenzará entre ambos una estrecha relación.
Se trata éste de un film absolutamente luminoso, tanto en la fotografía, que refleja de forma cristalina los llamativos colores que se nos muestran, como en el talante de los personajes, en los que no existe maldad alguna. No hay una mala acción, ni un mal pensamiento en ellos, especialmente en la joven protagonista, la cual desprende una bondad e ingenuidad a prueba de bombas.
Lo realmente llamativo, es la excelsa colocación de la cámara en todos y cada uno de los planos que componen la película. Recordándome al maestro John Ford y moviéndose casi siempre alrededor de la casa donde viven las protagonistas, Abbas Fahdel compone una ágil sinfonía de estampas de una pasmosa belleza, sin sacrificar un ápice de realidad en el proceso.
Es "Yara" una oda a la juventud, al primer amor, a la naturaleza, a ese tipo de vida rural tan ajeno ya a nosotros mismos. Es también la descripción de una relación compuesta de largos paseos y castos besos en la mejilla, algo de otros tiempos y otras latitudes. Es, en definitiva, una gran película para saborear sin prisa, como esa vida que se nos muestra.
Gabriel Menéndez Piñera
Https://historiasdelceluloide.elcomercio.es
Yara (una delicada Michelle Wehbe) es una joven huérfana que vive, con su Abuela, en un valle semiabandonado de una frondosa región del Líbano. Allí la vida transcurre lentamente, entre los animales domésticos y los huertos para propio consumo. Unicamente las esporádicas visitas del guarda de la zona o de vecinos que les ayudan con la compra de alimentos, rompen la monotonía diaria. Un día, Yara conoce a Elías (Elias Freifer) el cual hacía senderismo cerca de su casa; pronto comenzará entre ambos una estrecha relación.
Se trata éste de un film absolutamente luminoso, tanto en la fotografía, que refleja de forma cristalina los llamativos colores que se nos muestran, como en el talante de los personajes, en los que no existe maldad alguna. No hay una mala acción, ni un mal pensamiento en ellos, especialmente en la joven protagonista, la cual desprende una bondad e ingenuidad a prueba de bombas.
Lo realmente llamativo, es la excelsa colocación de la cámara en todos y cada uno de los planos que componen la película. Recordándome al maestro John Ford y moviéndose casi siempre alrededor de la casa donde viven las protagonistas, Abbas Fahdel compone una ágil sinfonía de estampas de una pasmosa belleza, sin sacrificar un ápice de realidad en el proceso.
Es "Yara" una oda a la juventud, al primer amor, a la naturaleza, a ese tipo de vida rural tan ajeno ya a nosotros mismos. Es también la descripción de una relación compuesta de largos paseos y castos besos en la mejilla, algo de otros tiempos y otras latitudes. Es, en definitiva, una gran película para saborear sin prisa, como esa vida que se nos muestra.
Gabriel Menéndez Piñera
Https://historiasdelceluloide.elcomercio.es

7.4
1,995
9
26 de marzo de 2019
26 de marzo de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El realismo poético es una corriente cinematográfica nacida en Francia en la década de los 30 del pasado siglo y que consistía en realizar películas de temática social, pero en las que el clima poético y su alta carga dramática son elementos primordiales, de tal forma que influyen en muchos de los aspectos del film, sobre todo en la puesta en escena del mismo. A este movimiento pertenecen, una de las mejores películas de la historia "La regla del juego" ("La regle de jeu" 1939, Jean Renoir) y "El muelle de las brumas" ("Le quai des brumes" 1938, Marcel Carné).
El argumento es el siguiente: Jean (Jean Gabin) es un soldado francés que ha desertado de su batallón y que busca la manera de salir del país, por ello se dirige a El Havre, donde espera conseguir plaza en algunos de los barcos que desde allí se dirigen a Centroamérica. Durante su corta estancia en la ciudad, Jean conocerá a una variada pléyade de personajes que pueblan las noches de la ciudad portuaria. Entre ellos se encontrará con Nely (Michelle Morgan), una joven de 17 años que se ha escapado de los brazos de su tutor, Zabel (Michel Simon) y que salía con Maurice, el cual ha desaparecido. Maurice solía colaborar con Lucien (Pierre Brasseur) un matón de vía estrecha que también se cruzará con Jean.
El guión lo creó Jacques Prevert, colaborador habitual del director Marcel Carné, y está basado en la novela escrita por Pierre Dumarchais. En él, se nos cuenta una historia de carácter social, pero protagonizada por personajes que parecen salidos de un sueño, como el pintor que se quiere suicidar, el borracho que únicamente desea dormir una noche en una cama con sábanas blancas o Panamá, el dueño de la taberna portuaria, cuya bondad con los demás únicamente es comparable con su amor por el país con cuyo nombre le han apodado. Además Prevert crea unos diálogos afilados, como era habitual en él, que fluctúan entre el argot y la literatura.
Destaca la actuación de la pareja protagonista, así Jean Gabin vuelve a repetir el mismo tipo de personaje que había realizado el año anterior en la película Pépé le Moko (Julien Duvivier, 1937). Así, su hombre duro, fuerte, pero frágil por dentro y de buen corazón nos vuelve a llegar a lo más hondo. Para ello cuenta con la inestimable colaboración de su compañera en la película Michéle Morgan, cuya mirada pura y cristalina nos introduce en un mundo de nostalgia. Por otro lado, su vestuario en esta obra, ese chubasquero y esa boina, le hacen parecer disponer de una coraza que le separa de la dureza de la realidad por la que es rodeada.
La fotografía, obra de Eugen Schufftan, es sencillamente magistral, usando la niebla como un elemento activo en la película. Para ellos se utilizó una iluminación dura que contrasta claramente las escenas diurnas con las nocturnas. A ello se suma la dirección artística del maestro Alexander Trauner, el cual crea unas escenografías estilizadas, casi fantasmagóricas. Merece especial atención los decorados de la feria a la que van Jean y Nely, y como al amanecer sigue junto a ellos, mostrándonos que esa relación entre los dos (al igual que la visita de las ferias a las ciudades) tiene fecha de caducidad.
La obra del director artístico Alexandre Trauner merece un punto y aparte, ya que tras colaborar en Francia con René Clair y Marcel Carné, trabajó en los años 50 con Orson Welles y conoció una segunda juventud en el cine norteamericano trabajando con directores como Joseph Losey, Fred Zinneman, John Huston y sobre todo con Billy Wilder, con el que colaboró en películas como "Testigo de cargo" (Witness for prosecution", 1957), "El apartamento" ("The apartament", 1960), "Uno, dos, tres" ("One, two, three", 1961). "Irma la dulce" ("Irma la douce", 1963), "Bésame tonto" ("Kiss me stupid", 1964) o "Fedora" (1978).
Todo ello es mezclado con maestría por el director Marcel Carné creando una película maravillosa en la que todos los personajes (incluidos los secundarios) están desarrollados a la perfección y las escenas se suceden a buen ritmo, A su vez, la forma de mostrarnos la vida en los bajos fondos de una manera tan poética es realmente destacable, creándose mucha empatía entre el espectador y la pareja protagonista. Como es habitual en Carné el pesimismo reina durante toda la cinta, mostrándonos un mundo duro, difícil y del que los personajes intentan salir sin llegar a conseguirlo.
Carné tuvo la desgracia de coincidir temporalmente con el genio Jean Renoir, por lo que su obra siempre fue comparada con la de éste, siendo por ello infravalorado durante toda su carrera. Sin embargo una revisión de sus películas nos descubre a un director de gran nivel, capaz de crear atmósferas inigualables. Otras películas de este director son: "Hotel del Norte" ("Hotel du Nord", 1938), "Los niños del Paraíso" ("Les enfants du Paradis", 1945), "Teresa Raquin" ("Therese Raquin", 1953), "El aire de París" ("L'air de Paris", 1954) y "Los tramposos" ("Les tricheurs", 1958).
En definitiva, se trata de una gran película que merece mucho la pena ver y así descubrir un tipo de cine hoy olvidado por la mayoría.
Gabriel Menéndez Piñera
https://historiasdelceluloide.elcomercio.es
El argumento es el siguiente: Jean (Jean Gabin) es un soldado francés que ha desertado de su batallón y que busca la manera de salir del país, por ello se dirige a El Havre, donde espera conseguir plaza en algunos de los barcos que desde allí se dirigen a Centroamérica. Durante su corta estancia en la ciudad, Jean conocerá a una variada pléyade de personajes que pueblan las noches de la ciudad portuaria. Entre ellos se encontrará con Nely (Michelle Morgan), una joven de 17 años que se ha escapado de los brazos de su tutor, Zabel (Michel Simon) y que salía con Maurice, el cual ha desaparecido. Maurice solía colaborar con Lucien (Pierre Brasseur) un matón de vía estrecha que también se cruzará con Jean.
El guión lo creó Jacques Prevert, colaborador habitual del director Marcel Carné, y está basado en la novela escrita por Pierre Dumarchais. En él, se nos cuenta una historia de carácter social, pero protagonizada por personajes que parecen salidos de un sueño, como el pintor que se quiere suicidar, el borracho que únicamente desea dormir una noche en una cama con sábanas blancas o Panamá, el dueño de la taberna portuaria, cuya bondad con los demás únicamente es comparable con su amor por el país con cuyo nombre le han apodado. Además Prevert crea unos diálogos afilados, como era habitual en él, que fluctúan entre el argot y la literatura.
Destaca la actuación de la pareja protagonista, así Jean Gabin vuelve a repetir el mismo tipo de personaje que había realizado el año anterior en la película Pépé le Moko (Julien Duvivier, 1937). Así, su hombre duro, fuerte, pero frágil por dentro y de buen corazón nos vuelve a llegar a lo más hondo. Para ello cuenta con la inestimable colaboración de su compañera en la película Michéle Morgan, cuya mirada pura y cristalina nos introduce en un mundo de nostalgia. Por otro lado, su vestuario en esta obra, ese chubasquero y esa boina, le hacen parecer disponer de una coraza que le separa de la dureza de la realidad por la que es rodeada.
La fotografía, obra de Eugen Schufftan, es sencillamente magistral, usando la niebla como un elemento activo en la película. Para ellos se utilizó una iluminación dura que contrasta claramente las escenas diurnas con las nocturnas. A ello se suma la dirección artística del maestro Alexander Trauner, el cual crea unas escenografías estilizadas, casi fantasmagóricas. Merece especial atención los decorados de la feria a la que van Jean y Nely, y como al amanecer sigue junto a ellos, mostrándonos que esa relación entre los dos (al igual que la visita de las ferias a las ciudades) tiene fecha de caducidad.
La obra del director artístico Alexandre Trauner merece un punto y aparte, ya que tras colaborar en Francia con René Clair y Marcel Carné, trabajó en los años 50 con Orson Welles y conoció una segunda juventud en el cine norteamericano trabajando con directores como Joseph Losey, Fred Zinneman, John Huston y sobre todo con Billy Wilder, con el que colaboró en películas como "Testigo de cargo" (Witness for prosecution", 1957), "El apartamento" ("The apartament", 1960), "Uno, dos, tres" ("One, two, three", 1961). "Irma la dulce" ("Irma la douce", 1963), "Bésame tonto" ("Kiss me stupid", 1964) o "Fedora" (1978).
Todo ello es mezclado con maestría por el director Marcel Carné creando una película maravillosa en la que todos los personajes (incluidos los secundarios) están desarrollados a la perfección y las escenas se suceden a buen ritmo, A su vez, la forma de mostrarnos la vida en los bajos fondos de una manera tan poética es realmente destacable, creándose mucha empatía entre el espectador y la pareja protagonista. Como es habitual en Carné el pesimismo reina durante toda la cinta, mostrándonos un mundo duro, difícil y del que los personajes intentan salir sin llegar a conseguirlo.
Carné tuvo la desgracia de coincidir temporalmente con el genio Jean Renoir, por lo que su obra siempre fue comparada con la de éste, siendo por ello infravalorado durante toda su carrera. Sin embargo una revisión de sus películas nos descubre a un director de gran nivel, capaz de crear atmósferas inigualables. Otras películas de este director son: "Hotel del Norte" ("Hotel du Nord", 1938), "Los niños del Paraíso" ("Les enfants du Paradis", 1945), "Teresa Raquin" ("Therese Raquin", 1953), "El aire de París" ("L'air de Paris", 1954) y "Los tramposos" ("Les tricheurs", 1958).
En definitiva, se trata de una gran película que merece mucho la pena ver y así descubrir un tipo de cine hoy olvidado por la mayoría.
Gabriel Menéndez Piñera
https://historiasdelceluloide.elcomercio.es

6.9
14,566
8
19 de mayo de 2019
19 de mayo de 2019
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es tan difícil encontrar en la actualidad en la cartelera cinematográfica una película perteneciente al género western que, a pesar de que no es mi género favorito, acudo al cine casi siempre que una de ellas asoma la cabeza dentro del batiburrillo de superhéroes, comedias insulsas y terrores revisitados. "Los hermanos Sisters" es la última película del director Jacques Audiard, en la cual vuelve a imprimir su carencia por los personajes complicados, con diversos matices cromáticos en su personalidad.
Eli (John C. Reily) y Charlie (Joaquin Phoenix) Sisters son dos asesinos a sueldo, que trabajan de forma asidua para el Comodoro, una especie de cacique local que hace y deshace a su antojo. En esta ocasión la misión consiste en localizar y asesinar a Herman Kermit Warn (Riz Ahmed) un aparentemente inofensivo buscador de oro, cuya búsqueda ya había sido encargada anteriormente a John Morris (Jake Gyllenhaal).
El director francés se basa en la novela de Patrick Dewitt para, junto con el guionista Thomas Bidegain, construir una historia en la que se mezcla clasicismo con modernismo, violencia con filosofía y amistad con amor fraternal. Todo ello junto, construye uno de los mejores exponentes del western que se hayan podido ver en lo que va de siglo XXI. Una historia original, en la que se revitalizan algunas constantes del género, mientras que se nos muestran otras de forma novedosa.
El aspecto técnico es notable, ya que Audiard construye un mundo propio basado en una luz muy onírica (o ausencia de ella), la cual crea unos colores realmente especiales. Así mismo la puesta en escena es realmente brillante, creando secuencias de gran belleza y, a veces, de un enorme impacto visual. Por otro lado el ritmo, sin ser vertiginoso, no decae en ningún momento, remarcando así su estatus de película europea. Una obra que se da tiempo para ir creciendo sin prisas en la mente del espectador.
Por supuesto una película que combina en su reparto los nombres de Joaquin Phoenix, John C. Reilly y Jake Gyllenhaal ya tiene muchas papeletas para que sea una buena película. Los dos primeros hacen una excelente labor en sus papeles de dos hermanos con un carácter totalmente diferente. Eli es tranquilo y sueña con retirarse a una granja y formar una familia, mientras que Charlie disfruta con su trabajo y con su alcoholismo y no ve razón alguna para retirarse, a pesar del peligro constante al que se ven sometidos. Por su parte Gyllenhaal vuelve a dar un toque personal a su personaje, un buscavidas sensible, ilustrado e inteligente cuyo papel en la trama se torna fundamental.
El film es violento, una violencia necesaria para poder mostrar las características de los personajes, pero no es el "leitmotiv" de la película, si no uno más de los aderezos necesarios para crear un film tan realista como el que nos ocupa. El oeste era un mundo sucio, violento y exento de escrúpulos y así se nos muestra en "Los hermanos Sisters". Es precisamente la mezcla de realismo y lirismo una de las claves de la película y uno de sus mayores atractivos para el espectador exigente.
Las localizaciones están rodadas en su mayor parte en diversos parajes españoles, desde Almería (como no) a Aragón o Navarra. Localizaciones que se reflejan en pantalla con una belleza superlativa, al estilo del western más clásico, el que rodaba el genio John Ford. Sin embargo los poblados que visitan los protagonistas reflejan la dureza de la vida en aquella época y lugar.
Los amantes del western clásico no se verán defraudados con este film, en el que los tiroteos y las cabalgadas están muy presentes. Sin embargo serán los que prefieran la estética del spaghetti western, los que realmente disfrutarán con una película, que entretiene sin dejar de hacer pensar y sentir a aquel espectador que se zambulla en sus aguas preñadas de oro.
Gabriel Menéndez Piñera
https:historiasdelceluloide.elcomercio.es
Eli (John C. Reily) y Charlie (Joaquin Phoenix) Sisters son dos asesinos a sueldo, que trabajan de forma asidua para el Comodoro, una especie de cacique local que hace y deshace a su antojo. En esta ocasión la misión consiste en localizar y asesinar a Herman Kermit Warn (Riz Ahmed) un aparentemente inofensivo buscador de oro, cuya búsqueda ya había sido encargada anteriormente a John Morris (Jake Gyllenhaal).
El director francés se basa en la novela de Patrick Dewitt para, junto con el guionista Thomas Bidegain, construir una historia en la que se mezcla clasicismo con modernismo, violencia con filosofía y amistad con amor fraternal. Todo ello junto, construye uno de los mejores exponentes del western que se hayan podido ver en lo que va de siglo XXI. Una historia original, en la que se revitalizan algunas constantes del género, mientras que se nos muestran otras de forma novedosa.
El aspecto técnico es notable, ya que Audiard construye un mundo propio basado en una luz muy onírica (o ausencia de ella), la cual crea unos colores realmente especiales. Así mismo la puesta en escena es realmente brillante, creando secuencias de gran belleza y, a veces, de un enorme impacto visual. Por otro lado el ritmo, sin ser vertiginoso, no decae en ningún momento, remarcando así su estatus de película europea. Una obra que se da tiempo para ir creciendo sin prisas en la mente del espectador.
Por supuesto una película que combina en su reparto los nombres de Joaquin Phoenix, John C. Reilly y Jake Gyllenhaal ya tiene muchas papeletas para que sea una buena película. Los dos primeros hacen una excelente labor en sus papeles de dos hermanos con un carácter totalmente diferente. Eli es tranquilo y sueña con retirarse a una granja y formar una familia, mientras que Charlie disfruta con su trabajo y con su alcoholismo y no ve razón alguna para retirarse, a pesar del peligro constante al que se ven sometidos. Por su parte Gyllenhaal vuelve a dar un toque personal a su personaje, un buscavidas sensible, ilustrado e inteligente cuyo papel en la trama se torna fundamental.
El film es violento, una violencia necesaria para poder mostrar las características de los personajes, pero no es el "leitmotiv" de la película, si no uno más de los aderezos necesarios para crear un film tan realista como el que nos ocupa. El oeste era un mundo sucio, violento y exento de escrúpulos y así se nos muestra en "Los hermanos Sisters". Es precisamente la mezcla de realismo y lirismo una de las claves de la película y uno de sus mayores atractivos para el espectador exigente.
Las localizaciones están rodadas en su mayor parte en diversos parajes españoles, desde Almería (como no) a Aragón o Navarra. Localizaciones que se reflejan en pantalla con una belleza superlativa, al estilo del western más clásico, el que rodaba el genio John Ford. Sin embargo los poblados que visitan los protagonistas reflejan la dureza de la vida en aquella época y lugar.
Los amantes del western clásico no se verán defraudados con este film, en el que los tiroteos y las cabalgadas están muy presentes. Sin embargo serán los que prefieran la estética del spaghetti western, los que realmente disfrutarán con una película, que entretiene sin dejar de hacer pensar y sentir a aquel espectador que se zambulla en sus aguas preñadas de oro.
Gabriel Menéndez Piñera
https:historiasdelceluloide.elcomercio.es
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