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Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
31 de agosto de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no es hasta tres semanas más tarde cuando el calendario nos marca la llegada del otoño, tendemos a asociar el último día de agosto con el fin del verano, como si por una suerte de hechizo esas horas se nos antojasen las últimas que nos permiten aún saborear la verdadera libertad estival. En la segunda película del noruego Joachim Trier, “Oslo, 31 de agosto”, el título encierra algo más que una mera simbología, sirviendo de sutil e hiriente metáfora a los hechos que presenciaremos en primera persona a través de Anders durante las 24 horas de ese día.

Las idas y venidas de 34 años de vida se condensan en un espacio y tiempo limitados, donde cada plano de Oslo destila frescura gracias a una cámara que se lanza sin restricciones a seguir cada rastro de su errabundo protagonista, homenajeando así el espíritu de la nouvelle vague. Mientras las heridas vitales amenazan cada nuevo paso, la sombra de un hombre brillante se pregunta qué empuja al ser humano a luchar tomando la incertidumbre como única certeza en el mapa a seguir. Demostrando la vigencia del texto en el que se basa (“El fuego fatuo”, de La Rochelle), la libre adaptación de Trier es un brillante ejercicio de estilo narrativo y visual al servicio de las inquietudes que afligen al hombre en el contexto social de su tiempo.

Con la fragilidad de las relaciones humanas y el infierno de las adicciones como telón de fondo, este bello y devastador relato sobre la vulnerabilidad emocional e intelectual que se esconde en la acomodada sociedad noruega remite a ese aire viciado del cual nos hablara Sylvia Plath en “La campana de cristal”. Un aire que, teñido del existencialismo más feroz en su contenido, acorrala a los viandantes nauseabundos avivando las brasas del fuego que terminará por devorarlos. Peaje caro y doloroso que muchos, sin saberlo, están condenados a pagar.
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spoiler:
Había un tiempo en el que la palabra soñar entrañaba algo más que la anhelada utopía. Se erigía en motor vital, en oasis al que asirse para reafirmarte en tus decisiones. Lo esencial sería caminar, atreverse a dejar las huellas que tu espíritu te instaba a devolver a un mundo que aparentemente te había otorgado las herramientas necesarias para continuar. ¿Es lo que creían todos, o se dejaban llevar cuán esclavos de lo más arraigado en el tejido social al que pertenecían? Y llega un día, o más bien él se te descubre en su renovada apariencia, en el que aquel horizonte se antoja como una falacia, disfrazada de ilusión y fácilmente prescindible. La encarnizada lucha vital te muestra por fin lo implacable de su persecución. Termina por caerse la máscara que el elixir de la juventud nos había ocultado. La imagen proyectada sobrecoge, pero al mismo tiempo emana una sosegada paz. Quizás ya la esperabas. Y ahí lo descubres. Si. "Tout s'en va".

La reflexión previamente expuesta sirve para resumir la odisea vital de Anders en ese día clave, donde se intuye desde el inicio la decisión que ha tomado (la premisa del suicidio programado sobrevuela durante todo el metraje). Aunque el claro protagonista es él, la galería de personajes y situaciones que nos presenta el film construye una estampa generacional de treinteañeros que parecen dejar atrás su juventud llevando a cabo una vida convencional sin sobresaltos (pareja estable, hijos, problemas anodinos). Pero a pesar de su aparente imagen de confort, se abre un submundo poblado de personajes insatisfechos, narcisistas e hipócritas, que no dudan en tratar el idealismo o las miserias que pueblan el horizonte de Anders con una condescendencia hiriente rayando, en algunos casos, en lo amoral.

Decía el director en una de sus entrevistas que, precisamente, el alto idealismo del personaje era responsable en gran medida de su autodestrucción, tal y como había observado en colegas durante su juventud. Ya se sabe, como nos demostró Eric Rohmer con la protagonista de “El rayo verde” (1986), que las altas expectativas culturales y emocionales suelen conducir al aislamiento y la angustia existencial. Tema bellamente tratado en ambos filmes, aunque desde ópticas diferentes y con finales antagónicos.

Como reverso de la moneda que refleja la cara de Anders, encontramos a la llamada "sociedad del bienestar” que repudia a los que, como él, se han desvinculado de una vida modélica. Esos recovecos, invisibles pero punzantes, que parchean la red de nuestras interrelaciones personales demuestran lo inestable de sus cimientos y la hipocresía con la que solemos juzgar a aquéllos que se desmarcan de la senda “correcta”. A ese vacío se une el dolor por la incapacidad de sus familiares de acercarse a él, anteponiendo la cobardía al deseo de empatizar, rasgo que alcanza el máximo valor al no asistir la hermana de Anders a su cita en la cafetería.

Sin duda, tras “Oslo, 31 de agosto” y “El amor es más fuerte que las bombas” (y a la espera de ver su primer film, “Reprise”), Joachim Trier se ha convertido en un referente al que seguir en futuros proyectos. Lo que aquí consigue es harto difícil, ya que son pocas las películas que consiguen atraparte por mucho tiempo sin saber del todo por qué. Si hay una película que me ha tocado en los últimos meses es el arduo camino de este lobo estepario (en una interpretación extraordinaria de Anders Danielsen Lie), nacido de la pluma de La Rochelle en los años 30 y rebautizado como Anders ochenta años después. Su visión de la soledad que albergan las almas más sensibles y creativas se ha impregnado en mí como una segunda piel, susurrándome, en este día que cierra agosto, que no olvide a los que habitan las calles como él.
21 de septiembre de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿A quién no le ha ocurrido nunca tras terminar una relación (sentimental, de amistad, laboral…) pensar en todo aquello que debía haber dicho pero sin embargo nunca dijo? Y eso no es lo más terrible, lo peor es seguir rumiando qué hacer para intentar mitigar parte del dolor que te está perforando por dentro. Para sentirse como un perdedor terrenal pero mantener la moral victoriosa es frecuente reflexionar sobre todos los puntos en cuestión: ¿por qué no funcionó? ¿en qué momento perdí la capacidad crítica y fui incapaz de darme cuenta que ese no era el camino? ¿se puede hablar de amor cuando uno de los dos renuncia a una parte de sí mismo en nombre de aquello que siente por la otra persona? ¿y si aquello acabó siquiera antes de haber comenzado? Ann y Don, protagonistas de la cinta dirigida por Isabel Coixet, se enfrentan a muchos interrogantes antes de decidir cuál es la siguiente parada en su devenir existencial. Y en ese camino se toparán con diversos personajes, en un marco muy particular dotado de una sensibilidad y naturalidad apabullantes. En el metraje se intercalan pequeñas historias de seres abrumados por la enfermedad, la soledad, las dudas y el deseo, todo ello tratado con honestidad.

La cineasta catalana se lanzó en los 90 a realizar una potente narración audiovisual con un argumento muy alejado del cine convencional español (no obstante, la ambientación y el reparto en su gran mayoría son internacionales) y la jugada le salió a las mil maravillas. Fueron numerosos los galardones que recibió y con el tiempo la película se ha convertido en una pequeña joya del cine de culto. Al estilo narrativo de la autora hay que añadir una fotografía natural y un espíritu cautivador. Personalmente, me alegro de no haberla visto hace unos años cuando era adolescente, pues creo que hay detalles que inevitablemente se me hubieran escapado. Pienso que a menudo tendemos a vivir con prisas, con la mente puesta en futuros proyectos, y eso nos impide saborear los pequeños detalles que configuran nuestra vida, los cuales pueden resultar invisibles, pero que sin embargo juegan un papel esencial en nuestro bienestar cotidiano. Casi todos nos pasamos gran parte del tiempo buscando la felicidad, pero cuándo la tenemos ¿somos realmente consciente de ello? Esta y otras cuestiones vitales son una constante en los diálogos, y reafirman lo efímero de la existencia humana, cómo experimentamos la dicha y al siguiente instante podemos caer presa del tedio más insoportable.

Siempre quedan palabras por decir, cartas que se escriben cuyos destinatarios no leerán, ojos y oídos que espían asuntos ajenos, anhelos difíciles de lograr, desgarros que convierten nuestro cuerpo en improvisados jirones esparcidos y piezas de puzles que no acaban de encajar. Pero aún así continuamos. Esta es una emotiva historia que nos muestra cómo a veces termina un ciclo de la vida y debemos aprender a vivir de un modo diferente, pero no tratando de discernir cuáles fueron los errores que provocaron el final de lo anterior, sino tomando aquello que nos viene por delante con la mayor vitalidad e ilusión posibles. Tal vez la clave, a fin de cuentas, sea dejarse llevar. Simplemente.
1 de abril de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corre el año 1964, un colegio católico del Bronx acepta al primer alumno negro. La hermana Beauvier lleva dirigiendo el centro con mano férrea durante años, la disciplina a la antigua usanza es su valor más distintivo. Un detalle prácticamente nimio pone en alerta a la joven hermana James, que inocentemente le comenta a Sor Beauvier un incidente ocurrido entre el nuevo alumno y el adelantado padre Flynn. Desde este momento, la sospecha infundada por la joven monja en la estricta directora lleva a ésta a emprender una caza de brujas contra el sacerdote. A medida que va avanzando la película nos muestran pequeños detalles que van destinados a incrementar las dudas del espectador sobre lo que está ocurriendo realmente. ¿Es un caso de pederastia o simplemente es protección al alumno más vulnerable? El mensaje que interpreto del film en general es la importancia que juegan nuestros prejuicios al valorar a la ligera la información que nos llega. Bien es cierto que el ser humano nunca podrá ser objetivo, estamos subyugados a vivir en una perpetua subjetividad, y más cuánto a emociones se refiere. Nuestra educación, valores, experiencias y prejuicios determinan la forma en la que nos comportamos en determinadas situaciones y con los demás, por mucho que nos guste creer en la libertad de nuestras acciones y pensamientos.
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La declaración de la madre de Donald a la hermana Beauvier sobre la supuesta homosexualidad del chico introduce una buena baza a la hora de jugar con las especulaciones. A algunos les escandalizará que la madre no se inmute o incluso vea bien que el sacerdote pueda abusar de su hijo si eso permite que el chico esté protegido, pero debemos entenderla. En una época de moral tan estricta (ya no solo porque se estaba comenzando a derribar la barrera del racismo sino porque dentro de su familia el chico es repudiado por su padre por motivos no del todo claros) esa madre solo quiere luchar para que Donald conserve la vida. Bastante duro deber ser correr el riesgo de esa sufrir aberrante situación a cambio de que su hijo conserve la integridad física. Por cierto, la actuación de Viola Davis es soberbia, y a pesar de los escasos minutos que aparece en pantalla, le valió una nominación al Oscar. Las dudas que me acompañaron durante la película bailaron por momentos, pero no excesivamente, pues yo opto por la postura que afirma la inocencia del sacerdote. Su marcha del colegio la interpreto como una resignación, ha comprendido que la hermana Beauvier no va a cejar hasta que lo destituyan, y decide irse para proteger al chico y evitarle verse implicado en un escándalo. La conversación final de las dos monjas vuelve a reafirmar mi postura, pues es ahí donde tenemos a una imponente Meryl Streep desahogándose con la joven hermana, pues si señores, ahora tiene dudas. De todos modos no creo que esta explicación tenga por qué ser la única y la verdadera, pues tal y como comenté antes creo que lo que pretende decirnos es que tenemos que manejar mejor la información que nos llega y no lanzar veredictos inmediatos, pues la vida de una persona puede ponerse en peligro. Y si ya de por sí esto es una lástima, lo es aún más si hemos errado en nuestro fatal juicio.
13 de diciembre de 2013 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayer tuve la oportunidad de asistir a la Filmoteca de Extremadura, donde se proyectó esta película al haber sido una de las propuestas realizadas por el Observatorio de los Derechos Humanos de Badajoz, con el propósito de recordar la importancia de que tales derechos sigan garantizándose y denunciar todo acto contrario a ellos. Puede que la primera impresión de quiénes estábamos allí fuese de tedio e incluso incredulidad al tratarse de una de tantas películas que abordan el tema del nazismo. Pero esta es una cinta poco convencional, que se aleja de lo que el cine ha solido plasmar sobre el tema anteriormente mencionado. La directora Margarethe von Trotta recupera la figura de la carismática politóloga y filósofa (es justo decir que rechazaba que la denominasen como tal) Hannah Arendt, conocida, entre otras cuestiones, por su teoría sobre el totalitarismo y sobre la controvertida visión que aportó al mundo del conocido juicio a Adolf Eichmann, uno de los responsables de la "Solución final de los Judíos".

La narración comienza con ímpetu, mostrándonos algunos detalles de la vida de la protagonista en Nueva York, ciudad en la que imparte clases universitarias. Pero poco después se verá involucrada en un entramado viaje personal , pues son difusas y contradictorias las impresiones que el proceso judicial despertará en ella, además de las confrontaciones ideológicas y vitales a las que se verá sometida. Se trata de una cinta tratada con inteligencia, sensibilidad y alejada de toda demagogia posible, pues el efecto que pretende conseguir en el espectador es el de plantear preguntar y posibles respuestas sobre todo lo ocurrido, sin ningún tipo de imposición, algo difícil de conseguir. Es por eso que no la considero apta para todos los públicos, sino que está dirigida a aquellos espectadores partidarios de mantener una actitud activa durante la proyección, pues son muchas las cuestiones tratadas y desde diferentes prismas.

Puede decirse que “Hannah Arendt” es una película que nos invita a formar parte de los diálogos que tienen lugar en ella, nos transporta al interior de diversos personajes y trata de reflejar que incluso las injusticias más nimias o disfrazadas pueden ser igual de crueles que las reconocidas por todo el mundo. Por eso es más que recomendable.
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Uno de los temas predilectos en la obra de Hannah Arendt fue el Mal, entendido en un primer momento como un acto banal por ella, pero a menudo discutido y confrontado con la idea del Mal radical. La "banalidad del Mal" propuesta por Hannah se personifica en su opinión sobre Eichmann, pues entiende que los actos cometidos por él y que fueron un eslabón más en la cadena que condujo a la muerte de miles de personas fueron fruto de la disociación que hizo el propio Eichmann entre su conciencia y el orden. Es decir, es posible que renunciara a su pensamiento como ser humano racional y antepusiese su deber de cumplir las órdenes establecidas por el sistema jerárquico al que pertenecía, siendo su rango inferior al de otros. Es ahí donde la teoría sobre “La banalidad del Mal” cobra sentido, aquellos actos atroces que son cometidos por “ingenuidad” o al negarnos la capacidad de cuestionar lo que se está haciendo. Es precisamente esta conjetura la que me ha llevado a reflexionar sobre una de las principales causas del totalitarismo, pues tal y como Heidegger le dice en un momento dado a Hannah en la película, “pensar es una tarea solitaria”. Está claro que tal afirmación encierra mucha verdad, pero también es cierto que suele existir una necesidad primigenia en el ser humano de compartir unas ideas y sentirse identificado como parte de un colectivo. Y ese es la raíz de no pocas catástrofes, pues son muchos los que creen en algo común, pero también no son pocos los que han hecho renuncia de su capacidad de pensamiento como ente individual, contribuyendo a la fermentación de un engranaje que posibilite la ascensión de esa conexión ideológica como sistema totalitario, donde poco piensan y todos creen. De ese modo se constituye una nueva realidad, en la que encontraríamos una situación en la serían escasas las personas que meditan sobre los distintos aspectos de su entorno, fenómeno que podría denominarse “aburguesamiento intelectual”. Esa renuncia que muchos eligen hacer los conduce a un lamentable estado, el de la ignorancia, fuente de no pocas desgracias.

Pero el Mal, según Hannah, no puede ser radical, en cambio sí suele ser extremo, pues es capaz de despojar de toda humanidad a las víctimas. Los actos cometidos por el nacionalsocialismo llevaron a la aniquilación moral de los judíos (principales perseguidos, pero no los únicos) como seres humanos, pues iban destinados no solo a exterminarlos físicamente, sino también como entes pensantes. Al internarlos en los campos de concentración conseguían que creyesen que todos sus actos (como el trabajo) y sus sentimientos careciesen de sentido. Matar su Humanidad, el crimen más atroz a ojos de la protagonista. Me he tomado la libertad de interpretar alguna de las posturas ideológicas planteadas en el desarrollo de la cinta al encontrar interesante el modo en el que ella lo abordaba, pues el material que nos muestran se presta a diversas interpretaciones.

Tampoco debemos pasar por alto la situación de extorsión y el sensacionalismo que suscitaron los artículos publicados por la politóloga sobre el proceso de Eichmann. Intentar negarle la expresión a una persona es deleznable, aunque detrás se encuentre un colectivo que ha sido expuesto a múltiples vejaciones e injusticias. Ella trataba de comprender, pero eso no significaba que perdonase o tratase el tema de forma fría y mecánica, a pesar de que la denunciasen como tal. Encuentro paradójico la forma en que a veces se dirigían a su persona, tachándola de arrogante, pues hay situaciones en las que la percibo cálida y empática, incluida una escena concreta que me emocionó sobremanera. Se trata de la visita que hace a su amigo moribundo, dónde habla de su incapacidad de querer a ningún pueblo por su identidad, pero manifiesta su necesidad de amar a sus amigos. Para mí eso es Humanidad en estado puro. Si no lo quieren o quisieron ver, es otra cuestión que ahora no me toca comentar.
29 de noviembre de 2012
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pretendo realizar esta crítica centrándome en varios aspectos de la misma que pueden ser de especial discusión, pero ante todo entiendo que esta historia aborda la idea de hasta qué punto estamos instaurados como civilización los humanos, a la vez que nos lleva a cuestionarnos si esas bases son o no fáciles de mantener. Vaya por delante que no he leído el libro en el que se inspira la película, y por tanto al analizar la historia puede ser que pierda detalles de relevancia. Por otro lado, este clásico marcó camino a la hora de hacer cine en cuanto a las películas de su género: terror psicológico, alta tensión en el metraje, juego de planos con la cámara nunca antes vistos en el cine. Pero ya que no estoy capacitada para hacer una buena valoración del nivel técnico, me centraré en su análisis psicológico, el cual es profundo a mi parecer.
El título Civilización vs. Naturaleza hace referencia al protagonista, David Summer, un astrofísico norteamericano recién emigrado a un pueblo inglés junto a su mujer Amy, oriunda de tal lugar. David representa el papel de la civilización, es un hombre con una idea y plan de vida, que se irá dando cuenta que no podemos pretender tener nuestra vida bajo control, pues nuestras acciones dependen de las circunstancias que existen en nuestro entorno. Desde el inicio del metraje vamos palpando la tensión y el agobio del pueblo a través de sus habitantes, que representan diferentes aspectos de nuestra sociedad occidental: el delirio, el fanatismo, la religión, una misoginia a mi parecer brutal, la enfermedad y total falta de comprensión hacia esos enfermos y la sexualidad más cruel. Es nuestra parte más primigenia adonde quiero ir a parar: nos hemos instaurado como civilización y a menudo tendemos a olvidar nuestros orígenes naturales, pero al fin y al cabo somos animales. Estos aspectos tan primitivos se encuentran muy bien representados en esta película, así que lo que nos invita a preguntarnos bien podría ser: ¿Estamos consolidados realmente como civilización? ¿Puede llegar el momento en el que afloren nuestros instintos más básicos como mecanismo de defensa en respuesta a un ataque? Si es así, por mucho que nos veamos superiores al resto de los seres vivos, bien podría pasar que en algún momento las leyes naturales se vuelvan a imponer a las leyes humanas, las cuales tenemos tan establecidas y consideradas como inalterables. Si, saldría ese dios salvaje que llevamos dentro según la última película de Polanski.
Concibiendo el cine como algo más allá del entretenimiento, veo aquí un magnífico ensayo sobre el comportamiento del ser humano con sus congéneres y su entorno. Para entender esto mejor comentaré en el spoiler el dilema que se le presenta a David en un momento dado de la película:
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spoiler:
David es un ciudadano completamente cabal, que casi imperceptiblemente tendrá que ir comprendiendo que el entorno en el que vive está enrarecido y enfermo de una total violencia y maldad. El espectador va siendo consciente del peligro que acecha a David y su mujer, pero él parece no querer aceptarlo hasta bien entrada la película. Cuando tenga que defender al enfermo Henry Niles, que ha matado a Janice, de los familiares de ésta (en este aspecto la película me recuerda a M, el vampiro de Dusseldorf de Fritz Lang, en el sentido de que la población civil toma la justicia por su cuenta) no le quedará alternativa: o permite el asesinato de un enfermo y se arriesga a su propia integridad y la de su esposa, o responde con el único arma que tiene para sobrevivir, la violencia con la que está siendo atacado. Es ese el momento de la auténtica conversión de David, no hay vuelta atrás, se ha convertido en un ser primigenio, lo único que importa es mantenerse a salvo y acabar con el enemigo que quiere aniquilarle. No pretendo ni mucho menos hacer apología de la violencia, sino que creo que su presencia está más que justificada.
Esa vuelta a nuestros orígenes también queda muy patente en la enorme misoginia, explícita e implícita, de la que adolece la película. No debemos olvidar las numerosas violaciones que se dan en muchas especies animales y, que han sido la civilización y el pensamiento filosófico los que poco a poco han ido dando ese carácter independiente y equitativo a la mujer en la sociedad actual de ciertos países.
Y espectacular me parece la escena final dónde los protagonistas están encerrados en su propia casa luchando contra el peligro que les acecha fuera. Si no recuerdo mal, fue Hitchcock el que empleó en Los pájaros por primera vez este recurso que consigue angustiar por completo al espectador.
Al final lo que más pena me da es David, no solo cuándo comprende que su mujer y él tienen visiones totalmente diferentes de la vida, sino porque ya nunca volverá a ser el mismo. Y si, pienso que siempre es triste que nos arrebaten nuestra inocencia.
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