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1
5 de noviembre de 2013
5 de noviembre de 2013
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras un primer paso en la dirección de largometrajes tan fallido y poco consistente como fue Tú eliges (2009), se esperaba que en su segunda intentona Antonia San Juan hubiera aprendido algo del error y Del lado del verano supusiera, de algún modo, una evolución en su faceta de realizadora. Nada más lejos de la realidad. Al menos en la primera, la San Juan supo brindarle un merecido lucimiento a una actriz altamente desaprovechada por nuestra industria, Neus Asensi, que salvaba como podía (o como la dejaban) la parte que le tocaba de la función. En Del lado del verano, ni eso. Porque este pretendido reflejo de la idiosincrasia y del espíritu vital inherente a los habitantes de las islas, se nos antoja más un chapucero cóctel de elementos trágicos y dramáticos que, por acumulación, se torna pronto en una caricatura de los mismos, erigida por su propia creadora casi más como un juguete de su personal vanagloria, que en un homenaje a sus paisanos, que poco orgullosos debería sentirse de serlo tras ver Del lado del verano.
Drogas, alcoholismo, cáncer, homosexualidad, SIDA, homofobia, machismo, esquizofrenia, infidelidad y tantos otros elementos catalizadores de mil y un dramas se entremezclan en la trama de esta película, que pone sus miras en las relaciones disfuncionales de una familia de clase media canaria, donde cada uno de sus miembros posee una tara social concreta. La verosimilitud brilla por su ausencia no sólo por tremendo planteamiento, sino también por la forma exagerada e impúdica con la que tales deficiencias se pasean incólumes por la pantalla. De este modo, el más que rebuscado drama surge en la cinta de San Juan de manera extravagante y del todo inconexa, pues no hay atisbo alguno por parte del texto por justificar mínimamente, con algo cercano a la sensibilidad o a la lógica, tremendo mejunje de tragedias personales, más influida la directora por la estrambótica y exacerbada concepción del melodrama del peor Pedro Almodóvar, que por la armonía y la calidez tonal de los clásicos de Douglas Sirk. O, en otras palabras, la célebre telenovela venezolana Topacio (1984) resulta el colmo de la originalidad melodramática y la mesura narrativa, comparada con este segundo largometraje de Antonia San Juan.
El ridículo alcance y resultado final de la parte trágica se ve reforzado por la comicidad extravagante con la que la directora entremezcla todo el cotarro, basada en un cansino ejercicio de contrastes entre lo que se ve y lo que se oye, pues todo el fatídico humor que desprende Del lado del verano surge por la acumulación en los diálogos de un sin fin de tacos y barbaridades mil o, ya llegados casi al final, por la entusiasta intención de la directora y guionista por rizar el rizo de lo dramático, hundiéndose en la parodia y rozando lo escatológico. No hay, ni siquiera, un trabajo de puesta en escena que merezca tal denominación, pues toda la farsa se desarrolla a través de un lenguaje acartonado, funcional de puro aséptico, que bebe terriblemente de parámetros televisivos, lo que denota que el fiasco producido por su ópera prima no debe ser achacable a la impericia de una debutante, sino a la, ahora sí, constatada incompetencia de Antonia San Juan para construir como es debido una obra cinematográfica. Siendo Del lado del verano la gran favorita a obtener el título, de dudoso honor, de ser la peor película española del año.
Ni tan siquiera en la dirección de actores es capaz la habitualmente actriz de sacar algo que justifique el precio de la entrada. A Macarena Gómez le confiere altas dosis de lucimiento, pero al mismo tiempo la hace lidiar con unos parlamentos con molesto tufillo a libro de filosofía barata, algo que, unido al artificioso acento canario que luce, terminan poniendo en evidencia la poca credibilidad de la actriz en un registro que se aleje de los roles alocados que la han hecho famosa. Eduardo Casanova está forzado y antinatural, terrible de puro desentonado, por lo ampuloso de cada una de sus apariciones. Luis Miguel Seguí jamás intenta sacar a su personaje del plano bidimensional, consiguiendo con su caricatura de ese tartamudo que echemos verdaderamente en falta el cine de Mariano Ozores. El abanico de actrices secundarias actúan cada una de ellas en registros bien distintos, redundando así en la insostenible disparidad del conjunto y, muchas de ellas, mereciendo la cárcel por sus nada trabajados personajes, incorporados desde un espontaneísmo sucio y chabacano. Sólo Secun de la Rosa puede salvarse de la quema, aunque más por simpatías subjetivas de este servidor que por llevar a cabo un trabajo verdaderamente digno. Para terminar, como no podía ser de otro modo, la directora se reserva para sí misma las más cuantiosas dosis de lucimiento, de su verborreica y deslenguada vis cómica por un lado, y, el colmo del despropósito, de su histriónico y crispado registro trágico, tan inservible como todo lo demás para conferir emoción a una película incongruente y desatinada. Solo para incondicionales (que ya es mucho).
http://actoressinverguenza.blogspot.com
Drogas, alcoholismo, cáncer, homosexualidad, SIDA, homofobia, machismo, esquizofrenia, infidelidad y tantos otros elementos catalizadores de mil y un dramas se entremezclan en la trama de esta película, que pone sus miras en las relaciones disfuncionales de una familia de clase media canaria, donde cada uno de sus miembros posee una tara social concreta. La verosimilitud brilla por su ausencia no sólo por tremendo planteamiento, sino también por la forma exagerada e impúdica con la que tales deficiencias se pasean incólumes por la pantalla. De este modo, el más que rebuscado drama surge en la cinta de San Juan de manera extravagante y del todo inconexa, pues no hay atisbo alguno por parte del texto por justificar mínimamente, con algo cercano a la sensibilidad o a la lógica, tremendo mejunje de tragedias personales, más influida la directora por la estrambótica y exacerbada concepción del melodrama del peor Pedro Almodóvar, que por la armonía y la calidez tonal de los clásicos de Douglas Sirk. O, en otras palabras, la célebre telenovela venezolana Topacio (1984) resulta el colmo de la originalidad melodramática y la mesura narrativa, comparada con este segundo largometraje de Antonia San Juan.
El ridículo alcance y resultado final de la parte trágica se ve reforzado por la comicidad extravagante con la que la directora entremezcla todo el cotarro, basada en un cansino ejercicio de contrastes entre lo que se ve y lo que se oye, pues todo el fatídico humor que desprende Del lado del verano surge por la acumulación en los diálogos de un sin fin de tacos y barbaridades mil o, ya llegados casi al final, por la entusiasta intención de la directora y guionista por rizar el rizo de lo dramático, hundiéndose en la parodia y rozando lo escatológico. No hay, ni siquiera, un trabajo de puesta en escena que merezca tal denominación, pues toda la farsa se desarrolla a través de un lenguaje acartonado, funcional de puro aséptico, que bebe terriblemente de parámetros televisivos, lo que denota que el fiasco producido por su ópera prima no debe ser achacable a la impericia de una debutante, sino a la, ahora sí, constatada incompetencia de Antonia San Juan para construir como es debido una obra cinematográfica. Siendo Del lado del verano la gran favorita a obtener el título, de dudoso honor, de ser la peor película española del año.
Ni tan siquiera en la dirección de actores es capaz la habitualmente actriz de sacar algo que justifique el precio de la entrada. A Macarena Gómez le confiere altas dosis de lucimiento, pero al mismo tiempo la hace lidiar con unos parlamentos con molesto tufillo a libro de filosofía barata, algo que, unido al artificioso acento canario que luce, terminan poniendo en evidencia la poca credibilidad de la actriz en un registro que se aleje de los roles alocados que la han hecho famosa. Eduardo Casanova está forzado y antinatural, terrible de puro desentonado, por lo ampuloso de cada una de sus apariciones. Luis Miguel Seguí jamás intenta sacar a su personaje del plano bidimensional, consiguiendo con su caricatura de ese tartamudo que echemos verdaderamente en falta el cine de Mariano Ozores. El abanico de actrices secundarias actúan cada una de ellas en registros bien distintos, redundando así en la insostenible disparidad del conjunto y, muchas de ellas, mereciendo la cárcel por sus nada trabajados personajes, incorporados desde un espontaneísmo sucio y chabacano. Sólo Secun de la Rosa puede salvarse de la quema, aunque más por simpatías subjetivas de este servidor que por llevar a cabo un trabajo verdaderamente digno. Para terminar, como no podía ser de otro modo, la directora se reserva para sí misma las más cuantiosas dosis de lucimiento, de su verborreica y deslenguada vis cómica por un lado, y, el colmo del despropósito, de su histriónico y crispado registro trágico, tan inservible como todo lo demás para conferir emoción a una película incongruente y desatinada. Solo para incondicionales (que ya es mucho).
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5.8
4,724
3
3 de junio de 2013
3 de junio de 2013
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde These Three (Esos tres) (1936), de William Wyler, y su remake The Children's Hour (La calumnia) (1961), también de Wyler, hasta el clásico del cine de terror The Omen (La profecía) (1976), de Richard Donner, pasando por The Bad Seed (La mala semilla) (1956), de Mervyn LeRoy, o la más reciente We Need to Talk About Kevin (Tenemos que hablar de Kevin) (2011), de Lynne Ramsay, el argumento con niño más o menos diábolico o malvado ha venido dando mucho juego en esto del cine, ya sea para instaurar el eterno debate acerca del germen del mal en la mente humana (¿el asesino nace o se hace?) o, simplemente, para elaborar productos de género con ánimo meramente comercial capaces de generar espectáculo a través de una pormenorizada intriga en aras de la sorpresa final. Es por ello que un título como Hijo de Caín, adaptación al cine de la exitosa novela "Querido Caín" (2006), escrita por el escritor y psicólogo educativo Ignacio García-Valiño, tiene más que limitada su capacidad para sorprender por encontrarse estrictamente adscrito a un (sub)género ampliamente reconocido por el respetable.
Porque el guión de la película, escrito al alimón entre Sergio Barrejón y David Victori tiende a lo largo de todo el metraje una esquemática tela de araña con la intención de encubrir ante el espectador al verdadero culpable, soslayándole o tratando de exculparle apuntando sus dardos siempre hacia el falso. Y lo cierto es que Jesús Monllaó articula la puesta en escena de su ópera prima con notable pulso y no poco gusto estético. Es de alabar este debut en el largometraje del anteriormente premiado cortometrajista, precisamente por su capacidad manifiesta para generar una conveniente y efectiva atmósfera de inquietante penetración, contextualizando su historia a través de lujosas cenas burguesas y dinámicas y tensas partidas de ajedrez. Sin embargo, a pesar de construir un filme que jamás decae en ritmo y que se encuentra formalmente bastante bien manufacturado, Hijo de Caín termina no siendo un thriller solvente. Primero por la indecisión a través de la que acaba bifurcándose el tono de la película, que empieza con fuerza narrativa y potencia visual aclimatándose a los estilemas del thriller psicológico, para luego vagabundear entre el policíaco y el melodrama familiar, restando alcance perturbador al primero.
Y segundo, y mucho más importante, por la clara impericia de un guión que se adecua y respeta a rajatabla las normas impuestas en el género, lo que en un principio puede ser tenido como una virtud, pero a la larga se descubre un auténtico lastre. Debido a él, Hijo de Caín jamás consigue lo que se supone ha de conseguir todo buen thriller: sorprender al espectador. Consciente de haber visto esta misma historia muchas veces antes, el público siempre va por delante de la narración, haciendo de la trama de la película algo demasiado previsible, incapaz de aportar nada nuevo o diferente y desvelando, para más inri, cierta insuficiencia de inventiva incluso para no hacer tan evidentes las costuras de su entramado, como por ejemplo, la forma en la que el psicólogo protagonista va descubriendo los secretos en el dormitorio de Nico y encaja las piezas del puzzle resulta en exceso premeditada y planificada, lo que añade obviedad a la resolución final del conflicto, por no hablar de la acumulación de giros gratuitos y nada efectivos en su tercio final.
Que Jose Coronado vuelva a resultar convincente en su papel no sería destacable si no fuera porque, en esta ocasión, es capaz de echarse sobre sus hombros todo el peso de una película que le maltrata sobremanera. Julio Manrique se muestra entregado a su cometido pero se queda lejos de brillar, sobre todo cuando tiene delante a una María Molins estupenda y matizada añadiendo a su trabajo una formidable carga dramática. La estrella de la función debería ser el debutante David Solans, pero a pesar de valorar positivamente el trazado perturbador sobre el que el joven actor lleva a cabo toda su actuación, también es de señalar su nula intención por desmarcarse de los estereotipos y clichés habidos para este tipo de personajes, lo que tampoco supone que pierda opciones de cara a una posible nominación al Goya revelación. Por ello, no es de extrañar que lo más grato del reparto sea el concurso de un veterano de la talla de Jack Taylor, aportando una exquisita disciplina y su acostumbrado estoicisimo a un personaje poco desarrollado pero que, gracias a él, resulta el de más indiscutible interés fílmico dentro de un thriller que revela a un director dotado de talento, capaz de construir una producto comercial de estimable factura técnica, pero que deberá escoger mejor y perfilar más en detalle su futuros textos.
http://actoressinverguenza.blogspot.com
Porque el guión de la película, escrito al alimón entre Sergio Barrejón y David Victori tiende a lo largo de todo el metraje una esquemática tela de araña con la intención de encubrir ante el espectador al verdadero culpable, soslayándole o tratando de exculparle apuntando sus dardos siempre hacia el falso. Y lo cierto es que Jesús Monllaó articula la puesta en escena de su ópera prima con notable pulso y no poco gusto estético. Es de alabar este debut en el largometraje del anteriormente premiado cortometrajista, precisamente por su capacidad manifiesta para generar una conveniente y efectiva atmósfera de inquietante penetración, contextualizando su historia a través de lujosas cenas burguesas y dinámicas y tensas partidas de ajedrez. Sin embargo, a pesar de construir un filme que jamás decae en ritmo y que se encuentra formalmente bastante bien manufacturado, Hijo de Caín termina no siendo un thriller solvente. Primero por la indecisión a través de la que acaba bifurcándose el tono de la película, que empieza con fuerza narrativa y potencia visual aclimatándose a los estilemas del thriller psicológico, para luego vagabundear entre el policíaco y el melodrama familiar, restando alcance perturbador al primero.
Y segundo, y mucho más importante, por la clara impericia de un guión que se adecua y respeta a rajatabla las normas impuestas en el género, lo que en un principio puede ser tenido como una virtud, pero a la larga se descubre un auténtico lastre. Debido a él, Hijo de Caín jamás consigue lo que se supone ha de conseguir todo buen thriller: sorprender al espectador. Consciente de haber visto esta misma historia muchas veces antes, el público siempre va por delante de la narración, haciendo de la trama de la película algo demasiado previsible, incapaz de aportar nada nuevo o diferente y desvelando, para más inri, cierta insuficiencia de inventiva incluso para no hacer tan evidentes las costuras de su entramado, como por ejemplo, la forma en la que el psicólogo protagonista va descubriendo los secretos en el dormitorio de Nico y encaja las piezas del puzzle resulta en exceso premeditada y planificada, lo que añade obviedad a la resolución final del conflicto, por no hablar de la acumulación de giros gratuitos y nada efectivos en su tercio final.
Que Jose Coronado vuelva a resultar convincente en su papel no sería destacable si no fuera porque, en esta ocasión, es capaz de echarse sobre sus hombros todo el peso de una película que le maltrata sobremanera. Julio Manrique se muestra entregado a su cometido pero se queda lejos de brillar, sobre todo cuando tiene delante a una María Molins estupenda y matizada añadiendo a su trabajo una formidable carga dramática. La estrella de la función debería ser el debutante David Solans, pero a pesar de valorar positivamente el trazado perturbador sobre el que el joven actor lleva a cabo toda su actuación, también es de señalar su nula intención por desmarcarse de los estereotipos y clichés habidos para este tipo de personajes, lo que tampoco supone que pierda opciones de cara a una posible nominación al Goya revelación. Por ello, no es de extrañar que lo más grato del reparto sea el concurso de un veterano de la talla de Jack Taylor, aportando una exquisita disciplina y su acostumbrado estoicisimo a un personaje poco desarrollado pero que, gracias a él, resulta el de más indiscutible interés fílmico dentro de un thriller que revela a un director dotado de talento, capaz de construir una producto comercial de estimable factura técnica, pero que deberá escoger mejor y perfilar más en detalle su futuros textos.
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5.8
1,553
5
3 de junio de 2014
3 de junio de 2014
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
A escondidas, debut en la dirección de largometrajes de Mikel Rueda, una película pequeña y de embalaje sencillo y funcional que ha levantado numerosas adhesiones entre la crítica especializada, que ya la cuentan también entre las favoritas a premio en esta edición. Esta historia de flechazo homosexual entre dos adolescentes, uno español y otro inmigrante marroquí, trata de apartarse de los tan manidos lugares comunes sondeados por tantos dramas de idéntica o parecida temática, para contar libre de prejuicios el nacimiento del amor en el momento de nuestras vidas en el que más puro, más cándido y más irreflexivo, menos condicionado es. Sin embargo, y a pesar de un arranque en verdad prometedor, donde en montaje asincrónico vamos descubriendo los pormenores de esa atracción mutua que se establece entre los dos protagonistas, la cinta se trunca en su tercio final.
Lo que había comenzado con un interesante planteamiento, que lograba salvar (a veces in extremis) las convenciones establecidas, se tuerce cuando el guión deja de poner el foco en la mutua atracción que une a los protagonistas y dota de importancia al conflicto dramático llamado a condicionar y dotarle de dimensiones trágicas a la pareja. Y no porque tal conflicto esté mal planteado, al contrario: la verosimilitud al respecto cobra en A escondidas un alto nivel de ejecución; sino porque la brillantez de su inicio desemboca en situaciones forzadas y un tanto raquíticas en lo que a la relación de los dos chavales se refiere. Los buenos diálogos del principio se transforman entonces en frases de manual y el naturalismo, tan caro de conseguir, de sus actores debutantes se convierte en impostura al final, cuando los intérpretes han de lidiar con secuencias y situaciones, quizás, algo alejadas de sus propias vivencias personales y en las que se percibe de forma molestamente evidente el coach al que han sido sometidos para su correcta ejecución. Las presencias en papeles de colaboración de los siempre eficaces Álex Angulo y Ana Wagener otorga cierta dignidad al producto final.
Lo que había comenzado con un interesante planteamiento, que lograba salvar (a veces in extremis) las convenciones establecidas, se tuerce cuando el guión deja de poner el foco en la mutua atracción que une a los protagonistas y dota de importancia al conflicto dramático llamado a condicionar y dotarle de dimensiones trágicas a la pareja. Y no porque tal conflicto esté mal planteado, al contrario: la verosimilitud al respecto cobra en A escondidas un alto nivel de ejecución; sino porque la brillantez de su inicio desemboca en situaciones forzadas y un tanto raquíticas en lo que a la relación de los dos chavales se refiere. Los buenos diálogos del principio se transforman entonces en frases de manual y el naturalismo, tan caro de conseguir, de sus actores debutantes se convierte en impostura al final, cuando los intérpretes han de lidiar con secuencias y situaciones, quizás, algo alejadas de sus propias vivencias personales y en las que se percibe de forma molestamente evidente el coach al que han sido sometidos para su correcta ejecución. Las presencias en papeles de colaboración de los siempre eficaces Álex Angulo y Ana Wagener otorga cierta dignidad al producto final.
6
13 de abril de 2013
13 de abril de 2013
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alacrán enamorado, segundo largo de Santiago A. Zannou, presume de ser una película ambiciosa o, por lo menos, la actitud de sus responsables en el momento de su llegada a las salas así lo manifiesta. Ambientada en un ambiente seco y hostil, basada en la novela homónima de Carlos Bardem, la película nos cuenta la salida de los infiernos de un joven de clara idología nazi, a través de su toma de cierta conciencia social y también del descubrimiento de su propia personalidad, todo ello tras ser vencido en un improvisado entrenamiento de boxeo por un contrincante de color. Con semejante punto de partida, giro sutil y efectivo en el desarrollo psicológico del personaje protagonista, Alacrán enamorado genera unas estimables y suculentas expectativas que no llega a cumplir al cien por cien a lo largo de un desarrollo demasiado convencional.
Su principal problema radica en la paradójica circunstancia de que, habiéndose anunciado su llegada a nuestras pantallas tan a bombo y platillo, la película evidencie en el discurrir de sus imágenes una absoluta falta de ambición por parte de sus creadores. Ambición entendida como el riesgo de asumir un lógico y necesario posicionamiento narrativo. En otras palabras, el problema de Alacrán enamorado es su indefinición. Porque la película es, al mismo tiempo, una cinta de iniciación, centrada en la dependiente y admirativa relación que se establece entre un maestro y su pupilo, pero también un intento de cine social que fija su mirada en el despiadado devenir de jóvenes y adiestrados grupos segregacionistas y en la cúpula de poder que les respalda y azuza. Sin olvidarnos, de que, por momentos, la película también quiere jugar a ser una versión de extrarradio de "Romeo y Julieta". Que sea tantas cosas a la vez, a priori, no es una lacra, lo es el que su guión no apueste en serio por ninguna de ellas en detrimento de las otras.
Porque como film de tintes sociales, a Zannou aún le falta mucho recorrido para conseguir que sus imágenes, siempre duras, hoscas y potentes, adquieran la eficacia necesaria para erigirse en emblema de denuncia. Por decirlo con otras palabras, la opción elegida por el director está más cerca de cierto academicismo narrativo con vistas a no perder su posible tirón comercial, que de una intención real de construir un mensaje que sacuda al espectador en su butaca, algo a lo que tampoco le ayudan algunos errores de puesta en escena, como el recurso, algo demodé, de la cámara lenta para mostrar los hechos más violentos del grupo nazi protagonista, con el que parece querer establecer una determinada metáfora visual y sólo consigue restar impacto a unas secuencias que pedían a gritos precisamente eso, impactar. Parece que no hubo huevos de lanzarse a la piscina sin red tampoco en la más sugestiva trama de iniciación. Con demasiados puntos en común con otras (ilustres) cintas del género pugilístico, Zannou pasa de puntillas por la sensible y cándida relación que se establece entre Julián y su entrenador, Carlomonte, sin (querer o saber) aprovechar las múltiples y ricas posibilidades que ofrecía una trama, mil veces vista antes, sí, pero gloriosamente sustentada en la excelente química habida entre sus dos intérpretes y en la apabullante y efectiva planificación de todo lo que rodea al mundo del boxeo, entrenamientos y combates vistos como nunca antes en una producción española.
http://actoressinverguenza.blogspot.com
Su principal problema radica en la paradójica circunstancia de que, habiéndose anunciado su llegada a nuestras pantallas tan a bombo y platillo, la película evidencie en el discurrir de sus imágenes una absoluta falta de ambición por parte de sus creadores. Ambición entendida como el riesgo de asumir un lógico y necesario posicionamiento narrativo. En otras palabras, el problema de Alacrán enamorado es su indefinición. Porque la película es, al mismo tiempo, una cinta de iniciación, centrada en la dependiente y admirativa relación que se establece entre un maestro y su pupilo, pero también un intento de cine social que fija su mirada en el despiadado devenir de jóvenes y adiestrados grupos segregacionistas y en la cúpula de poder que les respalda y azuza. Sin olvidarnos, de que, por momentos, la película también quiere jugar a ser una versión de extrarradio de "Romeo y Julieta". Que sea tantas cosas a la vez, a priori, no es una lacra, lo es el que su guión no apueste en serio por ninguna de ellas en detrimento de las otras.
Porque como film de tintes sociales, a Zannou aún le falta mucho recorrido para conseguir que sus imágenes, siempre duras, hoscas y potentes, adquieran la eficacia necesaria para erigirse en emblema de denuncia. Por decirlo con otras palabras, la opción elegida por el director está más cerca de cierto academicismo narrativo con vistas a no perder su posible tirón comercial, que de una intención real de construir un mensaje que sacuda al espectador en su butaca, algo a lo que tampoco le ayudan algunos errores de puesta en escena, como el recurso, algo demodé, de la cámara lenta para mostrar los hechos más violentos del grupo nazi protagonista, con el que parece querer establecer una determinada metáfora visual y sólo consigue restar impacto a unas secuencias que pedían a gritos precisamente eso, impactar. Parece que no hubo huevos de lanzarse a la piscina sin red tampoco en la más sugestiva trama de iniciación. Con demasiados puntos en común con otras (ilustres) cintas del género pugilístico, Zannou pasa de puntillas por la sensible y cándida relación que se establece entre Julián y su entrenador, Carlomonte, sin (querer o saber) aprovechar las múltiples y ricas posibilidades que ofrecía una trama, mil veces vista antes, sí, pero gloriosamente sustentada en la excelente química habida entre sus dos intérpretes y en la apabullante y efectiva planificación de todo lo que rodea al mundo del boxeo, entrenamientos y combates vistos como nunca antes en una producción española.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En estas, Alacrán enamorado avanza durante todo su metraje por el cómodo y confortable terreno de la solvencia cinematográfica, esbozando sugerentes ideas sin abordar hasta sus últimas consecuencias ninguna de ellas, demostrando la incapacidad (o falta de ambición) de Zannou para saltar al ring y pelear a hierro por un material que pedía a gritos un tratamiento en cierta medida más audaz y comprometido, tanto para bien como para mal. Así, con esa falta de arrojo, Zannou lo único que consigue es que su película se termine quedando en tierra de nadie, en el molesto y decepcionante mundo de las causas perdidas cuando contaba con todos los elementos necesarios para ganar el combate en el primer asalto. Una lástima, porque el resultado último de la película ensombrece la admirable y convincente labor de su protagonista, un Álex González que detalla con aplomo minucioso todo el arco emocional que recorre su personaje a lo largo de la película. Sin duda, una excelente noticia que invita a concebir no pocas esperanzas en un actor perteneciente a una generación de intérpretes, en general, poco solventes en papeles tan rigurosos como éste.
Pero la gran jugada de Alacrán enamorado en el apartado interpretativo llega con el trabajo secundario, implacablemente humanista y sobrecogedor, que efectúa Carlos Bardem de ese acabado y fracasado boxeador retirado, redimido en entrenador, el personaje más interesante de la función a pesar de su obviedad manifiesta, y con el que Bardem se marca un tanto interpretativo que bien podría llevarle a luchar por un merecido Goya, aunque casi le ensombrezcan la revelación que supone un dinámico, confiado y natural Hovik Keuchkerian o la sublime y espléndida colaboración de su hermano, un Javier Bardem en auténtico estado de gracia, sobrio y espeluznante en sus breves y contundentes apariciones. En el lado opuesto habría que mencionar a Miguel Ángel Silvestre, que acarrea con un intenso personaje que en sus manos nunca abandona el estereotipo y el esquematismo del que nace su dibujo, o la presencia de Judith Diakhate, apechugando con un personaje mal descrito y en el que la guapa actriz no logra convencer debido a un error de imprecisión, lastrando así las remotas posibilidades de esa tercera trama romántica que apuntábamos más arriba.
Pero la gran jugada de Alacrán enamorado en el apartado interpretativo llega con el trabajo secundario, implacablemente humanista y sobrecogedor, que efectúa Carlos Bardem de ese acabado y fracasado boxeador retirado, redimido en entrenador, el personaje más interesante de la función a pesar de su obviedad manifiesta, y con el que Bardem se marca un tanto interpretativo que bien podría llevarle a luchar por un merecido Goya, aunque casi le ensombrezcan la revelación que supone un dinámico, confiado y natural Hovik Keuchkerian o la sublime y espléndida colaboración de su hermano, un Javier Bardem en auténtico estado de gracia, sobrio y espeluznante en sus breves y contundentes apariciones. En el lado opuesto habría que mencionar a Miguel Ángel Silvestre, que acarrea con un intenso personaje que en sus manos nunca abandona el estereotipo y el esquematismo del que nace su dibujo, o la presencia de Judith Diakhate, apechugando con un personaje mal descrito y en el que la guapa actriz no logra convencer debido a un error de imprecisión, lastrando así las remotas posibilidades de esa tercera trama romántica que apuntábamos más arriba.
20 de abril de 2009
20 de abril de 2009
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine difícil por la sequedad (que no frialdad) de las imágenes, en las que parece que no está pasando nada pero sucede de todo. El director colma su propuesta de simbolismos y ese es su principal aval: por fin una película que no lo da todo mascado al espectador (al espectador avispado, por no decir inteligente, al que acude al cine a reflexionar observando y no a entretenerse), al que invita a plantearse cada plano, cada línea de díalogo para desentrañar qué sucede no sólo en el interior de esos personajes tan difíciles de comprender, sino también qué significado tienen los hechos (pocos, escuetos) a los que asistimos más allá de su significado "real".
La actuación de todo el reparto juega a gran altura, Aitana Sánchez-Gijón se sale (como es norma en ella) y la presencia en un desagradable rol secundario de la mítica Bibi Andersson es la gota que colma el vaso para exponer a las claras el homenaje al mundo bergmaniano que es en esencia la película.
Presentada en la Competición Oficial del Festival de Málaga, probablemente no ganará ningún premio, porque no es una película fácil. Muchos asistentes al pase de prensa en dicho festival parecían dormirse ante la propuesta, otros directamente parecían no entender gran cosa. La película invita a revisitarla varias veces, lo que la convertirá en una película de culto.
La actuación de todo el reparto juega a gran altura, Aitana Sánchez-Gijón se sale (como es norma en ella) y la presencia en un desagradable rol secundario de la mítica Bibi Andersson es la gota que colma el vaso para exponer a las claras el homenaje al mundo bergmaniano que es en esencia la película.
Presentada en la Competición Oficial del Festival de Málaga, probablemente no ganará ningún premio, porque no es una película fácil. Muchos asistentes al pase de prensa en dicho festival parecían dormirse ante la propuesta, otros directamente parecían no entender gran cosa. La película invita a revisitarla varias veces, lo que la convertirá en una película de culto.
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