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Críticas de Hitchcock10
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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
9
20 de febrero de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy de vez en cuando hay películas que conectan con lo más profundo de nosotros y nos sacuden ineluctablemente. 'Carol' es una de estas películas. Rodada con un primor estético que apabulla, esta obra maestra es deudora sin ambages de aquellos melodramas sirkianos poblados de estallidos de pasión y lágrimas, de amores que luchan contra obstáculos sociales –'Solo el cielo lo sabe'- y de tramas de desapariciones y secretos no revelados –'Obsesión', 'Imitación a la vida'- que crean una suerte de suspense que intensifica el componente emocional de la historia.

Este elemento de intriga entronca además con la literatura de Patricia Highsmith -autora de la novela original- y está de algún modo presente en la película de Todd Haynes mediante una línea argumental de trasfondo con demanda judicial y espionaje incluidos que aporta aún más incertidumbre al ya de por sí azaroso romance entre las dos protagonistas.

Junto con los códigos sirkianos, la gran seña de identidad de 'Carol' es el aspecto visual, con unos suntuosos diseño de producción y fotografía que sobrecogen por su belleza y una exagerada atención al detalle que ya caracterizaba a la también aclamada 'Lejos del cielo', el único título de Todd Haynes que un servidor había visto hasta ahora. La evolución de una a otra es, sin embargo, evidente. Aquel esteticismo vacuo y de cartón piedra de 'Lejos del cielo' ha dado paso en 'Carol' a un atildamiento de exquisita estilización. Lo que entonces deslumbraba pero no emocionaba (lo que le sucede a la reciente y sobrevalorada 'El renacido') ahora está depurado, no parece impostado ni una caricatura de los melodramas de Douglas Sirk. No por ello da Haynes un giro hacia el minimalismo. Muy al contrario, todo sigue siendo abrumador, pero rezuma elegancia, autenticidad y está al servicio de unas emociones a las que potencia y sublima.

Porque las emociones son lo importante en una película como esta. Como decía el maestro Sirk, al que Haynes ahora no imita mal sino que reinterpreta: “El melodrama produce ante todo emociones, más que acciones. Sin embargo, la emoción es una acción en nuestro interior”.

Efectivamente, 'Carol' provoca en el espectador ese tipo de acción interna al no ser vistosa pero yerta, sino una obra que late. Una obra en la que la acumulación de ingredientes (cada plano, cada detalle de la puesta en escena) no es abigarrada sino planificada con mimo para emocionarnos a paso lento pero sin remedio. Una cáfila de elementos que van componiendo un poema visual tan denso que a veces transita peligrosamente al borde del ensimismamiento y por tanto del estancamiento.

Poema que embelesa y cautiva nuestros sentidos, 'Carol' es también una oda a la sensualidad que se siente y se palpa. Una topografía del deseo en la que lo sensitivo está siempre presente a través del olfato (esa colonia que Carol da a oler a Therese en su cuello), tacto (caricias y más caricias), vista (la cámara tras la que se parapeta Therese para observar el mundo), oído (esa partitura al piano…) o gusto (Carol saboreando el desnudo torso de Therese de arriba debajo y de abajo a arriba).

Y qué decir de las actrices. Cate Blanchett está magnética encarnando al personaje que da título a la película, una mujer valiente pero atrapada en un conflicto de difícil salida. Y si que Blanchett es una pedazo de actriz nadie lo duda a estas alturas, que Rooney Mara es otra maravilla tampoco debería cuestionarse ya. Había mostrado sus credenciales en 'Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres' y 'Efectos secundarios', filmes en los que su capacidad para transmitir fragilidad – en contraste con su o fiereza o maldad- era un factor clave en su interpretación. Aquí esa vulnerabilidad se manifiesta en cada mirada y en cada gesto y hace que los momentos de desazón o de dolorosa determinación de este “ángel caído del espacio” partan el alma. No me sorprende que ganase el premio a la mejor actriz en Cannes superando incluso a su propia compañera de reparto.

Ambas son el corazón y la carne de una película evidentemente femenina y feminista (no por casualidad la autora de la novela y la guionista que la adapta son mujeres) en la que los respectivos cornudos masculinos -sin desmerecer las actuaciones de Kyle Chandler y Jake Lacy- funcionan como personajes marginales.

En cuanto a Sarah Paulson, tras haber disfrutado de ella en varios papeles secundarios en la gran pantalla en los últimos años ('Martha Marcy May Marlene', 'Mud' y '12 años de esclavitud') me ilusionaba la perspectiva de verla brillar en esta película y… ¡el director la desaprovecha con un personaje sin chicha al que no da ni un primer plano en condiciones! Encima del montaje final quedó eliminada una dicen que poderosa escena con Rooney Mara. Para mear y no echar gota. Vive Dios que no pararé hasta ver el talento de la Paulson reconocido y convertir a todos mis amigos en fans de 'American Horror Story', donde ella sencillamente resplandece.

Es mi único reproche a Todd Haynes, al que perdono porque todo lo demás en esta película es una gozada para las emociones y para los sentidos. Porque ha creado este señor una obra elegante, sensual y vibrante que envuelve, embriaga y desgarra. Una obra de una delicada exuberancia visual, de virtuoso esmero y de sentimientos a flor de piel. Porque yo también quiero que alguien al posarle mi mano en su hombro cierre los ojos abrumado por tanto amor. Porque, sin perder nunca su cálida sofisticación, 'Carol' se toca. 'Carol' se siente. 'Carol' duele.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hitchcock10
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9
24 de julio de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Disuadido por mis prejuicios de que se tratara de comedias románticas bobaliconas, no vi "Antes del amanecer" (1995) y "Antes del atardecer" (2004) hasta hace unos meses. Craso error por una parte, y al mismo tiempo, un afortunado acierto al no tener que esperar nueve años para seguir la segunda parte de las andanzas de Jesse y Celine ni otros tantos para disfrutar de "Antes del anochecer" (2013), última entrega de una trilogía llamada a entrar por derecho propio en la lista de las grandes sagas de la historia del cine.

Si "Antes del amanecer" nos mostraba la ingenua fe en los sueños de la veintena y con "Antes del atardecer" buceábamos en las dudas aún llenas de optimismo de la treintena, ahora "Antes del anochecer" aborda la decepción y el desgaste amoroso en la cuarentena, y es por ello más amarga que sus predecesoras. E infinitamente más redonda.

El equipo formado por Linklater, Hawke y Delpy (quienes, además de director y protagonistas, son autores del guión) ha elaborado una película que disecciona con extraordinaria lucidez los avatares de una relación amorosa adulta. Y todo ello rodado con una engañosa sencillez, a través de un estilo cercano al cinéma vérité basado en un lenguaje cinematográfico de exquisita depuración que nos regala largos planos sostenidos (¡portentoso el del viaje en coche al inicio de la cinta!) y dinámicos travellings de seguimiento hacia atrás con los que acompañamos a la pareja en sus paseos por ese luminoso y encantador pueblo griego.

Con todo, el pilar fundamental sobre el que se sustenta la película son los diálogos, ágiles, ingeniosos, inteligentes, auténticos y pronunciados por dos actores en permanente estado de gracia que parecen fundir su propia identidad con la del personaje que interpretan. Por si fuera poco, también los secundarios, inexistentes en las entregas anteriores, brillan con luz propia en sus reflexiones cargadas de espontaneidad sobre la vida y el amor.

Todos estos elementos (el lenguaje cinematográfico, los diálogos, las interpretaciones) provocan indefectiblemente la ansiada identificación de nosotros los espectadores con los conflictos vitales que estamos presenciando. Con mis mayores respetos, ni "El señor de los anillos", ni "Star Wars" ni similares. Esta sí que es una saga épica, en la que se libran guerras existenciales y una conmovedora lucha por mantener viva la esperanza y sacar adelante el amor que tantos factores amenazan con destruir.

Para rematar la faena, un estupendo final que, como la vida misma, nos deja un regusto agridulce. Un "happy ending" al uso habría sido una ñoñería imperdonable, pero igualmente incoherente habría sido un final pesimista por narices, en tanto en cuanto habría traicionado el espíritu de esta tragicomedia en tres actos. Se imponía pues un final realista (si se me permite usar un término tan manido), de matices, de grises, de claroscuros. Sabemos que aún queda un poso de amor y que, de momento, los protagonistas seguirán luchando juntos. Sabemos también que intentarán sortear los obstáculos que se presenten. Y no tenemos ni idea de si lo conseguirán.

Aunque, por supuesto, es imposible mantenerse neutrales y deseamos con todas nuestras fuerzas que logren su propósito porque creer en el triunfo amoroso de Jesse y Celine es creer en nuestro propio triunfo amoroso. Pensando en finales antológicos de historias de (des)amor, se me viene a la cabeza el de la magistral "Te querré siempre". Siendo tan desalentador como el de "Antes del anochecer", la conclusión de la película de Linklater me parece sin embargo aún más potente, ya que no es que intuyamos que esta pareja fue feliz y se amó, sino que hemos sido testigos y vivido plenamente las etapas de ese amor en las dos películas anteriores. Hemos visto evolucionar esta relación, en muchos casos seguramente de forma paralela a la nuestra, y les deseamos a ellos (¡ojalá sea posible!) lo mismo que a nosotros.

En definitiva, es "Antes del anochecer" una obra en la que, como en el mejor Rohmer, parece que no sucede gran cosa, y sin embargo todo está sucediendo, la vida está sucediendo, y los personajes, sin estruendosas tragedias de por medio, ríen, lloran, son felices, sufren, y, fundamentalmente, crecen y aprenden un poco más acerca del sentido de la existencia y de lo que significa madurar. Y, con ellos, nosotros. Ahí es nada.

http://www.ojocritico.com/criticas/antes-del-anochecer-amor-adulto/
Hitchcock10
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9
6 de agosto de 2013
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tanta expectación como recelo había despertado entre los admiradores de Park Chan-Wook su primer proyecto occidental, producido por el difunto Tony Scott y con actores del star system hollywoodiense como Mia Wasilowska o Nicole Kidman. El director surcoreano, sin embargo, ha dejado claro que, ruede donde ruede, está dispuesto a seguir manteniendo las señas de identidad que han convertido a su cine en un festín para los sentidos de audaz riqueza expresiva.

En Stoker, Park Chan-Wook vuelve a deleitarnos por tanto con una exhibición de virtuosismo formal -más estilizado que en sus anteriores títulos- que le permite seguir explorando las pulsiones de vida y muerte que marcan una constante en toda su obra, caracterizada por una fascinación por el sexo y la violencia como pilares básicos de la condición humana.

A nivel argumental, la película nos relata cómo el largo tiempo desaparecido tío Charlie, con motivo de la muerte de su hermano, visita a la viuda e hija de este (Evelyn e India) y llega a sus vidas para quedarse. La extraña relación que se establece entre Charlie y estas dos féminas, así como el oscuro pasado del misterioso tío, van vertebrando una historia que deviene en thriller con evidentes guiños a Hitchcock y, en concreto, a su Sombra de una duda, cuyo protagonista era también un inquietante “tío Charlie”.

Hablando en términos hitchockianos, toda la trama podría de hecho considerarse un dilatado MacGuffin, que no sirve más que como pretexto para que el director siga indagando en sus obsesiones acerca de la dualidad freudiana Eros-Tánatos, magistralmente ejemplificada aquí en el despertar sexual de India (Mia Wasilowska) y la irrefrenable atracción que siente por su vesánico tío (Matthew Goode), quien también coquetea con Evelyn (Nicole Kidman).

Muchos han criticado la falta de verosimilitud de la película y los agujeros argumentales que presenta, atacando a Stoker por considerar que hay un marcado desequilibrio entre su belleza visual (o mejor dicho, audiovisual, porque la música es un elemento importantísimo) y su mal hilvanado guión. Olvidan estos críticos que, como decimos, el argumento aquí es lo de menos, y que a Park Chan-Wook la coherencia argumental siempre se la ha traído al pairo. Lo suyo es crear atmósferas y que esas atmósferas estén al servicio no de la historia en sí, sino de los “instintos básicos” que la historia muestra. Y aquí lo consigue con creces.

Así, con un derroche de preciosismo y plasticidad (ese no parar de planos detalle, movimientos de cámara, transiciones entre secuencias...) que a veces puede resultar casi indigesto por excesivo, el director crea en el espectador una continua impresión de agresión y sensualidad, que es de lo que se trata. No hay pues desequilibrio, ni tan siquiera dicotomía, fondo-forma, pues el fondo (que repetimos, no es la trama sino las pulsiones de sexo y muerte de los personajes) y la forma constituyen un todo indisoluble.

En el apartado interpretativo, Mia Wasilowska lo borda con una composición francamente turbadora y Nicole Kidman está notable como la histérica pasiva-agresiva (y calentorra) madre de la criatura, mientras que Matthew Goode simplemente cumple con un personaje que sin duda podría haber mostrado más aristas.

Esta bastante plana actuación es, a mi entender, uno de los peros que se le puede poner a la película, si bien no el único, planteando otro importante problema el desenlace, en el que el director se afana en intentar atar los cabos sueltos (¿para qué? Si el argumento es lo de menos y es imposible atar esos cabos de forma coherente) con el objetivo de proporcionar el final propio de una narrativa clásica. Es en este último tramo cuando Stoker pierde algo de fuelle, y cuando, paradójicamente, al intentar dar coherencia al guión, se le resta coherencia artística una propuesta que de repente tira por un camino que no viene muy a cuento (el de cerrar la historia de forma canónica acaso para satisfacer al gran público) y en el que se dan explicaciones que no importan demasiado.

En conclusión, estamos ante una película que realmente tiene el marchamo de su autor por todas partes, una delicia para la vista y el oído, llena de exhibicionistas virguerías, y con la que este genio continúa incidiendo en los impulsos humanos más elementales y sin embargo a menudo más reprimidos. Puede que no sea una obra maestra, y le podemos buscar (y encontrar) pegas, pero, pese a su imperfección, Stoker se erige como un valioso logro artístico más en la interesantísima carrera de Park Chan-Wook. Que vengan muchos más.
Hitchcock10
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5
1 de octubre de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allá por la Semana Santa de 1985 se emitió en España la miniserie 'Los últimos días de Pompeya', que, a mis seis añitos, seguí con avidez, fascinado por las colosales dimensiones de una tragedia que borraba del mapa una ciudad que bullía con amores e intrigas y avasallando a mis pobres padres con preguntas acerca de la historia, la arqueología y la vida misma.

Con un reparto de lujo (ahí estaban Laurence Olivier, Ernest Borgnine, Franco Nero o Lesley Anne-Down, de la que me enamoraría definitivamente en 'Norte y Sur'), este culebrón a la romana gozó de una gran popularidad y se convirtió en una nueva adaptación exitosa de la novela homónima que el británico Edward Bulwer Lytton escribió en 1834 en pleno auge del movimiento romántico. Han tenido que pasar tres décadas para asistir a otra versión de la catástrofe volcánica más famosa de la historia, y el resultado no ha sido del todo insatisfactorio.

Es cierto que esta 'Pompeya' es un refrito de otras (¿mejores?) 'películas' como Gladiator (venganza familiar con espadas y circo de por medio), '300' (épica mezclada con anabolizantes) e incluso 'Titanic' (amor entre chica bien y chico de la chusma). Podríamos calificarla también de previsible y nos estaríamos quedando cortos. Los diálogos son cursis y llenos de tópicos, más o menos a la altura del argumento, que cabría en una línea y sobraría espacio, lo cual no deja de ser increíble considerando que está firmado por cuatro guionistas. Supongo que el peor de ellos escribía mientras los otros tres lo animaban, porque de lo contrario no hay quien lo entienda.

Interpretaciones en el sentido estricto de la palabra no hay. Kit Harington (aka John Snow) y Emily Browning son tremendamente sosos y sus personajes planísimos, pero, qué demonios, ambos están de toma pan y moja y los trajes -y la falta de trajes- les sientan genial.

Nada de lo anterior es de extrañar si tenemos en cuenta que el artífice de 'Pompeya' es Paul W.S. Anderson, que, por decirlo suavemente, no es Tarkovski. Antes de esta película ya había perpetrado 'Mortal Kombat', 'Resident Evil' y 'Alien vs. Predator', aunque (al césar lo que es del césar, nunca mejor dicho por la temática imperial de su última película) también dirigió la estimable 'Horizonte final'. Como el hombre no anda sobrado de talento, abusa de un poco de cámara lenta acá y un mucho de música pasada de rosca allá como recursos facilones para insuflar aliento épico e intensidad dramática a una película escasita en estos sentidos.

Y, ¿por qué afirmo entonces que el resultado no es insatisfactorio? Pues porque me divertí y, junto a estos defectos esperados, 'Pompeya' muestra aciertos que no deberían ser pasados por alto. Así, no solo las escenas de lucha están coreografiadas de manera brillante y transmiten brutalidad, dinamismo y tensión, sino que la recreación de la erupción es notable, con estupendos efectos especiales (que intuyo también merecen la pena en 2D), a los que, eso sí, se les podría haber sacado más partido en la versión tridimensional. Pero es que además la furia del Vesubio está francamente bien rodada, alternando planos panorámicos con generales, medios y primeros planos, yendo de lo absoluto a lo particular y viceversa y evitando un exceso de sensación de irrealidad “videojueguil”. Si uno va a 'Pompeya', es para ver como el volcán revienta y arrasa de manera sobrecogedora con todo lo que se encuentre a varios kilómetros a la redonda, y eso es lo que nos ofrece esta película. ¿Qué más queremos? Encima Paul W.S. Anderson no se deja llevar por los delirios épicos que imponen que cualquier cinta histórica por mala que sea debe durar mil horas y no alarga la historieta innecesariamente, lo cual es de agradecer.

Ignoro si este título contribuirá al resurgimiento del género péplum (cine histórico de aventuras de espectacular apogeo en los años 50 y 60) que ya lleva años levantando cabeza, en la gran pantalla con las ya mencionadas 'Gladiator' y '300' o 'Troya' y 'Alejandro Magno' y en televisión con la series 'Xena: la princesa guerrera' y 'Roma'. Si lo hace, será a nivel de éxito comercial, porque artísticamente sería un insulto comparar a cualquiera de estas obras (salvo 'Roma' y 'Xena', y no bromeo con esta última) con 'Ben-Hur', 'Quo Vadis?', 'Espartaco' o 'La caída del Imperio romano', por citar solo algunos ejemplos.

Incluso en términos comerciales lo tiene complicado, puesto que las cifras de recaudación han sido inferiores a las pronosticadas. Aun así, a un servidor 'Pompeya' le entretuvo. Conté además con el indescriptible placer friki de ver juntos a actores de 'Juego de tronos' (Kit Harington), 'Fringe' (Jared Harris), '24' (Kiefer Sutherland) y 'Matrix' (Carrie-Anne Moss), y esto no es moco de pavo, oiga.

En resumidas cuentas, 'Pompeya' ofrece lo que promete: ni sorprende ni decepciona. Como tampoco esperaba una reflexión metafísica sobre la condición humana, si uno no se toma el asunto demasiado en serio estamos ante un blockbuster tan disfrutable como olvidable. Un guilty pleasure en el que las secuencias de acción y los efectos visuales son de primera. Todo lo demás, de tercera. Eché un buen rato y no me aburrí en ningún momento, que tal como está el percal cinematográfico no es poco.

Calificación: 5/10.
Hitchcock10
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8
22 de septiembre de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una película se hace famosa antes de ser exhibida en los cines a causa de las vicisitudes que rodean su rodaje y postproducción (desavenencias actor-director, reescritura del guión, aplazamiento de su fecha de estreno, etc.) suelo escamarme y ser bastante escéptico acerca del posible resultado final. En este sentido, 'Guerra mundial Z' es una afortunada excepción, acercándose mucho más al éxito que se esperaba cuando el proyecto comenzó su andadura que el desaguisado que muchos vaticinaban tras su accidentado proceso de creación.

El punto de partida es de sobra conocido: plaga zombi al canto y atractivo héroe (Brad Pitt) luchando por salvar a su familia y al mundo. Sobre esta base, el director Marc Foster ('Monster’s Ball', 'Descubriendo Nunca Jamás') construye un dignísimo blockbuster que nos mantiene clavados en la butaca durante dos horas al tiempo que nos deleita y deja boquiabiertos con secuencias realmente espectaculares.

Sin embargo, parece que a algunos entendidos la espectacularidad les molesta, y, leyendo críticas de la película en diversos medios, he observado cómo suelen atribuírsele varias pegas que en mi opinión no son tales y que responden básicamente a una intención de machacar porque sí al cine comercial, actitud que tan de moda está si uno quiere mantener una pose intelectual.

La primera (y más absurda) de estas acusaciones tiene que ver con el hecho de que el héroe protagonista supera todos los obstáculos, por muy insuperables que parezcan, y acaba salvando al mundo en plan machada colosal. Pues claro, señores, de eso se trata. Si matan a Brad Pitt a la mitad de la proyección, me levanto y exijo que me devuelvan el importe de mi entrada y que me indemnicen por daños psicológicos. Estamos ante un título de acción (tanto o más que de terror) y hay que atenerse a las convenciones del género en lugar de molestarse porque ocurra lo que evidentemente tiene que ocurrir. Sería como si nos indignáramos porque en un musical los personajes de repente rompen a cantar.

También se ha criticado la falta de cohesión entre las distintas partes de la película y cómo, en consecuencia, la impresión última es la de una serie deslavazada de piezas potentes pero inconexas. Aunque hay parte de verdad en esta apreciación y en efecto el conjunto puede resultar algo episódico, no es menos cierto que difícilmente podría haber sido de otro modo si tenemos en cuenta que la historia va dando saltos de EEUU a Corea, de Corea a Israel, de Israel al Reino Unido, y así sucesivamente.

Finalmente, hay reseñas que han cargado contra el montaje presente sobre todo en las secuencias de persecuciones. A mí también me irrita el vertiginoso montaje sin sentido tan en boga últimamente, que acaba mareando y dando a las películas un aspecto de videoclip y que en lugar de producir tensión acaba resultando cansino, pero no creo que este sea el caso que nos ocupa. Porque en 'Guerra mundial Z' este montaje sí tiene sentido: el de transmitir la velocidad a la que se propaga la pandemia y la desorientación de los protagonistas que no saben qué demonios está sucediendo.

Asimismo, esta elección está justificada en tanto en cuanto los monstruos de esta película son jodidamente rápidos, mucho más en la línea de los de '28 días después' o 'Dead Set' que de los de 'The Walking Dead', por ejemplo. Creo que además no se abusa de este recurso, sino que está convenientemente alternado con secuencias de un montaje más pausado, por lo que el efecto final es bastante compensado y rasgarse las vestiduras por la celeridad del montaje me parece un signo de purismo trasnochado.

Frente a estas supuestas debilidades, la cinta atesora múltiples virtudes que la convierten en un muy eficaz producto de entretenimiento, como un logradísimo suspense, una tensión que no decae en ningún punto o la competente interpretación de un Brad Pitt que cumple con creces. Por último, las recreaciones digitales aéreas del tumulto zombi no dan la impresión de artificiosidad o fría irrealidad sino que impactan, dejan en la retina momentos inolvidables como la subida a las murallas de Jerusalén y están además combinadas con otras secuencias claustrofóbicas en espacios reducidos como el avión, el CDC o el bloque de pisos en el que se resguardan inicialmente, que funcionan igualmente bien.

Puede que los que disfrutamos con sangre y tripas echemos en falta algo más de gore, y también se habría agradecido una pizca de profundidad emocional. Le película, no nos engañemos, tampoco nos hará reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia ni nos cambiará la vida. Me dicen también que es inferior a la novela en que se basa. No la he leído y por tanto no puedo juzgar si es mejor o peor que esta, pero de todas formas no soy partidario de valorar las adaptaciones cinematográficas por su fidelidad al material original: en sus propios términos y con su propio código, 'Guerra mundial Z' triunfa regalándonos diversión, angustia, suspense y unas hordas de muertos vivientes a la carrera que acojonan cantidad. ¡Zombi el último!
Hitchcock10
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