La doy por buena porque cuenta una buena historia y porque la alegoría de ese futuro imperfecto, que es el nuestro, resulta clara y didáctica. Recuerdo haberla visto en los cine-clubs de los 70 o en los cines de arte y ensayo. Entonces me pareció lo que sigue siendo ahora: cine de denuncia, elemental pero efectivo, como también lo es la novela de Bradbury, en la que se basa. Ahora bien, como película de acción resulta pobre. Ya entonces lo era. Desaprovecha la idea, la narración, el clima. Es un filme que no emociona ni angustia. No hay suspense (y podría haberlo). Y esto es algo que Truffaut podría haber logrado haciendo un cursillo de fin de semana con su admirado Hitchcok (se supone que Truffaut era aplicado). Y eso que la película cuenta con una magnífica banda sonora de Bernard Hermann. En fin, cine francés.

Ambientada en un pueblo de Texas, en los años cincuenta, la película adapta una novela policiaca de Jim Thomsom, pero fracasa en el intento. No falta el clima social corrupto, la policía incompetente, el psicópata bestia, y ese calor pegajoso del sur de Estado Unidos que huele a sudor, petróleo y negocios sucios. Hay chicas fogosas, dinero marcado, sexo salvaje, palizas sangrientas, disparos, muertes, sed de venganza y chantaje. Y a pesar de todo esto, que no es poco, el proyecto resulta inverosímil por excesivo. A veces hay que cerrar los ojos para poder soportar lo que se exhibe en la pantalla.

Lo mejor: la actuación de Casey Affleck, las inflexiones de su voz, su mirada turbia (vean la película en VO).
Lo peor: la traca final, que ni en las fallas de Valencia.

Llego a la película de la mano de una persona más joven, que me la recomienda. Ella conoce la serie de TV, e incluso es capaz de identificar algunos chistes que a mi se me escapan. El cine está lleno de infantes que muy pronto dejan de atender a la película y corren por la sala, al ritmo vertiginoso de las imágenes y sonidos de la pantalla. Las mamás hace rato que han salido para charlar con las amigas en la cafetería. Se sentían mareadas. En efecto, no es película para niños ni para mamás, que creen haber ido a ver un producto Disney convencional. Ni hablar del peluquín. Lo que pasa y se dice (a un ritmo frenético) en la pantalla necesita de un cierto nivel cultural para seguirlo (hay chistes sobre Kierkegaard y Sartre, menciones a Kafka y Dostoievski, alusiones a la física cuántica,...). Si te olvidas del contenido y, simplemente, te dejas llevar por las imágenes y los colores, alucinas. Como si el viaje misterioso y mágico que nos oferce la película fuese el resultado de la ingesta de alguna substancia psicotrónica o el delirio febril de un alcohólico. ¡Uf! Acabo de descubrir que el cine infantil de hoy en día es una revisitación de la psicodelia de los 70. Y eso a mí no me disgusta... otra cosa son los niños y las mamás.

Que quede claro: ésta no es una película infantil, ni para el sobrinito espabilado del filósofo. Hay que estar familiarizado con los temas, personajes y desarrollo del spaguitti western, hay que saber distanciarse del asunto (ironía, sentido crítico), hay que saber algunas cosas sobre la vida y haber comprobado en carne propia lo que puede dar de sí, para poder disfrutar de la película al completo. Juegan a su favor el argumento, los personajes, la crítica social y el humor. Se recomienda a chicos listos, ecologistas, luchadores por la justicia, y también a escépticos que, a pesar de los pesares, continúan buscándose a sí mismos en el desierto de la realidad.

Estoy de parte de los desheredados, de los huérfanos, los trabajadores, las personas decentes, capaces de construir una vida sencilla con los pobres mimbres que les han tocado en suerte. Y por eso reivindico esta película, que nos recuerda quiénes somos y dónde estamos, quiénes son nuestros enemigos y cuál es su mentira, su indecencia, su paparrucha. ¡Ese domador de perros, gesticulante, engreido y parlanchín! ¡Un tipo definitivamente despreciable! ¡Ah! Y un fuerte aplauso para el guión de Jacques Prévert, gran colaborador de Carné, cuyas frases ingeniosas se ponen al servicio de los personajes, enriqueciéndolos por encima de su humilde condición social. Ni que decir tiene que no comparto la opinión de Truffaut o Chabrol sobre Marcel Carné, a quien consideraron el peor director de cine de toda la historia. ¡Una auténtica "boutade"!