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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
15 de octubre de 2013
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es frecuente que las obras consideradas "maestras" sufran un furibundo rechazo inicial por parte del público y de la crítica especializada, tal como fue el caso de "Citizen Kane". A menudo se olvida que tanto el denuesto como la alabanza son cuestiones que satisfacen al creador, ya que en cualquiera de los casos su objetivo se ha cumplido: la propuesta ha logrado emocionar y conmover. La preocupación la reserva para los momentos en que su trabajo es recibido con la inexpresiva cara de la indiferencia.
No estoy diciendo que "Palermo Shooting" sea una obra maestra, sólo el tiempo puede responder algo semejante. Sí, digo que entiendo los abucheos del público y el ensañamiento de los críticos en su presentación como un síntoma de que esperaban otra cosa. ¿Cómo es posible que el mismo director de "Paris, Texas" haga una película que no se le parece en nada? Evidentemente Wenders es un estafador.
Voy a cumplir con Wim. Y también con los defraudados, ¡qué joder!, soy partidario de lo que Bazin denominaba "crítica apreciativa" por oposición a la acostumbrada, que es denostativa. Normal, siempre es más fácil arrasar que construir. Como prueba basta leer la mayoría de las críticas de cualquier producción, en FA o en cualquier parte.
Bochornosa, pretenciosa, solemne y absurda, son algunos de los adjetivos vertidos sobre nuestro objeto de análisis por personas a las que si les pusieras una cámara en las manos seguramente obrarían impensadas maravillas. Lástima que abocados a contar las cerdas de sus cepillos de dientes como están, el tiempo libre que les resta es muy exiguo.
"Palermo Shooting" no fue atacada por su preciosismo visual. Habría sido un empeño tan inútil como emprenderla contra su excelente banda sonora. Los lobos se cebaron en dos asuntos principales: la dedicatoria a Bergman y Antonioni por un lado y el personaje de Dennis Hopper por el otro.
La dedicatoria es comprensible por, al menos, dos razones: ambos directores fallecieron mientras Wenders rodaba la película y ésta, a su vez, es tributaria de dos obras claves de aquellos, "El séptimo sello" de Bergman y "Blow Up" de Antonioni. "Palermo Shooting" es una suerte de zona de contacto entre el "silencio de Dios" de la primera y el "silencio de la realidad" de la segunda. Tampoco parece casual este diálogo de los silencios habida cuenta de que "El silencio" es otra pieza clave del director sueco. Por más vueltas que le doy, no lo encuentro reprobable.
En cuanto a la aparición del personaje de Dennis Hopper, pienso que es tan ridícula o patética como cualquier representación onírica.
Creo que es una película que habría que ver dos veces antes de emitir un comentario. No porque sea compleja, que no lo es en absoluto, sino por lo contrario, es desoladoramente simple. Y simple no quiere decir fácil.
16 de octubre de 2013
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El futurismo de hoy es el pasado del futurismo de ayer. Heráclito observa­ba que los que duermen habitan mundos separados mientras que los que están despiertos, el mismo. Y mi querido com­patriota Macedonio Fernández apuntaba que no toda es vigilia la de los ojos abiertos. ¿Qué puedo agregar? Ah, sí. La reflexión de Macedonio va mucho más allá de la simple constatación factual del griego. Expone de manera sutil —inusual tratándose de un argentino, dicho con todo el respeto que me merezco— una raíz compleja: que nuestro estado de vigilia no involucra necesariamente a la conciencia. Desde una perspectiva ontológica la conciencia es propia del ser-para-sí, que quiere decir que las personas trascendemos las cosas (el ser-en-sí) gracias a nuestra subjetividad, la conciencia, un paso adelante en la cosa que también somos, cuerpos entre otros cuerpos como una piedra o un teléfono celular. El estado de “ser seres conscientes” que ostentamos los humanos en exclusiva, es una capacidad potencial que nos permite leer y predecir la realidad. Así, si plantamos una semilla podemos representarnos su futuro como árbol; si tengo sexo con una mujer, tanto ella como yo, podemos representarnos su futura maternidad; si su marido nos apunta con un revólver también representamos nuestro futuro como cadáveres. Ahora, si nosotros apuntamos a un perro con una escopeta de dos caños, el perro sigue moviendo la cola como si nada. Bueno, más o menos el concepto de la imagen que transmite Macedonio con tan poética síntesis viene a decir que podemos permanecer dormidos aunque estemos despiertos. ¿Se entiende? Yo no mucho.
El futurismo de hoy, salvo conta­das excepciones, es apocalíptico fuera de la esfera de responsabilidad humana, con­virtiéndonos en meros receptores potenciales de catástrofes futuras ab­solutamente ajenas a nuestro devenir histórico. Invasiones alienígenas, dioses vesánicos, cuerpos celestes aproxi­mándose a la Tierra, humanos mutantes por contacto accidental con elementos cósmicos, et cétera, originan el escenario “natural” de las nuevas fantasías futu­ristas de modo fortuito. Casual pero no causal.
En cambio, la metrópolis de Lang está inficionada de responsabilidad hu­mana, desde la mitad que vive trabajan­do esclavizada en las profundidades para financiar el Jardín de las Delicias de la otra mitad parasitaria que vive en la su­perficie hasta el propio Joh Fredersen, personificación de la ambición capitalis­ta, que dirige y ordena la existencia de los metropolitanos en su conjunto. La ciencia, encarnada por C. A. Rotwang, el genio loco que inventa máquinas y me­canismos de dominación, lejos de ser neutral, es parte primordial del sistema y tan humanamente responsable como el resto de los estratos sociales que lo con­forman. El apocalipsis descripto en Me­trópolis no contiene ningún elemento extraño a nuestra condición. Y a un siglo de su lanzamiento el mensaje que postu­la continúa vigente. Ser libres implica dejar de dormir despiertos y tomar con­ciencia de la realidad en la que estamos inscriptos para poder representarnos un futuro mejor.

El imperio es una satisfacción que se debe preferentemente a los esclavos. Sicum dixit Antonio Machado.

Del libro "100 días de cine", Igor Sergei Klinki, 2013
16 de octubre de 2013 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pino Donaggio alcanzó la celebri­dad con la musicalización de Don't look now (1973) de Nicolas Roeg, magnífico, polémico y censurado film de horror psi­cológico debido a que fue el primero en mostrar —en una producción para el gran público— un llamativo cunnilin­gus. Tres años más tarde, el músico y cantante fue solicitado por Brian de Pal­ma para componer la banda sonora de Carrie y a partir de ahí formalizó una estrecha relación con el director que lo llevaría a musicalizar Blow Out, Body Double, Raising Cain y su más reciente Passion.
La elección de Donaggio para construir atmósferas de intriga y suspen­so es acertadísima, descollando su maes­tría en música barroca —fue un niño prodigio del violín— matizada con apor­tes del rock'n'roll (el mismísimo Elvis versionó uno de sus temas), el pop y la música electrónica.
En Vestida para matar hay varias escenas magistrales, exentas de diálogo, que más allá de su correctísimo trata­miento visual deben gran parte de su hipnótico esplendor a la extraordinaria complejidad melódica de Donaggio. Para no hablar de la fuerte sensualidad que supo insuflar en la ya sensual fantasía erótica de De Palma, que no es otra cosa esta película.

Del libro "100 días de cine", Igor Sergei Klinki, 2013
19 de febrero de 2014 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Impecable retrato de la sociedad norteamericana (y de sus sociedades satélites) en clave de ácido humorismo, negro y denso como el petróleo crudo flotando en el mar de la indiferencia. "Dios bendiga a los EEUU" es de una complejidad inteligente lo suficientemente despojada de pretensiones intelectuales como para despertar en el espectador distintos grados de reflexión sin afectar su meta de entretenimiento.
A diferencia de otras películas con las que se la suele comparar —Bonnie & Clyde, Thelma & Louise, Un día de furia, Asesinos por naturaleza, entre otras—, los personajes centrales no representan personalidades que hastiadas de sí mismas se arrojan a una catarsis de características psicopáticas, sino más bien todo lo contrario, son individuos hastiados de los demás que buscan eliminar físicamente a todo aquel que "merezca morir", merecimiento éste que alcanza a patriotistas de derecha, pedófilos, homófobos y un largo etcétera que no deja de lado a los niños y jóvenes caprichosos y presumidos.
Uno de sus diálogos, soltado por Frank —el protagonista central— al promediar la proyección, dice textualmente:
—Que se joda Woody Allen y su estupidez de que "el corazón quiere lo que quiere". Aparentemente lo que el corazón de ese "genio" quiere es lo mismo que quiere cualquier otro pedófilo de poca monta: una asiática sin vello púbico.
Lo traigo a cuento porque hace poco, a raíz de una carta abierta de una de las hijas adoptivas de Mr. Allen en la que lo acusa de haber abusado de ella a la edad de 7 años, fui testigo de una de las discusiones más estúpidas e irrelevantes que puedan imaginarse, donde cada uno de los actores (de la discusión) se esforzaba en probar, sin más conocimientos sobre el tema que los obtenidos a través de los medios hegemónicos, la culpabilidad o inocencia de Mr. Allen. La hipótesis es que está sospechado de pederastia agravada por el vínculo, y la causalidad fáctica es que está ciertamente casado con otra de sus "hijas". El incorrecto desplazamiento de las esferas técnicas, judiciales en este caso, hacia la opinión de la gente común, desplazamiento provocado y sustanciado por las corporaciones mediáticas, es la cara más patética y subrepticia del relativismo epistemológico dominante: la instalación del "todo vale" disolutor de la verdad. Se instala así una de las cuestiones centrales que aborda "Dios bendiga a los EEUU", la realidad hace tiempo que dejó de ser algo objetivable para convertirse en el "volcado" de las construcciones televisivas. Y ya es sabido que "a río revuelto, ganancia de pescadores".
La primera mitad de la cinta es sencillamente magistral; en la segunda mitad se observan algunos tropiezos, como si al director lo hubiera asaltado cierta urgencia por terminarla.
Muy buena oportunidad para entretenerse y algo más.
16 de octubre de 2013 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No soy fóbico a ciertos temas, en arte todo es cuestión de tratamiento. Con El imaginario... tuve la sensación de es­tar soñando el sueño de otro. Es muy di­fícil apropiarse de imágenes intempes­tivas que se suceden sin sustrato, por más espléndidas y bonitas que sean. Cuando soñamos nuestro propio sueño, ocurre algo similar pero de naturaleza diferente: el mismo órgano que las emite es el que las recibe, una especie de proyector apuntando a un espejo como pantalla. Todo espectador del espejo durante la proyección sería incapaz de percibir otra cosa que un proyector proyectando. Ahora supongamos un espectador astuto que reemplazara el espejo por una pantalla. Conseguirá ver las imágenes pero no su sustrato psíquico. Al carecer de elementos para decodificarlas sólo podrá dar cuenta de su eventual belleza. Ha robado el sueño, pero no el mensaje.
Es probable que al traducirla en palabras, exagere mi sensación y esté siendo injusto con el pobre Terry, al que Heath Ledger le jugó una mala pasada, tuvo la ocurrencia de morirse en la mitad del rodaje. Creo que llegado ese punto te quedan dos opciones, abandonas el pro­yecto o lo concluyes como homenaje a tu protagonista ausente.
La elección fue la obvia. El resul­tado también.

Del libro "100 días de cine", Igor Sergei Klinki, 2013
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