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Críticas ordenadas por utilidad
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7.2
674
7
13 de junio de 2011
13 de junio de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres temáticas parecen retornar siempre a la filmografía del grande del cine norteamericano: el amor, la mujer virginal e inocente y la democracia concebida a partir del modelo estadounidense. Las dos huérfanas introduce estos tres grandes conceptos en dos horas de superproducción silente centrada en una efímera Revolución Francesa que choca de lleno con la Revolución de Octubre. Entre textos explicativos y paralelismos descarados, la cinta se define como una caricatura crítica de la caída del Zarismo. Griffith cubre dos hechos históricos al mismo tiempo, uno visible y otro latente, empleando el estilo y las formas que inauguraron el savoir faire del actual cine de Hollywood.
Nació esta película a raíz de una preocupación latente en el mundo occidental: ¿Son la Revolución Rusa y el bolchevismo una reafirmación corrupta del poder del pueblo? Desde un punto de vista liberal, uno puede mirar el socialismo ruso con preocupación y miedo. El terrible conflicto armado que había sacudido Europa aún era reciente, y una nueva concepción del mundo, en teoría contraria a los principios que soportan las naciones occidentales, auguraba más discordia internacional. Griffith plantea el trasfondo de la película a través de la preocupación y el desacuerdo con las nuevas medidas socialistas, comparables desde su punto de vista con la época del Terror de los jacobinos, que tuercen constantemente el destino de los protagonistas, símbolo de honradez e inocencia. La filosofía del realizador queda clara: la lucha por la libertad pierde todo sentido cuando la revolución se lleva por delante a los inocentes; la soberanía del pueblo no debe dejar paso a la tiranía de las élites y las masas enfurecidas.
[Sigue en spoiler]
Nació esta película a raíz de una preocupación latente en el mundo occidental: ¿Son la Revolución Rusa y el bolchevismo una reafirmación corrupta del poder del pueblo? Desde un punto de vista liberal, uno puede mirar el socialismo ruso con preocupación y miedo. El terrible conflicto armado que había sacudido Europa aún era reciente, y una nueva concepción del mundo, en teoría contraria a los principios que soportan las naciones occidentales, auguraba más discordia internacional. Griffith plantea el trasfondo de la película a través de la preocupación y el desacuerdo con las nuevas medidas socialistas, comparables desde su punto de vista con la época del Terror de los jacobinos, que tuercen constantemente el destino de los protagonistas, símbolo de honradez e inocencia. La filosofía del realizador queda clara: la lucha por la libertad pierde todo sentido cuando la revolución se lleva por delante a los inocentes; la soberanía del pueblo no debe dejar paso a la tiranía de las élites y las masas enfurecidas.
[Sigue en spoiler]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El argumento gira en torno a dos muchachas, Henriette y Louise Girard (Lillian y Dorothy Gish respectivamente) llevadas por el destino a convertirse en hermanas: Henriette es hija de plebeyos y Louise es la hija bastarda de una duquesa. Las dos, un caso ejemplar de cariño y amor fraternal, emprenden un viaje a la capital para curar la vista de Louise, cegada por una enfermedad. Por el camino se topan con un ambicioso y lujurioso marqués que secuestrará a Henriette y dejará a su pobre hermana a merced de la peor calaña de las calles de París. Así, cada una por un lado, las huérfanas acabarán topándose con todo tipo de personalidades y viviendo carias calamidades hasta reencontrarse, so la sombra de un instrumento emblemático, en el ojo de de la tormenta que cubrió Francia en los tumultuosos años de finales del siglo XVIII. A pesar de los infortunios, el happy ending da remate al film de tal manera que las graves injusticias que se insinúan y el mensaje político quedan relegados a un segundo plano, dando al desenlace un edulcorado regusto muy naif.
Como exige el formato mudo de los primeros metrajes, la historia avanza sin fijarse en matices históricos, sino que simplifica los hechos de tal modo que se hacen fugaces, marcando un ritmo muy acelerado gracias al guión alocado y al complejo montaje, hinchadísimo de planos que aportan matices y miradas subjetivas. Las escenas se suceden sin pausa, sin respiros, la acción es la base de la cinta de tal modo que hasta los planos de situación están cargados de actividad. Incluso dentro de un determinado hecho suceden pequeños números que enriquecen de variedad y complejidad el mundo tan meticulosamente ambientado de Griffith. Los gestos de pantomima realizados por los personajes cubren de detalles su personalidad, definiendo su carácter y humanizando la imagen.
Queda claro a los pocos minutos de película que Griffith invirtió mucho tiempo y dinero para realizar las dos horas de Las dos huérfanas: Extras y figurantes cruzan de lado a lado la pantalla, ya sean nobles, participando en los bailes característicos de la filmografía del grande norteamericano, o populacho, marchando con decisión sobre los adoquines de las calles. Por no hablar de la ambientación, lograda gracias a un notable trabajo de investigación, costura y construcción. Y por si no fuese poco, la cámara pasa de ser un cuadro delimitador del escenario a una ventana viviente y sensible, captando la acción desde varios ángulos, muchos de ellos cargados de emoción.
Como exige el formato mudo de los primeros metrajes, la historia avanza sin fijarse en matices históricos, sino que simplifica los hechos de tal modo que se hacen fugaces, marcando un ritmo muy acelerado gracias al guión alocado y al complejo montaje, hinchadísimo de planos que aportan matices y miradas subjetivas. Las escenas se suceden sin pausa, sin respiros, la acción es la base de la cinta de tal modo que hasta los planos de situación están cargados de actividad. Incluso dentro de un determinado hecho suceden pequeños números que enriquecen de variedad y complejidad el mundo tan meticulosamente ambientado de Griffith. Los gestos de pantomima realizados por los personajes cubren de detalles su personalidad, definiendo su carácter y humanizando la imagen.
Queda claro a los pocos minutos de película que Griffith invirtió mucho tiempo y dinero para realizar las dos horas de Las dos huérfanas: Extras y figurantes cruzan de lado a lado la pantalla, ya sean nobles, participando en los bailes característicos de la filmografía del grande norteamericano, o populacho, marchando con decisión sobre los adoquines de las calles. Por no hablar de la ambientación, lograda gracias a un notable trabajo de investigación, costura y construcción. Y por si no fuese poco, la cámara pasa de ser un cuadro delimitador del escenario a una ventana viviente y sensible, captando la acción desde varios ángulos, muchos de ellos cargados de emoción.

8.2
6,562
8
20 de marzo de 2011
20 de marzo de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La madurez y pureza del llamado cine silente queda establecida cuando Murnau -que ya había contraído las venas de muchos cinéfilos- filmó la tragedia de su década. Atrás quedaron las arritmias de un montaje marcado por los rótulos de texto, que negaban esporádicamente la existencia del fantástico mundo más allá de la pantalla, y llegó el dinamismo de la expresión corporal y la cámara desencadenada, que llevó el escenario allende los inamovibles decorados teatrales. Si bien el realizador de Nosferatu ya nos indicaba que había algo más allá de los márgenes marcados por el invariable campo de percepción de la cámara, al principio este film la cantidad de movimiento que aparece en pantalla es tal que crea una ilusión de inmensidad que introduce de lleno al auditorio en ese callado pero vertiginoso mundo del celuloide. De nuevo, Murnau da vida propia a la obra y crea, así, un nuevo monstruo quizá más grande que el conde Orlok.
Desde el Edipo Rey de Sófocles la tragedia siempre estuvo vigente en las artes escénicas, principal antecedente del cine de ficción, como principal promotor de la reflexión ociosa, siempre con la impresionante idea de la fatalidad de fondo. Este género trágico vuelve a nosotros a través de la historia del portero de un hotel, personaje interpretado por Herr Emil Jannings, y un símbolo acerca de la pérdida de la dignidad, la cual le es arrebatada al protagonista tan pronto es arrancado de su puesto de trabajo, lo único que daba sentido a su existencia. Es fácil simpatizar con este patético anciano, incapaz de moverse por sí solo si no está enfundado por su atuendo de trabajo, un ideal al que servía con orgullo. ¿Es este hombre una máquina del capitalismo desposeída de su labor? Quizá. La autoridad y el reconocimiento que le otorgaban la gorra y la gabardina lo convertían en poco más que en una celebridad, en alguien importante; por lo que no le queda otra cosa que robar el uniforme y pasearse por el barrio disfrazado de lo que ya no es. “La última risa”, el título de la versión anglosajona de la película, podría ser una referencia a las carcajadas que resuenan en el vecindario del ex portero tan pronto se descubre su farsa. ¿Ríen por el triste intento del viejo de ocultar su degradación o porque éste, vedado de su querido pellejo, ha quedado reducido a un triste empleado de los aseos? Sea como sea, al final, cuando ya todo parece perdido y el destino está fijado, Murnau –deus ex machina- se compadece a regañadientes del personaje e inserta con calzador un final made in Hollywood. La tragedia sufre una dolorosa metamorfosis censurada por el único rótulo de la película, que casi implora disculpas. Ahora la última risa la boquea el último, que ríe mucho mejor.
[Sigue en spoiler]
Desde el Edipo Rey de Sófocles la tragedia siempre estuvo vigente en las artes escénicas, principal antecedente del cine de ficción, como principal promotor de la reflexión ociosa, siempre con la impresionante idea de la fatalidad de fondo. Este género trágico vuelve a nosotros a través de la historia del portero de un hotel, personaje interpretado por Herr Emil Jannings, y un símbolo acerca de la pérdida de la dignidad, la cual le es arrebatada al protagonista tan pronto es arrancado de su puesto de trabajo, lo único que daba sentido a su existencia. Es fácil simpatizar con este patético anciano, incapaz de moverse por sí solo si no está enfundado por su atuendo de trabajo, un ideal al que servía con orgullo. ¿Es este hombre una máquina del capitalismo desposeída de su labor? Quizá. La autoridad y el reconocimiento que le otorgaban la gorra y la gabardina lo convertían en poco más que en una celebridad, en alguien importante; por lo que no le queda otra cosa que robar el uniforme y pasearse por el barrio disfrazado de lo que ya no es. “La última risa”, el título de la versión anglosajona de la película, podría ser una referencia a las carcajadas que resuenan en el vecindario del ex portero tan pronto se descubre su farsa. ¿Ríen por el triste intento del viejo de ocultar su degradación o porque éste, vedado de su querido pellejo, ha quedado reducido a un triste empleado de los aseos? Sea como sea, al final, cuando ya todo parece perdido y el destino está fijado, Murnau –deus ex machina- se compadece a regañadientes del personaje e inserta con calzador un final made in Hollywood. La tragedia sufre una dolorosa metamorfosis censurada por el único rótulo de la película, que casi implora disculpas. Ahora la última risa la boquea el último, que ríe mucho mejor.
[Sigue en spoiler]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No todo son lágrimas en el largometraje del cineasta alemán. El último puede ser recordada como la obra que inauguró el expresionismo a través de la maquinaria de la cámara desencadenada. Las sensaciones son transportadas al espectador gracias a los pinitos del traveling, de las lentes deformantes y de los giros de cámara; así somos transportados por el aullido de una trompeta, soñamos con nuestra grandeza o sentimos los mareos propios de la borrachera. La cámara se deshace de sus ejes y, al fin, es una herramienta de expresión de las Vanguardias, que experimentarán hasta establecer las técnicas del cine moderno. Murnau, pese a tener que resignarse con una historia de desenlace absurdo, pudo saborear la victoria cuando sacó a pasear su invento, derribando los obstáculos que condenaban a la cámara al inmovilismo que sólo la compañía de los Lumière había superado una vez al montar su aparato en uno de sus dichosos trenes. La liberación física del cineasta acababa de comenzar.
Con todo, El último es, sin la menor duda, el discurso visual que fijó las bases del cine, un discurso emotivo que nos acaba recordando que lo que importa en la Industria es el Poderoso Caballero de Quevedo. Muy seguramente sea el dinero el sistema de engranajes que hace girar el mundo, pero lo que mueve esos engranajes no es otra cosa que el espíritu humano. El último, con sus engranajes, aprende a andar y, con su espíritu, enseña que la dignidad es un órgano que jamás nos deben quitar.
Con todo, El último es, sin la menor duda, el discurso visual que fijó las bases del cine, un discurso emotivo que nos acaba recordando que lo que importa en la Industria es el Poderoso Caballero de Quevedo. Muy seguramente sea el dinero el sistema de engranajes que hace girar el mundo, pero lo que mueve esos engranajes no es otra cosa que el espíritu humano. El último, con sus engranajes, aprende a andar y, con su espíritu, enseña que la dignidad es un órgano que jamás nos deben quitar.

8.1
56,198
7
22 de agosto de 2009
22 de agosto de 2009
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allen ha conseguido que saque su polvoriento VHS del estante por mera curiosidad. Ansias tenía de desmitificar la sobrevalorada obra del tipo. Se me cayó el alma al suelo en el primer minuto de película. El cabrón sí se merece el mérito por esta.
Música maestra y las postales más bonitas de Nueva York como secundarios de la tragicomedia en la que se sumergen los realistas personajes, todos listillos adinerados bastante irreflexivos, cínicos, egoístas y patéticos. La historia me hace suponer cierto desprecio de Allen hacia la clase alta -cito textualmente- "pseudointelectualoide" con la que seguramente suele codearse en fiestas privadas. Tristemente es un retrato de la realidad de todo aquel que alguna vez se haya emborrachado de más con el cubata del amor informal. Logra, con buena nota, que nos identifiquemos con estos precursores de gafapastas sexualmente hiperactivos.
Entre chistes fáciles de psicoanalistas, drogas legales, divorcios múltiples, sexo, cáncer, judaísmo, neurosis, literatura, la caja tonta, cineastas, músicos y demás sarcasmos audaces me sentí muy cómodo admirando las luces y sombras de los habitantes de la Gran Manzana a través de los exquisitos planos estáticos, casi teatrales, sostenidos por el trípode inamovible. No es una genialidad de guión (más bien es una excusa en forma de culebrón flojo para vendernos una serie de estampas de la ciudad), pero sí ingeniosa, elegante, sutil y sincera.
Preciosa, simple y corta. La volvería a ver cien veces más sólo por las siluetas a contraluz del planetario y el omnipresente perfil de neón de Manhattan.
Música maestra y las postales más bonitas de Nueva York como secundarios de la tragicomedia en la que se sumergen los realistas personajes, todos listillos adinerados bastante irreflexivos, cínicos, egoístas y patéticos. La historia me hace suponer cierto desprecio de Allen hacia la clase alta -cito textualmente- "pseudointelectualoide" con la que seguramente suele codearse en fiestas privadas. Tristemente es un retrato de la realidad de todo aquel que alguna vez se haya emborrachado de más con el cubata del amor informal. Logra, con buena nota, que nos identifiquemos con estos precursores de gafapastas sexualmente hiperactivos.
Entre chistes fáciles de psicoanalistas, drogas legales, divorcios múltiples, sexo, cáncer, judaísmo, neurosis, literatura, la caja tonta, cineastas, músicos y demás sarcasmos audaces me sentí muy cómodo admirando las luces y sombras de los habitantes de la Gran Manzana a través de los exquisitos planos estáticos, casi teatrales, sostenidos por el trípode inamovible. No es una genialidad de guión (más bien es una excusa en forma de culebrón flojo para vendernos una serie de estampas de la ciudad), pero sí ingeniosa, elegante, sutil y sincera.
Preciosa, simple y corta. La volvería a ver cien veces más sólo por las siluetas a contraluz del planetario y el omnipresente perfil de neón de Manhattan.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No sé si realmente es una "crítica mordaz" adornada con "sutil humor inteligente" a la intelligentsia burguesa, pero no me parece que se llegue al punto en que puedes reírte cruel y continuamente de estos poderosos sementales neuróticos (¡JUAS!) y sus enredos entre las sábanas. Más bien se quiere mostrar que, por mucha cultura que se haya metido en el cráneo, ningún ser humano acaba por comprender la amplitud de sus decisiones amorosas, motivadas por una livido egoísta y viciosa que desborda por sus correspondientes genitales a la vez que intenta esconder su miedo a la soledad. Así lo demuestra Isaac en la escena final, contradiciéndose descaradamente y sin pensar siquiera en el beneficio que saca su joven ex pareja al viajar a Londres.

8.1
126,664
7
13 de septiembre de 2009
13 de septiembre de 2009
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como es totalmente irrelevante dedicarle una crítica seria a uno de los estandartes más altos dentro del panteón del llamado "género" de ciencia-ficción, voy a darle a las droghas del Colacao:
Babejas, pajas mentales y caspa se deslizan perezosamente por la tenebrosa caverna moldeada por la erosión del tiempo en una montaña de rollos de hediondas películas de serie "be", excreciones de la feliz decadencia de los cincuenta. El hediondo ser O'Bannon, que sostiene sus pantalones de campana con horteras tirantes, lleva rumiando los desgastados huesos de una historia que nutra el útero podrido de sus entrañas. La criatura, saturada de citas célebres provenientes de los más nefastos ejemplos de la subcultura scifi de su época larval, es asaltada por un proyecto de ególatra directivo más conocido por el epónimo de "Scott", ebrio del utópico 2001 del pantagruélico Kubrick. El empollón monstruoso abre tímidamente su cloaca lubricada a la espera de que su pretendiente "Scott" lo monte y alivie las sofocantes ansias del celo. El coito se sucede entre gritos pelados y jadeos asmáticos hasta que el berreo final señala la copiosa eyaculación del inmenso apéndice sexual mecanizado diseñado por la perturbada cabeza de Giger, genio y pasto de psicoanalistas. Los engendros intercambian fluidos corporales frotándose mutuamente los diferentes orificios, celebrándo la concepción.
Las sábanas ya comenzaban a enfriarse. O'Bannon paladeaba el suave olor a tabaco rubio que desprendía su amante, tan cerca pero a la vez ya tan lejos por estar sumido en sus sueños de grandeza. Ya barajaba varios nombres para el niño... ¿o sería una niña? En cualquier caso sería una criaturita adorable, el objeto de todo su cariño y atención. Su único dios. Su musa consanguínea. Su amor y la fuente que siempre nutriría su alma. ¿Qué pensaría Scott del retoño que guardaba en su vientre? Miró el muro rosado que era la espalda del futuro padre.
- Cariño -le susurraba, temiendo perturbar su reposo-. ¿En qué piensas?
A esto Scott siempre gruñía, escondiendo perezosamente su cabeza bajo la almohada. O'Bannon volvía a preguntar cada vez que notaba la respiración pausada y profunda marcada por las costillas de su compañero. Siguió atendiendo a ese vaivén de mareas, ese balanceo de metrónomo, hasta que se rindió al peso de la fatiga y se puso a dormir plácidamente.
Dos horas más tarde despertó sintiendo una inexplicable alegría que hinchaba su pecho.
- Levanta, gandul -Scott sacudía despacio su hombro-. Tenemos la merienda con los del estudio dentro de una hora.
O'Bannon se encogió, tensando todo el cuerpo a la vez que reclamaba su derecho a los cinco minutos más.
Babejas, pajas mentales y caspa se deslizan perezosamente por la tenebrosa caverna moldeada por la erosión del tiempo en una montaña de rollos de hediondas películas de serie "be", excreciones de la feliz decadencia de los cincuenta. El hediondo ser O'Bannon, que sostiene sus pantalones de campana con horteras tirantes, lleva rumiando los desgastados huesos de una historia que nutra el útero podrido de sus entrañas. La criatura, saturada de citas célebres provenientes de los más nefastos ejemplos de la subcultura scifi de su época larval, es asaltada por un proyecto de ególatra directivo más conocido por el epónimo de "Scott", ebrio del utópico 2001 del pantagruélico Kubrick. El empollón monstruoso abre tímidamente su cloaca lubricada a la espera de que su pretendiente "Scott" lo monte y alivie las sofocantes ansias del celo. El coito se sucede entre gritos pelados y jadeos asmáticos hasta que el berreo final señala la copiosa eyaculación del inmenso apéndice sexual mecanizado diseñado por la perturbada cabeza de Giger, genio y pasto de psicoanalistas. Los engendros intercambian fluidos corporales frotándose mutuamente los diferentes orificios, celebrándo la concepción.
Las sábanas ya comenzaban a enfriarse. O'Bannon paladeaba el suave olor a tabaco rubio que desprendía su amante, tan cerca pero a la vez ya tan lejos por estar sumido en sus sueños de grandeza. Ya barajaba varios nombres para el niño... ¿o sería una niña? En cualquier caso sería una criaturita adorable, el objeto de todo su cariño y atención. Su único dios. Su musa consanguínea. Su amor y la fuente que siempre nutriría su alma. ¿Qué pensaría Scott del retoño que guardaba en su vientre? Miró el muro rosado que era la espalda del futuro padre.
- Cariño -le susurraba, temiendo perturbar su reposo-. ¿En qué piensas?
A esto Scott siempre gruñía, escondiendo perezosamente su cabeza bajo la almohada. O'Bannon volvía a preguntar cada vez que notaba la respiración pausada y profunda marcada por las costillas de su compañero. Siguió atendiendo a ese vaivén de mareas, ese balanceo de metrónomo, hasta que se rindió al peso de la fatiga y se puso a dormir plácidamente.
Dos horas más tarde despertó sintiendo una inexplicable alegría que hinchaba su pecho.
- Levanta, gandul -Scott sacudía despacio su hombro-. Tenemos la merienda con los del estudio dentro de una hora.
O'Bannon se encogió, tensando todo el cuerpo a la vez que reclamaba su derecho a los cinco minutos más.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
- He tenido un sueño precioso.
- No me digas -Scott se probaba corbatas frente al espejo-. ¿De qué iba?
- No recuerdo bien -rió con un suspiro-, pero sé que salía el bebé. Tenía un trajecito negro y jugaba al escondite con siete niños en un parque enorme.
- Ajá. Mejor esta... -cambió la corbata negra por la granate-. Date prisa, ¿quieres? El tiempo es oro para esos tíos.
El traje blanco le quedaba espléndido, sobre todo bajo la luz de las lámparas del restaurante. Aún así preguntó:
- ¿Me queda bien, Scott?
Él aspiró ansiosamente el filtro del cigarrillo. Bajó la mirada para revisar la silueta de su pareja. A ellos les agradaría, a él... "Pss". Exhaló el humo en la cara de O'Bannon, que entrecerró los ojos. Ambos sonrieron.
- ¡Scott! -era uno de los obesos productores, sudando tras echarse una carrera de cinco metros- Sentimos la tardanza. Ya sabes que en este negocio nunca paramos.
- Jamás. Nunca -corearon los otros dos que lo seguían, de un tono de piel como el del dólar.
Se saludaron, se lanzaron lisonjas y se sentaron a la mesa, cogiendo cada uno la carta de los mariscos. Se decidieron por el centollo, la especialidad del local. La espera se palió forzadamente entre bromas, anécdotas, consejos, silencios incómodos y chismes subidos de tono.
- ... Y por eso no volvimos a verle hasta dos semanas después, cuando logró limpiar todas las manchas del salón -los hombres verdes soltaron una ensalladísima carcajada-. Tras la fiesta tuvieron que sobornar a unos cuantos paparazzi para que quemaran sus negativos.
Los camareros llegaron raudos con los enormes platos llenos de crustáceos humeantes. O'Bannon observó su comida con horror. Estos especímenes, empleados como cuencos continentes de un verdoso caldo, carecían de caparazón alguno, presentando una viscosa piel pálida, ocho patas como larguísimos dedos humanoides y una larga cola segmentada
acabada en punta.
- No me siento bien -O'Bannon reprimió una arcada y se levantó súbitamente-. Tengo que ir al b...
Cayó de espaldas sobre la mesa, agitándose en convulsiones y escupiendo espumarajos de entre los labios. Scott y los productores apresaron sus brazos, dejando las piernas libres para que patalearan violentamente. El dolor crecía y crecía bajo el pecho de O'Bannon hasta convertirse en un ardor rojizo que rascaba sus entrañas. Sentía una presión que le
asfixiaba empujando su esternón hacia fuera, tirando de las costillas y tensando la piel hasta el límite. Algo cálido se deslizaba ahora por su torso, empapando la tela blanca que lo cubría y salpicando gotas calientes a su cara. Unos dientes diminutos roían furiosamente su carne,
deseosos de más, abriéndose paso hacia la vida. No cabía duda, el bebé estaba a punto de nacer. Sabía que eran los dedos de Scott los que palpaban con excitación el inquieto bulto sangrante del retoño. Los mandatarios de la Fox, expectantes, le aferraban los brazos:"Hablemos de negocios, Ridley".
-Scott, ¿cómo está? ¿Está bien? Scott, dime...
- No me digas -Scott se probaba corbatas frente al espejo-. ¿De qué iba?
- No recuerdo bien -rió con un suspiro-, pero sé que salía el bebé. Tenía un trajecito negro y jugaba al escondite con siete niños en un parque enorme.
- Ajá. Mejor esta... -cambió la corbata negra por la granate-. Date prisa, ¿quieres? El tiempo es oro para esos tíos.
El traje blanco le quedaba espléndido, sobre todo bajo la luz de las lámparas del restaurante. Aún así preguntó:
- ¿Me queda bien, Scott?
Él aspiró ansiosamente el filtro del cigarrillo. Bajó la mirada para revisar la silueta de su pareja. A ellos les agradaría, a él... "Pss". Exhaló el humo en la cara de O'Bannon, que entrecerró los ojos. Ambos sonrieron.
- ¡Scott! -era uno de los obesos productores, sudando tras echarse una carrera de cinco metros- Sentimos la tardanza. Ya sabes que en este negocio nunca paramos.
- Jamás. Nunca -corearon los otros dos que lo seguían, de un tono de piel como el del dólar.
Se saludaron, se lanzaron lisonjas y se sentaron a la mesa, cogiendo cada uno la carta de los mariscos. Se decidieron por el centollo, la especialidad del local. La espera se palió forzadamente entre bromas, anécdotas, consejos, silencios incómodos y chismes subidos de tono.
- ... Y por eso no volvimos a verle hasta dos semanas después, cuando logró limpiar todas las manchas del salón -los hombres verdes soltaron una ensalladísima carcajada-. Tras la fiesta tuvieron que sobornar a unos cuantos paparazzi para que quemaran sus negativos.
Los camareros llegaron raudos con los enormes platos llenos de crustáceos humeantes. O'Bannon observó su comida con horror. Estos especímenes, empleados como cuencos continentes de un verdoso caldo, carecían de caparazón alguno, presentando una viscosa piel pálida, ocho patas como larguísimos dedos humanoides y una larga cola segmentada
acabada en punta.
- No me siento bien -O'Bannon reprimió una arcada y se levantó súbitamente-. Tengo que ir al b...
Cayó de espaldas sobre la mesa, agitándose en convulsiones y escupiendo espumarajos de entre los labios. Scott y los productores apresaron sus brazos, dejando las piernas libres para que patalearan violentamente. El dolor crecía y crecía bajo el pecho de O'Bannon hasta convertirse en un ardor rojizo que rascaba sus entrañas. Sentía una presión que le
asfixiaba empujando su esternón hacia fuera, tirando de las costillas y tensando la piel hasta el límite. Algo cálido se deslizaba ahora por su torso, empapando la tela blanca que lo cubría y salpicando gotas calientes a su cara. Unos dientes diminutos roían furiosamente su carne,
deseosos de más, abriéndose paso hacia la vida. No cabía duda, el bebé estaba a punto de nacer. Sabía que eran los dedos de Scott los que palpaban con excitación el inquieto bulto sangrante del retoño. Los mandatarios de la Fox, expectantes, le aferraban los brazos:"Hablemos de negocios, Ridley".
-Scott, ¿cómo está? ¿Está bien? Scott, dime...

6.8
39,671
4
22 de agosto de 2009
22 de agosto de 2009
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya veo ese cartel inminente: plano general con Ellen Page en el centro de la imagen y de frente a nosotros, caracterizada como esa Caperucita revolucionaria, rodeada por la escala de grises y marrones de un bosque estadounidense -quizás en Maine (véase Stephen King)- en pleno otoño, con miles de hojas secas esparcidas por el suelo húmedo. Las copas desnudas de los árboles dejan pasar una luz tenue bajo nubes que presagian una lluvia muy estética. La niña -ejem- está estratégicamente situada en medio del lazo de una enorme trampa para "conejos". Como detalle perturbador, del bolso de la muchacha asoma el morro ensangrentado de una motosierra (inmediatamente el cartel es censurado por alguna asociación de padres histéricos para no herir la sensibilidad de unos retoños que jamás verán la película y se sustituye la sierra mecánica por la culata de una escopeta de caza, mucho menos violento. ¡JUAS! Perdón por el exabrupto). No descartaría una secuela. ¿Si American Psycho la tiene, por qué esta no?
Hard Candy es otra peli de terror al uso, con todos sus ingredientes: una historia sencilla sobre un psicópata histriónico de apariencia chocante que se ceba, empleando métodos hilarantes y poco ortodoxos (véanse Jason y Michael Myers), con los indefensos deshechos de la media/alta sociedad americana; antes drogatas, empollones, boy scouts, capitanes del equipo de fútbol y animadoras, y ahora, que somos más progres y correctos, desviados sexuales y pervertidos varios. ¡El género de terror tiene que adaptarse a los tiempos que corren!
Ahora vayamos con la crítica usual:
La fotografía del filme es notable y se emplean planos atrevidos, a veces totalmente innecesarios, pero buenos al fin y al cabo. Cabe destacar la secuencia de créditos de inicio, que me recordó a un Hitchcock pasado de anfetas.
Es muy meritorio que la película se haya realizado con los mínimos recursos: escenarios escasos y un reparto que se puede contar con los dedos. Es un negocio rentable, por lo que veo.
Las interpretaciones patinan con gracia, pero los actores resbalan y se dan de morros contra la pista por culpa de unos personajes irreales y superficiales.
Sin embargo hay un PERO mayúsculo, que es el intragable guión. Al principio tenemos en mente una historia de venganza llena de putadillas menores, hasta que la cabeza del guionista se calienta de ciega ira adolescente y manda este cuento invertido a tomar por saco. Una cinta prometedora acaba sucumbiendo entre incongruencias, momentos ridículos, "gore psicológico", personajes profundos como charcos y una amoralidad casposa. Así la experiencia en la butaca o en el suelo del salón (mi caso) se vuelve predecible y aburrida.
En fin, que pudo haber sido algo más de no ser por un guión poco elaborado. Lo único que logra es el arte visual y prendar a muchos espectadores con las filigranas de la cámara y esa protagonista admirable con pretensiones de ser normal frente a un malo artificialmente patético e idiota. Yo no me lo trago.
Hard Candy es otra peli de terror al uso, con todos sus ingredientes: una historia sencilla sobre un psicópata histriónico de apariencia chocante que se ceba, empleando métodos hilarantes y poco ortodoxos (véanse Jason y Michael Myers), con los indefensos deshechos de la media/alta sociedad americana; antes drogatas, empollones, boy scouts, capitanes del equipo de fútbol y animadoras, y ahora, que somos más progres y correctos, desviados sexuales y pervertidos varios. ¡El género de terror tiene que adaptarse a los tiempos que corren!
Ahora vayamos con la crítica usual:
La fotografía del filme es notable y se emplean planos atrevidos, a veces totalmente innecesarios, pero buenos al fin y al cabo. Cabe destacar la secuencia de créditos de inicio, que me recordó a un Hitchcock pasado de anfetas.
Es muy meritorio que la película se haya realizado con los mínimos recursos: escenarios escasos y un reparto que se puede contar con los dedos. Es un negocio rentable, por lo que veo.
Las interpretaciones patinan con gracia, pero los actores resbalan y se dan de morros contra la pista por culpa de unos personajes irreales y superficiales.
Sin embargo hay un PERO mayúsculo, que es el intragable guión. Al principio tenemos en mente una historia de venganza llena de putadillas menores, hasta que la cabeza del guionista se calienta de ciega ira adolescente y manda este cuento invertido a tomar por saco. Una cinta prometedora acaba sucumbiendo entre incongruencias, momentos ridículos, "gore psicológico", personajes profundos como charcos y una amoralidad casposa. Así la experiencia en la butaca o en el suelo del salón (mi caso) se vuelve predecible y aburrida.
En fin, que pudo haber sido algo más de no ser por un guión poco elaborado. Lo único que logra es el arte visual y prendar a muchos espectadores con las filigranas de la cámara y esa protagonista admirable con pretensiones de ser normal frente a un malo artificialmente patético e idiota. Yo no me lo trago.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En serio, al final me convencí de que todo lo había escrito alguna adolescente dolida y cabreada, golpeada moralmente por una injusticia próxima a ella, que fantaseaba constantemente con una venganza desmesurada, un crimen perfecto que equilibrara la balanza. Se deleitaba con cada tortura inventada, pero no tenía agallas para ponerlas en práctica. No le quedó más remedio que aplacar las llamas de su rencor escribiendo un relato modesto, casi mediocre, en el que ella misma era la protagonista, justiciera indomable dotada de conocimientos superiores a los de una chica de su edad y una fuerza de voluntad y física por encima de lo que su enclenque apariencia sugería. Igual que en Crepúsculo y otras obras literarias deleznables, se nos presenta la historia insulsa de una Mary Sue odiosa.
La intención del guionista Brian Nelson es admirable, pero lleva su guión de cabeza al pozo del absurdo extremo. Porque nunca, jamás en tu vida como escritor, debes crear un personaje que sea el cénit de la perfección, totalmente preparado para todo, que premedita planes sin fisuras y que siempre elabora sus impolutas maniobras sin enfrentarse a ningún obstáculo exterior o interior. Así sólo haces que tu monstruo de Frankenstein sea -insisto- predecible y aburrido.
P.D.: Lean la definición de "Mary Sue" en la Wikipedia y ríanse de la próxima adaptación de la novela The Lovely Bones (Desde mi cielo). Como el final de ésta sea igual que el del libro vamos a acabar discutiendo por lo mismo que con Hard Candy. Lo veo y subo la apuesta.
La intención del guionista Brian Nelson es admirable, pero lleva su guión de cabeza al pozo del absurdo extremo. Porque nunca, jamás en tu vida como escritor, debes crear un personaje que sea el cénit de la perfección, totalmente preparado para todo, que premedita planes sin fisuras y que siempre elabora sus impolutas maniobras sin enfrentarse a ningún obstáculo exterior o interior. Así sólo haces que tu monstruo de Frankenstein sea -insisto- predecible y aburrido.
P.D.: Lean la definición de "Mary Sue" en la Wikipedia y ríanse de la próxima adaptación de la novela The Lovely Bones (Desde mi cielo). Como el final de ésta sea igual que el del libro vamos a acabar discutiendo por lo mismo que con Hard Candy. Lo veo y subo la apuesta.
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