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6.8
1,565
6
18 de marzo de 2010
18 de marzo de 2010
19 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de artes marciales actual, ya sea oriental u occidental, bebe a grandes tragos de producciones relativamente antiguas como la que nos ocupa. Ha desaparecido toda aquella teatralidad, pero aún se conserva el espíritu coreográfico que hacían de esas películas un entretenido espectáculo visual aunque estuvieran totalmente carentes de guión.
El filme de Chia-Liang Liu se basa en un hecho real que supuso el acceso al kung-fu del pueblo llano, ya que aquella disciplina estaba reservada a los monjes Shaolin. La cinta narra la historia de un joven estudiante cantonés interpretado por Chia Hui Liu (o Gordon Liu) cuya vida cambiará al conocer a los monjes del templo Shaolin. Se interesa en las artes del kung-fu, pretendiendo aprenderlas para vengar la muerte de su familia e intentando convencer a los testarudos monjes de lo necesario de su enseñanza al pueblo, para que pudieran defenderse de los invasores tártaros.
Las secuencias en las que San Te va pasando por todas las cámaras del templo son lo mejor de la película. Unas duras pruebas que va salvando con arte y habilidad, desde las pruebas iniciales de fuerza y reflejos, hasta las de lucha con manos desnudas y diversas armas, donde Gordon Liu demuestra sus avanzados conocimientos en artes marciales. Las coreografías son vistosas y muy bien ejecutadas, como es habitual en este tipo de cine.
El guión es simple pero adecuado para las pretensiones de la cinta. Como si de un western se tratase, la venganza es la excusa perfecta para justificar todo el desarrollo del filme.
Como nota curiosa, Tarantino homenajeó el cine de artes marciales en su "Kill Bill", con detalles como el logo inicial de los Shaw Brothers y la actuación del propio Gordon Liu como Pai Mei. En esas escenas concretas utilizó el "zoom" exagerado como homenaje de aquellas producciones (en "Las 36 cámaras..." se ve muy claramente) que lo empleaban abusivamente para enfatizar una imagen o un personaje concreto.
Película entretenida e indispensable para cualquier fan de las artes marciales.
El filme de Chia-Liang Liu se basa en un hecho real que supuso el acceso al kung-fu del pueblo llano, ya que aquella disciplina estaba reservada a los monjes Shaolin. La cinta narra la historia de un joven estudiante cantonés interpretado por Chia Hui Liu (o Gordon Liu) cuya vida cambiará al conocer a los monjes del templo Shaolin. Se interesa en las artes del kung-fu, pretendiendo aprenderlas para vengar la muerte de su familia e intentando convencer a los testarudos monjes de lo necesario de su enseñanza al pueblo, para que pudieran defenderse de los invasores tártaros.
Las secuencias en las que San Te va pasando por todas las cámaras del templo son lo mejor de la película. Unas duras pruebas que va salvando con arte y habilidad, desde las pruebas iniciales de fuerza y reflejos, hasta las de lucha con manos desnudas y diversas armas, donde Gordon Liu demuestra sus avanzados conocimientos en artes marciales. Las coreografías son vistosas y muy bien ejecutadas, como es habitual en este tipo de cine.
El guión es simple pero adecuado para las pretensiones de la cinta. Como si de un western se tratase, la venganza es la excusa perfecta para justificar todo el desarrollo del filme.
Como nota curiosa, Tarantino homenajeó el cine de artes marciales en su "Kill Bill", con detalles como el logo inicial de los Shaw Brothers y la actuación del propio Gordon Liu como Pai Mei. En esas escenas concretas utilizó el "zoom" exagerado como homenaje de aquellas producciones (en "Las 36 cámaras..." se ve muy claramente) que lo empleaban abusivamente para enfatizar una imagen o un personaje concreto.
Película entretenida e indispensable para cualquier fan de las artes marciales.
6
11 de agosto de 2015
11 de agosto de 2015
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los fructíferos ochenta dieron mucho de sí en lo que respecta a la creatividad de directores noveles que empezaron su andadura por entonces. Steve Barron no se ha hecho un hueco importante dentro del género salvo por un par de títulos más por fama que por calidad: “Tortugas ninja” (1990) y “Los caraconos” (1993), pero su debut con “Sueños eléctricos” fue acertado desde la perspectiva que dan los años.
El filme era de rabiosa actualidad en el año de su estreno, 1984, cuando los ordenadores personales empezaban a entrar en las casas particulares (¡ay!, ese Amstrad de 64K…). Barron quiso hacer una película moderna, actual e incluso algo adelantada a su tiempo respecto al uso de la tecnología y la inteligencia artificial. Aplica en el estilo todos sus conocimientos de realizador de videoclips para Madonna, A-Ha o Michael Jackson, por lo que el filme es muy visual y emplea la música como otro elemento indispensable, además de usarla como catalizador para el argumento.
Tal como reza la frase inicial que resume la película, se trata de una historia de amor cibernética. Un ordenador personal, debido a un accidente casero producido por su dueño (Lenny von Dohlen), alcanza conciencia propia y se enamora de la vecina del piso de al lado (Virginia Madsen), al igual que también lo hace el propio dueño.
En el reparto no hay grandes actuaciones que destacar, si bien podemos disfrutar de una jovencita Virginia Madsen en uno de sus primeros papeles. El protagonista, Lenny von Dohlen, hace un debut correcto sin más, sin que alcanzara gran repercusión cinematográfica posterior.
“Sueños eléctricos” entretiene sin más, dejando una sensación agradable y positiva a pesar de un final poco elaborado. Destaca, como es habitual en las películas de la época, la banda sonora, combinando el buen hacer de Giorgio Moroder con canciones de grupos actuales por entonces como Culture Club y otros, con ese sonido característico que sólo es propio de los ochenta.
Recomendable para volver a disfrutarla los que la llegaron a ver en su momento, y para los que aún añoramos aquella década cada vez más lejana.
El filme era de rabiosa actualidad en el año de su estreno, 1984, cuando los ordenadores personales empezaban a entrar en las casas particulares (¡ay!, ese Amstrad de 64K…). Barron quiso hacer una película moderna, actual e incluso algo adelantada a su tiempo respecto al uso de la tecnología y la inteligencia artificial. Aplica en el estilo todos sus conocimientos de realizador de videoclips para Madonna, A-Ha o Michael Jackson, por lo que el filme es muy visual y emplea la música como otro elemento indispensable, además de usarla como catalizador para el argumento.
Tal como reza la frase inicial que resume la película, se trata de una historia de amor cibernética. Un ordenador personal, debido a un accidente casero producido por su dueño (Lenny von Dohlen), alcanza conciencia propia y se enamora de la vecina del piso de al lado (Virginia Madsen), al igual que también lo hace el propio dueño.
En el reparto no hay grandes actuaciones que destacar, si bien podemos disfrutar de una jovencita Virginia Madsen en uno de sus primeros papeles. El protagonista, Lenny von Dohlen, hace un debut correcto sin más, sin que alcanzara gran repercusión cinematográfica posterior.
“Sueños eléctricos” entretiene sin más, dejando una sensación agradable y positiva a pesar de un final poco elaborado. Destaca, como es habitual en las películas de la época, la banda sonora, combinando el buen hacer de Giorgio Moroder con canciones de grupos actuales por entonces como Culture Club y otros, con ese sonido característico que sólo es propio de los ochenta.
Recomendable para volver a disfrutarla los que la llegaron a ver en su momento, y para los que aún añoramos aquella década cada vez más lejana.
26 de diciembre de 2023
26 de diciembre de 2023
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los últimos años, la oleada de películas sobre temas de robótica e inteligencia artificial han dado títulos muy interesantes como “Moon” (2009), “Her” (2013), “Ex Machina” (2014) o la más reciente “The Creator” (2023). Esta “chica artificial” del debutante Franklin Ritch intenta recoger algo de la esencia de todos esos títulos, pero de forma minimalista y con mucho menos presupuesto.
Lo primero que llama la atención es el hecho de que casi toda la película parece desarrollarse en escenario único. Es, básicamente, una película de diálogo, más teatral que visual, donde los tecnicismos del guion harán que los expertos en informática o seguidores de nuevas tecnologías saquen más jugo del filme, pero pueden llegar a aburrir al público medio. Aun así, quitando la palabrería, el mensaje queda claro al espectador sin tener que profundizar en la jerga técnica.
Los personajes son siempre los mismos, presentados en distintos momentos del tiempo, y es ahí donde radica el punto de interés: vemos cómo evolucionan física, moral e intelectualmente, cómo cambian sus comportamientos, cómo se ven influidos por un programa diseñado inicialmente para detectar pederastas en la red al que han puesto el angelical rostro de una niña. Flota en el ambiente de nuevo el tan traído y llevado “complejo de Frankenstein” que creó Asimov en sus cuentos sobre robots, aunque la cinta se decanta más por explorar la evolución de la “chica artificial” en cuanto a sus relaciones con el ser humano y a su conciencia del yo.
Franklin Ritch ha firmado un debut que aporta algo novedoso en cuanto a planteamiento, ofreciendo un guion consistente y sesudo. Es ciencia-ficción minimalista, sin efectos especiales que puedan desconcentrar al espectador de una narración que requiere de toda su atención.
En el reparto cabe destacar a la “chica artificial”, Tatum Matthews, y al siempre bienvenido Lance Henriksen, secundario de lujo para los que somos acérrimos a la ciencia-ficción, sobre todo gracias a sus trabajos a las órdenes de James Cameron.
Lo primero que llama la atención es el hecho de que casi toda la película parece desarrollarse en escenario único. Es, básicamente, una película de diálogo, más teatral que visual, donde los tecnicismos del guion harán que los expertos en informática o seguidores de nuevas tecnologías saquen más jugo del filme, pero pueden llegar a aburrir al público medio. Aun así, quitando la palabrería, el mensaje queda claro al espectador sin tener que profundizar en la jerga técnica.
Los personajes son siempre los mismos, presentados en distintos momentos del tiempo, y es ahí donde radica el punto de interés: vemos cómo evolucionan física, moral e intelectualmente, cómo cambian sus comportamientos, cómo se ven influidos por un programa diseñado inicialmente para detectar pederastas en la red al que han puesto el angelical rostro de una niña. Flota en el ambiente de nuevo el tan traído y llevado “complejo de Frankenstein” que creó Asimov en sus cuentos sobre robots, aunque la cinta se decanta más por explorar la evolución de la “chica artificial” en cuanto a sus relaciones con el ser humano y a su conciencia del yo.
Franklin Ritch ha firmado un debut que aporta algo novedoso en cuanto a planteamiento, ofreciendo un guion consistente y sesudo. Es ciencia-ficción minimalista, sin efectos especiales que puedan desconcentrar al espectador de una narración que requiere de toda su atención.
En el reparto cabe destacar a la “chica artificial”, Tatum Matthews, y al siempre bienvenido Lance Henriksen, secundario de lujo para los que somos acérrimos a la ciencia-ficción, sobre todo gracias a sus trabajos a las órdenes de James Cameron.
12 de diciembre de 2014
12 de diciembre de 2014
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Planteada inicialmente como un capítulo de la serie “Cuentos asombrosos” (1985), a Spielberg le gustó tanto la historia de Mick Garris que decidió hacer un largometraje, aprovechando el tirón en taquilla que tuvieron otras películas de corte fantástico con ancianos como protagonistas como “Cocoon” (1985).
El filme cuenta la historia de los vecinos de un viejo inmueble que son obligados por una constructora a abandonar sus casas, previo pago de su mudanza. Pero algunos de ellos llevan toda la vida viviendo allí, y se niegan a abandonar su hogar. Perdida toda esperanza, reciben la visita de unos extraños artefactos inteligentes que les cambiarán su suerte.
Producto diseñado con el molde Amblin, el filme es una pequeña muestra del cine de Spielberg de los ochenta. A pesar de no ser el director, su acólito Matthew Robbins es también de la casa y sabe perfectamente lo que quiere su jefe, realizando una obra bastante acorde con sus dictámenes. La historia está plagada de temas spielbergianos, tales como la vejez, la fantasía, los milagros y los extraterrestres con buenas intenciones.
La narración es sencilla, de buen ritmo y desarrollo lineal. Las actuaciones, también sencillas, son entrañables y recuperan a los veteranos actores que nos hicieron disfrutar tanto en “Cocoon”, como Hume Cronyn o Jessica Tandy. Pero lo mejor de “Nuestros maravillosos aliados” es el recuerdo de esa forma de hacer cine con la que hemos crecido algunos de nosotros. Es algo esencial para disfrutar de la magia de una película tan simple y, a la vez, tan especial. Pura nostalgia.
El filme cuenta la historia de los vecinos de un viejo inmueble que son obligados por una constructora a abandonar sus casas, previo pago de su mudanza. Pero algunos de ellos llevan toda la vida viviendo allí, y se niegan a abandonar su hogar. Perdida toda esperanza, reciben la visita de unos extraños artefactos inteligentes que les cambiarán su suerte.
Producto diseñado con el molde Amblin, el filme es una pequeña muestra del cine de Spielberg de los ochenta. A pesar de no ser el director, su acólito Matthew Robbins es también de la casa y sabe perfectamente lo que quiere su jefe, realizando una obra bastante acorde con sus dictámenes. La historia está plagada de temas spielbergianos, tales como la vejez, la fantasía, los milagros y los extraterrestres con buenas intenciones.
La narración es sencilla, de buen ritmo y desarrollo lineal. Las actuaciones, también sencillas, son entrañables y recuperan a los veteranos actores que nos hicieron disfrutar tanto en “Cocoon”, como Hume Cronyn o Jessica Tandy. Pero lo mejor de “Nuestros maravillosos aliados” es el recuerdo de esa forma de hacer cine con la que hemos crecido algunos de nosotros. Es algo esencial para disfrutar de la magia de una película tan simple y, a la vez, tan especial. Pura nostalgia.

6.1
51,677
7
27 de mayo de 2014
27 de mayo de 2014
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Riggs (Mel Gibson) y Murtaugh (Danny Glover) regresan después de la taquillera “Arma letal” (1987) para rematar la faena tanto en taquilla como en escena. La secuela, dirigida también por Richard Donner como también hará en el resto de las películas de la saga, no sólo está al mismo nivel de calidad que la primera, sino que de alguna forma incluso la supera, cosa harto difícil.
En esta “Arma letal 2” se sigue dando el argumento simplón de siempre: unos traficantes sudafricanos hacen de las suyas para introducirse en el mercado norteamericano, y la pareja de policías deberán pararlos. Una vez más, y tal y como ocurriera en la primera parte, la trama principal es lo de menos; importa más el desarrollo, la relación entre Riggs y Murtaugh, las trepidantes escenas de acción, los cómicos diálogos de los protagonistas y, en fin, la química indiscutible que despiden Gibson y Glover. La dirección de Donner vuelve a ser una vez más acertada, con sus pausas y sus desenfrenos y, sobre todo, por su alma nada pretenciosa.
Volvemos a ver lo mismo que en la cinta anterior pero multiplicado por dos, como buena secuela que es. Esa fórmula no funciona siempre, de hecho, funciona un mínimo porcentaje de veces, pero Donner no sólo sabe mantener en su “Arma letal 2” el encanto de la primera, sino que consigue mejorarlo y nos ofrece además escenas ciertamente memorables, como la del pobre Murtaugh con los pantalones bajados sentado en el retrete de su casa, esperando que los artificieros desactiven la bomba que alguien ha puesto para volarle, literalmente, el culo. Una escena en la que tensión y humor se dan la mano de forma indivisible y narrada de forma brillante.
Por si tuviéramos poco con Mel Gibson y Danny Glover, a la fiesta se les une Joe Pesci, un contable encargado de blanquear el dinero de la mafia al que deben proteger como testigo que declarará en contra de los traficantes. Su carácter extrovertido y casi infantil es un afable complemento más en los diálogos sin desperdicio de sus protectores, convirtiendo su personaje en fijo para las siguientes entregas de la saga.
Donner firma así un muy entretenido filme, consagrando sus “Arma letal” como una saga imprescindible para los aficionados al género.
En esta “Arma letal 2” se sigue dando el argumento simplón de siempre: unos traficantes sudafricanos hacen de las suyas para introducirse en el mercado norteamericano, y la pareja de policías deberán pararlos. Una vez más, y tal y como ocurriera en la primera parte, la trama principal es lo de menos; importa más el desarrollo, la relación entre Riggs y Murtaugh, las trepidantes escenas de acción, los cómicos diálogos de los protagonistas y, en fin, la química indiscutible que despiden Gibson y Glover. La dirección de Donner vuelve a ser una vez más acertada, con sus pausas y sus desenfrenos y, sobre todo, por su alma nada pretenciosa.
Volvemos a ver lo mismo que en la cinta anterior pero multiplicado por dos, como buena secuela que es. Esa fórmula no funciona siempre, de hecho, funciona un mínimo porcentaje de veces, pero Donner no sólo sabe mantener en su “Arma letal 2” el encanto de la primera, sino que consigue mejorarlo y nos ofrece además escenas ciertamente memorables, como la del pobre Murtaugh con los pantalones bajados sentado en el retrete de su casa, esperando que los artificieros desactiven la bomba que alguien ha puesto para volarle, literalmente, el culo. Una escena en la que tensión y humor se dan la mano de forma indivisible y narrada de forma brillante.
Por si tuviéramos poco con Mel Gibson y Danny Glover, a la fiesta se les une Joe Pesci, un contable encargado de blanquear el dinero de la mafia al que deben proteger como testigo que declarará en contra de los traficantes. Su carácter extrovertido y casi infantil es un afable complemento más en los diálogos sin desperdicio de sus protectores, convirtiendo su personaje en fijo para las siguientes entregas de la saga.
Donner firma así un muy entretenido filme, consagrando sus “Arma letal” como una saga imprescindible para los aficionados al género.
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