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Críticas ordenadas por utilidad
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6
5 de noviembre de 2017
5 de noviembre de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nuestra querida Stranger Things llega de nuevo a Netflix. La aclamada serie lanza una segunda temporada repleta de nostalgia ochentera, aventuras sobrenaturales y, cómo no, de preadolescentes entrañables.
La serie presenta el ritmo ágil y frenético al que nos tenía acostumbrados (no creo ser el único loco que se la ha visto de carrerilla), y es que pese a contar con un argumento más superfluo que profundo y mucho más previsible que sorprendente, es una serie que para el público general funciona a la perfección. La fórmula es infalible: un poco de fantasía demogorgoniana por aquí, un poco de suspense edulcorado por allá, ahora me saco de la manga una escena lacrimosa que hable del amor o la amistad… y ¡voilà!, ya tenemos el tema estrella de las redes sociales para las próximas semanas (con el perdón de Cataluña).
Y es que no nos engañemos: Stranger Things se caracteriza (al igual que casi toda la producción audiovisual adinerada) por estar concebida como producto, más que como obra. La serie acaba siendo la excusa para comprar la suscripción anual a la plataforma o para hacerse con el último Funko de Eleven.
Ahora bien, y esto es muy positivo, Stranger Things sabe en todo momento lo que es, y por tanto, nunca cae en lo pretencioso. Se basa y se esfuerza para cumplir su único objetivo: contentar al público. Ser amena. Ser devorada. En este sentido hay poco que reprocharle, pues es un objetivo que cumple con creces. Vaya que si lo hace.
La serie presenta el ritmo ágil y frenético al que nos tenía acostumbrados (no creo ser el único loco que se la ha visto de carrerilla), y es que pese a contar con un argumento más superfluo que profundo y mucho más previsible que sorprendente, es una serie que para el público general funciona a la perfección. La fórmula es infalible: un poco de fantasía demogorgoniana por aquí, un poco de suspense edulcorado por allá, ahora me saco de la manga una escena lacrimosa que hable del amor o la amistad… y ¡voilà!, ya tenemos el tema estrella de las redes sociales para las próximas semanas (con el perdón de Cataluña).
Y es que no nos engañemos: Stranger Things se caracteriza (al igual que casi toda la producción audiovisual adinerada) por estar concebida como producto, más que como obra. La serie acaba siendo la excusa para comprar la suscripción anual a la plataforma o para hacerse con el último Funko de Eleven.
Ahora bien, y esto es muy positivo, Stranger Things sabe en todo momento lo que es, y por tanto, nunca cae en lo pretencioso. Se basa y se esfuerza para cumplir su único objetivo: contentar al público. Ser amena. Ser devorada. En este sentido hay poco que reprocharle, pues es un objetivo que cumple con creces. Vaya que si lo hace.

7.5
9,532
9
12 de enero de 2017
12 de enero de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Waking Life es de la clase de trabajos que considero más un experimento del director en nuevas formas del medio cinematográfico que no una película propiamente; por lo que no puede analizarse como tal.
Aquí no hay argumento, aquí no hay un espacio ni tampoco un tiempo claramente determinados (como uno espera encontrarse en un film corriente). Por la pantalla, en una especie de limbo, se van sucediendo una serie de personajes que debaten sobre las grandes cuestiones del universo. Cualquiera que se sienta atraído por la cultura va a fascinarse enseguida con los interesantísimos monólogos (des de un punto de vista intelectual) que van desde el existencialismo filosófico a la consciencia colectiva, la muerte, los sueños, o la evolución humana… Todo ello se materializa en un rupturismo formal (lo que comentábamos del “experimento”) a modo de animación, que no creo que deje indiferente a nadie. Son esta clase de películas las que demuestran que el cine no es solo un medio de entretenimiento, sino que también puede serlo de cultura, al mismo nivel que un libro; o de experimentación, al mismo nivel que el arte.
Pero bien es cierto que al público que no esté mínimamente familiarizado con las incógnitas irresolubles por las que divaga Waking Life, sus 97 minutos le resultarán un tostón lleno de pedantería y tecnicismos incomprensibles. Lo mismo que algunos consideramos la virtud de este trabajo de Linklater, para muchos otros no es más que algo pretencioso y carente de sentido; una “paja mental”. Aunque oye, dicen que es sano y bien humano eso de masturbarse.
Aquí no hay argumento, aquí no hay un espacio ni tampoco un tiempo claramente determinados (como uno espera encontrarse en un film corriente). Por la pantalla, en una especie de limbo, se van sucediendo una serie de personajes que debaten sobre las grandes cuestiones del universo. Cualquiera que se sienta atraído por la cultura va a fascinarse enseguida con los interesantísimos monólogos (des de un punto de vista intelectual) que van desde el existencialismo filosófico a la consciencia colectiva, la muerte, los sueños, o la evolución humana… Todo ello se materializa en un rupturismo formal (lo que comentábamos del “experimento”) a modo de animación, que no creo que deje indiferente a nadie. Son esta clase de películas las que demuestran que el cine no es solo un medio de entretenimiento, sino que también puede serlo de cultura, al mismo nivel que un libro; o de experimentación, al mismo nivel que el arte.
Pero bien es cierto que al público que no esté mínimamente familiarizado con las incógnitas irresolubles por las que divaga Waking Life, sus 97 minutos le resultarán un tostón lleno de pedantería y tecnicismos incomprensibles. Lo mismo que algunos consideramos la virtud de este trabajo de Linklater, para muchos otros no es más que algo pretencioso y carente de sentido; una “paja mental”. Aunque oye, dicen que es sano y bien humano eso de masturbarse.
5 de noviembre de 2018
5 de noviembre de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nadie en su sano juicio duda de la calidad musical de Queen ni del tonelaje interpretativo de Rami Maleck. Menos aún parece dudar el gran público sobre gastarse unos duros para ir al cine a ver esta película, pues pocas o ninguna vez recuerdo una Sala 1 del Verdi tan abarrotada. Pero afrontémoslo estoicamente: Bohemian Rhapsody no aparenta ser más que una excusa barata para prostituir los grandes hits del grupo, una tapadera en forma de película, si se quiere.
De su considerable número de puntos desoladores resalta el guion. Duele contemplar cómo uno de los personajes musicales más carismáticos de la historia queda reducido y encapsulado en las fórmulas prefabricadas del guion hollywoodiense. El riesgo es inexistente. Hasta la propia película tiene prisa por saltarse la presentación de personajes y recurrir cuanto antes a los temazos que ansían los espectadores. Con la manipulación del lenguaje audiovisual ocurre lo mismo. Fotografía luminosa y puramente funcional (pegotes de CGI incluidos) y montaje desmañado a base de elipsis abismales (básicamente de hit en hit).
Ahora bien, después de una escena final, admitámoslo, muy por encima de las demás (al fin vemos un poco de riesgo y apuesta), uno llega a preguntarse si realmente todo lo detectado como “negativo” importa. Con la piel todavía erizada, los créditos empiezan a escalar la pantalla y el público estalla en aplausos. Al fin y al cabo no es tan difícil de comprender. La figura de Mercury y su música trasciende mucho más allá de su representación fílmica.
Quizá Bohemian Rhapsody resulta ser otro tipo de excusa. Quizá no es la excusa de Hollywood para lucrarse con temas de Queen, sino la excusa del público para vivirlos de cerca.
De su considerable número de puntos desoladores resalta el guion. Duele contemplar cómo uno de los personajes musicales más carismáticos de la historia queda reducido y encapsulado en las fórmulas prefabricadas del guion hollywoodiense. El riesgo es inexistente. Hasta la propia película tiene prisa por saltarse la presentación de personajes y recurrir cuanto antes a los temazos que ansían los espectadores. Con la manipulación del lenguaje audiovisual ocurre lo mismo. Fotografía luminosa y puramente funcional (pegotes de CGI incluidos) y montaje desmañado a base de elipsis abismales (básicamente de hit en hit).
Ahora bien, después de una escena final, admitámoslo, muy por encima de las demás (al fin vemos un poco de riesgo y apuesta), uno llega a preguntarse si realmente todo lo detectado como “negativo” importa. Con la piel todavía erizada, los créditos empiezan a escalar la pantalla y el público estalla en aplausos. Al fin y al cabo no es tan difícil de comprender. La figura de Mercury y su música trasciende mucho más allá de su representación fílmica.
Quizá Bohemian Rhapsody resulta ser otro tipo de excusa. Quizá no es la excusa de Hollywood para lucrarse con temas de Queen, sino la excusa del público para vivirlos de cerca.

6.9
38,505
6
16 de abril de 2018
16 de abril de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen temas de todo tipo sobre los que escribir películas. Algunos nos pueden parecer más fáciles, en el sentido de reproducibles, por haber sido abordados ya en incontables ocasiones (digamos, por ejemplo, los romances). Estos cuentan, por tanto, con una serie de patrones establecidos y expectativas concretas a las que satisfacer. Esto no implica, no obstante, que un romance no pueda ser original, pues la tesis puede formularse a la inversa: los temas más tratados en el cine son aquellos en los que cuesta más innovar.
Existen otros temas, sin embargo, que se presentan difíciles o delicados ya por el mero hecho de acercarse a ellos. Y la discapacidad lo es. La última película estrenada de Javier Fesser, en este sentido, se presenta atrevida de buenas a primeras. Campeones relata la historia de Marco, un entrenador de baloncesto que, después de infringir la ley por conducir ebrio, debe entrenar a un equipo de discapacitados mentales como parte de la sentencia de la juez.
La trama, si bien a nivel estructural responde a atributos conservadores y nada extraordinarios, encierra un argumento agradecido y sin tapujos, siempre necesario y especialmente humano. Fesser hilvana con maestría los despuntes de comedia (en ocasiones bastante “chorras”, todo sea dicho) con el robusto trasfondo emocional. Se nos guía así por los senderos de la evolución, tanto mental como conductual, del protagonista. Entrenador y equipo como entes que se retroalimentan.
Puede que las virtudes más grandes de Campeones sean, por un lado, el soberbio trabajo del director con los miembros del Amigos C.B., una apuesta sumamente arriesgada que acaba por llevarse el premio gordo de la ruleta; y por otro, una contención admirable por el sentimentalismo facilón. La película tiene sus artimañas sensibleras (recordemos que hay que llenar butacas) pero son poca cosa comparado con lo que podría haber sido.
Quizá lo que reste más puntos a la película como un ejercicio de conjunto redondo sea su apartado técnico. El sello estilístico de Movistar hace un acto de presencia demasiado evidente y da la impresión que asistimos más a un telefilm o a un episodio de Vergüenza (2017) que a una película para proyectar en salas. Seguro que tendrá sus razones comerciales y de distribución VOD detrás (aunque paradójicamente haya sido el mejor estreno español en lo que llevamos de 2018).
En resumidas cuentas, Campeones es un film de lo más disfrutable, ya sea en solitario o en compañía adulta o de niños. Una atrevida pero no menos amable invitación para reflexionar sobre algunas de nuestras conductas normalizadas, sobre lo altruista y sobre lo solidario. Una amable invitación, al final y al cabo, para reflexionar sobre lo humano.
Existen otros temas, sin embargo, que se presentan difíciles o delicados ya por el mero hecho de acercarse a ellos. Y la discapacidad lo es. La última película estrenada de Javier Fesser, en este sentido, se presenta atrevida de buenas a primeras. Campeones relata la historia de Marco, un entrenador de baloncesto que, después de infringir la ley por conducir ebrio, debe entrenar a un equipo de discapacitados mentales como parte de la sentencia de la juez.
La trama, si bien a nivel estructural responde a atributos conservadores y nada extraordinarios, encierra un argumento agradecido y sin tapujos, siempre necesario y especialmente humano. Fesser hilvana con maestría los despuntes de comedia (en ocasiones bastante “chorras”, todo sea dicho) con el robusto trasfondo emocional. Se nos guía así por los senderos de la evolución, tanto mental como conductual, del protagonista. Entrenador y equipo como entes que se retroalimentan.
Puede que las virtudes más grandes de Campeones sean, por un lado, el soberbio trabajo del director con los miembros del Amigos C.B., una apuesta sumamente arriesgada que acaba por llevarse el premio gordo de la ruleta; y por otro, una contención admirable por el sentimentalismo facilón. La película tiene sus artimañas sensibleras (recordemos que hay que llenar butacas) pero son poca cosa comparado con lo que podría haber sido.
Quizá lo que reste más puntos a la película como un ejercicio de conjunto redondo sea su apartado técnico. El sello estilístico de Movistar hace un acto de presencia demasiado evidente y da la impresión que asistimos más a un telefilm o a un episodio de Vergüenza (2017) que a una película para proyectar en salas. Seguro que tendrá sus razones comerciales y de distribución VOD detrás (aunque paradójicamente haya sido el mejor estreno español en lo que llevamos de 2018).
En resumidas cuentas, Campeones es un film de lo más disfrutable, ya sea en solitario o en compañía adulta o de niños. Una atrevida pero no menos amable invitación para reflexionar sobre algunas de nuestras conductas normalizadas, sobre lo altruista y sobre lo solidario. Una amable invitación, al final y al cabo, para reflexionar sobre lo humano.

5.8
1,862
6
25 de julio de 2017
25 de julio de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Miles Ahead me parece bastante interesante como película: contamos con una estructura narrativa que hace buen uso de flashbacks y un hilo conductor principal (la cinta inédita) que mueve la acción, un apartado visual también bien acabado, sobre todo en el apartado de la fotografía y en algún que otro movimiento de cámara libre... y en lo que respecta al uso de la música, tampoco está nada mal, oye (personalmente me ha gustado la pelea en casa entre Miles y Fences, con el jazz sondando de fondo cuando esta explota).
Ahora bien, para amantes del Jazz o del propio Miles Davis, la película se queda muy corta. Creo que Cheadle hace un ejercicio ya erróneo desde su concepción inicial. La forma no es la adecuada para el contenido que debería haber en "Miles Ahead"; es como si alguien hubiera hecho una película sobre el atraco de un banco con Mariano Rajoy de protagonista: un personaje real pero para una historia inventada. Ese es precisamente el mayor defecto que tiene "Miles Ahead", usar el nombre de Davis como el gran persuasivo y atractivo del público, que esperanzado, se acaba tragando una película donde prácticamente no se habla del ídolo que buscaba.
No es mala película en si misma, no nos engañemos. Es mala película sobre Miles Davis.
Ahora bien, para amantes del Jazz o del propio Miles Davis, la película se queda muy corta. Creo que Cheadle hace un ejercicio ya erróneo desde su concepción inicial. La forma no es la adecuada para el contenido que debería haber en "Miles Ahead"; es como si alguien hubiera hecho una película sobre el atraco de un banco con Mariano Rajoy de protagonista: un personaje real pero para una historia inventada. Ese es precisamente el mayor defecto que tiene "Miles Ahead", usar el nombre de Davis como el gran persuasivo y atractivo del público, que esperanzado, se acaba tragando una película donde prácticamente no se habla del ídolo que buscaba.
No es mala película en si misma, no nos engañemos. Es mala película sobre Miles Davis.
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