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Críticas ordenadas por utilidad
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5.4
1,010
3
14 de noviembre de 2015
14 de noviembre de 2015
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ya varios años que vi esta película y quedé bastante decepcionada, horrorizada si cabe de encontrar una película con potencial realizada, perdón, "realizada" de la manera que Jesús Garay se atrevió a hacer seis años atrás. Sea como fuere y, por alguna razón, (Razón que en su mayoría viene a llamarse Ariadna Cabrol) no me olvidé de ella. Unos años después, esto es, la semana pasada, fui a los cines Renoir de Princesa en Madrid a ver una película (Victoria de Sebastian Schipper concretamente, pongámosle a esta historia el contexto y dramatismo que Garay no supo crear). Como llegué tarde y la película estaba empezada, ni siquiera podía ver los números de los asientos así que me puse donde me dio la gana. Como el destino a veces es así de simpático, media hora después, justo en la butaca de al lado, una risa proveniente de una cabellera rubia llenaba mis oídos y mi memoria comenzó a revolverse. ¡Hostias, pero si es Diana Gómez, si coño, la de la peli esa catalana de lesbianas que no ha visto ni Dios!
Así que pensé: "Vale, al acabar me giro, nos presentamos, y le digo con mi delicadeza extrema la mierda que me pareció Eloïse"
Pero no adelantemos los acontecimientos de esta bella e intrascentente historia (no menos que la de Garay).
Lo que más me cabrea de esta película no es tanto su inverosimilitud, tampoco las olvidables actuaciones de los secundarios (salvando a la madre de Asia que, después de Ariadna Cabrol es de lo mejorcito), sino que el director se crea un autor sobrenatural y superior al espectador al que se dirige, introduciendo en su "obra" filosofía barata cubierta de porcelana o un Demian de Hermann Hesse, intentando elevarla al nivel de cine de autor incomprendido de la época contemporánea. Porque cuando consideras tu inteligencia y talento superior a la de aquellos que te dan de comer, corres el riesgo de que en realidad como mucho seas igual que ellos y vean tus trucos. Que te pillen, vaya. Y yo, Garay, pues te he pillado.
Así que pensé: "Vale, al acabar me giro, nos presentamos, y le digo con mi delicadeza extrema la mierda que me pareció Eloïse"
Pero no adelantemos los acontecimientos de esta bella e intrascentente historia (no menos que la de Garay).
Lo que más me cabrea de esta película no es tanto su inverosimilitud, tampoco las olvidables actuaciones de los secundarios (salvando a la madre de Asia que, después de Ariadna Cabrol es de lo mejorcito), sino que el director se crea un autor sobrenatural y superior al espectador al que se dirige, introduciendo en su "obra" filosofía barata cubierta de porcelana o un Demian de Hermann Hesse, intentando elevarla al nivel de cine de autor incomprendido de la época contemporánea. Porque cuando consideras tu inteligencia y talento superior a la de aquellos que te dan de comer, corres el riesgo de que en realidad como mucho seas igual que ellos y vean tus trucos. Que te pillen, vaya. Y yo, Garay, pues te he pillado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Qué decir de esos míticos flashbacks que se remontan a un supuesto trauma de la infancia de Asia acerca de su padre. Sobre esto tengo que decir: WTF, W-T-F. No sólo no tienen ningún sentido narrativo y ni siquiera fuerza onírica si era eso lo que quería lograr(que lo dudo) y creédme, tengo mis teorías, pero todas me parecen tan rastreras e injustas para con el espectador que no voy a gastar tiempo en decirlas. Por si esto no fuera poco, lejos de currarse una historia diferente que no cayese en los tópicos de la homosexualidad adolescente (Garay, lo tenias fácil, aún sin competidoras, no existía "la vida de Adèle", ni la aún-no-vista "Carol") el majo de Jesús es capaz de malgastar 92 minutos de metraje con "Mamá me gustan las chicas" "No puedo estar contigo que aunque me pones lo indecible tengo novio" "Vale, follemos, pero en secreto" "Vale, fuguémonos".
En definitiva, si aún me sigo acordando de esta película, no es sólo por el cabreo que me agarré cuando acabó (Que telita con el final, para nada forzado, Jesús) sino porque lo único bueno que tiene, y es muy bueno en una película así, es la química entre las protagonistas y la naturalidad con la que actúan entre ellas, que ya tiene mérito con un guión tan forzado.
Pero volvamos a la historia de verdad, la que realmente nos importa, la de Diana y yo. Cuando acabó la película (140 minutos de plano secuencia ininterrumpido) pensé en qué podía decirle. Entonces la miré. Qué guapa estaba. Ya no tenía esa niñez en la cara que se puede atisbar en Eloïse. Ahora además estaba sonriente, feliz, porque había visto un peliculón, había visto cine. Así que le devolví la sonrisa, una sonrisa que decía "Diana, hija, que guapa eres, pero menuda mierda hiciste", y entonces noté en su mirada un ligero "Si ya lo sé, pero era el 2009, aún no había películas de lesbianas que no hablasen de lesbianas sino de amor, y además bien, ojalá hubiese esperado al 2015". Y me fui. Y se fue.
Y aquí estoy, un triste sábado de noviembre a las 12 de la noche despotricando sobre una película que, de haber tenido el respeto de su director, no sólo hacia su propia obra sino hacia sus espectadores, habría marcado el camino a muchas que quedarían por venir.
PD: Le pongo un 3 y no un 1 porque si en 2015 me sigo acordando de ella, debe ser por algo. Ahí lo dejo.
En definitiva, si aún me sigo acordando de esta película, no es sólo por el cabreo que me agarré cuando acabó (Que telita con el final, para nada forzado, Jesús) sino porque lo único bueno que tiene, y es muy bueno en una película así, es la química entre las protagonistas y la naturalidad con la que actúan entre ellas, que ya tiene mérito con un guión tan forzado.
Pero volvamos a la historia de verdad, la que realmente nos importa, la de Diana y yo. Cuando acabó la película (140 minutos de plano secuencia ininterrumpido) pensé en qué podía decirle. Entonces la miré. Qué guapa estaba. Ya no tenía esa niñez en la cara que se puede atisbar en Eloïse. Ahora además estaba sonriente, feliz, porque había visto un peliculón, había visto cine. Así que le devolví la sonrisa, una sonrisa que decía "Diana, hija, que guapa eres, pero menuda mierda hiciste", y entonces noté en su mirada un ligero "Si ya lo sé, pero era el 2009, aún no había películas de lesbianas que no hablasen de lesbianas sino de amor, y además bien, ojalá hubiese esperado al 2015". Y me fui. Y se fue.
Y aquí estoy, un triste sábado de noviembre a las 12 de la noche despotricando sobre una película que, de haber tenido el respeto de su director, no sólo hacia su propia obra sino hacia sus espectadores, habría marcado el camino a muchas que quedarían por venir.
PD: Le pongo un 3 y no un 1 porque si en 2015 me sigo acordando de ella, debe ser por algo. Ahí lo dejo.

6.9
6,789
8
14 de noviembre de 2015
14 de noviembre de 2015
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero de todo, decir que antes de escribir nada sobre "Victoria", la he dejado reposar unos días para no dejarme llevar por el efecto inmediato (bueno o malo) que supone ver un plano secuencia de casi dos horas y media. Una semana después pienso lo siguiente:
En los últimos años, la representación de la realidad en el cine se ha visto enriquecida e intensificada por los diferentes avances técnicos que han ido permitiendo narrar historias eliminando hasta donde se pueda o se quiera el artificio del soporte cinematográfico. Ya lo decía Bazin en sus pensamientos acerca de una representación fiel de esta realidad, que no consistía tanto en representar de una forma mimética todo aquello que sucede en el mundo real, si no en crear una serie de condiciones en la puesta en escena que nos transmitieran de la forma más completa esa sensación de realidad, siendo una de éstas el plano-secuencia
Victoria es una joven española de Madrid que lleva viviendo tres meses en Berlín, donde trabaja en una pequeña cafetería con un piano que, más tarde descubriremos como uno de los elementos desencadenantes de su frustración y desencanto vital. Tras toda una vida de dedicación, a Victoria le dicen que no es lo suficientemente buena, emborronando la expectativas de futuro que le acaban conduciendo a la confusión y la incertidumbre sin haber apenas rozado la treintena. Una noche en la capital alemana, Victoria conoce a un grupo de jóvenes berlineses que la invitar a pasar un rato con ellos, un rato que se acaba convirtiendo en los 140 minutos que dura el plano secuencia y que además cambiarán el destino de la protagonista, para bien o para mal.
Quizás es de esto de lo que se trata el film, de la búsqueda de un nuevo porvenir en vista de las carentes expectativas de futuro, o al menos de nuevas emociones, del "sí a todo" porque no se puede perder lo que no se tiene. (Y YA ESTÁ. No tiene más complicación NI PRETENDE TENERLA, que es lo importante. Es una película ambiciosa en su forma pero humilde en su contenido, nunca nos engaña prometiéndonos algo que no nos acaba dando.) Y es que en realidad, no hay otro motivo que explique la actitud de Victoria frente a las situaciones que se le presentan. Haciendo caso a su propio grito de guerra desde una azotea, Victoria quiere quemar Berlín, aunque finalmente acabe siendo al revés. Nos encontramos así frente a una historia sencilla, un guión simple sin más profundidad que la que se ve en pantalla con conversaciones anodinas e irrelevantes, pero es que no tienen por qué ser profundas ni metafísicas ni tampoco subversivas, porque Sebastian Schipper las muestra tal y como se darían en cualquier noche de fiesta entre jóvenes veinteañeros (al menos hasta que deja de ser cualquier noche de fiesta).
Es imposible no acordarse de la ochentera "Deprisa, deprisa" de Carlos Saura, donde un grupo de jóvenes de clase media-baja, sin un rumbo fijo y con ganas de vivir encuentran en el robo y la delincuencia una forma de subsistir, pero sobre todo de encontrar un camino que les lleve a algún sitio fijo en el que ya no tengan que preocuparse por la incertidumbre del mañana. En los ojos melancólicos de Victoria tocando el piano se refleja una Ángela asustada y novata, pero también decidida a vivir cueste lo que cueste. Distintas generaciones en diferentes épocas, con diferentes historias y motivaciones pero mismos anhelos e inquietudes. Tanto Sebastian Schipper en 2015 como Carlos Saura treinta años atrás retratan un pedazo de la historia de unos jóvenes que con más desdicha que fortuna pero aún con corazón cometen errores de ética cuestionable incluso para ellos mismos, con el objetivo de encontrar un lugar en el que quepa todo aquello que siempre desearon, nunca tuvieron y posiblemente nunca tendrán.
Y es precisamente en esta sencillez donde entra en juego la importancia del plano-secuencia, pues es aquí donde reside, a mi modo de verlo, el principal atractivo de la película y lo único que la hace especial y diferente de cualquier otro thriller mainstream con actores jóvenes, mucha acción y poco subtexto. No hay que olvidarse sin embargo de estos actores jóvenes, con una gran Laia Costa que impregna el personaje de Victoria con apreciable ternura y naturalidad que hacen imposible al espectador resistirse a la empatía generada. El guión y la acción se supeditan así a la técnica que las hace brillar, porque es ésta la magia del plano-secuencia que nos hace seguir las acciones a tiempo real, sentir las emociones de Victoria y sufrir con ella y por ella. Aquí no hay respiro, no hay cortes ni cambios de plano. Los hechos que cambian la vida de Victoria se suceden durante dos horas y veinte minutos, que es exactamente el tiempo que el espectador pasa frente a la pantalla. Los momentos de sosiego a los que estamos acostumbrados nunca aparecen porque tampoco existen las elipsis que nos obligan a desconectar momentáneamente de la acción y recordar nuestra propia esencia de espectadores presenciando una construcción.
Victoria no nos entrega una historia real, sino que pone en marcha todos los medios posibles para crear unas condiciones que recreen la sensación de realidad de tal manera que, aún sin dudar del artificio del medio, nos entregamos a él y decidimos creerlo, aunque sea tan sólo durante 140 minutos.
Victoria da lo que promete, y nada más. Que ya es mucho.
7,5 que por los actores y POR LAIA lo redondeo al 8.
Paula Costa (@Pau_presley),
Los lunes seriéfilos
En los últimos años, la representación de la realidad en el cine se ha visto enriquecida e intensificada por los diferentes avances técnicos que han ido permitiendo narrar historias eliminando hasta donde se pueda o se quiera el artificio del soporte cinematográfico. Ya lo decía Bazin en sus pensamientos acerca de una representación fiel de esta realidad, que no consistía tanto en representar de una forma mimética todo aquello que sucede en el mundo real, si no en crear una serie de condiciones en la puesta en escena que nos transmitieran de la forma más completa esa sensación de realidad, siendo una de éstas el plano-secuencia
Victoria es una joven española de Madrid que lleva viviendo tres meses en Berlín, donde trabaja en una pequeña cafetería con un piano que, más tarde descubriremos como uno de los elementos desencadenantes de su frustración y desencanto vital. Tras toda una vida de dedicación, a Victoria le dicen que no es lo suficientemente buena, emborronando la expectativas de futuro que le acaban conduciendo a la confusión y la incertidumbre sin haber apenas rozado la treintena. Una noche en la capital alemana, Victoria conoce a un grupo de jóvenes berlineses que la invitar a pasar un rato con ellos, un rato que se acaba convirtiendo en los 140 minutos que dura el plano secuencia y que además cambiarán el destino de la protagonista, para bien o para mal.
Quizás es de esto de lo que se trata el film, de la búsqueda de un nuevo porvenir en vista de las carentes expectativas de futuro, o al menos de nuevas emociones, del "sí a todo" porque no se puede perder lo que no se tiene. (Y YA ESTÁ. No tiene más complicación NI PRETENDE TENERLA, que es lo importante. Es una película ambiciosa en su forma pero humilde en su contenido, nunca nos engaña prometiéndonos algo que no nos acaba dando.) Y es que en realidad, no hay otro motivo que explique la actitud de Victoria frente a las situaciones que se le presentan. Haciendo caso a su propio grito de guerra desde una azotea, Victoria quiere quemar Berlín, aunque finalmente acabe siendo al revés. Nos encontramos así frente a una historia sencilla, un guión simple sin más profundidad que la que se ve en pantalla con conversaciones anodinas e irrelevantes, pero es que no tienen por qué ser profundas ni metafísicas ni tampoco subversivas, porque Sebastian Schipper las muestra tal y como se darían en cualquier noche de fiesta entre jóvenes veinteañeros (al menos hasta que deja de ser cualquier noche de fiesta).
Es imposible no acordarse de la ochentera "Deprisa, deprisa" de Carlos Saura, donde un grupo de jóvenes de clase media-baja, sin un rumbo fijo y con ganas de vivir encuentran en el robo y la delincuencia una forma de subsistir, pero sobre todo de encontrar un camino que les lleve a algún sitio fijo en el que ya no tengan que preocuparse por la incertidumbre del mañana. En los ojos melancólicos de Victoria tocando el piano se refleja una Ángela asustada y novata, pero también decidida a vivir cueste lo que cueste. Distintas generaciones en diferentes épocas, con diferentes historias y motivaciones pero mismos anhelos e inquietudes. Tanto Sebastian Schipper en 2015 como Carlos Saura treinta años atrás retratan un pedazo de la historia de unos jóvenes que con más desdicha que fortuna pero aún con corazón cometen errores de ética cuestionable incluso para ellos mismos, con el objetivo de encontrar un lugar en el que quepa todo aquello que siempre desearon, nunca tuvieron y posiblemente nunca tendrán.
Y es precisamente en esta sencillez donde entra en juego la importancia del plano-secuencia, pues es aquí donde reside, a mi modo de verlo, el principal atractivo de la película y lo único que la hace especial y diferente de cualquier otro thriller mainstream con actores jóvenes, mucha acción y poco subtexto. No hay que olvidarse sin embargo de estos actores jóvenes, con una gran Laia Costa que impregna el personaje de Victoria con apreciable ternura y naturalidad que hacen imposible al espectador resistirse a la empatía generada. El guión y la acción se supeditan así a la técnica que las hace brillar, porque es ésta la magia del plano-secuencia que nos hace seguir las acciones a tiempo real, sentir las emociones de Victoria y sufrir con ella y por ella. Aquí no hay respiro, no hay cortes ni cambios de plano. Los hechos que cambian la vida de Victoria se suceden durante dos horas y veinte minutos, que es exactamente el tiempo que el espectador pasa frente a la pantalla. Los momentos de sosiego a los que estamos acostumbrados nunca aparecen porque tampoco existen las elipsis que nos obligan a desconectar momentáneamente de la acción y recordar nuestra propia esencia de espectadores presenciando una construcción.
Victoria no nos entrega una historia real, sino que pone en marcha todos los medios posibles para crear unas condiciones que recreen la sensación de realidad de tal manera que, aún sin dudar del artificio del medio, nos entregamos a él y decidimos creerlo, aunque sea tan sólo durante 140 minutos.
Victoria da lo que promete, y nada más. Que ya es mucho.
7,5 que por los actores y POR LAIA lo redondeo al 8.
Paula Costa (@Pau_presley),
Los lunes seriéfilos
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