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6.4
10,098
7
12 de julio de 2011
12 de julio de 2011
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los años pesan y el calor azota. La expresiva mirada de Sam Shepard se clava en el horizonte. Es tiempo de reflexión. Es tiempo de arrepentimiento.
Blackthorn, sin destino es una película nostálgica por su historia y todo lo contrario por su género. Nostálgica por esa sensación de tristeza, siempre romántica, del protagonista, de que hubo tiempos mejores. Y “todo lo contrario” porque algo ha cambiado en el western español y durante 98 minutos los espectadores se regocijan con ello. Es un gran momento porque no estamos ante un chorizo western, y Mateo Gil demuestra que podría hacer una película de galopes y revólveres. Digo podría, porque el buen western siempre va más allá. Detrás de los tipos duros, los áridos desiertos de sal o el ruido de las espuelas; el espectador atento descubre el verdadero significado de este universo simbólico. Blackthorn expone de manera inconfundible reflexiones acerca de la libertad, la lealtad, la justicia y el paso del tiempo. Esta última sería la raíz a partir de la cual se desarrolla una historia con flashbacks incluidos que nos transportan a aquellos tiempos gloriosos en los que el bandido Butch Cassidy campaba por Bolivia a sus anchas, robando trenes y bancos. Si el paso del tiempo es la raíz, aquellos años son la semilla necesaria para que la historia cobre sentido.
Durante los primeros minutos del metraje es posible que más de uno se sienta confundido y llegue a pensar que la historia, haciendo honor a su título, no tenga destino alguno. ¿Dónde están los grandes duelos?, ¿las espectaculares entradas en los bares?, ¿las partidas de poker?… No están. Como decía, eso quedó atrás. Y una vez superado esto, el público podrá abrir sus sentidos y disfrutar de esos penetrantes e inolvidables aromas que también desprendieron en su día cintas como Sin perdón, cocidas a fuego lento, que saben mejor.
El paisaje boliviano ofrecía mucho juego, y Mateo Gil ha sido capaz de orquestar a su equipo artístico para sacarle un gran partido. Cada fotograma se consolida como un respetuoso homenaje a los grandes clásicos del oeste que marcaron el patrón del género.
El elenco principal, formado por Sam Shepard, Eduardo Noriega y Stephen Rea, funciona a la perfección como tres grandes piezas que encajan en un sencillo puzle, cuyo resultado final es reafirmar los valores de un género que se creía perdido o que en España nunca se llegó a entender.
Me apuesto una cena a que la desgarradora última escena de Eduardo Noriega, pasará a formar parte de la historia del cine. ¡Hagan juego!
Blackthorn, sin destino es una película nostálgica por su historia y todo lo contrario por su género. Nostálgica por esa sensación de tristeza, siempre romántica, del protagonista, de que hubo tiempos mejores. Y “todo lo contrario” porque algo ha cambiado en el western español y durante 98 minutos los espectadores se regocijan con ello. Es un gran momento porque no estamos ante un chorizo western, y Mateo Gil demuestra que podría hacer una película de galopes y revólveres. Digo podría, porque el buen western siempre va más allá. Detrás de los tipos duros, los áridos desiertos de sal o el ruido de las espuelas; el espectador atento descubre el verdadero significado de este universo simbólico. Blackthorn expone de manera inconfundible reflexiones acerca de la libertad, la lealtad, la justicia y el paso del tiempo. Esta última sería la raíz a partir de la cual se desarrolla una historia con flashbacks incluidos que nos transportan a aquellos tiempos gloriosos en los que el bandido Butch Cassidy campaba por Bolivia a sus anchas, robando trenes y bancos. Si el paso del tiempo es la raíz, aquellos años son la semilla necesaria para que la historia cobre sentido.
Durante los primeros minutos del metraje es posible que más de uno se sienta confundido y llegue a pensar que la historia, haciendo honor a su título, no tenga destino alguno. ¿Dónde están los grandes duelos?, ¿las espectaculares entradas en los bares?, ¿las partidas de poker?… No están. Como decía, eso quedó atrás. Y una vez superado esto, el público podrá abrir sus sentidos y disfrutar de esos penetrantes e inolvidables aromas que también desprendieron en su día cintas como Sin perdón, cocidas a fuego lento, que saben mejor.
El paisaje boliviano ofrecía mucho juego, y Mateo Gil ha sido capaz de orquestar a su equipo artístico para sacarle un gran partido. Cada fotograma se consolida como un respetuoso homenaje a los grandes clásicos del oeste que marcaron el patrón del género.
El elenco principal, formado por Sam Shepard, Eduardo Noriega y Stephen Rea, funciona a la perfección como tres grandes piezas que encajan en un sencillo puzle, cuyo resultado final es reafirmar los valores de un género que se creía perdido o que en España nunca se llegó a entender.
Me apuesto una cena a que la desgarradora última escena de Eduardo Noriega, pasará a formar parte de la historia del cine. ¡Hagan juego!

7.0
12,183
7
12 de julio de 2011
12 de julio de 2011
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué mejor excusa para ir al cine con tu padre que el día del padre. Y eso es lo que hice. Sabía que el argumento giraba en torno a una compañía de variedades que sobrevivía en los años de la postguerra española. Sabía quién era el director y sabía que le dolía España. Sabía que la cinta constituía un homenaje hacia la gente del espectáculo en general. Pero lo que no me imaginaba es que fuera un regalo a su padre, Miliki. ¡Qué puntería! No podría haber elegido una película más idónea para ver aquel día. Emilio Aragón abre su alma al público mientras en nuestras bocas podría estar entrando un ejército de moscas. Casi me duele la frente del entusiasmo. No es fácil bajar las cejas ante una obra tan perfecta.
“Si quieres triunfar con creces, di mierda siete veces: mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda”. Y tanto que lo dijeron. Te harán reír y te harán llorar. Y es muy posible que llegues a hacer las dos cosas a la vez. Un ejercicio cuanto menos sorprendente. Pájaros de Papel es ilusión, es pena, es amor, es ironía…y sobre todo, es poesía. “La vida es un drama…y a veces pura comedia”.
Creía que era imposible contar una guerra civil de manera subjetiva sin ofender a nadie. Estaba equivocado. Emilio Aragón lo logra con éxito. O eso me parece. Es complicado hablar de estos temas, pues por desgracia es algo que todavía divide a la sociedad española. Incluso en las recientes generaciones, como la mía, los jóvenes todavía sacan sus uñas para discutir ferozmente sobre una guerra que no vivieron. Dudo mucho que este largometraje pretenda abrir heridas con fantasmas del pasado, como he oído en alguna ocasión. No cae en tópicos de buenos y malos. Nos molestarán personajes de ambos bandos. Y amaremos a personajes que lo que más anhelan es poder pasar página para ser felices. Antes que la venganza o cualquier otro sentimiento autodestructivo.
Aunque no se trate de un musical, las canciones (compuestas por Emilio Aragón) son, a lo largo de todo el film, relatores fundamentales. Los diversos números de vodevil dotan a la obra de rapidez y gracia. La interpretación de todo el elenco es magnífica: Imanol Arias interpreta con pasmosa sobriedad a Jorge, una estupenda persona capaz de sobreponerse a la adversidad. Lluis Homar es su compañero. Cariñoso y asustado pero siempre preparado para aparcar las preocupaciones ante su público. La estupenda actriz Carmen Machi, paradigma de la espontaneidad teatral, nos divertirá con sus canciones y movimientos de cadera. Y el niño, Roger Príncep, borda su papel a pesar de su corta edad. Siempre atento y expresivo, con una presencia muy agradable en pantalla constituye una pieza fundamental en esta historia.
“Si quieres triunfar con creces, di mierda siete veces: mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda”. Y tanto que lo dijeron. Te harán reír y te harán llorar. Y es muy posible que llegues a hacer las dos cosas a la vez. Un ejercicio cuanto menos sorprendente. Pájaros de Papel es ilusión, es pena, es amor, es ironía…y sobre todo, es poesía. “La vida es un drama…y a veces pura comedia”.
Creía que era imposible contar una guerra civil de manera subjetiva sin ofender a nadie. Estaba equivocado. Emilio Aragón lo logra con éxito. O eso me parece. Es complicado hablar de estos temas, pues por desgracia es algo que todavía divide a la sociedad española. Incluso en las recientes generaciones, como la mía, los jóvenes todavía sacan sus uñas para discutir ferozmente sobre una guerra que no vivieron. Dudo mucho que este largometraje pretenda abrir heridas con fantasmas del pasado, como he oído en alguna ocasión. No cae en tópicos de buenos y malos. Nos molestarán personajes de ambos bandos. Y amaremos a personajes que lo que más anhelan es poder pasar página para ser felices. Antes que la venganza o cualquier otro sentimiento autodestructivo.
Aunque no se trate de un musical, las canciones (compuestas por Emilio Aragón) son, a lo largo de todo el film, relatores fundamentales. Los diversos números de vodevil dotan a la obra de rapidez y gracia. La interpretación de todo el elenco es magnífica: Imanol Arias interpreta con pasmosa sobriedad a Jorge, una estupenda persona capaz de sobreponerse a la adversidad. Lluis Homar es su compañero. Cariñoso y asustado pero siempre preparado para aparcar las preocupaciones ante su público. La estupenda actriz Carmen Machi, paradigma de la espontaneidad teatral, nos divertirá con sus canciones y movimientos de cadera. Y el niño, Roger Príncep, borda su papel a pesar de su corta edad. Siempre atento y expresivo, con una presencia muy agradable en pantalla constituye una pieza fundamental en esta historia.

5.4
10,624
3
12 de julio de 2011
12 de julio de 2011
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chica guapa, prometida y encantadora conoce a chico guapo, soltero y borde. Luego resulta que no es tan borde… Predecible de principio a fin. Si quieren verla entera no prueben a hacerlo en su sofá después de comer. He de reconocer que después de aguantar el mayor pastel de la historia (Querido John), protagonizado también por Amanda Seyfried, entendiéndose pastel como algo empalagoso, repetitivo, arquetípico y…perdón, repulsivo; me daba pereza ver esta cinta. Pero, ¡quién dijo miedo! Las hay peores. Con esfuerzo, la podrán soportar. No lo dude, si a su novia (o novio) le gusta este cine y le recrimina que usted siempre elige, déjela (o déjelo) que elija esto. Siempre mejor que ver a adolescentes romanticones que se convierten en lobo o chupan sangre. Aquí, por lo menos la protagonista no tiene cara de no haber dormido en semanas.
La narración de la historia tiene lugar en Verona, la tierra de Romeo y Julieta. Al principio podremos sentirnos engañados por un espejismo. Podremos creer que los personajes van a experimentar un viaje introspectivo, con la cultura mediterránea como telón de fondo, con sus vinos, quesos y aceites de oliva… pero nada más lejos de la realidad. Entre copas sólo hay una.
La narración de la historia tiene lugar en Verona, la tierra de Romeo y Julieta. Al principio podremos sentirnos engañados por un espejismo. Podremos creer que los personajes van a experimentar un viaje introspectivo, con la cultura mediterránea como telón de fondo, con sus vinos, quesos y aceites de oliva… pero nada más lejos de la realidad. Entre copas sólo hay una.

7.9
172,934
10
21 de julio de 2011
21 de julio de 2011
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Impregnada de un hedonismo salvaje desde el primer minuto, no pestañea a la hora de desnudar tabúes y reírse de ellos porque la tienen pequeña. La razón de ser, digo. Descarada, chula y rebelde, se fue de casa dando un portazo y todos nos quedamos a cuadros. Algunos mirarán a otro lado como si la cosa no fuera con ellos. Y es que haber alcanzado el American way of life no lo es todo.
American Beauty constituye una feroz crítica a la vacuidad existencial que caracteriza el estilo de vida diseñado por la industria cultural del consumo y del bienestar. Esta cinta se adentra con osadía en jardines prohibidos y poco explorados hasta el momento por el cine norteamericano y arrampla con todo un universo de convencionalismos sociales.
Su riqueza narrativa y visual, prepara la alfombra perfecta para que un torbellino purificador penetre en la mente del espectador y remueva su conciencia sin complejos. Aborda con pasmosa ligereza temas tan grandilocuentes como la búsqueda de la felicidad evitando cualquier tipo de banalidad en la forma de expresarse.
Menos el protagonista el resto de personajes son arquetípicos, lo cual no les desvirtúa sino todo lo contrario. A través de ellos vemos los puntos flacos de una sociedad borracha de sí misma, que sigue bebiendo para no tener resaca al día siguiente. El nivel de las interpretaciones es tal, que creeremos que la película fue rodada para cada uno de los personajes, convirtiéndose éstos en protagonistas indiscutibles de esta oda a la vida. Especial mención a Kevin Spacey, que ganó el Oscar a mejor actor. Y hubo cuatro Oscar más: mejor director, mejor guión, mejor fotografía, y por supuesto, mejor película. Lástima que no ganara este premio por la mejor banda sonora. Mágica la música de Thomas Newman.
Sam Mendes tiene suficientes títulos para sentirse orgulloso, pero éste sin duda, marca la diferencia. Y no lo olviden, la felicidad pueden encontrarla en el baile de una bolsa vacía de contenido con el viento… ¿o es ahí donde no hay que buscarla?
American Beauty constituye una feroz crítica a la vacuidad existencial que caracteriza el estilo de vida diseñado por la industria cultural del consumo y del bienestar. Esta cinta se adentra con osadía en jardines prohibidos y poco explorados hasta el momento por el cine norteamericano y arrampla con todo un universo de convencionalismos sociales.
Su riqueza narrativa y visual, prepara la alfombra perfecta para que un torbellino purificador penetre en la mente del espectador y remueva su conciencia sin complejos. Aborda con pasmosa ligereza temas tan grandilocuentes como la búsqueda de la felicidad evitando cualquier tipo de banalidad en la forma de expresarse.
Menos el protagonista el resto de personajes son arquetípicos, lo cual no les desvirtúa sino todo lo contrario. A través de ellos vemos los puntos flacos de una sociedad borracha de sí misma, que sigue bebiendo para no tener resaca al día siguiente. El nivel de las interpretaciones es tal, que creeremos que la película fue rodada para cada uno de los personajes, convirtiéndose éstos en protagonistas indiscutibles de esta oda a la vida. Especial mención a Kevin Spacey, que ganó el Oscar a mejor actor. Y hubo cuatro Oscar más: mejor director, mejor guión, mejor fotografía, y por supuesto, mejor película. Lástima que no ganara este premio por la mejor banda sonora. Mágica la música de Thomas Newman.
Sam Mendes tiene suficientes títulos para sentirse orgulloso, pero éste sin duda, marca la diferencia. Y no lo olviden, la felicidad pueden encontrarla en el baile de una bolsa vacía de contenido con el viento… ¿o es ahí donde no hay que buscarla?
9
12 de julio de 2011
12 de julio de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A mediados del siglo XIX, él es de los pocos que camina tranquilo por la ciudad de Nueva York. Espeso bigote negro de puntas al cielo. Patillas que nada tienen que envidiar a las de Curro Jiménez. Cejas pobladas, ojos pequeños y mirada amenazante. Todo un señor. Un auténtico dandy. ¡Con su chistera y todo! Él es Bill El Carnicero y a veces creerás que va a salirse de la pantalla para hincharte a bofetadas. Sin embargo, es posible que le acabes cogiendo cariño. Pero es de los malos… no lo olvides.
Tiempos de incertidumbre. Las bandas lo controlan todo y demuestran su valía a base de palos. ¡Qué digo palos! Machetes, hachas, martillos, hoces, cuchillos… Golpes secos, narices que crujen y ojos que se cierran.
Y en medio de todo, un Leonardo DiCaprio que busca venganza. El niño rubito también quiere su guerra. Y Scorsese se la da.
Escenarios que se tiñen de rojo en cuestión de segundos, pandillas perfectamente identificables por sus detalladas vestimentas, una banda sonora que suena a lo que tiene que sonar, un malo que asusta (Daniel Day-Lewis) y un Scorsese audaz; son algunos de los motivos por los que Gangs of New York fue nominada a diez Óscar. No ganó ninguno. Una pena.
También nos dejaremos seducir por “la cosa más dulce”: Cameron Díaz.
Tiempos de incertidumbre. Las bandas lo controlan todo y demuestran su valía a base de palos. ¡Qué digo palos! Machetes, hachas, martillos, hoces, cuchillos… Golpes secos, narices que crujen y ojos que se cierran.
Y en medio de todo, un Leonardo DiCaprio que busca venganza. El niño rubito también quiere su guerra. Y Scorsese se la da.
Escenarios que se tiñen de rojo en cuestión de segundos, pandillas perfectamente identificables por sus detalladas vestimentas, una banda sonora que suena a lo que tiene que sonar, un malo que asusta (Daniel Day-Lewis) y un Scorsese audaz; son algunos de los motivos por los que Gangs of New York fue nominada a diez Óscar. No ganó ninguno. Una pena.
También nos dejaremos seducir por “la cosa más dulce”: Cameron Díaz.
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