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Críticas ordenadas por utilidad
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6.0
2,147
8
17 de octubre de 2016
17 de octubre de 2016
36 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
The eyes of my mother es la primera película de esta edición que me remueve las tripas. Es sádica, malsana, pesimista, cínica, vomitiva… y preciosa. Cada plano es una postal en blanco y negro que remite en algunos momentos a la fotografía de The Innocents.
Nicolas Pesce plantea un universo propio. A través del clasicismo formal consigue un tono y una atmósfera malvibrante, una coreografía de personajes repleta de silencios y miradas, y un juego continuo de contrastes entre los cenitales a vista de pájaro y los planos detalle.
Esta es una de ésas películas que le da sentido al festival. Vista fuera de Sitges quizá no tenga ni la mitad de fuerza. Pero aquí… aquí es una joya irrepetible.
Nicolas Pesce plantea un universo propio. A través del clasicismo formal consigue un tono y una atmósfera malvibrante, una coreografía de personajes repleta de silencios y miradas, y un juego continuo de contrastes entre los cenitales a vista de pájaro y los planos detalle.
Esta es una de ésas películas que le da sentido al festival. Vista fuera de Sitges quizá no tenga ni la mitad de fuerza. Pero aquí… aquí es una joya irrepetible.

7.3
69,544
5
2 de octubre de 2014
2 de octubre de 2014
47 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Fincher ha vuelto, o eso pone en los créditos, porque yo no lo he visto por ningún lado. ¿Dónde queda el genio del suspense, el maestro de las atmósferas que pueden cortarse con un cuchillo jamonero, o el arquitecto definitivo del espacio cinematográfico? Pues en el mismo sitio que el personaje que desaparece al principio de esta película: en paradero desconocido.
Sí, amigos. Ya se veía venir en el tráiler, pero un apellido que ha firmado recientemente auténticas joyas como The Social Network o Zodiac tiene el voto de confianza del cinéfilo de a pie. Y más cuando nos remontamos unos años y recordamos lo que disfrutamos con Seven o Fight Club.
Gone Girl tenía nuestro voto de confianza, y nuestra confianza ha sido traicionada.
Pero no quiero centrar mi crítica en el bueno de Fincher, no. El francotirador situado en la butaca 12 de la fila 14 debería de apuntar a otra cabeza, concretamente a la del guionista que adaptó su propia novela en un ejercicio de onanismo innecesario.
El guión de Gone Girl es un verdadero castillo de naipes… desperdigado por el suelo. Se apoya en los pilares de varios puntos de giro (de esos que evidencian el subidón que tuvo el dramaturgo al escribirlos); a partir de estos tres twists, se construye una serie de “rellenos argumentales” que intentan dar consistencia a un conjunto que la verosimilitud no consigue alcanzar. La historia cae por su propio peso aunque el bueno de Affleck trate de navegar contra viento y marea con una más que soberbia interpretación que augura, con algunos matices, a un atormentado Bruce Wayne.
Por si no fuera poco la “gelatina dramatúrgica”: no hay un final que deje el poso de cierre el espectador. La película acaba, pero la historia queda descosida. Además, otra de las cosas que Fincher ha demostrado dominar a la perfección, el subtexto, aquí está servido de forma más basta que un plato de garbanzos con chorizo del cantimpalo en una venta de la Sierra de Cádiz.
En general, el visionado adquiere con el distanciamiento cierto tufo a tv-movie-modorra, eso sí, con un empaque técnico impecable. Tenía muchas ganas de escuchar la nueva colaboración entre Trent Reznor y Fincher y nada, otra decepción más. La música se limita a hilvanar de forma monótona y perezosa las secuencias sin ningún tipo de acentuación ni expresionismo.
¿Algo positivo? Además de la interpretación de Affleck, el rol femenino de la película que, a pesar de ser un calco del personaje de Brenda de Six Feet Under (y los que hayáis visto la serie me entenderéis), da pie a momentos muy dramaticómicos que han hecho reír a los espectadores más de una vez.
Para terminar, me gustaría volver al titular de esta crítica: Aunque la mona se vista de Fincher, mona se queda. Y es que este es el peligro de elegir un mal guión. Como se suele decir siempre: De un buen guión puede salir una buena o una mala película, pero de un mal guión nunca puede salir una buena película.
Sí, amigos. Ya se veía venir en el tráiler, pero un apellido que ha firmado recientemente auténticas joyas como The Social Network o Zodiac tiene el voto de confianza del cinéfilo de a pie. Y más cuando nos remontamos unos años y recordamos lo que disfrutamos con Seven o Fight Club.
Gone Girl tenía nuestro voto de confianza, y nuestra confianza ha sido traicionada.
Pero no quiero centrar mi crítica en el bueno de Fincher, no. El francotirador situado en la butaca 12 de la fila 14 debería de apuntar a otra cabeza, concretamente a la del guionista que adaptó su propia novela en un ejercicio de onanismo innecesario.
El guión de Gone Girl es un verdadero castillo de naipes… desperdigado por el suelo. Se apoya en los pilares de varios puntos de giro (de esos que evidencian el subidón que tuvo el dramaturgo al escribirlos); a partir de estos tres twists, se construye una serie de “rellenos argumentales” que intentan dar consistencia a un conjunto que la verosimilitud no consigue alcanzar. La historia cae por su propio peso aunque el bueno de Affleck trate de navegar contra viento y marea con una más que soberbia interpretación que augura, con algunos matices, a un atormentado Bruce Wayne.
Por si no fuera poco la “gelatina dramatúrgica”: no hay un final que deje el poso de cierre el espectador. La película acaba, pero la historia queda descosida. Además, otra de las cosas que Fincher ha demostrado dominar a la perfección, el subtexto, aquí está servido de forma más basta que un plato de garbanzos con chorizo del cantimpalo en una venta de la Sierra de Cádiz.
En general, el visionado adquiere con el distanciamiento cierto tufo a tv-movie-modorra, eso sí, con un empaque técnico impecable. Tenía muchas ganas de escuchar la nueva colaboración entre Trent Reznor y Fincher y nada, otra decepción más. La música se limita a hilvanar de forma monótona y perezosa las secuencias sin ningún tipo de acentuación ni expresionismo.
¿Algo positivo? Además de la interpretación de Affleck, el rol femenino de la película que, a pesar de ser un calco del personaje de Brenda de Six Feet Under (y los que hayáis visto la serie me entenderéis), da pie a momentos muy dramaticómicos que han hecho reír a los espectadores más de una vez.
Para terminar, me gustaría volver al titular de esta crítica: Aunque la mona se vista de Fincher, mona se queda. Y es que este es el peligro de elegir un mal guión. Como se suele decir siempre: De un buen guión puede salir una buena o una mala película, pero de un mal guión nunca puede salir una buena película.

4.5
3,014
6
5 de octubre de 2009
5 de octubre de 2009
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
“The Hole 3D” es la prueba criminal de que Joe Dante es un fósil de los ochenta. La historia narra las aventuras de tres chavales que encuentran en el sótano de su casa un agujero del que saldrán “todos sus miedos”. Un guión mimado y agradecido que consigue aterrorizar con las maneras de siempre pero con la sinceridad de un veterano. Joe Dante sigue con el uso de “muppets” a la vieja usanza, el trauma Spielberg de las familias desestructuradas, menos fuelle en su característico humor negro pero, ante todo, sigue entreteniendo.

5.3
3,164
6
17 de octubre de 2016
17 de octubre de 2016
24 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de una prolífica trayectoria como cortometrajista y de debutar con la disfrutable Emergo, podríamos decir sin mordernos la lengua que Carles Torrens es una de las grandes promesas del panorama cinematográfico nacional.
Pet es una de esas películas “embotelladas” en una localización con pocos personajes. Uno de esos proyectos lowcost en los que el guión debe de ser el pilar principal.
Y aquí lo es. Ksenia Solo y Dominic Monaghan protagonizan un thriller escrito por Jeremy Slater (El efecto Lázaro, Cuatro fantásticos, Death Note) en el que se plantea el secuestro de una chica por parte de un hombre solitario y perturbado. Lo que parece una historia clásica y previsible se convierte en un “toma y daca” asfixiante entre los personajes gracias a un giro narrativo muy loco.
Pet supone para Carlos Torrens un encargo ejecutado a la perfección y lo coloca entre los candidatos a tomarle el relevo a Collet Serra en tierras norteamericanas.
Pet es una de esas películas “embotelladas” en una localización con pocos personajes. Uno de esos proyectos lowcost en los que el guión debe de ser el pilar principal.
Y aquí lo es. Ksenia Solo y Dominic Monaghan protagonizan un thriller escrito por Jeremy Slater (El efecto Lázaro, Cuatro fantásticos, Death Note) en el que se plantea el secuestro de una chica por parte de un hombre solitario y perturbado. Lo que parece una historia clásica y previsible se convierte en un “toma y daca” asfixiante entre los personajes gracias a un giro narrativo muy loco.
Pet supone para Carlos Torrens un encargo ejecutado a la perfección y lo coloca entre los candidatos a tomarle el relevo a Collet Serra en tierras norteamericanas.

6.9
1,715
8
21 de enero de 2009
21 de enero de 2009
23 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya desde una vista de pájaro resulta maniqueísta y simplista el análisis etimológico del género melodramático. “Melos” deriva a “melodía”, por lo tanto, un drama melódico, acompañado musicalmente, de orquesta invisible. Algo que para muchos puede resultar artificioso, efectista y manipulador, para otros, una de las principales armas emocionales del cine. Y es que éste es el elemento definidor del melodrama junto a la carga emocional o, como sustituto o en añadidura, la voluntad moralizadora.
En el caso de concreto de “Bigger than life”, la música no es uno de los elementos principales, por lo tanto evita la polémica. Pero sí encontramos la emoción dentro de otro elemento característico del melodrama, la posible coyuntura de la estabilidad y la unidad familiar. Y es que, a partir de los cuarenta, la independencia económica e intelectual de la mujer preocupó a los más conservadores, que auguraron nuevos modelos familiares sin la figura paterna o con parejas homosexuales y libertad sexual. Pero, en el filme que nos ocupa, la amenaza procede del miembro de mayor jerarquía, el hombre, frente a una mujer completamente alienada a su casa y sus deberes diarios. ¿Cuál es el origen de los males del padre? Una enfermedad venérea, invisible a los ojos, desencadenada en el estrés sufrido por un pluriempleado con problemas económicos. La gran sociedad, su dinámica agonizante y los problemas financieros de la clase media-baja ahogan a un buen hombre que reboza en voluntad de alienación y honestidad.
La relación padre hijo aumenta la carga emocional del conflicto retratando un antes y un después en su educación, pues las dosis de cortisona desembocan en una psicosis que hace perder por completo a nuestro protagonista (James Mason) el control de su personalidad, llegando en el clímax final al más exagerado fanatismo religioso siguiendo la palabra de Dios al pie de la letra (véase aquí un guiño al principal fervor estadounidense).
La potencia del melodrama está llevada hasta las más altas cotas de explotación en un argumento con una narrativa fluida, de una cadencia que dosifica el proceso de locura en un gradiente evolutivo que favorece su verosimilitud. Lo único reprochable en este tipo de situaciones límites es la sobreactuación a la que están obligados los actores, obligados por la falta de contención de la narrativa.
En el caso de concreto de “Bigger than life”, la música no es uno de los elementos principales, por lo tanto evita la polémica. Pero sí encontramos la emoción dentro de otro elemento característico del melodrama, la posible coyuntura de la estabilidad y la unidad familiar. Y es que, a partir de los cuarenta, la independencia económica e intelectual de la mujer preocupó a los más conservadores, que auguraron nuevos modelos familiares sin la figura paterna o con parejas homosexuales y libertad sexual. Pero, en el filme que nos ocupa, la amenaza procede del miembro de mayor jerarquía, el hombre, frente a una mujer completamente alienada a su casa y sus deberes diarios. ¿Cuál es el origen de los males del padre? Una enfermedad venérea, invisible a los ojos, desencadenada en el estrés sufrido por un pluriempleado con problemas económicos. La gran sociedad, su dinámica agonizante y los problemas financieros de la clase media-baja ahogan a un buen hombre que reboza en voluntad de alienación y honestidad.
La relación padre hijo aumenta la carga emocional del conflicto retratando un antes y un después en su educación, pues las dosis de cortisona desembocan en una psicosis que hace perder por completo a nuestro protagonista (James Mason) el control de su personalidad, llegando en el clímax final al más exagerado fanatismo religioso siguiendo la palabra de Dios al pie de la letra (véase aquí un guiño al principal fervor estadounidense).
La potencia del melodrama está llevada hasta las más altas cotas de explotación en un argumento con una narrativa fluida, de una cadencia que dosifica el proceso de locura en un gradiente evolutivo que favorece su verosimilitud. Lo único reprochable en este tipo de situaciones límites es la sobreactuación a la que están obligados los actores, obligados por la falta de contención de la narrativa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y viendo “Bigger than life” después de asistir a los modernos “thrillers psicológicos” de finales de los noventa uno puede decir que el nerviosismo en el montaje y la realización a modo de videoclip imperante en la actualidad no hace más que perjudicar un tipo de historia que tiene la virtud de explorar las emociones a su debido ritmo, con paciencia. Sólo filmes como “El Maquinista”, de Brad Anderson, o “Inseparables”, de David Cronenberg, son capaces de alcanzar la dimensión del Nicolas Ray que nos ocupa, o del psicológico Polanski de “Repulsión” o “Rose Mary´s baby”; un recorrido en la profundidad de un trastorno mental, de una preocupación paranoica, muchas veces incluso con evidente transfiguración física.
En este tipo de melodramas nació el “thriller”, que ha ido creciendo hasta nuestros días mezclando melodrama con cine de acción y, a veces, terror. Y cuyos finales felices son siempre de un sabor amargo, pues la trascendencia del desarrollo y su atmósfera eclipsan cualquier sonrisa final.
En este tipo de melodramas nació el “thriller”, que ha ido creciendo hasta nuestros días mezclando melodrama con cine de acción y, a veces, terror. Y cuyos finales felices son siempre de un sabor amargo, pues la trascendencia del desarrollo y su atmósfera eclipsan cualquier sonrisa final.
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