Esta gran película, basada en una obra del magistral Stefan Zweig, pone de manifiesto algunas de las miserias humanas que impiden constantemente el avance de la humanidad: la corrupción, el racismo, el clasismo, la avaricia, el odio gratuito, o la crueldad sin límites, al tiempo que contrapone con elegancia y humor, algunas virtudes sobresalientes, tales como la generosidad, la solidaridad, la empatía o el amor.

Respecto a la técnica, hay que destacar la estudiadísima fotografía, una muy cuidada puesta en escena, además de un guión bien adaptado al ritmo cinematográfico y la interpretación genial del polifacético Ralph Fiennes.

Al margen de la cuidada estética de los ambientes, todo lo demás resulta de una rebosante cursilería. Y, lo que es peor, exalta tácitamente el imperialismo occidental, desviando la atención exclusivamente a las vivencias personales, relacionadas con la búsqueda del propio ego. ¿Y qué hay de los otros?

Caprichos de la mente humana sin tabúes sexuales que, de forma contenida, pero al mismo tiempo, con atrevimiento, se adentran en el mundo del deseo. Sin duda, el talento lo marcan los diálogos de la novela de Philip Roth y la magistral interpretación de Lea Seydoux, sin la cual la película quedaría probablemente, desdibujada. Su capacidad para desdoblarse transmite con fuerza, el interés por las emociones al espectador. De todos modos, si no fuera por el dinamismo de los primeros planos en los que los rostros de los intérpretes hablan por sí solos, la película perdería gran parte de su interés, pues parece una obra más apropiada para ser llevada al teatro, toda vez que las escenas más relevantes quedan atrapadas en las distancias cortas.

Casi todos los aspectos tratados en esta película son capaces de cautivar al espectador. Desde luego, la historia, salvo el final, tiene sus aciertos, pero en manos de algunos directores y artistas quizás no habría pasado del aprobado. Lo mejor, sin duda es la adaptación del guión, la puesta en escena (ambientación, vestuario, ritmo) y la protagonista que es capaz, de representar, como nadie, la cualidad principal que le atribuye la obra: una inteligencia emocional privilegiada, lo cual sólo puede ser llevado al cine por una actriz polifacética como Adriana Ugarte, que se desdobla una y otra vez, matizando de forma magistral todas las conductas que debe representar su personaje, sin un ápice de exceso ni carencia. Me atrevo a decir que esta serie marcará un antes y un después en la carrera de esta actriz que en la vida real, como en el cine, está llena de talento y humildad.

Es imperdonable que el argumento huya del compromiso, bajo de profundidad. La ligereza con la que se tratan los acontecimientos es intolerable. Es una oportunidad perdida para haber podido enfrentar con éxito una parte de la historia de España que no ha tenido tratamiento cinematográfico. Sólo nos queda la ambientación. En definitiva, una película mediocre.