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Críticas ordenadas por utilidad
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6.4
28,476
7
13 de septiembre de 2016
13 de septiembre de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en una novela del ya perdido Saramago y cambiando el tono de esta, Denis Villeneuve ha tejido una de las películas importantes del año. Rodada a continuación de la excelente ‘Prisioneros’ y protagonizada de nuevo por uno de los actores más sobresalientes de nuestra época, un Jack Gyllenhaal que parece no tener techo.
No es fácil de explicar su trama aunque aquel que esté atento será capaz de entender su condición global mirando fijamente hacia el trío cuadrangular de protagonistas. Agobiante, enrevesada y no apta para todos los públicos, su narración se alía de la confusión para ganar en su desarrollo. La música, pausa y fotografía bordan el resto.
Tras todo ello, un final memorable para una película escondida en el ciclo anual. Y un director, Denis Villeneuve que tras la premiada ‘Incendies’, ‘Polytechnique’ y la nombrada ‘Prisioneros’ se fija como uno de los realizadores más a tener en cuenta hoy en día.
Déjense enredar.
No es fácil de explicar su trama aunque aquel que esté atento será capaz de entender su condición global mirando fijamente hacia el trío cuadrangular de protagonistas. Agobiante, enrevesada y no apta para todos los públicos, su narración se alía de la confusión para ganar en su desarrollo. La música, pausa y fotografía bordan el resto.
Tras todo ello, un final memorable para una película escondida en el ciclo anual. Y un director, Denis Villeneuve que tras la premiada ‘Incendies’, ‘Polytechnique’ y la nombrada ‘Prisioneros’ se fija como uno de los realizadores más a tener en cuenta hoy en día.
Déjense enredar.

6.4
19,270
7
20 de octubre de 2016
20 de octubre de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos se lo esperaban, pero a pocos nos ha extrañado. Paul Verhoeven, cerca de los ochenta y con una filmografía cargada de títulos emblemáticos y fiascos tormentosos, apareció en este curso como supuesto invitado y terminará acabando en los puestos altos.
'Elle', diez años después de la no menos magnífica 'El libro negro', se sitúa entre lo mejor de un hombre empeñado en hacer que sus títulos no se olviden nunca. Los 'remakes' del tiempo y el rescate de títulos en su día machacados le están dando la razón.
En su nueva obra, la supuesta tormenta de su punto inicial queda difuminada por la narración de lo ocurrido. Pronto nos damos cuenta de que aquí nadie nos va a regalar suspense ni drama. El objetivo es aún más punzante: desmontar los mitos de los valores escrupulosos.
Más cerca de la comedia ácida que de cualquier otra cosa, el monstruo del neerlandés nos conquista y enreda poco a poco en su red de sorpresas y mentiras. Hacia mitad del estruendo hincamos la rodilla. Somos los súbditos de una historia incontrolable y de una actriz portentosa más libre que nunca.
Isabelle Huppert hace lo que le viene en gana con su papel. Pocas como ella poseen el dominio de la actuación para llevar a sus personajes a la transparencia de la verdad. El resto simplemente tiene que acompañarla en el devenir del relato.
A nadie le debería extrañar si en unos meses vemos un Oscar de su lado o, de igual forma, para todo el conjunto. Los premios a mejor película extranjera suelen ir a parar a todo lo que desde allí parece irrealizable. La transgresión occidental de limitarse a escenas de sexo irrelevantes marcadas por letras aún más aburridas. En los últimos años, solo David Fincher con su magnífica 'Gone girl' se acercó a lo que otros no quieren ni mirar.
'Elle' es amoral (tal vez, inmoral), mórbida y ácida. En una palabra: magnífica.
'Elle', diez años después de la no menos magnífica 'El libro negro', se sitúa entre lo mejor de un hombre empeñado en hacer que sus títulos no se olviden nunca. Los 'remakes' del tiempo y el rescate de títulos en su día machacados le están dando la razón.
En su nueva obra, la supuesta tormenta de su punto inicial queda difuminada por la narración de lo ocurrido. Pronto nos damos cuenta de que aquí nadie nos va a regalar suspense ni drama. El objetivo es aún más punzante: desmontar los mitos de los valores escrupulosos.
Más cerca de la comedia ácida que de cualquier otra cosa, el monstruo del neerlandés nos conquista y enreda poco a poco en su red de sorpresas y mentiras. Hacia mitad del estruendo hincamos la rodilla. Somos los súbditos de una historia incontrolable y de una actriz portentosa más libre que nunca.
Isabelle Huppert hace lo que le viene en gana con su papel. Pocas como ella poseen el dominio de la actuación para llevar a sus personajes a la transparencia de la verdad. El resto simplemente tiene que acompañarla en el devenir del relato.
A nadie le debería extrañar si en unos meses vemos un Oscar de su lado o, de igual forma, para todo el conjunto. Los premios a mejor película extranjera suelen ir a parar a todo lo que desde allí parece irrealizable. La transgresión occidental de limitarse a escenas de sexo irrelevantes marcadas por letras aún más aburridas. En los últimos años, solo David Fincher con su magnífica 'Gone girl' se acercó a lo que otros no quieren ni mirar.
'Elle' es amoral (tal vez, inmoral), mórbida y ácida. En una palabra: magnífica.
7 de septiembre de 2016
7 de septiembre de 2016
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Garrel de nuevo escondido entre lo más destacado del año. Esta vez, sin premios ni grandes menciones. Conversando sobre él mismo y sobre la historia de lo que algún día fue el cine y la vida en un segundo plano.
Fuera de todo lo predecible y cuando su cámara parecía cansada, el gran francés aparece más fresco y juguetón que nunca. Alejado de la pedantería y muy pegado a Truffaut nos vuelve a hablar de lo único que saben hablar sus películas: el amor. Lo hace cómodo, irónico, elegante. Su pulso, la templanza del blanco y negro, la música y sus imágenes hablan por si solas.
Y con ello, un trío de personajes enormes, perdidos en el huracán. Tremendos los tres, aunque el gran peso de la película recaiga sobre un gigante protagonista masculino, Stanislas Merhar, en el papel de su vida.
Sufrir, amar y decidir. Poesía y cine de la mano.
El juego favorito de los románticos.
Fuera de todo lo predecible y cuando su cámara parecía cansada, el gran francés aparece más fresco y juguetón que nunca. Alejado de la pedantería y muy pegado a Truffaut nos vuelve a hablar de lo único que saben hablar sus películas: el amor. Lo hace cómodo, irónico, elegante. Su pulso, la templanza del blanco y negro, la música y sus imágenes hablan por si solas.
Y con ello, un trío de personajes enormes, perdidos en el huracán. Tremendos los tres, aunque el gran peso de la película recaiga sobre un gigante protagonista masculino, Stanislas Merhar, en el papel de su vida.
Sufrir, amar y decidir. Poesía y cine de la mano.
El juego favorito de los románticos.

5.6
2,343
10
7 de septiembre de 2016
7 de septiembre de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay truco, la belleza de cada plano podría dejarnos hasta sin voz en off. De nuevo, Terrence Malick, curiosamente, a sus 72 años, en la etapa más prolífica de su carrera. Como si ahora que empieza a oscurecer, algo le pidiera contar todo eso que tenía guardado en algún sitio de su memoria.
Y en esas historias aparece toda una galaxia en la mirada de Christian Bale. Sus ojos observan el circo del tiempo pasar, los actores y actrices dentro del plato, las emociones como algo efímero, el amor como lo más puro que se puede sentir aquí. La experiencia de la vida.
Malick ya no necesita explicaciones (el gran lastre de “El árbol de la vida”) ni excusas para reinventar su cine. Se ha vuelto a entregar libre a lo que mejor sabe hacer: mostrar la magia, no siempre luminosa, del mundo con una cámara en su mano y la belleza de sus actores y actrices por otro. Christian Bale, Cate Blanchett, Natalia Portman e Imogen Poots se confinan a ese monstruo llamado Emmanuel Lubezki para convertir su fotografía en eternidad.
No voy a engañar a nadie. No es fácil ni tampoco accesible y, quizás, sin el impulso de su enorme reparto pocos se habrían acercado a ella. A todo aquel que consiga sumergirse, le quedará el viaje, la sensación de haber estado durante dos horas leyendo dentro de uno mismo mientras los aviones sobrevuelan el cielo.
Obra maestra.
Y en esas historias aparece toda una galaxia en la mirada de Christian Bale. Sus ojos observan el circo del tiempo pasar, los actores y actrices dentro del plato, las emociones como algo efímero, el amor como lo más puro que se puede sentir aquí. La experiencia de la vida.
Malick ya no necesita explicaciones (el gran lastre de “El árbol de la vida”) ni excusas para reinventar su cine. Se ha vuelto a entregar libre a lo que mejor sabe hacer: mostrar la magia, no siempre luminosa, del mundo con una cámara en su mano y la belleza de sus actores y actrices por otro. Christian Bale, Cate Blanchett, Natalia Portman e Imogen Poots se confinan a ese monstruo llamado Emmanuel Lubezki para convertir su fotografía en eternidad.
No voy a engañar a nadie. No es fácil ni tampoco accesible y, quizás, sin el impulso de su enorme reparto pocos se habrían acercado a ella. A todo aquel que consiga sumergirse, le quedará el viaje, la sensación de haber estado durante dos horas leyendo dentro de uno mismo mientras los aviones sobrevuelan el cielo.
Obra maestra.

6.7
25,826
9
24 de enero de 2023
24 de enero de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1939, John Steinbeck publicó Las uvas de la ira en la que nos describió, en forma de denuncia y con cierto afán didáctico, las consecuencias de la Gran Depresión y la manera en la que los agricultores se vieron obligados a emigrar a California en busca de una vida mejor. Al año siguiente (1940), John Ford convirtió ese texto en una de las mejores películas de la historia del cine. El impacto social fue de tal calibre que tanto Steinbeck como Ford fueron investigados por el Congreso de la era McCarthy por presuntas inclinaciones procomunistas. Fuera como fuera, libro o película, el poso que dejó la familia Joad fue pasando de generaciones a generaciones, llegando hasta nuestros días, como símbolo de lucha e indignación ante las injusticias sociales.
En el año 2017, Jessica Bruder publicó Nomadland, un retrato humano y honesto sobre las tripas de la economía estadounidense, tras embarcarse, durante tres años, en un viaje de costa a costa de Estados Unidos y desde México a la frontera de Canadá, junto a un grupo de personas, todas ellas de edades avanzadas, que habían perdido todo por culpa de la crisis del 2008 y se vieron obligadas a retomar el viaje de sus antepasados con el mismo objetivo que ellos.
El paralelismo es tan claro como la propia historia. Una vuelta cíclica a las penurias y consecuencias de un capitalismo que todos nosotros hemos abrazado como si formara parte de nuestra propia sangre sin importar las consecuencias.
Tal vez por esta razón, y a diferencia de John Ford, Chloé Zhao, directora de Nomadland, se haya alejado del libro (con el mismo título) en el que basa su película y haya trasladado la reflexión social a un lugar íntimo en el que la crítica o la culpa no parecen tener sitio directo. Para algunos (entre los que me encuentro) el gran acierto y para otros, por las mismas razones, todo lo contrario. Lejos de vocear ante las tropelías de los potentados, la directora china nos propone sentarnos y escuchar a sus personajes mientras recorremos, junto a ellos, el oeste estadounidense. Para ello se apoya en la soberbia fotografía de Joshua James Richards sobre el piano de Ludovico Einaudi y, consciente de la importancia de la verdad, nos rodea solamente de dos actores profesionales: una estupenda Frances McDormand y el siempre convincente David Strathairn. El resto de los personajes, protagonistas también del libro, son tan reales como su propia vida.
Es cierto que bien se podría acusar a Chloé Zhao de idealizar la necesidad causada por una colectividad feroz, pero también es verdad que, hoy en día, dar pie a una lectura política podría no solo deformar, sino también anublar cada uno de los paisajes y notas que nos acompañan en el viaje. Estoy seguro de que, si se acercan a Nomadland, no les costara mucho imaginarse esa otra película en su cabeza. Y sí, sería tan soporífera como irrisoria. Es decir, algo muy parecido a la política.
No es fácil en los tiempos que corren encontrarse con una cinta que mire a los ojos del espectador y opte por apartar piedras, inútiles y números. Tal vez sea esa la razón por la que Zhao nos haya regalado 110 minutos en los que sin olvidar nunca a Steinbeck también nos haya recordado en todo momento a Kerouac. Los premios y aplausos serán en el futuro una anécdota, algunos recordaremos Nomadland como ejemplo de que a veces ser inteligente es algo tan fácil como susurrarnos y dejarnos pensar por nosotros mismos.
En el año 2017, Jessica Bruder publicó Nomadland, un retrato humano y honesto sobre las tripas de la economía estadounidense, tras embarcarse, durante tres años, en un viaje de costa a costa de Estados Unidos y desde México a la frontera de Canadá, junto a un grupo de personas, todas ellas de edades avanzadas, que habían perdido todo por culpa de la crisis del 2008 y se vieron obligadas a retomar el viaje de sus antepasados con el mismo objetivo que ellos.
El paralelismo es tan claro como la propia historia. Una vuelta cíclica a las penurias y consecuencias de un capitalismo que todos nosotros hemos abrazado como si formara parte de nuestra propia sangre sin importar las consecuencias.
Tal vez por esta razón, y a diferencia de John Ford, Chloé Zhao, directora de Nomadland, se haya alejado del libro (con el mismo título) en el que basa su película y haya trasladado la reflexión social a un lugar íntimo en el que la crítica o la culpa no parecen tener sitio directo. Para algunos (entre los que me encuentro) el gran acierto y para otros, por las mismas razones, todo lo contrario. Lejos de vocear ante las tropelías de los potentados, la directora china nos propone sentarnos y escuchar a sus personajes mientras recorremos, junto a ellos, el oeste estadounidense. Para ello se apoya en la soberbia fotografía de Joshua James Richards sobre el piano de Ludovico Einaudi y, consciente de la importancia de la verdad, nos rodea solamente de dos actores profesionales: una estupenda Frances McDormand y el siempre convincente David Strathairn. El resto de los personajes, protagonistas también del libro, son tan reales como su propia vida.
Es cierto que bien se podría acusar a Chloé Zhao de idealizar la necesidad causada por una colectividad feroz, pero también es verdad que, hoy en día, dar pie a una lectura política podría no solo deformar, sino también anublar cada uno de los paisajes y notas que nos acompañan en el viaje. Estoy seguro de que, si se acercan a Nomadland, no les costara mucho imaginarse esa otra película en su cabeza. Y sí, sería tan soporífera como irrisoria. Es decir, algo muy parecido a la política.
No es fácil en los tiempos que corren encontrarse con una cinta que mire a los ojos del espectador y opte por apartar piedras, inútiles y números. Tal vez sea esa la razón por la que Zhao nos haya regalado 110 minutos en los que sin olvidar nunca a Steinbeck también nos haya recordado en todo momento a Kerouac. Los premios y aplausos serán en el futuro una anécdota, algunos recordaremos Nomadland como ejemplo de que a veces ser inteligente es algo tan fácil como susurrarnos y dejarnos pensar por nosotros mismos.
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