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España España · Caravaca
Críticas de David
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
8
15 de febrero de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lejos queda por los años, pero cerca por lo que marcó y significó aquella joya llamada Cómo ser John Malkovich (1999) en nuestras cabezas y corazones. Una genial, asombrosa y maravillosa ida de cabeza de dos genios: Charlie Kaufman al guión y Spike Jonze tras la cámara. Y como no podía ser menos, a esta pareja, se le uniría un reparto escandalosamente bueno: John Malkovich, haciendo de el mismo, John Cusack, Cameron Díaz y Catherine Kenner como principales magos de esta historia de titiriteros, oficinistas, puertas escondidas…, subconscientes… ¡Magistral! Pero este no sería el único momento dulce en la carrera del realizador de videoclips que mucho de nosotros nos hemos visto y emocionado en nuestra juventud: Sabotage de Beastie Boys, vídeos para Björk, The Chemical Brothers o una infinidad de cortometrajes. Ha hecho cosas, piezas de culto en el general de su obra, como Adaptation (El ladrón de orquídeas) o el cuento para niños más bien adultos, Donde viven los monstruos, historia igual de grande que sus monstruosos y tiernos protagonistas. Un genio de culo inquieto, mente abierta y una destreza a la hora de escribir y dirigir fascinante.

Her nos sitúa en un futuro no muy lejano con nuestro protagonista Theodore (Joaquin Phoenix) como eje y motor de la historia. Theodore, escritor solitario, adquirirá un moderno sistema operativo (la dulcísima voz de Scarlett Johansson) diseñado para satisfacer todas las necesidades del usuario. Para sorpresa de Theodore, este iniciará una relación sentimental con dicho sistema operativo –cosa de la que uno ya no se sorprende–. A partir de ahí: emociones, risas, sexo, amor, llantos, dudas, viajes y preguntas, muchas preguntas que le irán surgiendo a Theodore.

Her, por el que Jonze ha sido galardonado con un Globo de Oro al mejor guión original, cuenta y reflexiona sobre la compleja vida que puede llegar a ser la relación con el sexo opuesto, las relaciones entre los propios humanos, el distanciamiento que ellos mismos se crean, la adaptación a la tecnología o el enganche a ella. Her, es una bella, graciosa, curiosa e interesante propuesta con magníficos resultados, gracias a un guión, dirección, y como no, a la actuación de un sobresaliente Joaquin Phoenix. Pero este filme también es delicado, tierno, precioso, doloroso, emotivo y disfrutable de principio a fin. Una película muy seria, un magnífico guión, muy bien argumentada –se nota el pasado de Jonze sentimentalmente hablando–, montada a la perfección, y contada y desarrollada para caer en sus garras. Una mezcla entre los sentimientos que hacen que mente y corazón se te rompan y con ello hundas –también con lo que salir a flote–, dejando de ti nada más que el alma que flota en minúsculas partículas ligeras como el aire, y las herramientas con las que hoy dormimos, comemos, caminamos y trabajamos conocidas como ciencia y tecnología.

Acompañando a Phoenix tenemos físicamente a su amiga Amy (Amy Adams), Catherine (Ronney Mara), su expareja y amor para el resto de su vida, Paul (Chris Pratt), la mujer de éste, y Charles (Matt Letscher), pareja de Amy. Luego, no físicamente, ya saben, los sistemas operativos, tenemos como ama de llaves a Samantha (Scarlett Johansson). Una inteligente y sensual máquina que se enamorará hasta límites insospechados de Theodore. En el reparto como en su ejecución, Rooney Mara es cómplice y culpable de toda la historia, regalando junto a Theodore momentos de ensueño. En realidad, todos los flashbacks de la pareja son extremadamente bonitos. Y sobre la relación entre Theodore y Samantha, mejor descubrirla cada uno por su cuenta y disfrutarla a su manera.

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David
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6
20 de enero de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
2.500 planos configuran el nuevo amalgama de imágenes, secuencias, miradas, luchas, espejos, luces, marcos, encuadres, pasillos, música… del chino Wong Kar-Wai. The Grandmaster, trabajo que le ha llevado tres años de duro rodaje, es un efectista producto cargado de una belleza, podemos decir que usual en el director de Deseando amar y 2046, asombrosa, en la que se nos muestra un interesante y bello recorrido por la China del siglo XX, presentándonos y, contándonos, la vida de Ip Man, el reconocido entrenador del mítico Bruce Lee dentro del arte marcial conocido como Wing Chun. Un arte compuesto por tres formas: Kata, Kuem y Pumse. El Wing Chun: Tiene como objetivo el de ayudar a comprender en profundidad los conceptos básicos del sistema y desarrollar habilidades tales como la raíz, la coordinación, la mecánica corporal, la relajación, la estructura, el desarrollo de la energía y el poder explosivo. Mismos objetivos aplicables a nuestros sentidos a la hora de ver un trabajo de este señor.

Uno, que anda todavía vibrando de aquella experiencia amorosa –y costosa por sus protagonistas– que es Deseando amar. De su magia, del Yumeji’s Theme de Sigeru Umebayashi –enamorado de esta pieza musical de por vida–, de los paseos a por leche por aquellas escaleras, de la lluvia, del intenso color que emanaba amor desde cualquier punto hacia donde dirigieses la mirada, de perspectivas varias... de todo, porque Deseando Amar es para amarla. De 2046, donde Wai de nuevo nos llenaba de color alma y mente. Donde se podía asistir una vez más a un ejercicio siempre efectista visual y musicalmente, en el que dejarse llevar es la mejor herramienta para disfrutar de estas obras tan meticulosas. Y de paso, poniéndose uno a recordarlas, encontrará ciertos puentes de conexión con esta The Grandmaster. No pasa lo mismo con My Blueberry nights, una lujosa cinta de niveles estilísticos muy altos, pero de nefasto y aburridísimo guión. Llega con terribles ganas de ser seducido y enamorado nuevamente ante un estreno más que esperado.

The Grandmaster cuenta la historia de Ip Man (Tony Leung: Deseando amar y 2046), maestro y divulgador del Wing Chun (hegemónica del sur de china) y Gong Er (Zhang Ziyi: El camino a casa) experta en el Ba Gua (la que procede del norte). Ip Man se dedica a la enseñanza, Gong, es más bien una mujer inclinada a no transmitir los conocimientos de su legado familiar. Mirar hacia delante (Ip Man), y mirar hacia atrás (Gong Er). Dos estilos diferentes de luchar, de ver y sentir diferentes tipos de lucha que se cruzarán por amor, poder y satisfacción.

Estos dos maestros del kung fu vienen a reunirse en la ciudad natal de Ip Man, Foshan, en vísperas de la invasión japonesa en 1936. El abuelo de Gong Er, un gran maestro de renombre, también viaja a Foshan para su ceremonia de jubilación, que se llevará a cabo en el legendario burdel ‘El pabellón de oro’. Una historia de traición, honor y amor llevada a cabo durante la época tumultuosa que siguió a la caída de la última dinastía de China, un tiempo de caos, y una división y guerra, época también de oro de las artes marciales chinas.

Wong Kar –Wai no defrauda en cuanto a dotes técnicos, diría que está por encima de cualquier trabajo anterior, puesto hay cientos de detalles de los que poder hablar y seccionar hasta hacer de un plano o secuencia una nueva película. Te quedarás más que satisfecho con el resultado final si sólo buscas eso –y sin buscarlo–, porque todas las luchas: la protagonizada bajo la lluvia, la del burdel entre Ip y Gong, o la memorable, descomunal, o como se le quiera definir, pero grandiosa lucha, en la estación del tren entre Gong y Ma Sam, son para arrodillarse y hacer reverencias. Su estilo, color, textura, movimientos a cámara lenta, la gente observando desde las ventanas o nosotros desde la nuestra, nos llenará de placer y agitación. Simplemente magistral.

Pero The Grandmaster como cualquier otro filme, debe, tiene que tener para ser una gran obra, o por lo menos engancharte con lo verdaderamente necesario, un buen guión. Una historia y desarrollo a la altura –qué mínimo–, en este caso del nivel técnico, del que es elocuente la película, para formar una explosión, al igual que los golpes de tan maravilloso arte, definitiva y mortal.

Montada como si de una obra teatral se tratara, por capítulos –así la veo yo–, veremos entrar y salir personajes de la historia sin más explicación –bueno, viviremos de flashbacks durante todo el metraje–, cargando el relato de cierta complejidad. Apuntar, que la narración china tradicional organiza las relaciones entre los elementos del relato de forma más libre y flexible que la novela occidental, pero no culpa de esto, porque no se llevó acabo así finalmente –dicho por el propio Wai–, The Grandmaster , ni construida a capítulos ni de la forma tan libre como es la narración de este país, alcanza los niveles requeridos, y ya no para su comprensión –que es llevadero–, sino para un entretenimiento y aprendizaje digno del resto del trabajo.

El Hongkonés demuestra ser un auténtico maestro dirigiendo: su narrativa visual con la cámara sí es perfecta. La fotografía, obra de Philippe Le Sourd, sí es para quitarse el sombrero. La música, a cargo de Sigeru Umebayashi y Nathaniel Méchaly, es hermana gemela de cualquier plano, momento o estado del filme. Todo en el apartado técnico es desbordante de majestuosidad. Todo. Son, como decía, cientos y miles de detalles con los que disfrutar diseccionando poco a poco. Pero, su guión, realizado entre Wong Kar-Wai, Xu Haofeng y Zou Jinzhi, basándose en una historia propia del director, no es de ese magnetismo, no logrando engancharte, dejándote frío como las tierras por las que nos moveremos durante el visionado.

Kung fu: Horizonal y vertical. Como la vida de de Ip y Gong respectivamente. La deshonra y la gloria.

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David
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7
15 de febrero de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con Nymphomaniac Vol.2, se “casi” termina la nueva y última película del danés Lars Von Trier. Se “casi” termina, porque en realidad hemos visto cuatro horas de las cinco originales, y para colmo, divida en dos partes de dos horas cada una. Recientemente se ha podido ver en la berlinale`14 todo el metraje y de una tacada. Un aspecto que a mí me cabrea, la verdad, y que sigo sin conseguir entender. ¿Por qué dividida en dos proyecciones con un mes de diferencia y sin ver en realidad sus cinco horas? Es como si los propios productores hubieran querido jugar con nosotros con ejercicios y deducciones físico-mentales que perfectamente vemos dentro de esta cinta de sufrimiento, dolor y culpabilidad. Las sucesiones de Fibonacci, como regla matemática, serán la partida para este ejercicio de alta complejidad, asperidad y de final negro como la soledad de nuestra dolorida Joe.

El placer y el dolor. Occidente y Oriente. La iglesia católica (Occidente y placer) contra la iglesia Ortodoxa (Oriente y dolor). Así, y con una de las secuencias más bizarras y hermosas vistas en tiempo, arrancan estas segundas dos horas de Nymphomaniac, porque en realidad, es eso, Ninfomanía, a secas. Dos putas: Mesalina y la ramera de Babilonia; y una joven niña: Joe joven (Stacy Martin), son los primeros minutos del Vol.2 en el que se nos deja perplejos y babeando por un orgasmo casi surrealista e imágenes de una factura visual, por encima de cualquier belleza conocida hasta ese momento. Von Trier hace que nos corramos sin tocarnos.

En los siguientes tres episodios: 6, 7 y 8, el peso de Joe adulta -narrativamente hablando- es mucho más importante, dejando a nuestro psicoanalista/profesor Seligman más en un segundo plano. Dejando la casa de este desprovista casi de similitudes para la historia de nuestra ninfómana, Joe tirará de imaginación y aguante para contarnos sus perversiones, juegos, inquietudes y locuras. Una continuación mucho más áspera, descorazonada y sin vistas a una mejoría en la vida de Joe. Cinematográficamente hablando, inferior a su primera parte -por llamarlo así-, puesto lo visual y técnico, siendo de maestros, hace menos acto de presencia, recayendo todo absolutamente en su guión y desarrollo. Demostrando de paso, que el danés, tanto a la hora de escribir como de dirigir, transmite consiguiendo grandes resultados, lo que se propone. ¡Exquisito y rancio!

En el capítulo 6: la iglesia oriental e iglesia occidental. La búsqueda del placer o del dolor. Y a ritmo de Bach, Haendel y referencias hacia Wilhelm Reich. Gainsbourg busca, se automutila y autodestruye de forma tajante y precipitante hasta no encontrar nada salvo latigazos. Dejando notablemente claro, su viaje hacia occidente (hacia el dolor), aunque ella precisamente buscara un viaje hacia el otro punto cardinal, consiguiendo así el placer y no la destrucción (oriente). En el capítulo 7: el espejo, Charlotte se deja llevar y termina por ir a terapia de adictas al sexo, no sacando en claro nada más que una cosa: ella “no es adicta al sexo, es ninfómana”. Tapará y cerrará todo aquello que su mente enferma ve que posee para no verse de nuevo en el infierno de dejar su cuerpo a merced del diablo. Pero Joe no lo tendrá tan fácil. En el último de los capítulos, el 8: la pistola, momento de lucidez imaginativa de Joe de la que hablaba, cuenta como nuestra protagonista se mete en un grupo de extorsionadores comandado por William Dafoe, poniendo a prueba sus mejores conocimientos, dando estos unos resultados excelentes, pero con varias sorpresas inesperadas.

Nymphomaniac Vol.2, que sin quererlo -y fastidia porque no tendría por qué- se ha de comparar con el Vol.1, es orgásmica, pero, sobre todo, mentalmente angustiosa, tormentosa y un calvario para una vida que ahora, por mucho que se luche, cuesta enderezar. Una Charlotte Gainsbourg sublime. Un Stellan Skarsgard magistral. Y un final oscuro como la vida que ha llevado nuestra Joe joven y adulta. Un Hey joe cantado por la propia Gaisnbourg cierra una historia apasionante llena de referencias, almas desnudas, placer, misterio y aflicción.

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David
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9
17 de enero de 2015
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Amor, pasión, lucha, sudor y sangre. Olvidarse del resto y del todo para únicamente vivir para y por ello. Así, puede entonces que se consiga lo que se persigue y anhela. La meta está más lejos aún de cualquier sueño o impuesta imposición. Es sobre el carácter de uno mismo, la personalidad reforzada y marcada durante mucho tiempo para sentirse el mejor por méritos propios. Es un compendio de corazón, práctica y tenacidad. Una vida, vista y vivida así, sin conocer los límites. Whiplash, es amor al único deseo existente. Lo demás, esté mal decirlo, haga daño o tenga sus consecuencias no gratas -que las tiene-, es secundario. Sólo importa convertirse en el mejor músico del momento y ser recordado para siempre en la historia de la música. Y para eso, hay únicamente una oportunidad. Tú decides cuando. Mientras, toca llorar, sangrar y rezumar. Martirizarse, sucumbir ante los platos, caja y tambor, bajar hasta el mismísimo infierno y ver que no eres lo que creías ser, que no has hecho nada hasta ese momento. Si quieres ser el mejor, debes entregar tu vida. Si buscas la perfección, muere explorando, porque puede que en algún momento, la roces nada más.

Whiplash es casi la perfección -no deja uno de pensar en Stanley Kubrick y el excelso trabajo de perfeccionismo y meticulosidad, llevándolo todo a su máxima expresión en cada uno de sus trabajos- donde profesor, Terence Fletcher (J.K. Simmons),y alumno, Andrew Neiman (Miles Teller) dos de las partes culpables de esta maravillosa película, la otra es su director/guionista, Damien Chazelle (Guy and Madeline on a Park Bench, 2009), se enfrentan con puño y baquetas, respectivamente, entre sí, para conseguir ser los mejores en su función. Chazelle no es el director del Bronx (Kubrick), pero consigue sacar de sus dos actores hasta el último insulto y gota de vida. Una pequeña y simple historia engrandecida por su realización, música, fotografía, actuaciones y un amasijo de emociones, que difícilmente puedes contener sin mojar tus mejillas y revolucionar tu corazón. ¡La perfección está ahí, sólo ahí!

Andrew es un joven y ambicioso baterista de jazz, absolutamente enfocado en alcanzar la cima dentro del elitista conservatorio de música de la Costa Este en el que recibe su formación. Marcado por el fracaso de la carrera literaria de su padre, Andrew alberga sueños de grandeza, ansía convertirse en uno de los grandes. Fletcher, un instructor bien conocido tanto por su talento como por sus aterradores métodos de enseñanza, dirige el mejor conjunto de jazz del conservatorio. Fletcher descubre a Andrew y el baterista aspirante es seleccionado para formar parte del conjunto musical que dirige, cambiando para siempre la vida del joven. La pasión de Andrew por alcanzar la perfección rápidamente se convierte en obsesión, al tiempo que su despiadado profesor continúa empujándolo hasta el umbral de sus habilidades… y de su salud mental.

Filmada de manera excelente por Chazelle, proporcionando primeros planos de Andrew y su extremo y pegadizo sufrimiento, de las componentes de la batería, cuando estos están siendo masajeados (castigados) como si se trataran de un personaje más -que realmente lo es-. La batería insufla vida y depresión a nuestro cicatrizado Andrew, que al fin y al cabo, sentimientos son. Una fotografía en los espacios cerrados de fina belleza. Una delicadeza -salvo con el profesor- en las relaciones más íntimas, que casi no se ve, pero que se hace de notar. Véase a Andrew con su padre en el cine, o cuando éste visita a su hijo y terminan en el sofá viendo una película. ¡Porque ir al cine con tu padre, es realmente maravilloso! La petición de Andrew para salir a la chica de las palomitas, la primera cita para tomar la pizza. O la ruptura -¡fantástico!- con la misma, que es para hacer una reverencia. Y, por supuesto, la unión/desunión entre Andrew y Fletcher. Una química explosiva, funcionando al ritmo de los tempos indicados por uno y realizados por otro. Para las buenas como para las malas -rigiéndonos al guión-, es una absoluta delicia cuando están cara a cara.

Whiplash es el fruto de la suma de una majestuosa sesión de jazz más un cine elegante y genuino. Todo amante del buen cine y la buena música, tiene aquí para emocionarse dejándose ser seducido de manera casi violenta, puesto te desnudas y eres casi violado hasta quedar exhausto. La unión de ambos compuestos hace que nazca el nuevo Charlie Parker (saxofonista), un Buddy Rich (baterista) en este caso. Fletcher ha sido el maestro, Andrew el elegido.

El excelente trabajo de un director/guionista prácticamente primerizo, que adapta la historia de su propio cortometraje para llevarlo a un nuevo y más extenso significado, consiguiendo una ópera prima, bien podría decirse, de valor impredecible, es para no olvidar. Whiplash, con sus cosas, es un emocionante y conmovedor filme que lleva al espectador a caminos luminosos, y a la vez agrios, para acabar hipnotizado, agotado y abrumado.

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David
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7
15 de febrero de 2014
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Si se puede hablar de un actor mucho y para bien en este comienzo de 2014, yo con total seguridad lo haría sobre Matthew MacConaughey. Cerró 2013 trabajando en un normalito guión para Mud, de Jeff Nicols, haciendo que la película, junto a una estupenda pareja de jóvenes protagonistas, mantuviera el correcto y debido interés hasta el final del filme. Eso en cuanto a 2013 –y que yo haya visto–. En 2014, sus trabajos nos llegan en forma de tsunami. Trabajando como detective en la serie de HBO True Detective –densa, lenta, asfixiante, fantástica…–, interpretando al detective Rus Cohle, junto a otro genial Woody Harrelson. Lo podemos ver también en el comienzo de El lobo de wall street, dando muestras nuevamente de su estado de gracia. Y como no, en el papel de Ron Woodroof, en Dallas buyers club, convirtiéndolo a este chico de Texas, en una de las principales alegrías cinematográficas actualmente. Al espectador, sólo le queda frotarse los ojos ante tal despliegue de majestuosidad interpretativa. Asombroso el papel de Cohle en la serie mencionada, como fascinante el papel de Woodroof por el que ha sido nominado al Oscar (cosa que importa bien poco).

Dallas buyers club arranca con el diagnostico a Ron Woodroof después de un accidente laboral, pero claro, quién demonios presagiará el resultado de las pruebas correspondientes. Tiene el virus del SIDA, se le prescribe un fármaco altamente tóxico y se le pronostican 30 días de vida (secuencia en el hospital –gracias a sus diálogos y caracterizaciones– imborrable). Reacio a aceptar esa sentencia de muerte, Woodroof se introduce en el mundo de los fármacos clandestinos y acaba convirtiéndose en el mayor promotor de un tratamiento no aprobado legalmente que no solo le alivia de la enfermedad, sino que también prolonga su vida. Woodroof inicia una batalla contra la Administración de Alimentos y Medicamentos, y da pie a una campaña de concienciación sobre la desinformación del Gobierno para ayudar a todas las víctimas silenciosas que sufren el virus del SIDA.

Con una dirección correcta de Jean-Marc Vallée, director de la magnífica C.R.A.Z.Y, una banda sonora muy vaquera (ya saben, country, rock sureño, rock…), un actor secundario, y amigo/compañero de ventas de Woodroof, Rayon (Jared Leto), inmenso. Sin palabras me quedo para calificar el papel de éste. Sencillamente fabuloso. Una Eve (Jennifer Garner), luchando por estar a la altura de sus compañeros, y un guión (hecho por Craig Borten y Melisa Wallack) que sin ser nada del más allá, hacen de la película el conjunto perfecto para ser un buen y entretenido trabajo. Pero lo de MacConaughey y Leto –me repito y reitero– aquí es para medicarlos aparte. Es difícil no sucumbir ante dos papelazos de dos actorazos que se meriendan dicho trabajo, literalmente.

Emotiva por momentos, divertida, con situaciones donde el heterosexual y el transexual –ellos mismos se encargan de esta etiqueta– allá por donde van, sólo dejan rastros de genialidad –y no sólo cómica, lo que les venga en gana o papel–, interesante, y con toques dramáticos con la dosis justa para ir alimentándonos durante todo el metraje y tenernos enchufados a la pantalla sin parpadear. Fiestas locas, lucha por el reconocimiento de una verdad y la de muchas vidas a las que poder ayudar, interpretaciones de lujo y un final…

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David
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