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Críticas 151
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
31 de octubre de 2011
33 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película narra, a través de palabras y miradas, las humillaciones que a diario se ven obligadas a soportar las sirvientas de color que trabajan para las grandes familias blancas del sur de EE.UU. Sin recurrir a la lágrima fácil, y no exenta de fina ironía, va desgranando el día a día de estas mujeres que bordean a diario la línea entre la sumisión absoluta y el orgullo inquebrantable.

Con el prendimiento de la llama que extendió la batalla por los derechos civiles de los negros en los años 60, como telón de fondo, cuenta, de manera divertida y muy emotiva, los mecanismos de defensa y lucha utilizados por estas mujeres que no pueden abandonar sus empleos pero que tampoco abandonan jamás su dignidad.

Viola Davis y Octavia Spencer representan de manera magistral las dos caras de una misma moneda: Son la imagen de la resistencia. Una desde sus silencios acusadores que no dejan indiferentes a nadie y la otra con su incontinencia verbal que le supone numerosos golpes que no la derrotan sino que la reafirman en su actitud beligerante.

¡Fantástica Jessica Chastain!. Tras su impresionante papel de mujer etérea, casi un ángel, en “El árbol de la vida” aquí se metamorfosea en una mujer terrenal y sensual que, con su inadaptación, remueve los cimientos de la comedida sociedad local, tan uniforme, llenándola de un aire fresco preludio de los cambios que se anuncian.

Esta película te hace recordar el respeto debido a cualquier tipo de trabajo y, sobre todo, a las personas que los realizan. ¡Me ha gustado mucho!
11 de mayo de 2009
39 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca he visto la serie, por lo que mi opinión se centra única y exclusivamente en esta película. He leído que la califican de ¿explosiva, brillante?. Bueno, si te atienes al literal de esas palabras si se puede definir así porque otra cosa no habrá pero luces, explosiones, carreras, golpes, los que quieras. Para mi es una nueva “Fast and Furious” pero en el espacio interestelar.
El capitán Kirk es el prototipo de americano chulo, guapito, rebelde (omnipresente en la mayoría de las películas americanas) al que, pese a partirle la cara escena si escena también, no le queda ningún rasguño destacable y cuyo mayor merito es que sin ningún tipo de mérito, salvo una intuición en un momento crucial, se erige en el candidato ideal para ser capitán del Enterprise. Spock sometido a “acoso escolar” por ser mitad vulcaniano mitad humano, se declara a si mismo no apto para ser capitán porque se deja llevar por un ataque de ira y zurra a uno (precisamente lo que hace Kirk para ganarse el mismo puesto) y pese a su inteligencia, sus muchos años de formación académica y su valor, queda en peor lugar que el pendenciero que se alza con el puesto. Los restantes personajes son insustanciales y poco destacables, a excepción del capitán Nemo, el jefe de los romulianos, excelente interpretación de Eric Bana casi casi irreconocible.
Una serie que marcó un hito en su época queda deslucida en la actual. Creo que haber dado más profundidad psicológica a los personajes le hubiera aportado algo nuevo, ya que ahora es muy difícil que los efectos especiales llamen la atención. Admitiendo que no soy fan de este género cinematográfico creo que no se puede clasificar como una película que te conmueva y te haga pensar (“Blade Runner”), ni tampoco que te sorprenda (“Terminator”) ni que sea nada mas ni nada menos que dos horas de pura diversión espacial (“Las crónicas de Ridick”).
La verdad, no me hubiera importado teletransportarme a la sala de al lado a ver “X-men orígenes Lobezno”, no porque crea que es mejor, que no lo se, pero al menos me hubiera recreado la vista viendo a Hugh Jackman.
18 de agosto de 2013
27 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elysium se refiere a los Campos Elíseos que, en la mitología griega, era una sección del Hades (la morada de los muertos), un lugar sagrado donde las sombras de los hombres virtuosos y los guerreros heroicos llevaban una existencia placida y feliz en medio de hermosos paisajes. Sus habitantes tenían la oportunidad de regresar al mundo de los vivos pero rara vez volvían, ¿por qué habrían de hacerlo?

Es indudable la analogía existente entre Elysium y el paraíso terrenal cristiano. De hecho Mat Damon es presentado como un nuevo Mesías que deberá sacrificarse para salvar a la humanidad.

Dejando a un lado las reminiscencias religiosas, más o menos encubiertas, me interesa la mezcla que Neill Blomkamp ya supo utilizar, magistralmente, en “Distrito 9”, en la que una invasión alienígena sirve para denunciar el racismo, la xenofobia y como el miedo a los otros condiciona nuestro comportamiento y alimenta tópicos que nos hacen juzgar a los demás antes de verlos: ciencia ficción y conciencia social.

En esta ocasión su crítica se centra en algo esencial para el ser humano: la salud y el acceso en igualdad de oportunidades a la misma. Si no vives en Elysium, en palabras de una ya célebre paisana de Honrubia: “como te dé una miaja de apechusque, la roscas”. Esta película solo puede analizarse en clave sanitaria: la Tierra versus Elisysium; la sanidad pública versus la privada.

Año 2159. Estamos en la Tierra y hemos tenido un pequeño incidente con la policía que, actualmente, ya no son empleados públicos sino llamativos robots rojos a los que no les importa que les bajen el sueldo o les quiten días de vacaciones. Además han sido programados para incumplir las tres leyes de la robótica de Asimov pues, en estos días, no es la condición humana lo que respetan sino el concepto de ciudadanía, algo muy difícil de adquirir puesto que el visado o pasaporte que la acredita lleva al extremo la noción de personal e intransferible: va impreso en la piel y mezclado con tu ADN.

Acudimos a un hospital para que nos den un par de puntos y, cuando abrimos las puertas, podríamos decir que nos encontramos en las urgencias del Hospital de Toledo, o cualquiera de los de Madrid, en el mes de agosto: cientos de pacientes pidiendo ayuda, pocas enfermeras, menos médicos, ausencia de camas, medicamentos escasos, gritos, llantos, desesperación. Las habitaciones, si las hay, ya no son dobles o triples sino grupales. Y eso por no hablar del quirófano antes de la operación, cuando el cirujano-matarife, mientras afila su machete para destazar al pobre Matt, no puede evitar una carcajada a lo bestia cuando éste, minutos antes de perder el conocimiento, le pregunta, ingenuo, si le va a doler… ¡Pues claro que sí, joder!

En Elysium, en cambio, cada casa cuenta con una especie de cápsula o plataforma quirófano (algo que ya vimos en “Prometheus”) en la que sus habitantes, cuando sienten el más leve síntoma de que algo va mal, se echan una pequeña siestecita y salen como nuevos; no precisan anestesia ni postoperatorio, no existen listas de espera (ni Gerentes que se las salten).

La búsqueda de una oportunidad para sanar favorece la proliferación de mafias dedicadas, a cambio de precios desorbitados, de fletar naves-patera, atestadas, que rara vez consiguen aterrizar en el paraíso y si lo hacen todos sus ocupantes son detenidos y devueltos a la tierra, sintiendose aún más miserables de lo que eran cuando partieron. Pero los pobres, los desheredados, no se conforman, es lo que tienen (algo que olvidan frecuentemente los gobernantes de todo tipo).

Jodie Foster encarna a un Minis-Trillo de Defensa cualquiera: antipática, inflexible, ambiciosa. Cegada por el ansia de poder. Férrea defensora de las fronteras y del control, algo que, como a muchos antes que a ella, acaba pasándole factura.

Llama la atención el hecho de que pese a los avances en tecnología, en robótica, cuando la cosa se pone fea volvemos a recurrir a lo de siempre: una especie de marine tuneado, mitad Chuck Norris, mitad ninja, que utiliza, como arma más mortífera, una catana (probablemente made in “Marto”, Toledo, Spain).

La estación espacial Elysium, con su forma de rueda de carro, recuerda, como no, a la nave de “2001: una odisea del espacio”.

Que la sanidad sea universal se consigue aplicando al ordenador central la solución que siempre te recomiendan los informáticos sea cual sea tu problema: reseteándolo.

Ahora ya nadie muere ni enferma pero hay algo que me preocupa bastante, y que el director parece desconocer: la “catástrofe malthusiana”.

En fin, el resumen de esta película, por si no le ha quedado claro a la actual Ministra de Sanidad, se puede resumir con la siguiente frase: “Yo por mi salud, Mato”.

¿Lo pillan?
2 de septiembre de 2015
25 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Transcurre durante la guerra de Kosovo o cualquier otra guerra. El paisaje bélico siempre es el mismo: edificios bombardeados, carreteras cortadas, carencia de agua, luz y alimentos, soldados de uno y otro bando por doquier, civiles que sufren las consecuencias del conflicto y muertos, muchos muertos.

En ese escenario, un grupo de cooperantes intenta cumplir con el nombre de su ONG, “Aid across frontiers”, para lo cual tiene que enfrentarse a todo tipo de contrariedades: las órdenes estrictas de las Fuerzas de Paz de la ONU, los famosos cascos azules, encargadas de mantener la paz en zonas de conflicto haciendo que se respeten escrupulosamente los tratados internacionales, el ejercito local que reivindica su autoridad en la zona, la desconfianza de la población para quien la palabra extranjero equivale a problemas, la falta de recursos e incluso a vacas supuestamente explosivas.

¿Qué cual es su misión? Algo tan aparentemente fácil como sacar del único pozo no minado de la zona un cadáver que alguien, no se sabe quien, ha tirado dentro para corromper el agua y dejar sin abastecimiento a las poblaciones cercanas. Pero el muerto es grande y gordo y la soga delgada, por lo que al tratar de izarlo se rompe.

A partir de ahí empieza una odisea para el grupo de cooperantes que, mientras recorren las carreteras del país en busca de una cuerda que les permita terminar su trabajo, reflexionan sobre sus vidas y lo que esperan de ellas: Sophie, joven, idealista, soñadora, solo quiere ayudar a la gente; Damir, el interprete, quiere que la guerra termine de una vez; Nikola, el niño, quiere su pelota aunque no para jugar con ella; Mambrú, el seductor mujeriego, quiere volver a casa junto a su novia que desconfía de su promesa de serle fiel, sobre todo si tiene al lado a Katya, con quien tuvo una aventura en el pasado, que únicamente quiere una disculpa de Mambrú por haberla engañado; el perro quiere comer y que lo suelten; B… bueno B no sabe muy bien lo que quiere.

Tras ver la película leí las opiniones de algunos críticos y aquí va la mía de simple aficionada: ¡me ha encantado!

Fernando León de Aranoa, ese director que suele elegir como título de sus películas y documentales una sola palabra que condensa el contenido (“Barrio”, “Princesas”, “Caminantes”, “Familia”), y que cuando se explaya y elige más de una lo convierte en una expresión que pasa a formar parte del acervo popular (“Los lunes al sol”), nos ofrece en “Un día perfecto” una historia tan absurda en ocasiones como dura y emotiva en otras.

Parece que la película, claramente pacifista, no profundiza en lo escabroso y apenas pasa de puntillas por los temas que pretende denunciar. Y sí, entiendo que algunos la tilden de fría y superficial aunque no lo comparta. Rascando un poco entenderán porque a esa actitud aparentemente distante que adopta León de Aranoa yo no lo llamo falta de compromiso sino tacto: él muestra el abismo y nos deja decidir si nos quedamos en el borde o nos lanzamos a lo más profundo.

La historia busca, creo que deliberadamente, ser apta para todos los públicos por lo que evita herir la sensibilidad del espectador aunque sin esconder su intención antibelicista. Teniendo eso en mente, Fernando realiza auténticas filigranas para narrarnos los malabarismos diplomáticos que exige la pacificación de un conflicto bélico, el sufrimiento de los que lo padecen, la impotencia de los que intentan ayudar, el horror en fin, de esta guerra y de todas las guerras.

¿Y cómo nos lo cuenta? Con un entretenido formato de road movie recubierto de mucho humor. En ocasiones negro pero humor al fin y al cabo, no solo necesario sino imprescindible para seguir adelante. Un sentido del humor que se refleja, por ejemplo, en Mambrú( “Mambrú se fue a la guerra.¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!), el nombre del personaje que interpreta un fascinante y carismático Benicio del Toro, fuertemente criticado por algunos pero que a mí me arranca una infantil sonrisa nostálgica al mismo tiempo que una adulta media sonrisa irónica por una elección que tiene más miga de lo que parece:

Un sentido del humor que se muestra en los hilarantes diálogos que alcanzan su culmen cuando son Benicio y Tim Robbins, fantásticos ambos, quienes están en escena.

“La película tiene más capas que una cebolla. (...) Una obra casi maestra. (...)”, escribe José Manuel Cuellar en el Diario ABC. Yo, que suscribo completamente sus palabras, reniego, sobre todo, de los que atacan la elección de la música acusándola de romper determinados momentos. Lo hago porque si algo me parece excepcional en esta película es la banda sonora.

Cristales rotos, techos derrumbados, desolación... Sí, las imágenes tienen potencia visual por sí mismas, pero los “Sweet Dreams”, en la tétrica voz de Marilyn Manson, confieren a la destrucción del “Home sweet home” un fiero dramatismo.

Y si Manson canta al horror, Marlene Dietrich entonando, con su voz profunda e irrepetible, “Where have all the flowers gone?” de Pete Seeger, mientras cae la lluvia que parece arrastrar todo lo malo que hay en el mundo, canta a la melancolía y la pena.

Una sucesión circular de preguntas que reflejan lo absurdo e inutil de la guerra.

Una letra dura en la que, con un ritmo que se eleva por momentos para volver a descender como un gemido, cada verso termina con un desconsolado: “¿Cuándo aprenderán?”.

Un triste lamento que la gran diva alemana elevó a la categoría de obra de arte.
25 de septiembre de 2011
47 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de leer las casi dos páginas que Carlos Boyero escribió sobre esta película en “El País” del domingo 18 de septiembre, en vez de hacer caso a mi ángel malo que me aconsejaba ver cualquier otra, decidí hacer caso al ángel bueno y darle una oportunidad. ¡Tal vez tantos elogios tengan un buen fundamento!.

Pero nada más empezar la película me sentí presa del “SINDROME LE-LE” (Síndrome del Letargo Legañoso) al que denomino así porque cuando lo padeces no llegas a dormirte del todo pero da tiempo a que en tus ojos comiencen a formarse legañas. Un sopor plano del que solo despertaba cuando Coronado (¡no quita la cara de cabreado el tío en toda la película!) hacia uso, bueno más bien abuso, de su enorme pistolón, muy al estilo de “Harry el Sucio” pero sin su gracia y sus frases demoledoras.

Si un borracho, muy muy borracho, después de echarle de un bar a las tantas de la mañana va dando bandazos de un lado al otro de la calle, con la visión borrosa y con un más que evidente temblor de manos, recala en un perdido club de alterne, perdido en un polígono industrial vacio a esas horas, para exigir que le atiendan pese a estar cerrado, lo más probable es que reciba una tunda de campeonato y termine tirado, molido a palos o medio muerto, en cualquier cuneta. Aquí, como el borracho en cuestión es poli, de repente tiene todos sus sentidos alerta, es él quien reparte estopa y, no contento con ello, mata a todo bicho viviente, menos a uno que se escapa, sin ningún motivo aparente.

Suponemos, porque Urbizu no lo cuenta, que Santos Trinidad (haciendo honor a su nombre que habla de “tres en uno”) arrastra una vida muy perra que le ha llevado a ser el policía que es: Un cabrón sin escrúpulos ni conciencia, que se pasa las ordenes del Comisario por el forro y que desaparece cuando se “le pega la gana”. Remueve cielo y tierra para encontrar al fulano que se le escapó (“mecaguen”) y en su particular cruzada resulta que desentraña una trama terrorista, lo que casi lo exime de sus culpas.

Vale que Coronado en su papel de poli “hijoputa” asusta un poco. Admito que en algunos momentos Urbizu logra recrear ese ambiente cruento y hostil propio de los bajos fondos. Pero es que si no te crees el principio te da igual el conjunto. La jueza pija desentona que no veas, y en cuanto a Juanjo Artero cada vez que aparece te preguntas donde está su compañero de la serie de TV “El Comisario” (ese que salía siempre con unos pantalones rojos de cuadros).

Entiendo que en España, donde no es habitual que se haga cine negro, esta película sorprenda e incluso pueda gustar. Pero de ahí a encumbrarla como ha hecho buena parte de la crítica hay un abismo.

En el mismo fin de semana he visto “Brooklyn's Finest”, película de Antoine Fuqua que trata sobre la misma temática. En el duelo pierde “No habrá paz para los malvados”.
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