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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
15 de agosto de 2022 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿En qué momento se jodió todo? La pregunta vale para cualquier punto de la película. Un resumen: Dee sale de prisión la tarde de la nochebuena. Espera a que su novio la recoja y no lo hace. Se entera de que le ha sido infiel y trata de buscarlos a él y a ella. Cuando lo consigue no pasa nada. Es lo peor. No pasa nada.

Los únicos que celebran Nochebuena en LA son los inmigrantes armenios. La regente del local de Donuts es de origen chino. El novio es el trasunto de algo que parece sacado de un videoclip y hace las veces de chapero y dealer de poca monta. El barrio trans está lleno de historias de abuso, ilusiones rotas y pérdida. Del sentido, pérdida del centro. Pérdida de trascendencia. Todo se compra y se vende, todo tiene un precio y hay alguien dispuesto a pagar. Nadie celebra la nochebuena. Sólo hay turistas y borrachos en las calles de LA, que vomitan en los taxis armenios.

La humanidad la pone Dee, que se sumerge en una búsqueda quimérica en la tarde de Los Ángeles; a pie, en tren, da igual. Ahí está la humanidad sin sentido, aún aferrada al encuentro amoroso, la esperanza. El camino. No sé si se han percatado de que estoy jugando con la puntuación; no sé si alguien lee esta crítica tras el ordenador; no sé si alguien se dará cuenta de que ahora mismo todos somos los Dee confusos atentos al móvil y las noticias; somos todos otra cosa que no somos en las imágenes vacías del panteón futuro. Y ahí andamos, en la calurosa nochebuena de Los Ángeles, caminando de un lado a otro con dos dólares en el bolsillo, recibiendo propuestas indecentes, siendo traicionados por los amigos íntimos, buscando en cualquier rincón un hito de esperanza que nos recuerde, por un instante, que todavía somos seres humanos y nos queda algo de dignidad.

Trazo una línea: si El nadador descubre al sujeto derrotado por el capitalismo salvaje, si American Beauty extiende a la mujer trabajadora el devenir tiránico del modelo productivo; Tangerine pone en la pantalla los nietos y los hijos, respectivamente, que vivieron con todo lo material pero estuvieron desatendidos emocionalmente por abuelos y abuelas, madres y padres. Y ahora estos nietos/hijos sueñan con la navidad que nunca tuvieron en el medio oeste, drogados, borrachos, en la ciudad de los sueños. Entonces, nada más importa que la promesa del amor. El regreso, otra vez, al hogar.
6 de noviembre de 2021 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La categoría artística de Sion Sono está fuera de toda duda. Y aunque Antiporno se presente como una obra menor, por duración, referentes y homenajes al cine japonés, tiene la capacidad de aglutinar en muy poco espacio muchos de los temas tratados por el autor: la crueldad, el desarraigo, el miedo.

Con una marcada estética (con colores amarillos destacando por encima del resto), podría decirse que el escenario es un personaje más, porque nos da la información precisa para completar el discurso que los actores llevan a cabo, con sus capas de lectura y complejidades. Extraordinario casting, sobresaliente fotografía. Difícil sin caer en la estridencia, en consonancia con lo que nos está contando.

La película condensa en sus primeros minutos la temática, y casi deja cerrado el devenir de la cinta. Comento en Spoiler los datos que me parecen más relevantes. Como la película, seré breve, conciso. No hace falta decir nada más.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película se abre con una mujer danzando a la luz de las velas en una habitación cerrada. ¿Hace falta decir más? Al movimiento del baile se suma únicamente el de los ventiladores que dan aire a la habitación. De la luz de un conjunto de velas el plano se abre a otro espacio, donde solo hay una vela que se apaga, una botella de alcohol vacía y un gran cenicero lleno de colillas gastadas. ¿De verdad es necesario que aclare este punto? No gasto más palabras y sigo.

En la siguiente imagen se suceden los detalles y vienen imágenes a mi cabeza: una mujer durmiendo en una cama bocabajo, con las bragas bajadas. La persiana dibuja en la cama un código de barras que atraviesa a la bella durmiente. ¿Habré de recordar a Victoria Abril al inicio de Tacojes Lejanos? ¿O refiero mejor a Alice in the cities en la misma situación en el motel de carretera? Sin olvidar el reciente póster de promoción de Madres paralelas entre otra multitud de personajes enbarrados (con barras). ¿Tengo que explicarlo? No me cabe.

Completan la escena una mesita de noche con un pájaro dentro de una jaula que indefectiblemente me recordó a la jaula que aparece en El guateque, con el mismo personaje superpuesto en cada escena justo delante, dando sensación de encierro.Obviamente es la mujer rubia que en el rodaje de la película actúa como una autómata al chasquido de dedos del productor. Sigo, que me pierdo: el otro elemento, un lagarto que “ha crecido demasiado” y vive dentro de una botella de cristal. Repasamos Miedo y asco en Las Vegas: ¿qué ocurre en el bar cuando Johnny Deep toma sustancias y ve a su amigo transformarse en otro ser? ¿De qué se llena el bar? De lagartos, como el lagarto que observa, sacando la lengua eventualmente, a nuestra bella durmiente de ojos abiertos como la noche.
El bombardeo de imágenes no cesa. A continuación la protagonista va al baño y, a la vista de todos, ve en el suelo un espejo roto. Coge uno de los trozos y se pone a hablar con él como si fuese una parte de sí misma, con la que discute. El espejo roto… El espejo de Alicia… “Si los espejos del salón no están rotos, lo estoy yo”. El chasquido de dedos, la claqueta del director… Las capas del personaje que encarna varias personalidades, como trozos de un espejo roto.

El spoiler es intenso, como lo es la película que se resume en estas imágenes descritas: la ruptura de la conciencia en varias personalidades enfrentadas. El papel del actor que se rompe, como Paul Newman borracho en El gran golpe. Donde igual el director te alaba que te penetra en un rincón del estudio; donde igual en escena todos te admiran, y al sonido de la claqueta te pegan. Dando lugar a una existencia volátil, dispersa, cambiante, desgarrada, a merced. Entregada al alcohol de la botella vacía y la pérdida de tiempo de los cigarros consumidos. Y la luz de la vela, consumida, no permite ver a la bailarina que danza en aquella habitación donde un espejo permanece intacto, al fondo.
27 de agosto de 2023 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué descorazonador y bello es el fin del cine!

¿Se imaginan una película donde se puedan sentar, sin discusión, al padre y a la madre, al hijo mayor, a la mediana y al pequeño, a la abuela y el abuelo y, por qué no, a la vecina y un familiar que ha venido a pasar el fin de semana?

¿Pueden por un momento sentir la comunión entre los presentes, llorando de alegría, exultantes, divertidos y alegremente vivos tras ese final apoteósico donde James Stewart recupera todo aquello que creía perdido?

Fundo a negro. Mucho ha corrido el celuloide desde 1946, ha bailado de un lado a otro según gustos del público, crisis sociales y bagaje cinéfilo del espectador medio. ¿Qué se ha dejado en el camino? ¿Qué ha perdido de forma irremisible y no es que intente recuperarlo, es que todavía no se ha dado cuenta de que la ha perdido? ¿Dónde está la trascendencia? ¿A qué opta el arte como máxima expresión del intelecto humano? Varias décadas la única opción y objetivo es el precio que pagamos por dos horas de vivir historias. Y no las historias.

Unas letras en rojo con fondo negro. Dos golpes de sonido abren la plataforma que todos conocemos. Novedades: papi_habichuela es horrible (papi_habichuela is awful en su versión inglesa). ¡Qué coñ* es esto! Un tipo que cuida a dos niños y un montón de cactus escribe críticas pésimas en FilmAffinity y, ante la falta de likes, cae en una depresión en la que se dedica a joder hasta al apuntador. Hay partes inventadas, otras exageradas y con un tono awful, terrible, que engancha al espectador. El resto, para el que pueda entender, ya ha entendido.

El infierno se presenta en Black Mirror como todo lo contrario a lo que supone ¡Qué bello es vivir!: de la trascendencia total del conjunto familiar y entender la vida como un todo en el espectador de 1946 pasamos al producto único y exclusivo de Joan es horrible en 2023. ¿Tanto hay que olvidar para no entenderlo? El cine está muerto si acude al individuo. El cine independiente no puede, ni debe, ocupar este espacio. Tampoco el de superhéroes, ni la gran superproducción. El cine solo vive en Ciudadano Kane, Ser o no ser, Casablanca, ¡Qué bello es vivir! Y otras cientos de películas que cada vez nos pillan más lejos en el imaginario y con las que hemos entendido el bien y el mal, sentido el amor y el miedo; hemos recordado quiénes somos y qué hacemos aquí, igual que Stewart al final de ¡Qué bello es vivir! Todo lo demás es humo. Y es lo que nos están vendiendo.

Ahora solo nos queda que el barquero que vigila el bote salvavidas nos confunda con una mujer o un niño y nos deje pasar, o indefectiblemente los seamos, o tengamos dinero para sobornarlo, o atesoremos con suerte amistades y deudas pendientes. Hace frío y el barco se hunde. Hace frío y aquí en mitad de la nada no llega Netflix aunque suenen los violines. Hace frío y en medio del cosmos el agua está helada. Aseguren una tabla si no montan en el bote y recen. Recen a pesar de no recuerdar como empezaban las oraciones envenenadas que nos dieron.
27 de agosto de 2023 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ari Aster articula una de las posibilidades de la cacareada y repetidamente loada decadencia occidental. Un grupo de amigos estadounidenses, estudiantes de Antropología, decide acudir a un festival de verano en una aldea situada en los confines de Suecia. Uno de ellos pertenece al mundo hippie de la aldea, y propone acudir con ánimo investigador a sus amigos antropólogos. En un último momento, la novia de uno de ellos, tras un acontecimiento traumático y con la relación en horas bajas, es invitada a acudir. Una vez allí entran en la narrativa de una sociedad y forman parte del relato en el festival celebrado cada 90 años. Se suceden entonces una serie de hechos desconcertantes en los que cada uno de los miembros invitados cumple una función que extenderé en spoilers.
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Dentro de él, del spoiler digo, quiero anotar en estas líneas un punto que me sobrevino en las horas posteriores a su visionado. Lo que Midsommar ("pleno verano" en sueco) nos cuenta tiene varios niveles de lectura. En el primer nivel nos encontramos con lo obvio, el terror que sentimos ante unas convicciones sociales y culturales muy alejadas de nuestro imaginario, es ahí donde se queda la mayoría, donde, por desgracia, no encontramos una trascendencia a eso que nos causa pavor: la muerte, la tradición, los hombres sabios, la sacerdotisa, la magia, el baile de las estaciones al que somos totalmente ajenos. Para los miembros de la aldea, la vida es un homenaje a la muerte, y se encargan, mediante sus actos, de venerar, desde el orden y el caos, a la luz, a la fertilidad, al amor. Por ello no toleran achicarse ante la vejez de un cuerpo pronto inútil, por ello asumen el sacrificio como un honor.

En un segundo nivel, no es casual que la protagonista venga de una familia donde ha ocurrido una tragedia: la hermana asesina a sus padres y se suicida en los primeros compases de la película. Hay una contraposición entre la familia occidental, en vías de autodestrucción, cuna de fatalidad y dolor y la familia de la tribu sueca; aquí todos cumplen un papel definido por el grupo, los niños se crían entre todas las mujeres bajo la atenta mirada de los hombres. Por puro mecanismo de compensación, resuena en la protagonista el amor establecido entre unos y otros en la tribu, totalmente ausente en su vida dentro de una familia disfuncional y con un novio que no siente ningún tipo de amor hacia ella, más que hastío y pesadez.

Y en el tercer y último nivel que quiero comentar encontramos el centro de Midsommar: la transfiguración física, mental y psíquica de la protagonista, que vive los diferentes días de festival como una suerte de Vía Crucis. Desde la iniciación ante la visión inapelable de una muerte dura por parte de los ancianos, pasando por las comidas, el baile de San Vito, la elección como reina de mayo, la traición de su novio y por último la decisión sobre él. Todo en un lenguaje arquetípico del que al principio no entiende mucho, pero acaba aceptando en su dureza cuando manda a la muerte a su pareja como una forma, de nuevo arquetípica, de sacarlo de su vida. Para que esto ocurra ha sufrido la transformación, reflejada de forma física en los vestidos llenos de flores, asociados evidentemente al periodo de mayor plenitud de una vida, justo antes de concebir y dar vida, para iniciar el inexorable camino de vuelta a casa, que termina con la muerte.

El sol que da entrada a la aldea nos habla de los cultos solares, el consumo de bebidas con psicotrópicos, de ritos de iniciación; todo lo que ocurre dentro de los límites de la aldea está sujeto a un lenguaje ancestral y simbólico, algo que nuestros amigos americanos de la generación X son totalmente ajenos y estudian desde una atalaya de razón que no alcanza a comprender del todo los mecanismos que rigen el centro de Midsommar. Por ello, evidentemente, son sacrificados a la deidad sol. Se salpican a lo largo del metraje ejemplos aparentemente inocentes pero que marcan de forma reiterada el sentido último del film: el americano que orina sobre "un tronco caído", sagrado para la tribu y que él no encuentra sentido; el afán investigador lleva a otro antropólogo a profanar el templo con las escrituras; y, por último, la relación sexual permitida por los hombres sabios mediante astrología no es entre el último americano y la chica pelirroja, es un ritual de fecundación entre un Hombre y una Mujer. No hay espacio para el placer, ni para el dolor; las mujeres ancianas cantan y asisten a un espectáculo que el chico americano siente como agresión, y para la chica receptora del material genético, es dicha y fecundidad.
15 de agosto de 2022 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ned Merril aparece en casa de unos antiguos amigos. Hace mucho tiempo que no los ve, y hay un agradable reencuentro con estos y otros vecinos. Nada en la piscina y se asoma al valle al que da la terraza. Pregunta por las piscinas de todos los vecinos y descubre que puede ir nadando de una a otra, como si fuese un río, hasta llegar a casa.

El resto, en spoiler.
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La propuesta de El nadador parece inocente en su planteamiento; la primera escena augura una película ligera en su temática. Con la primera ensoñación del protagonista, Ned Merril, ya empezamos a recibir pistas de que tal vez haya algo más, y así, ya cuando el protagonista encadena varias visitas, hay remanencia de epílogo o corolario vital. Conforme el filme avanza los tintes veraniegos toman matices otoñales. Todo lo que parecía prometer una mañana de verano excelente, se torna en un atardecer lluvioso, de hojas caídas y luz crepuscular.

Que Burt Lancaster (extraordinario en su papel) esté vestido únicamente con un bañador durante toda la película no es casualidad. Está desnudo, recuerda vagamente toda su vida anterior y tiene ideas, también ensoñaciones, que parecen locuras a sus acompañantes. No tiene prejuicios y simplemente desea sumergirse en un río inconstante, salpicado a lo largo de toda la urbanización, y hacer nadando todo el trayecto. Es el anhelo espiritual, la búsqueda profunda de eso que nos mueve y cuya meta, en este caso, es la vuelta al hogar, donde esperan esposa e hijas.

Conforme avanza el nado en las diferentes piscinas reconecta momentáneamente con partes de sí mismo que creía olvidadas. Antiguas amantes que todavía se preguntan el porqué otra mujer y no ellas; la niñera de sus hijas, ya crecida, que le confiesa su amor secreto, la camisa robada y una inocencia perdida ya en Nueva York; padrinos -nudistas- a medio camino entre la condescendencia y el reproche; el niño abandonado que vende limonada en un camino solitario a la espera de alguien que no llega y se asoma a su piscina vacía; amantes agotadas de una intimidad que no llega, junto con las promesas de divorcio; y, por último, una parte del grupo social que lo rechaza por aparentes deudas no saldadas. Todos piden y él promete, mañana, hacerse cargo de la responsabilidad que supone ser padre, amante, empresario de éxito, marido, vecino ejemplar.

Llegados a este punto del análisis, he de reconocer que miré al cielo y pregunté: ¿Dónde está la universalidad? ¿Hablamos de la historia de un solo ser humano? Imposible. Entonces pensé y pensé y creo que encontré: El nadador es una versión años 70 de American Beauty. Una crítica feroz, y anticipada, al capitalismo salvaje que destruye todos los anhelos espirituales y sumerge al padre de familia en la búsqueda incesante de posición social, respetabilidad, dinero. ¿Debo recordar la piscina donde alguien se afana en explicar las cuestiones técnicas de la construcción de la cubierta mientras otro se sube arriba y salta? ¿La barca de caviar donde todos meten la mano para comer del manjar de ricos sin degustar si quiera el trago? ¿La incapacidad de la mujer para entender la sinceridad salvaje del protagonista?

La búsqueda estaba capada desde el principio. El caballo negro vence en la ensoñación y también en la realidad. Cuando Ned llega a casa no hay nadie que espere, llueve y es imposible encontrar refugio: ha llegado a la cara B de las promesas que no se pueden cumplir. Abandono, soledad, fracaso, paraíso probable imposible. La derrota llevada a cabo por un sistema que tiene su sustento en la posibilidad de ser respetado, rico y hedonista, pero cuya deuda hay que pagar cuando se torna en imposible.
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