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9
27 de marzo de 2009
27 de marzo de 2009
44 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la época en la que sólo había una cadena de televisión emitiendo en sobremesa y teníamos cole por la tarde, seguir diariamente una serie no era un acto de voluntad sino de inercia. Yo siempre acababa dormitando en el primer corte publicitario, y despertar para el retorno al tajo era tremendo.
Camino de la escuela, mi torcida mente infantil daba vueltas sobre cuál sería la serie ideal para librarme de esa siesta tan poco gratificante.
Debería girar en torno al sexo y al dinero.
La protagonista sería una mujer tan malvada como astuta, tan rica como avariciosa.
El bueno sería imbécil. Y además, antipático.
La mujer del bueno sería tonta del culo, pero estaría muy buena.
El hijo del bueno se beneficiaría de una fusión perfecta entre la idiotez de la madre y la antipatía del padre. Y además tendría pinta de homosexual, aunque no lo fuera (o sí. Yo siempre sostuve que lo era).
La hija del bueno, por su parte, heredaría la imbecilidad del padre y la buena pinta de la madre. Y además sería flojilla de cascos.
Los equivalentes de estos jóvenes en el lado de los malos serían:
- Un macho hipersexuado que acabaría anunciado camas
- Una zorra que convertiría al anterior en macho cabrío
Habría un personaje maravilloso, que representaría el genio de la maldad. Un ser sacado de una tira animada y que estaría entregado exclusivamente a hacer la puñeta gratuitamente a los buenos, por el único motivo de que son buenos, y también a los malos, porque son sus competidores naturales. Sus fechorías se superarían en ingenio y humor de episodio en episodio, hasta consumar el golpe maestro que todos estábamos esperando:
Camino de la escuela, mi torcida mente infantil daba vueltas sobre cuál sería la serie ideal para librarme de esa siesta tan poco gratificante.
Debería girar en torno al sexo y al dinero.
La protagonista sería una mujer tan malvada como astuta, tan rica como avariciosa.
El bueno sería imbécil. Y además, antipático.
La mujer del bueno sería tonta del culo, pero estaría muy buena.
El hijo del bueno se beneficiaría de una fusión perfecta entre la idiotez de la madre y la antipatía del padre. Y además tendría pinta de homosexual, aunque no lo fuera (o sí. Yo siempre sostuve que lo era).
La hija del bueno, por su parte, heredaría la imbecilidad del padre y la buena pinta de la madre. Y además sería flojilla de cascos.
Los equivalentes de estos jóvenes en el lado de los malos serían:
- Un macho hipersexuado que acabaría anunciado camas
- Una zorra que convertiría al anterior en macho cabrío
Habría un personaje maravilloso, que representaría el genio de la maldad. Un ser sacado de una tira animada y que estaría entregado exclusivamente a hacer la puñeta gratuitamente a los buenos, por el único motivo de que son buenos, y también a los malos, porque son sus competidores naturales. Sus fechorías se superarían en ingenio y humor de episodio en episodio, hasta consumar el golpe maestro que todos estábamos esperando:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ponerle los cuernos al gilipollas de Chase Gioberti (el bueno).
P.D.: Y un mayordomo chino, nacido seguramente en Wisconsin, que sería nuestro alter ego en la serie. Abriendo y cerrando las puertas de la gran mansión, con la discreción de un consumado voyeur, era el auténtico espectador privilegiado del circo. Durante años se dijo que había un episodio fantasma en el que se abría el testamento de Angela Channing y reconocía al chino como único hijo. En nuestro corazón ese episodio siempre existirá, porque todos queríamos ser Chu-Li.
P.D.: Y un mayordomo chino, nacido seguramente en Wisconsin, que sería nuestro alter ego en la serie. Abriendo y cerrando las puertas de la gran mansión, con la discreción de un consumado voyeur, era el auténtico espectador privilegiado del circo. Durante años se dijo que había un episodio fantasma en el que se abría el testamento de Angela Channing y reconocía al chino como único hijo. En nuestro corazón ese episodio siempre existirá, porque todos queríamos ser Chu-Li.
19 de junio de 2009
19 de junio de 2009
49 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con el título de esta crítica podría narrar mi peripecia el espacio que quisiera, escribir una novela entera incluso, pero la anécdota no da para más: lo que tiene de llamativo se contiene, desarrolla, circunscribe, culmina y muere en el propio título. Los detalles (por ejemplo, el hecho de que el pleito lo interpuso mi propia compañía contra el dueño del perro y al final pagué yo de mi bolsillo los gastos de sepelio, doy fe de que fue así), pueden ser curiosos pero prolongan la agonía de una historieta que se niega a desaparecer.
Si os divierte el título de mi crítica, a estas alturas ya sabéis que nunca debísteis entrar en ella. Eso pasa con esta cosa que tiene filmaffinitty censada. Después de verla, uno concluye que jamás debió rodarse, debió quedarse en el título. Y todo lo más en el resumen argumental que proporciona filmaffinity, magistral:
"Berlín 2006. Unos trabajadores turcos descubren el bunker secreto de Hitler. En su interior, fielmente custodiado por el cadáver de Eva Braün, se encuentra el miembro incorrupto de Adolf Hitler conservado en una urna. La noticia del estremecedor hallazgo da la vuelta al mundo y llega a oídos del Doctor Weissmann, un viejo científico nazi escondido en Torremolinos, que trama un diabólico plan: hacerse con el pene de Hitler y reconstruir un nuevo Fürher partiendo de él. Para conseguir su objetivo, el Doctor Weissmann recluta a cuatro skinheads malagueños, voluntariosos pero totalmente imbéciles, que arriesgarán la vida e incluso su hombría por el éxito de la misión. Ellos tendrán que robar la picha de Hitler y enfrentarse a una sociedad secreta de bellas y mortíferas amazonas dispuestas a todo por poseer el preciado trofeo."
¿Para qué gastarse la pasta en hacer la película propiamente dicha si tienes esa historia? ¿Qué bien le hace a la Humanidad? En cambio la mera existencia (virtual) de un título tan sugerente como "Ellos robaron la picha de Hitler" como mínimo produce algunas sonrisas y su reseña argumental, algunas más. En el IMDb hay varias películas desaparecidas desde los años 20 que tienen más de 50 votos. Eso demuestra que la gente disfruta más con la idea que tiene de una película que no ha visto que con la película en sí. Desde que he visto esto que estoy comentando, comprendo mucho más a esas personas que elogian películas fantasmas.
Por lo demás, mis diculpas a los que hayan llegado al final de mi crítica, han perdido entre uno y tres minutos de su vida que podrían haber empleado en leer otras más interesantes.
Si os divierte el título de mi crítica, a estas alturas ya sabéis que nunca debísteis entrar en ella. Eso pasa con esta cosa que tiene filmaffinitty censada. Después de verla, uno concluye que jamás debió rodarse, debió quedarse en el título. Y todo lo más en el resumen argumental que proporciona filmaffinity, magistral:
"Berlín 2006. Unos trabajadores turcos descubren el bunker secreto de Hitler. En su interior, fielmente custodiado por el cadáver de Eva Braün, se encuentra el miembro incorrupto de Adolf Hitler conservado en una urna. La noticia del estremecedor hallazgo da la vuelta al mundo y llega a oídos del Doctor Weissmann, un viejo científico nazi escondido en Torremolinos, que trama un diabólico plan: hacerse con el pene de Hitler y reconstruir un nuevo Fürher partiendo de él. Para conseguir su objetivo, el Doctor Weissmann recluta a cuatro skinheads malagueños, voluntariosos pero totalmente imbéciles, que arriesgarán la vida e incluso su hombría por el éxito de la misión. Ellos tendrán que robar la picha de Hitler y enfrentarse a una sociedad secreta de bellas y mortíferas amazonas dispuestas a todo por poseer el preciado trofeo."
¿Para qué gastarse la pasta en hacer la película propiamente dicha si tienes esa historia? ¿Qué bien le hace a la Humanidad? En cambio la mera existencia (virtual) de un título tan sugerente como "Ellos robaron la picha de Hitler" como mínimo produce algunas sonrisas y su reseña argumental, algunas más. En el IMDb hay varias películas desaparecidas desde los años 20 que tienen más de 50 votos. Eso demuestra que la gente disfruta más con la idea que tiene de una película que no ha visto que con la película en sí. Desde que he visto esto que estoy comentando, comprendo mucho más a esas personas que elogian películas fantasmas.
Por lo demás, mis diculpas a los que hayan llegado al final de mi crítica, han perdido entre uno y tres minutos de su vida que podrían haber empleado en leer otras más interesantes.

5.4
3,145
7
23 de junio de 2011
23 de junio de 2011
48 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre los 12 y los 14 queríamos ser Johan Cruyff. Entre los 5 y los 7, algún personaje de Mary Poppins (yo quería ser el pingüino de dibujos animados que aparecía como camarero, fue mi etapa rosa de homosexualidad latente, supongo). Entre los 7 y los 9, el comisario McMillan, que era una versión muy mejorada de nuestro padre y estaba casado con una versión aún más mejorada de nuestra madre. Y, el capítulo más importante de nuestro crecimiento, entre los 10 y los 12, queríamos ser Bruce Lee.
Ah, ese tipo era la leche, que alegría transmitía dando patadas. Mucho después reconocí su estilo juguetón y fluido como una copia del famoso baile de Cassius Clay. Flotando, flotando, danzando sin parar ante los ojos del contrario con esa cara de chino descojonado de su suerte por anticipado… Sólo hizo cuatro largometrajes y medio, pero después de su muerte las películas que tratan sobre él o utilizan material en el que sale superan las doscientas, sin contar con su protagónica aparición en el mejor spot televisivo de todos los tiempos. Eso es pasar a la historia.
“Juego con la muerte” es el medio largo que hizo. Bueno, en realidad no hizo esta película, la productora tomó once minutos de material que Bruce Lee había filmado dando bofetadas de todos los colores y lo pegó a una descabellada historia filmada cuatro años después de su muerte con un doble. Por contener la palabra “muerte” fue la única peli de Lee que no me dejaron ver en aquel cine de verano que fue el escenario de mi encuentro con el maestro.
Hay que verla, no es posible hacerse una idea con una simple descripción (por cierto, magistrales los créditos del inicio, de un tal John Christopher Strong III). El doble no tiene diálogo y pelea por la noche contra los malos con unas gafas de sol que van desde más arriba de las cejas hasta la comisura de los labios. Patadas giratorias triples sin que las gafas vuelen. La productora aplicó la extendida idea de que quién coño es capaz de distinguir a un chino de otro chino. Idea cierta, pero la verdad es que Bruce Lee es el único chino que somos capaces de reconocer. Algunos fugaces primeros planos están tomados de anteriores películas de Bruce Lee. Transcribo un diálogo, en una habitación:
MALO: Estás acabado, Lo, tu única opción es trabajar para nosotros… (sigue un monólogo de varios minutos, dado que el otro no habla hay que rellenar)
BRUCE LEE: (Con el fondo del Coliseo Romano) Hum…
MALO: Recuerda quién te ayudó a subir, bla, bla, bla, bla bla, bla, bla, bla, bla…
BRUCE LEE: (Con el fondo de un gimnasio) Hummmmm…
Etcétera, ochenta minutos así.
Ah, ese tipo era la leche, que alegría transmitía dando patadas. Mucho después reconocí su estilo juguetón y fluido como una copia del famoso baile de Cassius Clay. Flotando, flotando, danzando sin parar ante los ojos del contrario con esa cara de chino descojonado de su suerte por anticipado… Sólo hizo cuatro largometrajes y medio, pero después de su muerte las películas que tratan sobre él o utilizan material en el que sale superan las doscientas, sin contar con su protagónica aparición en el mejor spot televisivo de todos los tiempos. Eso es pasar a la historia.
“Juego con la muerte” es el medio largo que hizo. Bueno, en realidad no hizo esta película, la productora tomó once minutos de material que Bruce Lee había filmado dando bofetadas de todos los colores y lo pegó a una descabellada historia filmada cuatro años después de su muerte con un doble. Por contener la palabra “muerte” fue la única peli de Lee que no me dejaron ver en aquel cine de verano que fue el escenario de mi encuentro con el maestro.
Hay que verla, no es posible hacerse una idea con una simple descripción (por cierto, magistrales los créditos del inicio, de un tal John Christopher Strong III). El doble no tiene diálogo y pelea por la noche contra los malos con unas gafas de sol que van desde más arriba de las cejas hasta la comisura de los labios. Patadas giratorias triples sin que las gafas vuelen. La productora aplicó la extendida idea de que quién coño es capaz de distinguir a un chino de otro chino. Idea cierta, pero la verdad es que Bruce Lee es el único chino que somos capaces de reconocer. Algunos fugaces primeros planos están tomados de anteriores películas de Bruce Lee. Transcribo un diálogo, en una habitación:
MALO: Estás acabado, Lo, tu única opción es trabajar para nosotros… (sigue un monólogo de varios minutos, dado que el otro no habla hay que rellenar)
BRUCE LEE: (Con el fondo del Coliseo Romano) Hum…
MALO: Recuerda quién te ayudó a subir, bla, bla, bla, bla bla, bla, bla, bla, bla…
BRUCE LEE: (Con el fondo de un gimnasio) Hummmmm…
Etcétera, ochenta minutos así.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero finalmente aparece el genio, el auténtico. Una pena porque Lee rodó cuarenta minutos de peleas en una pagoda con varios pisos que iba subiendo conforme derrotaba a malos cada vez más fuertes y aquí desecharon treinta. El metraje de esta parte puede verse completo en el documental “A warriors journey” y en youtube, y está maravillosamente rodado. Sólo dos palabras: Glo-rioso, incluido su puñetazo en los huevos a Kareem Abdul-Jabbar. Tarantino no le llega ni al dibujo de la suela de las zapatillas
7 de febrero de 2010
7 de febrero de 2010
43 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Punta Umbría, pueblo de pescadores de Huelva, había nacido como destino vacacional en el siglo XIX, cuando los empresarios alemanes que fundaron la Compañía Río Tinto se trajeron a su familia a la salvaje España y le buscaron un lugar de acomodo veraniego. Al poco tiempo los ingleses se adueñaron de las minas y de paso del paisaje estival. Durante años convivieron en Huelva y su playa más querida, Punta, los alemanes dedicados a la industria, los ingleses a lo suyo, fundando clubes sólo para hombres y trayendo el agua y la comida de la Gran Bretaña. Hasta que llegó la Segunda Gran Guerra (siempre me pregunté qué pasó en Punta en la primera) y España, que era neutral y admitía residentes de ambos bandos, se convirtió en escenario de intrigas tan novelescas como inofensivas. Unos y otros fueron reclutados en retaguardia para conspirar contra el enemigo. Acabada la guerra volvieron a llevarse bien.
Una noche de verano de hace demasiado tiempo me encontraba en la fiesta de un chalecito de primera línea de la playa de Punta Umbría. Fue el verano de las fiestas en los chalecitos; nada especial: te cobraban veinte duros por entrar, te ponían un sello en la muñeca por si querías salir a mear, la bebida era algo mejor que matarratas y naturalmente no se podía entrar a la casa, sólo al jardín, que era de arena. Eso sí, por lo menos, ponían mucha música de Gabinete Caligari. Bien, allí estaba yo, dando por fracasada una vez más la noche cuando observé a una bonita chica que había salido de la fiesta sola y se paró frente a la playa. De repente sacó un pañuelo y se cubrió la cara con él. “Amigo Sancho”, me dije, “o yo sé poco de aventuras o ahí viene una de las más grandes que sale a mi encuentro…”, y salí a socorrer a la dama.
La luna sobre la playa…, y música de Gabinete Caligari. “No sé lo que te pasa pero seguro que no merece que llores”, le solté directamente. Ella me miró estupefacta en el mismo momento en que me di cuenta de que…, no estaba llorando.
Una noche de verano de hace demasiado tiempo me encontraba en la fiesta de un chalecito de primera línea de la playa de Punta Umbría. Fue el verano de las fiestas en los chalecitos; nada especial: te cobraban veinte duros por entrar, te ponían un sello en la muñeca por si querías salir a mear, la bebida era algo mejor que matarratas y naturalmente no se podía entrar a la casa, sólo al jardín, que era de arena. Eso sí, por lo menos, ponían mucha música de Gabinete Caligari. Bien, allí estaba yo, dando por fracasada una vez más la noche cuando observé a una bonita chica que había salido de la fiesta sola y se paró frente a la playa. De repente sacó un pañuelo y se cubrió la cara con él. “Amigo Sancho”, me dije, “o yo sé poco de aventuras o ahí viene una de las más grandes que sale a mi encuentro…”, y salí a socorrer a la dama.
La luna sobre la playa…, y música de Gabinete Caligari. “No sé lo que te pasa pero seguro que no merece que llores”, le solté directamente. Ella me miró estupefacta en el mismo momento en que me di cuenta de que…, no estaba llorando.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Estaba eructando. Señores, créanselo, la chica había salido de la fiesta única y exclusivamente para “liberar gas del tracto digestivo a través de la boca”, la wiki dixit (por cierto, imposible no recomendar el artículo de wikipedia dedicado a tal fenómeno), y que nadie viera semejante ordinariez. Cosas de las chicas de mi época.
“Espérate”, le dije, “ahora no puedes irte y dejarme con esta cara de idiota, concédeme una oportunidad”. Esto lo había visto en una película, no recuerdo cuál. Entonces, con el fondo de Gabinete Caligari, tuve la ocurrencia de contarle la historia de William Martin, el hombre que nunca existió.
“Sucedió justo delante de esta casa, el cuerpo llegó flotando ahí mismo”. A partir de esa primera mentira (el cadáver se recuperó en la playa de la Bota, a dos kilómetros de donde estábamos) seguí hilvanando añadidos de mi invención en los que intervenían amigos, familiares míos, espías de identidad nunca desvelada y hasta un lobo de mar tuerto que vivía en una mansión muy parecida a la del Capitán Haddock. Bien, la cosa coló, digamos que William Martin curó la aerofagia de aquella chica y, por añadidura, enderezó mi verano.
Cuando Kareem Abdul Jabbar jugó su último partido, el marcador electrónico de los Lakers reflejaba la siguiente leyenda: “Gracias por los recuerdos”. Es más hermoso revivir el recuerdo de una jugada que volver a verla en un documental. En el recuerdo, siempre es distinta. Nadie sabe quién fue de verdad el hombre que nunca existió, quizás todos debamos estarle agradecidos por salvar nuestra Civilización; por mi parte, yo estaré en deuda con él por haberme proporcionado pequeños recuerdos que puedo revivir y modelar a mi antojo. Sé que en algún momento de mi vida será lo único que me quede. Por eso hoy me gustaría brindar con Bourbon por ti, amigo William Martin o como diablos te llamaras, y prometer que algún día iré a tu tumba en Huelva a poner cuatro rosas en tu honor.
“Espérate”, le dije, “ahora no puedes irte y dejarme con esta cara de idiota, concédeme una oportunidad”. Esto lo había visto en una película, no recuerdo cuál. Entonces, con el fondo de Gabinete Caligari, tuve la ocurrencia de contarle la historia de William Martin, el hombre que nunca existió.
“Sucedió justo delante de esta casa, el cuerpo llegó flotando ahí mismo”. A partir de esa primera mentira (el cadáver se recuperó en la playa de la Bota, a dos kilómetros de donde estábamos) seguí hilvanando añadidos de mi invención en los que intervenían amigos, familiares míos, espías de identidad nunca desvelada y hasta un lobo de mar tuerto que vivía en una mansión muy parecida a la del Capitán Haddock. Bien, la cosa coló, digamos que William Martin curó la aerofagia de aquella chica y, por añadidura, enderezó mi verano.
Cuando Kareem Abdul Jabbar jugó su último partido, el marcador electrónico de los Lakers reflejaba la siguiente leyenda: “Gracias por los recuerdos”. Es más hermoso revivir el recuerdo de una jugada que volver a verla en un documental. En el recuerdo, siempre es distinta. Nadie sabe quién fue de verdad el hombre que nunca existió, quizás todos debamos estarle agradecidos por salvar nuestra Civilización; por mi parte, yo estaré en deuda con él por haberme proporcionado pequeños recuerdos que puedo revivir y modelar a mi antojo. Sé que en algún momento de mi vida será lo único que me quede. Por eso hoy me gustaría brindar con Bourbon por ti, amigo William Martin o como diablos te llamaras, y prometer que algún día iré a tu tumba en Huelva a poner cuatro rosas en tu honor.

8.0
20,329
10
27 de mayo de 2009
27 de mayo de 2009
40 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de verla anoche, acabo de añadir esta película a la lista de mis 10 favoritas. No la he visto por primera vez ahora. Ni por segunda vez. Yo diría que la habré visto unas quince veces. Y siempre me ha parecido buenísima. ¿Por qué entonces precisamente hoy la señalo con tan (tibio) honor? Pues os cuento.
Allí estaba yo viendo la escena esa en la que James Stewart le pide a Arthur O'Connell que le ayude a preparar el caso. Esa escena en la que siempre se me salta una lágrima, como mínimo. Y cuando terminó, tras enjugar esa lagrimita con el puño del pijama, me di cuenta justamente de eso: siempre se me salta una lágrima en esa escena.
Y caí en la cuenta de otras cosas. Siempre siento que me alcanza, como un puño de energía invisible, el altísimo voltaje generado en los duelos entre Stewart y George C. Scott. Siempre suelto la misma risita tonta y sana (mi mujer: "Pero, ¿no la habías visto?") cuando el gran Jimmy sale del despacho del Fiscal tras haberle sonsacado la información secreta sobre el polígrafo. Siempre me quedo literalmente suspendido por los huevos, con perdón, cuando el juez reflexiona un segundo sobre la protesta decisiva del fiscal (¡mientras da cuerda a su reloj de mano ante la expectación de la sala entera, qué hallazgo!) para finalmente decir:
Allí estaba yo viendo la escena esa en la que James Stewart le pide a Arthur O'Connell que le ayude a preparar el caso. Esa escena en la que siempre se me salta una lágrima, como mínimo. Y cuando terminó, tras enjugar esa lagrimita con el puño del pijama, me di cuenta justamente de eso: siempre se me salta una lágrima en esa escena.
Y caí en la cuenta de otras cosas. Siempre siento que me alcanza, como un puño de energía invisible, el altísimo voltaje generado en los duelos entre Stewart y George C. Scott. Siempre suelto la misma risita tonta y sana (mi mujer: "Pero, ¿no la habías visto?") cuando el gran Jimmy sale del despacho del Fiscal tras haberle sonsacado la información secreta sobre el polígrafo. Siempre me quedo literalmente suspendido por los huevos, con perdón, cuando el juez reflexiona un segundo sobre la protesta decisiva del fiscal (¡mientras da cuerda a su reloj de mano ante la expectación de la sala entera, qué hallazgo!) para finalmente decir:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
- Se rechaza la protesta.
Siempre..., siempre, siempre. No a veces. No con mucha frecuencia. Siempre. Y siempre es siempre.
Por la misma razón por la que las anécdotas que más gracia nos hacen son las de nuestra antigua pandilla, las cuales hemos contado y oído miles de veces. Por la misma razón, yo qué sé, por la que nos casamos con nuestra mujer y no con otras novias que eran más guapas. Por esa razón, porque descubrimos eso tan cursi que es que algo forme parte de nosotros, con naturalidad, sin haberlo elegido, y sin que eso nos suponga alcanzar un estado de armonía cosmológica con el karma. Es como descubrirse una pierna y tocarla: siempre la sentiremos.
Siempre..., siempre, siempre. No a veces. No con mucha frecuencia. Siempre. Y siempre es siempre.
Por la misma razón por la que las anécdotas que más gracia nos hacen son las de nuestra antigua pandilla, las cuales hemos contado y oído miles de veces. Por la misma razón, yo qué sé, por la que nos casamos con nuestra mujer y no con otras novias que eran más guapas. Por esa razón, porque descubrimos eso tan cursi que es que algo forme parte de nosotros, con naturalidad, sin haberlo elegido, y sin que eso nos suponga alcanzar un estado de armonía cosmológica con el karma. Es como descubrirse una pierna y tocarla: siempre la sentiremos.
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