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Polonia Polonia · Terrassa
Críticas de Taylor
Críticas 702
Críticas ordenadas por utilidad
8
7 de septiembre de 2009
81 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
Formalmente, una maravilla. Una de esas pelis que todo cinéfilo en ciernes debería ver sí o sí para saber de qué va esto del cine. Pocas veces veremos en una gran pantalla una composición de planos tan perfecta, un aprovechamiento de la iluminación tan oportuno y un ritmo narrativo tan grácil y elegante.

Nada que objetar, tampoco, a su incuestionable moralina. Porque la tiene, claro ¿Y qué? Al fin y al cabo todos sabemos que la felicidad plena es una utopía y que “la avaricia rompe el saco” ¿no? Mizoguchi, en cualquier caso, demuestra que sabe manejarse como pez en el agua en el ámbito melodramático y que la desmedida expresividad interpretativa de los actores japoneses, bien canalizada, puede constituir un recurso cinematográfico tan legítimo como eficaz.

Os preguntaréis tal vez -visto lo visto- por qué no he puntuado esta irrefutable obra maestra con mayor generosidad. La respuesta es que, lamentablemente, “Cuentos de la luna...” no me ha llegado como hubiera deseado. En ningún momento conseguí empatizar cien por cien con los personajes y no fue hasta el desenlace final cuando Mizoguchi logró tocarme la fibra de lleno. Yo achacaría ese leve desencanto al hecho de que, por norma general, las pelis que transcurren en el medioevo japonés no suelen atraerme demasiado. Quizás por eso mismo “Rashomon” no me cortó el aliento precisamente y quizás por eso mismo cada día que pasa dejo para mañana mi particular revisión de “Los siete samuráis” o “Yojimbo”. La cuestión es que mi problema con el medioevo japonés reclama una solución inmediata. Y esa solución pasa, indefectiblemente, por enfrentarme de nuevo al Kurosawa medieval y por pedirle a Mizoguchi que vuelva a contarme esos cuentos.

Yo diría, en definitiva, que con este tipo de films padezco el ‘síndrome museo’. Y es que, a veces, aunque tengas ante ti una obra de arte como la copa de un pino, el dolor de pies y el agobio de la gente es tan intenso que resulta absolutamente imposible paladearla a gusto. Mecachis!
Taylor
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8
11 de septiembre de 2007
80 de 95 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dirk Bogarde interpreta la figura de Barrett, modélico mayordomo inglés contratatado por un indolente y voluble señorito de razonable clase pudiente. La misión de Barrett será verificar el correcto desarrollo de los trabajos de saneamiento y ornato de la casa, organizar y coordinar las tareas cotidianas y, por que no decirlo, hacerle más confortable y llevadera la reciente independización a su joven patricio. Ayudarle a cortar su cordón umbilical.

La fidelidad y la precisión ejecutoria del asistente irán haciendo mella en la endeble personalidad de Anthony Mounset hasta el punto de generar un dependencia tan poderosa capaz de dinamitar su relación sentimental con Vera, su prometida, y abocarle progresivamente hacia una degenerativa e inexorable pérdida de voluntad.

Afianzada en el impecable guión de Pinter, la película de Losey disecciona implacablemente la miserable condición humana de sus protagonistas, seres subordinados a sus más bajos instintos (sexo, drogas, disipación, celos, incuria y dominación). La erótica del poder trasladada al ámbito doméstico.

Un asfixiante, angustioso y demoledor drama psicológico del que gozarán los acérrimos al cine más teatral. Con un trago de whisky, eso sí, para aliviar tensiones y disfrutar de una banda sonora con excelentes fragmentos jazzísticos.
Taylor
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9
19 de junio de 2009
70 de 75 usuarios han encontrado esta crítica útil
La filmografía española es pródiga en películas que transcurren entre el golpe de estado de Franco y la posguerra española. La mayoría de ellas son mediocres o, todo lo más, llevaderas pero, aún así, también las hay buenas. Algunas, incluso, excelentes. “El viaje a ninguna parte” pertenece, sin lugar a dudas, a esta última especie.

La considero excelente porque no abundan en el panorama cinematográfico estatal demasiadas pelis tan bien dirigidas, tan bien narradas y tan bien interpretadas. Pero no sólo eso. El gran logro de Fernán-Gómez estriba, fundamentalmente, en haber sabido transferir el espíritu de su novela a la gran pantalla. Un sentido homenaje, literario y cinematográfico, a esa farándula mesetaria que, desgraciadamente, terminaría desapareciendo ante la implacable dictadura del fútbol y el cine. Me gustaría subrayar, por otro lado, la contundencia lírica y simbólica del título: “El viaje a ninguna parte”. Igual os parece una chorrada pero…¡Menudo título! Me encanta, en serio. Es poético, melancólico, desolador... No es nadie este Fernán-Gómez: actor, director, guionista, dramaturgo... Nuestro Orson Welles, dicen. Yo lo veo más bien como un humanista del cinquecento. Como un Leonardo da Vinci perpetuamente encabronado. Pero bueno, esa es una impresión subjetiva. Sin más.

Os recomiendo, en cualquier caso, que cuando decidáis ver la peli os dejéis seducir durante las dos horas y media que dura. Ciento cincuenta minutos de cine en mayúsculas durante los cuales podréis disfrutar de un viaje repleto de ternura y aflicción. Os resumo el plan de viaje:

Actuaremos en cafés de mala muerte, en locales deprimentes, en establos adecentados para la ocasión. Dormiremos en posadas sórdidas, cutres, inmundas... Comeremos poco y mal. Algún día, con suerte, podremos emborracharnos. Y echar un polvo, tal vez. Haremos y desharemos maletas; montaremos y desmontaremos decorados de cartón; cortaremos y recompondremos guiones demasiado largos y pretenciosos. Nos engañarán, engañaremos a algunos y nos engañaremos a nosotros mismos. Porque somos actores. Porque somos cómicos. Galanes o tunantes ¡qué más da! Reiremos y lloraremos. Pero, sobre todo, recorreremos muchos kilómetros. Cientos de kilómetros. Sin rumbo fijo, como trotamundos. En autobús, furgoneta, a pié... Y, aún así, seremos felices. Seremos felices porque a pesar de todos estos avatares, de todas estas penurias, miserias y adversidades estaremos haciendo lo que siempre quisimos hacer. Hasta la muerte.
Taylor
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8
2 de octubre de 2010
69 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es el Hitchcock que me gusta. Y no lo es porque, en esta ocasión, el mago del suspense no maneja los hilos de ninguna historia inverosímil (“Vértigo”), macabra (“Psicosis”), surrealista (“Con la muerte en los talones”) o fantástica (“Los pájaros”). En esta ocasión, Hitchcock apuesta por manejar los hilos de una historia real. Dolorosa y asquerosamente real. Y eso conlleva que, como espectadores, nos veamos obligados a contemplar el lento y parsimonioso tránsito de su perversidad habitual. Un tránsito que discurre del celuloide hasta nuestras propias entrañas. Y eso no se traduce en congoja, ni en tensión, ni en miedo. Ni tan siquiera en suspense. Eso se traduce en impotencia, en amargura, en desesperación. Porque esto no es una pesadilla, señores. Es peor. Mil veces peor. Sobre todo si el que personifica todo este sufrimiento es Henry Fonda. Nuestro alter ego. Un hombre, un actor, absolutamente creíble. Recto, honrado, íntegro. Un actor que no necesita interpretar a Christopher Emmanuel Balestrero porque él mismo es Christopher Emmanuel Balestrero. El hombre por quien padecemos. El hombre que tenemos frente al espejo cada vez que las cosas nos van mal. No, definitivamente no es el Hitchcock que me gusta. Pero qué bueno es el muy cabrón.
Taylor
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9
7 de febrero de 2013
89 de 114 usuarios han encontrado esta crítica útil
Teniendo en cuenta que tanto el spaghetti-western como Tarantino me encantan, era lógico y normal —hasta cierto punto— que también me gustara “Django unchained”. Con lo que no contaba, sin embargo, era con que la peli de Tarantino acabara empalmándome de forma tan rotunda y brutal. Porque sí, amigos, “Django unchained” no es una peli para todos los públicos. “Django unchained” es una peli —como vulgarmente se dice— para “empalmaos”. Una peli para nostálgicos del spaghetti y para devotos de Tarantino. Pero también para todos los que creemos ciegamente en el cine como espectáculo visual. Como herramienta para generar emociones. Como vehículo para contar una historia en el que lo más importante no es la propia historia, si no cómo la cuentas. Y en ese apartado, como resulta obvio, Tarantino lo borda.

Y si no, ¿cómo es posible que un cineasta sea capaz de tenerte clavado a la butaca durante más de dos horas y media? ¿Cómo es posible que un cineasta sea capaz de resucitar un género en el que Leone lo había dicho absolutamente todo? ¿Cómo es posible que un cineasta sea capaz de superarse sin dejar de ser fiel a un estilo que ya no sorprende a nadie?

Pues con talento. Con talento, personalidad y oficio. Mucho oficio. Con unos personajes extraordinarios. Con unos diálogos brillantes. Con un sentido del humor acojonante. Con unas secuencias de acción espectaculares. Con unos paisajes fascinantes. Con una banda sonora tremenda. Con esa desfachatez y grandilocuencia que le caracterizan. Con épica, lírica, métrica y hasta mensaje. Y con un respeto casi religioso, diría yo, por esos subgéneros cinematográficos (spaghetti-western y blaxploitation) que tanto y tan bien mamó desde mocoso.

Nueve vigorosas estrellitas, pues, para un cineasta que constata que aún le queda mucho cine en las venas y para una peli que, sin lugar a dudas, no desmerece en absoluto sus mejores obras. Y si no, al tiempo.
Taylor
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