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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 924
Críticas ordenadas por utilidad
10
17 de septiembre de 2023
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El debut en el largometraje de ficción de Carla Subirana me parece uno de los grandes acontecimientos cinematográficos del año. “Sica” es una de las más bellas películas iniciáticas de los últimos tiempos, un drama familiar soterrado cargado de la atmósfera opresiva de la Costa da Morte y con un encantador tono de realismo mágico sobrevolándola constantemente. Una auténtica gozada para cualquier cinéfilo con sensibilidad. Dicho sea de paso, también supone el épico descubrimiento de la actriz Thais García, ue nos regala una encarnación su joven protagonista imposible de olvidar.

Carla Subirana nos presenta a Sica, una chica de 14 años que vive con su madre en la Costa da Morte. A su padre se le ha dado por desaparecido tras el naufragio de la nave de su propiedad y ella vive empeñada en encontrar la voz de su padre entre los acantilados. Inmersa en esa tarea se va separando de su mejor amiga, que ansía llegar a la vida adulta y a los hombres mucho más que ella, y conoce a Suso, un extraño niño del pueblo que pretende ser un “cazatormentas”. La vida de Sica va a girar bruscamente y con ella la de su madre.

Siguiendo la misma estela de “Secaderos” de Rocío Mesa, utiliza de manera inteligente el realismo mágico para descargar toda su fuerza social con enorme sutileza, lo rural y el apego a la tierra desde la que se cuenta y la maravillosa forma de amar a sus personajes tanto como los respeta.

En su perfecto metraje de 90 minutos, Carla Subirana destila una belleza formal apabullante que recoge toda la fuerza atmosférica de la Costa da Morte con una sutileza y elegancia impresionantes. Se respira y paladea el padre Atlántico en todo momento. Pero, sobre todo, donde más admiro a Subirana es en su guión, una exquisitez a la que no le sobra ni le falta nada, una lección magistral de cómo contar una historia iniciática. La dirección de fotografía de Mauro Herce es soberbia, así como la magníficamente ambiental música de Xavier Font. Realmente imprescindible.
Sergio Berbel
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6
28 de julio de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un experimento demasiado extraño como para que acabe funcionando bien. “Scarlet” mezcla la fábula con cierto aroma infantil, el realismo mágico, el drama histórico y el musical. Demasiados elementos heterogéneos para que poder conformar un todo homogéneo, aunque sin duda entretiene y se deja ver, sobre todo por Juliette Jouan.

El cineasta italiano Pietro Marcello (“Martin Eden”, “Bella y perdida”) realiza un film netamente francés que pretende ser más de lo que puede ante la amalgama de lo mezclado. Una cinta en la que resplandece, por encima de todo lo demás, la interpretación de la cantante Juliette Jouan y la curiosa encarnación de un personaje de cuento que lleva a cabo el actor Raphaël Thierry.

La interpretación de ambos supera con creces el argumento del propio Pietro Marcello que nos trata de contar el regreso de un hombre a su remoto hogar del norte de Francia tras la I Guerra Mundial para descubrir que su esposa ha muerto en su ausencia y que tiene una hija pequeña que cuida una bruja que vive en su casa con otra niña y que ha sido la mejor madre posible para la pequeña Juliette. Así se conformará esta extraña familia cuadrangular que sobrevivirá a las habladurías del pueblo y a algunos incidentes desagradables que irán acaeciendo.

A ratos musical, la partitura de Gabriel Yared resulta interesante y se eleva cuando es interpretada por Juliette Jouan, dejando en ese caso los mejores momentos de la cinta. Igualmente efectiva por su tono de cuento la dirección de fotografía de Marco Graziaplena.

Pero a esta adaptación de “El velero rojo” de Alexander Grin le falta alma y emoción, es demasiado comedida y aséptica y, para cuando pretende tocarnos el corazón, resulta ya ser demasiado tarde.
Sergio Berbel
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8
23 de julio de 2023
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Es enormemente meritorio lo que logra Valeria Bruni Tedeschi en “La gran juventud”. Un ejercicio de autoficción en torno a su juventud y sus inicios en su brillante carrera como actriz mezclando dolorosamente realidad y ficción para conformar un fresco de una época (los años 80), un lugar (París), unos estudiantes (de arte dramático en una escuela de interpretación parisina) y un momento en el que sus vidas cambian y pasan a tener sus primeras experiencias maduras pero a través de reacciones inexpertas y radicales.

Estamos ante una película río y, como tal, un contenedor de demasiadas cosas, unas más brillantes que otras. Pero, a pesar de su irregularidad manifiesta, nos encontramos ante una cinta coherente, honesta, sincera, valiente y vitalista a pesar del insondable drama que nos cuenta. Una película que se deja ver durante parte de su metraje pero que llega a emocionarnos en su tramo final. Un acertado experimento de la siempre interesante, tanto delante como detrás de la cámara, Valeria Bruni Tedeschi.

Desde mi perspectiva, la película me importa por tres cuestiones concretas en las que me resulta mucho más que aceptable:

1.El trabajo de su elenco actoral: si estamos ante una película de jóvenes que quieren ser actores profesionales, es obvio que el poder de la interpretación, tanto en sus vidas reales como en las obras que van representando delante de la cámara en la academia, debe ser excelso para que la cosa funcione. Y así es, destacando muy por encima del resto su protagonista, una maravillosa Nadia Tereszkiewicz que se merienda al resto cada vez que aparece en plano.

2.La estética del film, absolutamente apabullante, colorista, desprejuiciada, con un cierto tono ochentero que ayuda a ambientar y posicionar temporalmente la historia, firmada por Julien Poupard. Una auténtica maravilla, perfectamente conjuntada con los acertadísimos temas musicales escogidos que van sonando a lo largo del metraje.

3.La historia tan real y tan pegada a la piel que desarrolla el guión de la propia cineasta, mezclando sus experiencias de juventud reales con otros elementos de ficción, haciéndonos entender con lógica y coherencia el filo de la navaja en el que siempre camina la vida durante la juventud, donde todo es más intenso, más iniciático, más extremo, más a vida o muerte. Sus 126 minutos de metraje acaban pasando como un suspiro, a pesar de sus subidas y bajadas de intensidad ante su manifiesta irregularidad.
Sergio Berbel
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6
16 de julio de 2023
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El reto de trasladar uno de los Episodios de Una Guerra Interminable de Almudena Grandes al formato serie no es menor. Eso sí, si alguno resultaba más accesible por su formato de thriller de espías era “Los pacientes del doctor García”. La serie tiene aciertos y errores, luces y sombras. Lo que más destaca en ella es su cuidada ambientación y el derroche de producción que atesora. Cada escena presenta una verosimilitud histórica incuestionable que funciona a la perfección. Pero no emociona, porque se la ha despojado de casi todo el material dramático para dejarla en los huesos del thriller de espías y eso la hace carecer de toda emoción (salvo en su episodio final).

Joan Noguera brilla en el aspecto formal y en el de la reconstrucción histórica, pero se queda muy corto a la hora de conformar situaciones y personajes que realmente emocionen y que trasciendan la mera historia de espías. Seguramente por culpa de José Luis Martín, que desbroza la novela primigenia para quedarse tan sólo con la almendra del thriller, tan obligatorio en estos tiempos y que ya empacha por exceso.

Ésta es, sin duda, la más comercial y la que menos me llenó de toda la serie novelística en torno a la posguerra escrita por la gran reinventora de la novela decimonónica y mi escritora de referencia y, paradójicamente, la que esperé en su momento con especial ilusión, porque sabía que trataba sobre la red que tejiera Clara Stauffer, con el beneplácito del dictador genocida fascista Franco, para proteger y esconder a autoridades nazis tras la Segunda Guerra Mundial. Y ese tema me ha interesado siempre, especialmente porque he crecido en mi infancia y juventud en Salobreña junto a la leyenda (o realidad, puesto que nunca he llegado a saberse con seguridad y, de hecho, el nombre de esa localidad andaluza se pronuncia en la serie) de que en el Monte de los Almendros había nazis refugiados por Franco.

Más allá de la Almudena Grandes al uso, que es la mía, esta novela convertida en serie es mucho más internacional y de acción, con forma de serie de espías clásica y con un aluvión de datos históricos reales sobre tan repugnante red filonazi en nuestro Estado.

Con más datos que sentimientos, con más acción que desolación, marca un cierto nuevo carácter en el relato de la particular senda por la Memoria Histórica de Almudena Grandes para mostrarnos que la democracia perdió dos veces: cuando se acabó la Guerra Civil tras el golpe de estado de los fascistas; y cuando comprendió, varias décadas después, que los Aliados jamás moverían un dedo para derrocar al dictador, porque les resultaba un simpático e inofensivo (por mediocre) aliado contra el taimado comunismo internacional. Creyeron que destapar una red de evasión de jerarcas nazis ganaría las simpatías del siempre muy judío Estados Unidos, pero ni así. Y eso es cierto que se sabe recoger muy bien en la serie.

El reparto resulta correcto y funcional, cumple con dignidad su misión, pero para mí sólo brilla Verónica Echegui conformando una Amparo que acaba resultando lo mejor de la función, en su equidistancia y ansias de supervivencia a toda costa. El resto del elenco artístico, navega en lo simplemente correcto que siempre caracteriza las series de TVE.
Sergio Berbel
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10
10 de junio de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No estoy afirmando nada extraordinario ni (creo que) discutible si digo que Martin Scorsese es uno de los más importantes directores de la historia del cine. Uno de los líderes de la explosión de calidad del cine norteamericano de la década de los 70 (la más importante que haya existido para mí) creó un estilo barroco y alambicado propio y, lo que resulta aún más meritorio, en muy diferentes géneros. Scorsese nunca se ha circunscrito a un territorio determinado en el que se sienta cómodo y domine (ni tan siquiera el más querido por él, el mafioso), sino que ha sido capaz de enfrentarse a retos muy distintos, incluso al melodrama de época perfecto que culmina con “La edad de la inocencia”. Para mí, junto con “Barry Lyndon” de Martin Scorsese y “Las amistades peligrosas” de Stephen Frears, la gran película de época de mi vida.

Pero la importancia de Scorsese va más allá de su propia filmografía, dado que ha sido el espejo en el que se han mirado los mejores cineastas posteriores, sobre todo el mejor del mundo, Paul Thomas Anderson, hijo cinematográfico natural de Scorsese. De hecho, esa obra maestra descomunal que es “El hilo invisible” bebe directamente de “La edad de la inocencia”, lo cual es gozosamente constatable, en su aspecto formal y de planteamiento.

Para salir de su zona de confort (que dicen los modernos pedantes), Scorsese adapta de nuevo a la pantalla la novela de Edith Wharton con una fidelidad pasmosa, para contarnos una historia de amores imposibles y apariencias sociales asfixiantes en la alta sociedad de la Nueva York de la década de 1870.

Preciosa y preciosista adaptación de la obra literaria llevada a cabo por el propio Martin Scorsese junto con Jay Cocks, la capacidad del genio neoyorquino para recrear al detalle la fastuosidad de aquellas casas en mitad de ninguna parte pero con toda la idiosincrasia de la más rancia Europa dentro de sus muros resulta apabullante. Todo está pensado y medido al detalle para que la cámara de Scorsese se recree a través de planos secuencia insuperables marca de la casa (escuela para los de Paul Thomas Anderson), travellings lentos y clásicos que cortan la respiración y grúas que hacen elevar la vista del espectador hasta el plano cenital rodeado de un lujo insultante. Estamos ante una orgía visual de época sólo superada por el dios Stanley Kubrick en “Barry Lyndon”.

Pero casi tan importante como lo que se ve, está lo que se escucha: la partitura de Elmer Bernstein es tan descomunal como la selección de piezas clásicas que la completan. Un lujo para los oídos que se embelesan a la par que el ojo del cinéfilo entra en éxtasis con la dirección de fotografía de Michael Ballhaus, ciertamente tan histórica como su diseño de producción y su vestuario (premiado con un Oscar).

Lógicamente, una obra maestra absoluta como ésta tiene que fundamentarse en las interpretaciones de su equipo artístico y el mismo no puede resultar más sublime: Daniel Day-Lewis (¿causalidad que fuera elegido por Paul Thomas Anderson para protagonizar “El hilo invisible” tras su lección magistral interpretativa en “La edad de la inocencia”?), una mágica Michelle Pfeiffer en el mejor momento de su carrera y una angelical Winona Ryder que estaba tocando techo en el mundo del cine (rodaba también en aquel momento ni más ni menos que “Drácula (de Bram Stoker)” de Francis Ford Coppola). Todos están perfectos y ayudan a que “La edad de la inocencia” entre por derecho propio en los anales del cine.

Y, sin duda, la voz en off, mágica e imprescindible para la traslación a imágenes de la novela, que es sostenida por, ni más ni menos, que la gran Joanne Woodward, esa actriz maravillosa que fue la esposa de Paul Newman. No se puede pedir más.
Sergio Berbel
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