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Críticas 76
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
10 de abril de 2012 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un cine independiente tan bien filmado e interpretado, como descarnado, autodestructivo y, por momentos, intencionalmente tedioso. Y es que esta nueva aproximación al abordado tema del sexo culposo y desamorado que esta vez nos propone McQueen, envuelto en envase de moralina, sin llegar a ser una obra fundamental, sirve para contarnos -con un escueto pero intrigante guión, sostenido por calculadas secuencias más que con palabras-, las consecuencias que puede generar una nociva percepción de la carne separada del sentimiento y, peor aún, la orientación sexual reprimida, en esta sociedad occidental tecnológicamente interconectada que alienta el facilismo, el consumismo y el vínculo sin compromiso.

Aunque no encuentro mucho más allá de esto, a pesar de las múltiples, válidas e imaginativas interpretaciones y matices que esta película despertó en la crítica y en los espectadores, para bien o para mal, sería injusto dejar de destacar el lucimiento en el papel principal de un entregado y camaleónico Fassbender.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La manifestación de los problemas latentes en la vida aparentemente organizada del protagonista de esta historia se produce con la llegada intempestiva de su conflictiva hermana, a partir de lo cual, su inclinación homosexual contenida con sexo heterosexual comprado o bajado de la Web, se revela de manera dolorosa y peligrosa, para si mismo y sus escondidos afectos. A partir de ahí nada será igual.

La transformación que este proceso produce en el personaje, se hace evidente en la actitud diferente que adopta ante las dos circunstancias que le toca vivir con una misma ocasional pasajera en el metro.
23 de diciembre de 2011 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desmesura y exceso a granel arrojadas en una sucesión de imágenes calculadas, artificiosas y arrítmicas, que caen habitualmente en el grotesco, parecieran querer suplir la falta de un armado sostenible de la historia, todo lo cual conspira para que el espectador desprevenido, incluso alguno devoto del realizador, se mueva con comodidad o entregue la necesaria cuota de credibilidad para que la fórmula funcione.

Hay ausencia de frescura y exceso de histeria. Tiene historia pero no está bien contada. Está sobrecargada de simbología a la vez que de confusión. Despliega ampulosidad y teatralidad con la misma convicción que nimiedad y frialdad.

Un ambicioso, frenético y suicida salto circense al vacío.
25 de agosto de 2014 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si de entrada hubiera sabido que toda la película transcurría en un auto y que tenía un solo protagonista, no estoy seguro que me hubiera animado a enfrentarla, a pesar que terminé disfrutando, y mucho, de otras cuya ambientación gozaba de la misma austeridad.

Por suerte no lo supe, y me senté de copiloto pasivo junto a Ivan Locke (el personaje que da título al filme) y padecí las atribuladas y decisivas conversaciones que mantuvo a través de bluetooth en tiempo real, y a lo largo de hora y media de trayecto por autopista, para evitar que el mundo que se derrumbaba a su alrededor no lo arrastrara a sus raíces más temidas.

Aquí no existe la espectacularidad a la que los espectadores estamos sometidos permanentemente. Ni siquiera la adrenalina que en envase de celuloide nos inyectan hasta niveles que solo consiguen el efecto contrapuesto. Pero tampoco está presente la indiferencia que nos transmiten la mayoría de los personajes que deambulan por la pantalla mayor, ya que Locke concentra toda nuestra atención y permanentemente nos desafía a plantearnos qué actitud adoptaríamos nosotros en su lugar.

En lo que a mí respecta, afortunadamente iba de acompañante, porque si hubiera estado al frente del volante, seguramente me hubiera “estrolado” a mitad de camino, cosa que no hacen ni un inmejorable Tom Hardy (en la piel de Locke) ni Steven Knight, a cargo del guión y detrás de cámara.
21 de febrero de 2013 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tipo es desagradable y áspero. Lo demostró en la gira de promoción de esta película durante una entrevista televisada que dio al periodista inglés Krishnan Guru-Murthy, ante las incisivas preguntas que este le formulara. De igual modo, su aspecto físico no ayuda a mejorar la imagen que dejó en esa oportunidad. "Si tuviera una mujer sería seguramente más simpático, algo más sociable y no un tipo de la Edad de Piedra", declaró recientemente... ¡Solo hay que animarse, chicas!

Con muchos pasajes de su filmografía ocurre algo parecido a lo que se verifica con su carácter. Pueden resultar desagradables, ásperos, y permanentemente nos invitan, casi nos desafían, al “tómalo o déjalo”. A él, pareciera no importarle. Como si fuéramos testigos silenciosos e indeseados de lo que ocurre en su mundo, ese que él mismo creó y maneja a su antojo.

Pero resulta innegable, al menos para mí, que este presumido (también le cabe el apelativo) sujeto proclive al cine “gore”, admirador declarado de George “Zombie” Romero, cultor de la faceta más descorazonada y descarnada de Peckinpah, adepto al género bizarro de Ferrara, Corman y Carpenter, y con ínfulas de transitar sin necesidad de permiso por los jardines de Hitchcock, entiende como pocos al cine en función del mero entretenimiento, sin más vueltas que las que cada quien, en su rol de espectador, le quiera dar. Y en esta oportunidad también da cuenta de ello.

Dicho esto, su Django, en contraste con el carilindo Franco Nero (que aquí hace un cameo y que en 1966 componía su primer rol protagónico en la película hispano-italiana original de Sergio Corbucci), es un esclavo negro que circunstancialmente obtiene su libertad, se revela con más ínfulas que el propio Tarantino y, dotes innatas para el manejo de armas de fuego mediante, empieza a regar (literalmente) de sangre las tierras racistas del sur norteamericano, allá por 1858, en busca de su esposa aún sometida a los designios reservados para la gente de color en los estados confederados.

Su mentor (un soberbio Christoph Waltz), personaje sobre el cual recae el hilo conductor de la historia, es el que se lleva la mejor tajada interpretativa (y otra vez por mérito propio), al igual que ocurriera con “Inglourious basterds”. Aunque unos excelentes Leo DiCaprio y Samuel Jackson, es justo decirlo, también logran eclipsar al Django de Jamie Foxx.

La película, aunque no se inscribe en lo mejor de QT, es fiel a su estilo, ya que derrocha acción desmedida, sangre a borbotones, hilaridad, absurdo, excesos, trazos de homenaje (esta vez al spaguetti-western, claro está) y, lo mejor de todo, varios pasajes de diálogo inteligente y muy buenas interpretaciones, monopolizadas por el trío que componen Waltz, DiCaprio y Jackson, que de esto saben bastante.

De ahí en más, tratar de profundizar y polemizar seriamenta en el universo de Tarantino, como infructuosamente intentó hacerlo nuestro inocente amigo Krishnan, sería como tomárselo en serio, y puede ser este el puntapié inicial para empezar a odiarlo, cosa que a él, de todos modos, poco le importaría, porque es un sujeto desagradable, áspero y presumido que va a seguir haciendo lo que se le venga en gana, desde inventar la muerte de Hitler, pasando por resucitar a Travolta y Don Johnson, hasta llegar a regar de sangre criolla blanca el sur esclavista confederado en manos de un negro a caballo, ¡tres años antes de que lo hiciera el propio ejército “yanqui” con el general Grant a la cabeza!
24 de octubre de 2012 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un nuevo intento por obtener los buenos dividendos que le dieron algunos de los personajes que supo explotar otrora hasta al hartazgo, el sexagenario Stallone se pone nuevamente en la piel (ritidectomía mediante) de Barney Ross para conducir a su pandilla de descerebrados e indestructibles mercenarios, y darse el lujo de interactuar en tono de solfa con sus ex-socios de Planet Hollywood: Bruce Willis y un contracturado Arnold Schwarzenegger.

Además, y de igual modo que ocurriera con su anterior “capítulo piloto”, en el cual se reservó un rol para otro bueno (Mickey Rourke) y un malo (Eric Roberts), esta vez se hace lo propio con el bueno de Chuck Norris y el malo de Jean-Claude Van Damme. Ya llegará el momento de reclutar a Steven Seagal y Jackie Chan para cubrir esos papeles…

Pero al igual que ocurriera con su anterior trabajo, vuelven a reafirmar la idea que no basta con amontonar a rutilantes figuras del género de acción con tufo de autoparodia, introducir un par de diálogos en tono de “pasada de factura” y disponer de suficiente pirotecnia para celebrar un año nuevo chino, sin ocuparse de construir un guión que aproveche esos recursos, como sí se logró en su momento con "The magnificent seven" (1960) y "A bridge too far" (1977).

Hasta el viejo pedante e individualista de James Bond tomó nota de esto y, antes que perder la pulseada frente al joven norteamericanito de Jason Bourne, tuvo que memorizar mayor cantidad de líneas, transpiró, se ensució, se dejó golpear y llegó a sangrar. Todo un logro que permitió revitalizar al manoseado y desgastado personaje de Ian Fleming.

En este caso, la troupe de Sly nos ofrece un cine de acción chato, obsoleto, cándido y asexuado que, de manera despreocupada y con aires de homenaje, pareciera querer recorrer innecesariamente por su cuenta, todo el largo camino que necesaria y circunstancialmente tuvieron que recorrer otros que los precedieron, para terminar adaptándose a estos tiempos si querían permanecer vigentes. Aunque a juzgar por la edad de sus principales protagonistas, no creo que les quede mucha soga en el carretel para que alcancen otra madurez que no sea la que les imponga una merecida jubilación.
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