"El Séptimo Hijo" es uno de esos filmes que prometen mucho y entregan poco. Me encontré con una obra que, honestamente, consideraría como "mala no, lo siguiente".

Decidí darle una oportunidad esperando ser cautivado por una trama que al menos fuese entretenida independientemente de las actuaciones. Sin embargo, la decepción fue casi inmediata. Los primeros minutos fueron suficientes para darme cuenta de que no estaba ante una película que me fuese a aportar mucho. Aunque generalmente intento dar a cada producción el beneficio de la duda, esta vez no pude resistir la tentación de detenerla antes de su conclusión.

Lo más triste de "El Séptimo Hijo" no es su incapacidad para enganchar al espectador, sino que lo que llegué a ver no dejó ningún tipo de impacto en mí, ni positivo ni negativo. Simplemente fue un montón de escenas que no evocaron ninguna emoción en particular. No sentí esa chispa de interés que generalmente me impulsa a terminar una película, incluso si no es de mi total agrado.

Quizá haya quienes defiendan esta obra, alegando que es necesario verla completa para apreciar su valor. Sin embargo, si una película no es capaz de capturar la atención de su audiencia en sus primeros actos, es difícil defender su mérito. Por mi parte, "El Séptimo Hijo" se suma a la lista de películas que comencé con esperanza, pero que dejé sin finalizar, sin el deseo de retomarla en el futuro cercano.

El universo de Misión Imposible se expande audazmente con su cuarta entrega, "Protocolo Fantasma", dando una agradable sorpresa a los espectadores, superando no solo las expectativas sino también los logros de sus predecesoras.

Lo primero que salta a la vista es su nivel de epicidad, elevado a nuevas alturas en esta entrega. Si piensas que las misiones anteriores fueron imposibles, esta película te llevará a un nuevo nivel de surrealismo, donde lo improbable se convierte en posible. Las secuencias de acción son más audaces, más espectaculares, con un nivel de riesgo que te mantendrá al borde de tu asiento.

Lo que hace de "Protocolo Fantasma" un logro particularmente notable es su mejora sustancial sobre la tercera entrega. Sin denigrar los éxitos de las películas anteriores, esta cuarta entrega supera en ambición y ejecución a lo que hemos visto hasta ahora. Es una mezcla de adrenalina, intensidad emocional y un ritmo trepidante que nunca decae.

La película también triunfa en la construcción de personajes. El equipo de Ethan Hunt recibe una atención más profunda, ofreciendo perspectivas más significativas y detalladas de cada uno de ellos. No son meros instrumentos para la acción, sino personajes que realmente importan y que ayudan a ampliar el universo de Misión Imposible en su conjunto.

"Misión Imposible 4: Protocolo Fantasma" supera las expectativas, proporcionando un entretenimiento espectacular sin dejar de aportar profundidad a sus personajes. Es una película que recuerda por qué el género de acción es tan amado: su capacidad para sorprendernos, emocionarnos y llevarnos a límites que nunca pensamos que podríamos alcanzar. Este es el tipo de película que te deja sin aliento, asombrado, y con una sonrisa de satisfacción en el rostro al terminar, quedándote con ganas de más. En definitiva, una misión cumplida.

Es una de esas películas que se ven sin esfuerzo, que entretienen lo justo y que, una vez terminadas, no dejan mucho más que un “bueno, no estuvo mal”. Tiene ritmo, tiene carisma y tiene estilo. Pero no termina de explotar ninguna de esas virtudes al nivel que podría, y eso la deja en tierra de nadie.

Guy Ritchie dirige con ese aire suyo tan reconocible, lleno de planos dinámicos, humor irónico y un montaje juguetón que a veces funciona y a veces parece querer tapar carencias. No se puede negar que hay momentos brillantes a nivel visual, y algunas secuencias están ejecutadas con elegancia y picardía. Pero esa chispa que tenía en sus primeros trabajos, como Snatch o Lock & Stock, aquí aparece solo a ratos, y con menos contundencia.

Henry Cavill y Armie Hammer cumplen. La química está, los diálogos a veces funcionan, y hay guiños que recuerdan a las viejas películas de espías de los 60. El problema es que todo se queda en superficie. El guion no arriesga, la trama es previsible y la película parece más preocupada por verse bien que por contar algo memorable.

Es una cinta correcta, estilosa, e incluso recomendable si buscas pasar un rato ligero.

Hay películas que no engañan a nadie, y Objetivo: La Casa Blanca es una de ellas. Acción pura y dura, de la vieja escuela, sin complicaciones, sin pretensiones y con todos los clichés que te puedas imaginar. Y lo digo como algo positivo. Porque cuando una película abraza con gusto su fórmula, el resultado puede ser muy disfrutable.

La comparación con La Jungla de Cristal es inevitable: un solo hombre atrapado en un edificio (en este caso, la mismísima Casa Blanca), luchando contra terroristas para salvar el día. Gerard Butler hace de héroe duro y resolutivo, con más músculo que carisma, pero suficiente para que funcione. Es el típico personaje que lanza frases secas, dispara sin pestañear y resiste más de lo humanamente posible.

El ritmo no decae, las explosiones están bien repartidas, y aunque el guion no se esfuerza por innovar, sabe jugar sus cartas. Hay momentos absurdos, diálogos que parecen sacados de un manual de películas de acción noventeras, y escenas que desafían toda lógica. Pero si entras en el juego, te lo pasas bien. Es ese tipo de cine que pide palomitas, volumen alto y el cerebro en modo avión.

No va a cambiar tu vida, pero tampoco lo pretende. Es una película que hace lo que promete: pegar tiros, tensar situaciones y recordarte que todavía existen historias donde un solo hombre puede salvar al presidente con una pistola y mala leche.

A la tercera vez fue la vencida. Después de un par de intentos frustrados por causas externas, por fin pude ver Scarface de principio a fin. Y aunque no llega al nivel de El Padrino, es una película que tiene una fuerza propia, cruda, excesiva y muy difícil de ignorar.

Brian De Palma dirige con todo el estilo y el desenfreno visual que caracterizan su cine, y Al Pacino da una de esas interpretaciones que te marcan. Su Tony Montana no es solo un criminal; es una fuerza de la naturaleza que arrasa con todo. Es sucio, ambicioso, arrogante y peligroso, pero no puedes dejar de mirarlo. A lo largo de más de dos horas y media, lo ves construir su imperio y perderlo casi con la misma rabia con la que lo levantó.

La película no se anda con sutilezas. Es violenta, exagerada y casi operística en su forma de retratar el ascenso y caída de su protagonista. El guion de Oliver Stone se lanza de lleno a mostrar la brutalidad del mundo del narcotráfico sin disfrazar nada, y a la vez logra construir una historia que es, en el fondo, sobre ambición desmedida, paranoia y decadencia.

Es cierto que algunos tramos pueden sentirse algo alargados, y que el estilo visual ochentero no ha envejecido del todo bien en algunos detalles. Pero la película se mantiene firme por su personalidad arrolladora. Es una película que va de frente, que atrapa por exceso y que sigue fascinando porque, al final, pocas veces se ha retratado tan bien cómo el poder y el dinero pueden devorarlo todo.