You must be a loged user to know your affinity with Nostradamus
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

7.2
44,367
4
7 de abril de 2013
7 de abril de 2013
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película está basada en el musical del mismo nombre estrenado en 1980, inspirado a su vez en la famosa obra que Víctor Hugo diera a conocer en 1862, y que a la fecha recorrió con mucho éxito el mundo.
Ahora bien, el boceto musicalizado de la novela original, que funcionó en el formato para el cual fue concebido originalmente, resulta desnaturalizado por el modo en que fue tratado en la pantalla grande por Tom Hooper, ya que se exhibe ampulosamente acartonado, pasteurizado, insulso y segmentado, a la vez que musicalmente reiterativo.
El aletargamiento de la historia para dar sustancia a una determinada canción, a veces referida a una nimiedad en la trama, contrastado con los saltos en el tiempo que frecuentemente se dan y a las presuposiciones argumentales a que nos obliga su tratamiento, terminan por dotar de arritmia al conjunto. Un imperdonable defecto este, máxime si persiste durante las dos horas y media que dura la cinta, a pesar de que el cine tiene sobrados recursos para evitarlo.
Y aún cuando apela a ciertos artilugios cinematográficos para tomar evidente distancia de la teatralidad de la obra e, incluso, para imponer las dotes actorales de los protagonistas por sobre las vocales (ya que la mayoría no es profesional en el ámbito en que los hacen desempeñarse), los emplea mal, y recurre a una exagerada exposición de primeros planos e innecesarios movimientos de cámara.
Otro aspecto que resulta agotador en su visionado es el uso extremo, casi impiadoso, del canto (más aún tratándose de gente que no se dedica a eso, como ya se sabe), por más pueril que resulte el diálogo, al punto que no da tregua y uno termina rogando por un poco de descanso. Así es como las melodías, con variantes, se suceden una y otra vez.
La dupla que componen Jackman y Hathaway, principalmente, pone su mejor empeño en un rol que requiere mucho oficio vocal y al que no están acostumbrados, junto a un elenco que acompaña (con altibajos) al nivel que exige la puesta en escena, sin opacar a los protagonistas.
Por último, y a modo de conclusión, al ser esta una película basada en un espectáculo musical inspirado, por su parte, en la obra de Víctor Hugo, y por el modo en que fue tratada, se ha diluido el verdadero sentido socio, político y cultural que le supo dar su autor, razón de su vigencia un siglo y medio después de su publicación.
Ahora bien, el boceto musicalizado de la novela original, que funcionó en el formato para el cual fue concebido originalmente, resulta desnaturalizado por el modo en que fue tratado en la pantalla grande por Tom Hooper, ya que se exhibe ampulosamente acartonado, pasteurizado, insulso y segmentado, a la vez que musicalmente reiterativo.
El aletargamiento de la historia para dar sustancia a una determinada canción, a veces referida a una nimiedad en la trama, contrastado con los saltos en el tiempo que frecuentemente se dan y a las presuposiciones argumentales a que nos obliga su tratamiento, terminan por dotar de arritmia al conjunto. Un imperdonable defecto este, máxime si persiste durante las dos horas y media que dura la cinta, a pesar de que el cine tiene sobrados recursos para evitarlo.
Y aún cuando apela a ciertos artilugios cinematográficos para tomar evidente distancia de la teatralidad de la obra e, incluso, para imponer las dotes actorales de los protagonistas por sobre las vocales (ya que la mayoría no es profesional en el ámbito en que los hacen desempeñarse), los emplea mal, y recurre a una exagerada exposición de primeros planos e innecesarios movimientos de cámara.
Otro aspecto que resulta agotador en su visionado es el uso extremo, casi impiadoso, del canto (más aún tratándose de gente que no se dedica a eso, como ya se sabe), por más pueril que resulte el diálogo, al punto que no da tregua y uno termina rogando por un poco de descanso. Así es como las melodías, con variantes, se suceden una y otra vez.
La dupla que componen Jackman y Hathaway, principalmente, pone su mejor empeño en un rol que requiere mucho oficio vocal y al que no están acostumbrados, junto a un elenco que acompaña (con altibajos) al nivel que exige la puesta en escena, sin opacar a los protagonistas.
Por último, y a modo de conclusión, al ser esta una película basada en un espectáculo musical inspirado, por su parte, en la obra de Víctor Hugo, y por el modo en que fue tratada, se ha diluido el verdadero sentido socio, político y cultural que le supo dar su autor, razón de su vigencia un siglo y medio después de su publicación.

5.1
30,192
2
10 de julio de 2014
10 de julio de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Salvo una buena parte de “La pasión de Cristo” y alguno que otro pasaje de “Jesús de Nazareth”, no recuerdo alguna otra película bíblica que me haya resultado, cuanto menos, interesante.
Y no es porque no haya dedicado unas cuantas horas a este género, que fueron tantas como reclama el metraje que se lleva filmado a la fecha, sino porque casi todas tropiezan, en mayor o menor medida, con la comodidad de la representación literal, sin molestarse siquiera en interpretar con situaciones posibles, incluso para la gente de fe, lo que se quiso significar con palabras escritas hace milenios por testigos que a nuestros ojos podrían parecer ajenos a este mundo. Desde ahí es muy fácil caer en el grotesco y en lo que a nuestro criterio de espectadores contemporáneos, no así de nuestros corazones devotos -por incongruente que resulte-, pueda resultar fantasioso o inverosímil.
A la pregunta de si eso es posible sin contradecir la fe religiosa o, en el peor de los casos, caer en el sacrilegio que puede significar para muchos la libre interpretación de escrituras sagradas a efectos de lograr la verosimilitud que exige el público menos espiritual, por así llamarlo, no tengo respuesta. Y por lo visto hasta aquí, la cinematografía tampoco, ya que viene rebotando de un extremo al otro sin encontrar, a mi juicio, un justo medio que conforme a la mayoría de los “espectadores de cine” (es bueno entrecomillarlo). Y lo digo a riesgo de que resulte una utopía pretenderlo.
Fiel a la letra del tango "Cambalache", este Noé que nos propone Aronofsky no es la excepción a la regla, ni mucho menos, ya que compendia, en su largo desarrollo, todos los desaciertos que cometió el cine que se ocupó de este género. Incluso va más allá, ya que nos ofrece un panorama ecologista a la vez que nos regala pasajes dignos de la obra de Tolkien, convencido, quizás, de que por esa vía también ganaría el corazón de los muchos cristianos que, incomprensiblemente para mí, ven con beneplácito la mitología del escritor inglés.
Aquellos que opinan que la Biblia es un cuento para chicos y puede ser tratada como tal, o los que ni siquiera saben de qué se trata, pero son devotos de las historias de la Tierra Media, seguramente encontrarán en esta película algunas virtudes y pasarán un momento divertido.
De mi parte, no vi más que un compendio de desaciertos que ahorro comentar aquí por aprecio a los estimados visitantes del sitio que se detengan en esta crítica. Simplemente quiero agregar que señores actores de la talla de Crowe, Hopkins y Winstone bien hubieran podido prescindir de la suculenta suma que seguramente les reportó este trabajo, en honor de la buena cinematografía. Supongo que de hambre no se van a morir.
Aunque el neozelandés que encarna a Noé pareciera no tener demasiada conciencia del papel que desempeñó en este concierto de desaciertos, a juzgar por los esfuerzos que desplegó para tener al Sumo Pontífice como “sponsor” de esta pirotécnica parodia bíblica, el cual, si la presenció, seguramente recordó aquella frase del Nuevo Testamento que Lucas pone en boca de Jesús: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…”.
Y no es porque no haya dedicado unas cuantas horas a este género, que fueron tantas como reclama el metraje que se lleva filmado a la fecha, sino porque casi todas tropiezan, en mayor o menor medida, con la comodidad de la representación literal, sin molestarse siquiera en interpretar con situaciones posibles, incluso para la gente de fe, lo que se quiso significar con palabras escritas hace milenios por testigos que a nuestros ojos podrían parecer ajenos a este mundo. Desde ahí es muy fácil caer en el grotesco y en lo que a nuestro criterio de espectadores contemporáneos, no así de nuestros corazones devotos -por incongruente que resulte-, pueda resultar fantasioso o inverosímil.
A la pregunta de si eso es posible sin contradecir la fe religiosa o, en el peor de los casos, caer en el sacrilegio que puede significar para muchos la libre interpretación de escrituras sagradas a efectos de lograr la verosimilitud que exige el público menos espiritual, por así llamarlo, no tengo respuesta. Y por lo visto hasta aquí, la cinematografía tampoco, ya que viene rebotando de un extremo al otro sin encontrar, a mi juicio, un justo medio que conforme a la mayoría de los “espectadores de cine” (es bueno entrecomillarlo). Y lo digo a riesgo de que resulte una utopía pretenderlo.
Fiel a la letra del tango "Cambalache", este Noé que nos propone Aronofsky no es la excepción a la regla, ni mucho menos, ya que compendia, en su largo desarrollo, todos los desaciertos que cometió el cine que se ocupó de este género. Incluso va más allá, ya que nos ofrece un panorama ecologista a la vez que nos regala pasajes dignos de la obra de Tolkien, convencido, quizás, de que por esa vía también ganaría el corazón de los muchos cristianos que, incomprensiblemente para mí, ven con beneplácito la mitología del escritor inglés.
Aquellos que opinan que la Biblia es un cuento para chicos y puede ser tratada como tal, o los que ni siquiera saben de qué se trata, pero son devotos de las historias de la Tierra Media, seguramente encontrarán en esta película algunas virtudes y pasarán un momento divertido.
De mi parte, no vi más que un compendio de desaciertos que ahorro comentar aquí por aprecio a los estimados visitantes del sitio que se detengan en esta crítica. Simplemente quiero agregar que señores actores de la talla de Crowe, Hopkins y Winstone bien hubieran podido prescindir de la suculenta suma que seguramente les reportó este trabajo, en honor de la buena cinematografía. Supongo que de hambre no se van a morir.
Aunque el neozelandés que encarna a Noé pareciera no tener demasiada conciencia del papel que desempeñó en este concierto de desaciertos, a juzgar por los esfuerzos que desplegó para tener al Sumo Pontífice como “sponsor” de esta pirotécnica parodia bíblica, el cual, si la presenció, seguramente recordó aquella frase del Nuevo Testamento que Lucas pone en boca de Jesús: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…”.

5.8
27,967
2
13 de noviembre de 2013
13 de noviembre de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después que Woody Allen descubriera con entusiasmo que hay otro mundo más allá de Nueva York y decidiera retratarlo con sus particulares pinceladas, apareció un bienvenido aire de renovación en su extensa filmografía que lo llevó a incursionar en temáticas que todavía no había abordado y, aún mejor, olvidarse por un tiempo de las terapias psicoanalíticas.
Esta vez dejó Paris y se mudó a Roma, con la visible intención de capturar en la “ciudad eterna” las imágenes e impresiones que parecieron conformarlo en la “ciudad de la luz”, a él y a la gran mayoría de los espectadores, y todavía deslumbrado por su descubrimiento de la verdadera extensión del mundo, mucho más lejos que Manhattan, la vecina isla de su Brooklin natal, y ya habiendo visitado con su cámara Inglaterra y España.
Claro que tanto ir de acá para allá, y de hacer y deshacer el equipaje, esta vez pareciera no haber tenido tiempo suficiente de escribir el guión, ya que ni bien dejó Fiumicino daría la impresión que se largó a filmar, sin siquiera pasar por el hotel, pegarse una ducha (de esas que tanto le hace dar a uno de sus personajes) y repasar, aunque sea, las ideas. Ni siquiera Alec Baldwin, Penélpe Cruz o Alessandra Mastronardi tuvieron tiempo de cambiarse la ropa.
Lo cierto es que el producto final que consiguió contrasta demasiado con la belleza de Roma, ofreciéndonos una serie de historias en tono de comedia, incoherentes, absurdas (casi tanto como la obra del personaje que él mismo interpreta), desarticuladas y carentes por completo de alguna pizca de ingenio o gracia. Para peor, maltrata descaradamente a muchos de sus personajes, que aparecen o desaparecen de escena como por arte de magia, casi improvisadamente.
En definitiva y para no cansar, un simple boceto de Roma y un verdadero fiasco de película. Tan insufrible y chata como la versión de “Amada mia, amore mio” que The Starlite Orchestra aporta repetidamente (Ray Conniff me lo hubiera hecho más soportable), al punto de la tortura.
¿Será tiempo de hacer las valijas y volver a casa?
Esta vez dejó Paris y se mudó a Roma, con la visible intención de capturar en la “ciudad eterna” las imágenes e impresiones que parecieron conformarlo en la “ciudad de la luz”, a él y a la gran mayoría de los espectadores, y todavía deslumbrado por su descubrimiento de la verdadera extensión del mundo, mucho más lejos que Manhattan, la vecina isla de su Brooklin natal, y ya habiendo visitado con su cámara Inglaterra y España.
Claro que tanto ir de acá para allá, y de hacer y deshacer el equipaje, esta vez pareciera no haber tenido tiempo suficiente de escribir el guión, ya que ni bien dejó Fiumicino daría la impresión que se largó a filmar, sin siquiera pasar por el hotel, pegarse una ducha (de esas que tanto le hace dar a uno de sus personajes) y repasar, aunque sea, las ideas. Ni siquiera Alec Baldwin, Penélpe Cruz o Alessandra Mastronardi tuvieron tiempo de cambiarse la ropa.
Lo cierto es que el producto final que consiguió contrasta demasiado con la belleza de Roma, ofreciéndonos una serie de historias en tono de comedia, incoherentes, absurdas (casi tanto como la obra del personaje que él mismo interpreta), desarticuladas y carentes por completo de alguna pizca de ingenio o gracia. Para peor, maltrata descaradamente a muchos de sus personajes, que aparecen o desaparecen de escena como por arte de magia, casi improvisadamente.
En definitiva y para no cansar, un simple boceto de Roma y un verdadero fiasco de película. Tan insufrible y chata como la versión de “Amada mia, amore mio” que The Starlite Orchestra aporta repetidamente (Ray Conniff me lo hubiera hecho más soportable), al punto de la tortura.
¿Será tiempo de hacer las valijas y volver a casa?
8
24 de octubre de 2013
24 de octubre de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curiosamente, la ausencia más notoria de esta cinta de cine catástrofe es la falta de gravedad, ya que la acción se desarrolla en la órbita terrestre, dominada además por la carencia de oxígeno y de sonido, aunque no de peligros, los cuales imprimen sentido a la historia y se empeñan en dificultar la supervivencia de sus personajes.
Sin elucubraciones filosóficas de ninguna índole, ni más ficción que la estrictamente necesaria para sostener la intensidad y el ritmo suficientes para atornillarnos en la butaca y olvidarnos del infaltable y molesto masticador de pochoclo más cercano, este “The towering inferno” espacial cumple su cometido con oficio.
Más aún, abordar el género de la ciencia-ficción (ya que gran parte de los avatares descritos en la cinta resultan física y técnicamente imposibles o, cuanto menos, improbables) con efectividad y prescindiendo de extraterrestres omnipotentes o futuros apocalípticos para dar cuenta de la fragilidad humana ya es, de por sí, un mérito.
La lucha del hombre por sobrevivir en un ambiente inhóspito tantas veces representada sin otro guión que la descripción de una cadena de accidentes, como en este caso, cobra aquí especial relevancia por los sorprendentes avances técnicos en materia audiovisual y por el nervio de Cuarón detrás de cámara.
Sin elucubraciones filosóficas de ninguna índole, ni más ficción que la estrictamente necesaria para sostener la intensidad y el ritmo suficientes para atornillarnos en la butaca y olvidarnos del infaltable y molesto masticador de pochoclo más cercano, este “The towering inferno” espacial cumple su cometido con oficio.
Más aún, abordar el género de la ciencia-ficción (ya que gran parte de los avatares descritos en la cinta resultan física y técnicamente imposibles o, cuanto menos, improbables) con efectividad y prescindiendo de extraterrestres omnipotentes o futuros apocalípticos para dar cuenta de la fragilidad humana ya es, de por sí, un mérito.
La lucha del hombre por sobrevivir en un ambiente inhóspito tantas veces representada sin otro guión que la descripción de una cadena de accidentes, como en este caso, cobra aquí especial relevancia por los sorprendentes avances técnicos en materia audiovisual y por el nervio de Cuarón detrás de cámara.

6.6
54,949
5
3 de diciembre de 2012
3 de diciembre de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El escocés Bond cumplió 50 años en la pantalla grande y, por esas circunstancias del espectáculo, lo festeja estrenando un guión que no salió de la pluma de Ian Fleming, su creador (simplemente porque se filmaron todas sus novelas y alguno que otro cuento que se justificaba), y nuevamente encarnado por el segundo rubión de la historia fílmica del agente secreto más conocido (luego del taquillero, amanerado y jocoso Roger Moore): un recio y poco elegante Daniel Craig, que por momentos recuerda a Steve McQueen, pero que está muy alejado de la fisonomía del personaje original (más emparentado con el aspecto físico del shakespereano Timothy Dalton, el cuarto actor que “oficialmente” lo interpretó) y, porqué no decirlo, también de sus modos y costumbres.
Ya sin la red bajo el trapecio que proporcionaban las novelitas de Fleming, envalentonados por la dura prueba que sorteó airoso Craig con “Casino Royale” e ignorando las flaquezas que aparecieron en su secuela “Quantum of solace”, los guionistas de esta nueva aventura de 007 se mostraron reticentes en incluir muchos elementos característicos de la saga en favor de algunos ya olvidados hace tiempo, y por respetar la típica estructura de sus películas. Con ese mismo espíritu, se aventuran por caminos poco tradicionales, prescinden de mucha pirotecnia grandilocuente a la que acostumbraba recurrir nuestro héroe cuando se encontraba acorralado, y nos llevan a las raíces mismas del personaje, cosa que pocos hicieron.
Obviamente, no faltó la contracara de Bond (esta vez sobreactuada y muy psicótica, aunque robada de otros personajes), las chicas casuales y no tanto, un renacido Q, más emparentado con Peter “Spider-Man” Parker que con un rejuvenecido Desmond Llewelyn (que en paz descanse), y hasta el salto sobre el lomo de un reptil (perdón por la infidencia), más creíble que el que realizara el elegante “Simon Templar” sobre los cocodrilos militarmente alineados en “Live and let die”.
Si a lo dicho hasta aquí no lo condimentamos con la magia Bond, nada más y nada menos, la receta no funciona, y cualquier error o desvío se profundiza. Y este ingrediente es el que, lamentablemente, le falta a esta vigésimo tercera aventura, provocado, en parte, porque en el afán de actualizar el personaje, de hacerlo más creíble y de traerlo a estos días, cosa que en cierto modo celebro, finalmente se pasaron de rosca y tomaron demasiada nota de otros caracteres (el Batman oscuro de Miller y el Bourne de Ludlum, por mencionar algunos recientes), terminando por despojarlo (salvo la frialdad) de muchas de las características que lo hicieron famoso (presumido, calculador, inteligente, glamoroso, elegante, perspicaz, sagaz, soberbio, etc.) y que inspiraron a tantos otros imitadores. A punto tal que, por momentos, esta podría pasar por una película de acción más, prescindente de las mañas a que nos tenía acostumbrados el hijo dilecto del MI6.
El resto de la culpa recae en la historia que esta vez fabricaron, y aunque no es una debilidad exclusiva de este moderno Bond, está demasiado plagada de baches para los tiempos que corren, y algunos de los hechos que acontecen resultan imperdonables y de una candidez sorprendente, contrastando esto con el aire de verosimilitud que se le quiso imprimir al renovado 007.
Reconozco que el público mayoritariamente joven, que ni siquiera escuchó hablar de los actuales octogenarios actores que popularizaron el personaje, se identifique con este atlético, hosco y simiesco agente, de igual modo que le ocurrió a cada generación contemporánea con el Bond de turno. Pero los que venimos asistiendo a la sala de cine desde que nuestro agente lidiaba con el achinado Dr. No, seguramente percibiremos con mayor perspectiva la mutación del personaje y, sin ánimo de resultar peyorativo, estaremos en mejor posición de comparar y elegir. Al fin y al cabo, todos quisimos ser como tal o cual James Bond alguna vez en la vida, sin importarnos lo que tuvo en la cabeza Ian Fleming cuando lo imaginó. Incluso a los más jóvenes les ocurrirá lo mismo mientras Producciones EON pueda seguir recaudando con la saga.
Entonces si, retrospectivamente hablando, considero que la torta de cumpleaños que prepararon para festejar el medio siglo de vida cinematográfica de nuestro entrañable agente secreto, no estuvo a la altura ni de las circunstancias ni de su trayectoria (incluso el haber reservado el papel que interpreta Albert Finney para Connery o Moore hubiera tenido mayores ribetes de festejo). Y aunque todavía no haya perdido su licencia para matar, lamento mucho la oportunidad que se perdió de hacerlo a lo grande.
Ya sin la red bajo el trapecio que proporcionaban las novelitas de Fleming, envalentonados por la dura prueba que sorteó airoso Craig con “Casino Royale” e ignorando las flaquezas que aparecieron en su secuela “Quantum of solace”, los guionistas de esta nueva aventura de 007 se mostraron reticentes en incluir muchos elementos característicos de la saga en favor de algunos ya olvidados hace tiempo, y por respetar la típica estructura de sus películas. Con ese mismo espíritu, se aventuran por caminos poco tradicionales, prescinden de mucha pirotecnia grandilocuente a la que acostumbraba recurrir nuestro héroe cuando se encontraba acorralado, y nos llevan a las raíces mismas del personaje, cosa que pocos hicieron.
Obviamente, no faltó la contracara de Bond (esta vez sobreactuada y muy psicótica, aunque robada de otros personajes), las chicas casuales y no tanto, un renacido Q, más emparentado con Peter “Spider-Man” Parker que con un rejuvenecido Desmond Llewelyn (que en paz descanse), y hasta el salto sobre el lomo de un reptil (perdón por la infidencia), más creíble que el que realizara el elegante “Simon Templar” sobre los cocodrilos militarmente alineados en “Live and let die”.
Si a lo dicho hasta aquí no lo condimentamos con la magia Bond, nada más y nada menos, la receta no funciona, y cualquier error o desvío se profundiza. Y este ingrediente es el que, lamentablemente, le falta a esta vigésimo tercera aventura, provocado, en parte, porque en el afán de actualizar el personaje, de hacerlo más creíble y de traerlo a estos días, cosa que en cierto modo celebro, finalmente se pasaron de rosca y tomaron demasiada nota de otros caracteres (el Batman oscuro de Miller y el Bourne de Ludlum, por mencionar algunos recientes), terminando por despojarlo (salvo la frialdad) de muchas de las características que lo hicieron famoso (presumido, calculador, inteligente, glamoroso, elegante, perspicaz, sagaz, soberbio, etc.) y que inspiraron a tantos otros imitadores. A punto tal que, por momentos, esta podría pasar por una película de acción más, prescindente de las mañas a que nos tenía acostumbrados el hijo dilecto del MI6.
El resto de la culpa recae en la historia que esta vez fabricaron, y aunque no es una debilidad exclusiva de este moderno Bond, está demasiado plagada de baches para los tiempos que corren, y algunos de los hechos que acontecen resultan imperdonables y de una candidez sorprendente, contrastando esto con el aire de verosimilitud que se le quiso imprimir al renovado 007.
Reconozco que el público mayoritariamente joven, que ni siquiera escuchó hablar de los actuales octogenarios actores que popularizaron el personaje, se identifique con este atlético, hosco y simiesco agente, de igual modo que le ocurrió a cada generación contemporánea con el Bond de turno. Pero los que venimos asistiendo a la sala de cine desde que nuestro agente lidiaba con el achinado Dr. No, seguramente percibiremos con mayor perspectiva la mutación del personaje y, sin ánimo de resultar peyorativo, estaremos en mejor posición de comparar y elegir. Al fin y al cabo, todos quisimos ser como tal o cual James Bond alguna vez en la vida, sin importarnos lo que tuvo en la cabeza Ian Fleming cuando lo imaginó. Incluso a los más jóvenes les ocurrirá lo mismo mientras Producciones EON pueda seguir recaudando con la saga.
Entonces si, retrospectivamente hablando, considero que la torta de cumpleaños que prepararon para festejar el medio siglo de vida cinematográfica de nuestro entrañable agente secreto, no estuvo a la altura ni de las circunstancias ni de su trayectoria (incluso el haber reservado el papel que interpreta Albert Finney para Connery o Moore hubiera tenido mayores ribetes de festejo). Y aunque todavía no haya perdido su licencia para matar, lamento mucho la oportunidad que se perdió de hacerlo a lo grande.
Más sobre Nostradamus
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here