You must be a loged user to know your affinity with paco v
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

7.0
9,610
16 de abril de 2022
16 de abril de 2022
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su artículo "La pesadilla", el escritor inglés G. K. Chesterton escribía a principios del s. XX: «nada hay tan delicioso como una pesadilla cuando la reconoces como tal. Esto es lo esencial. Este es el rígido límite que se impone a todos los artistas que trabajan con ese lujo que es el miedo. El terror debe ser fundamentalmente frívolo. La cordura puede jugar con la locura, pero es inadmisible que la locura juegue con la cordura».
[Aviso: sin desvelar la trama, lo que sigue a continuación antes del spoiler puede condicionar el visionado de la película].
Pues bien, la incalificable El hombre de mimbre lo hace: sobrepasa dicho límite e intenta plantearnos una pesadilla de la cual no podamos escapar.
Eso sí, lo anterior no quita para que la película sea encantadora (tremendamente encantadora). Su canción principal, Willow's song, al igual que la escena que la incluye, son irresistibles, por no hablar de su agudeza o del fino sentido del humor que recorren todo el film.
Pero, recordemos, la seducción siempre ha sido también una argucia atribuida a “lo diabólico” y “lo maligno”, y, como digo, El hombre de mimbre va de eso, de intentar ser premeditadamente diabólica y maligna. De manera que, con la excusa de la saludable castración simbólica atribuible al género del terror (y a las pesadillas), se vuelve gratuitamente violenta.
Por cierto, una gratuidad que recuerda al comportamiento de los niños cuando rompen cosas deliberadamente, y del que pienso que es su particular forma de plantear preguntas: son ignorantes hasta para hacerlas (a lo que se sumaría, intuyo, cierto sentimiento de omnipotencia, así como un innato y ambiguo rencor -quizás a cuenta de aquello mismo, de la ignorancia-).
Pero en el mundo adulto, para mí, llegado un punto, la violencia arbitraria no es sino eso: claudicación, renuncia al pensamiento; una de las válvulas de escape que utilizamos ante la dificultad de la vida (la salida más visceral y directa).
Este rechazo mío a una violencia que, por tanto, también podríamos llamar compensatoria o estabilizante (y, sobre todo, rechazo a su versión legitimada y asumida), no siempre ha sido compartido. Por ejemplo, para el controvertido antropólogo francés y coetáneo de Chesterton, el enfant terrible George Bataille, la violencia es una forma de encuentro con uno mismo allí donde la razón no alcanza, y para el filósofo alemán de principios del XIX Joseph de Maistre la violencia sobre el inocente es el verdadero y necesario motor de la historia.
No habría que descartar entonces que el problema lo tuviera yo, por ser demasiado sensible (nunca me ha gustado que me despierten con petardos, o que me arranquen un diente que está sano). Pero, sinceramente, en este caso no lo creo, y solo deseo que quien vea El hombre de mimbre pueda sobrevivirla y seguir diciendo después aquello de "lo que no mata, engorda". Es lo que intento a continuación.
[Aviso: sin desvelar la trama, lo que sigue a continuación antes del spoiler puede condicionar el visionado de la película].
Pues bien, la incalificable El hombre de mimbre lo hace: sobrepasa dicho límite e intenta plantearnos una pesadilla de la cual no podamos escapar.
Eso sí, lo anterior no quita para que la película sea encantadora (tremendamente encantadora). Su canción principal, Willow's song, al igual que la escena que la incluye, son irresistibles, por no hablar de su agudeza o del fino sentido del humor que recorren todo el film.
Pero, recordemos, la seducción siempre ha sido también una argucia atribuida a “lo diabólico” y “lo maligno”, y, como digo, El hombre de mimbre va de eso, de intentar ser premeditadamente diabólica y maligna. De manera que, con la excusa de la saludable castración simbólica atribuible al género del terror (y a las pesadillas), se vuelve gratuitamente violenta.
Por cierto, una gratuidad que recuerda al comportamiento de los niños cuando rompen cosas deliberadamente, y del que pienso que es su particular forma de plantear preguntas: son ignorantes hasta para hacerlas (a lo que se sumaría, intuyo, cierto sentimiento de omnipotencia, así como un innato y ambiguo rencor -quizás a cuenta de aquello mismo, de la ignorancia-).
Pero en el mundo adulto, para mí, llegado un punto, la violencia arbitraria no es sino eso: claudicación, renuncia al pensamiento; una de las válvulas de escape que utilizamos ante la dificultad de la vida (la salida más visceral y directa).
Este rechazo mío a una violencia que, por tanto, también podríamos llamar compensatoria o estabilizante (y, sobre todo, rechazo a su versión legitimada y asumida), no siempre ha sido compartido. Por ejemplo, para el controvertido antropólogo francés y coetáneo de Chesterton, el enfant terrible George Bataille, la violencia es una forma de encuentro con uno mismo allí donde la razón no alcanza, y para el filósofo alemán de principios del XIX Joseph de Maistre la violencia sobre el inocente es el verdadero y necesario motor de la historia.
No habría que descartar entonces que el problema lo tuviera yo, por ser demasiado sensible (nunca me ha gustado que me despierten con petardos, o que me arranquen un diente que está sano). Pero, sinceramente, en este caso no lo creo, y solo deseo que quien vea El hombre de mimbre pueda sobrevivirla y seguir diciendo después aquello de "lo que no mata, engorda". Es lo que intento a continuación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El punto donde la película lo rompe todo es, por supuesto, el final; un final atroz que espanta y te devuelve más atrás incluso de la cruda realidad, allí donde la luz deja de iluminar y ciega, o quema.
Es entonces cuando el espectador comprende que, al igual que Howei, él también ha sido un títere a quien sacrificar; que, lo supuestamente pretendido por toda buena película de terror, hacerte sentir momentáneamente pequeño e insignificante, resulta aquí un cruel intento de destrucción.
Y es que otra de las características tradicionales del terror es jugar con el plus de miedo y angustia que provoca lo desconocido. Ajustándose al género (para luego excederlo, según comento), a El hombre de mimbre no le interesa desvelar su secreto (el porqué profundo del sacrificio humano -de hecho, y esto es fundamental, apuesto a que ni ella misma lo sabe-), y así permanecer pura en el desasosiego. Pero, nuevamente, ese "ocultismo" que es aceptado como natural en el género, en El hombre de mimbre se hace verdaderamente siniestro, porque en este caso el agente desestabilizador no son psicópatas, extraterrestres, vampiros, zombis u otros seres claramente perversos e inhumanos. No. Aquí se trata de personas que se muestran confiables, tolerantes, felices, divertidas… pero que finalmente ponen en jaque un proyecto entero de civilización (de cuyo logro cabría dudar, no lo niego) diciéndonos: el precio del equilibrio en el mundo es tu muerte (porque eres un error). Y ello, además, en tono jocoso. La vida humana tomada, en fin, como moneda de cambio y como juego.
Ante ello, mi reacción fue ponerme a investigar sobre esa parte oscura que la película esconde.
Según pude leer, el sacrificio humano es un ritual que cae dentro de la etapa “animista” de nuestra especie (a la que seguiría una etapa “religiosa” y, más tarde, otra “científica” -Freud-). En cuanto a su finalidad, no hay una opinión única entre los especialistas, que, a modo de ejemplo, señalan como objetivos del mismo una pretendida reconciliación del humano con lo sagrado para la “restauración” del mundo, el refuerzo de la unidad social o la salida controlada de los impulsos fratricidas.
Pero, por mi parte, lo que sí me quedó claro es que esta práctica primitiva suponía una represión brutal del Yo, y que como lo reprimido siempre tiende a retornar de modo exacerbado, estaba abocada a desaparecer. Mi hipótesis es que el rito sanguinario del sacrificio afectaría a las dos vertientes principales del Yo: al egocentrismo, que pasaría a refugiarse con fuerza en lo tribal, y a la conciencia o capacidad de reflexión, que tendería a la neurosis o a la paranoia. A partir de esto, el sacrificio entraría en una espiral ascendente de violencia que lo haría insostenible, tras lo cual la violencia acabaría dirigiéndose hacia el exterior (la violencia también es “natural” y busca su cauce, a no ser que se sublime -algo que en parte ha ido ocurriendo- o encuentre compensación en el saber -esto no tanto; para ello debería reconocerse primero la imposibilidad del saber directo que pretende el actual enfoque científico-positivista, y después recuperar la vía hermenéutica-).
En consecuencia, para mí la película presenta una foto fija que, además de idealizada, es engañosa, más allá de que acierte a señalar los graves problemas de nuestra sociedad. Pero eso, por supuesto, no le da derecho a proponerse como alternativa, a imponernos su ofuscación y a enviarnos de vuelta a la casilla de salida (entre risas, además).
Con lo bien que hubiera quedado, en ese final, hacer pasar una nube "divina" que soltara un chaparrón a tiempo. Así nos hubiéramos reído todos y de todos.
Es entonces cuando el espectador comprende que, al igual que Howei, él también ha sido un títere a quien sacrificar; que, lo supuestamente pretendido por toda buena película de terror, hacerte sentir momentáneamente pequeño e insignificante, resulta aquí un cruel intento de destrucción.
Y es que otra de las características tradicionales del terror es jugar con el plus de miedo y angustia que provoca lo desconocido. Ajustándose al género (para luego excederlo, según comento), a El hombre de mimbre no le interesa desvelar su secreto (el porqué profundo del sacrificio humano -de hecho, y esto es fundamental, apuesto a que ni ella misma lo sabe-), y así permanecer pura en el desasosiego. Pero, nuevamente, ese "ocultismo" que es aceptado como natural en el género, en El hombre de mimbre se hace verdaderamente siniestro, porque en este caso el agente desestabilizador no son psicópatas, extraterrestres, vampiros, zombis u otros seres claramente perversos e inhumanos. No. Aquí se trata de personas que se muestran confiables, tolerantes, felices, divertidas… pero que finalmente ponen en jaque un proyecto entero de civilización (de cuyo logro cabría dudar, no lo niego) diciéndonos: el precio del equilibrio en el mundo es tu muerte (porque eres un error). Y ello, además, en tono jocoso. La vida humana tomada, en fin, como moneda de cambio y como juego.
Ante ello, mi reacción fue ponerme a investigar sobre esa parte oscura que la película esconde.
Según pude leer, el sacrificio humano es un ritual que cae dentro de la etapa “animista” de nuestra especie (a la que seguiría una etapa “religiosa” y, más tarde, otra “científica” -Freud-). En cuanto a su finalidad, no hay una opinión única entre los especialistas, que, a modo de ejemplo, señalan como objetivos del mismo una pretendida reconciliación del humano con lo sagrado para la “restauración” del mundo, el refuerzo de la unidad social o la salida controlada de los impulsos fratricidas.
Pero, por mi parte, lo que sí me quedó claro es que esta práctica primitiva suponía una represión brutal del Yo, y que como lo reprimido siempre tiende a retornar de modo exacerbado, estaba abocada a desaparecer. Mi hipótesis es que el rito sanguinario del sacrificio afectaría a las dos vertientes principales del Yo: al egocentrismo, que pasaría a refugiarse con fuerza en lo tribal, y a la conciencia o capacidad de reflexión, que tendería a la neurosis o a la paranoia. A partir de esto, el sacrificio entraría en una espiral ascendente de violencia que lo haría insostenible, tras lo cual la violencia acabaría dirigiéndose hacia el exterior (la violencia también es “natural” y busca su cauce, a no ser que se sublime -algo que en parte ha ido ocurriendo- o encuentre compensación en el saber -esto no tanto; para ello debería reconocerse primero la imposibilidad del saber directo que pretende el actual enfoque científico-positivista, y después recuperar la vía hermenéutica-).
En consecuencia, para mí la película presenta una foto fija que, además de idealizada, es engañosa, más allá de que acierte a señalar los graves problemas de nuestra sociedad. Pero eso, por supuesto, no le da derecho a proponerse como alternativa, a imponernos su ofuscación y a enviarnos de vuelta a la casilla de salida (entre risas, además).
Con lo bien que hubiera quedado, en ese final, hacer pasar una nube "divina" que soltara un chaparrón a tiempo. Así nos hubiéramos reído todos y de todos.
Más sobre paco v
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here