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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3,333
Críticas ordenadas por utilidad
7
5 de noviembre de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recién graduado como ingeniero naval, Hans Castorp, ha decidido emprender un viaje en tren desde Hamburgo hasta los Alpes suizos, para visitar a su primo Joachim Ziemssen, el cual está tratándose una tuberculosis en el Sanatorio Internacional Berghof de Davos. Pero, lo que estaba presupuestado para una visita de tres semanas, va a convertirse en una larga estancia, pues, como advierte Ziemssen, es ese un lugar donde “se vive con un sentido del tiempo muy diferente al habitual”.

Desde el principio -cuando Castorp es instalado en la habitación 34 donde una mujer falleciera recientemente-, sexo, muerte y espiritualidad, van a tener un lugar de gran trascendencia entre los muchos sucesos que veremos transcurrir. Esto quiere decir que por aquí se percibirá el pensamiento de Freud, Schopenhauer, Nietzsche, Goethe… figuras literarias que influyeron sensiblemente en el pensamiento de Thomas Mann (1875-1955), escritor que ya se había hecho a una gran notoriedad con “Los Buddenbrook”, “Tristán” y “Muerte en Venecia”, entre otras obras, y que con “La montaña Mágica” (1924), alcanzaba la cumbre que lo haría merecedor del Premio Nobel de Literatura, en 1929.

Llevar a la pantalla, <<LA MONTAÑA MÁGICA>>, no fue para nada un trabajo simple, sobre todo porque es una novela donde su mayor peso se asienta en los intensos debates de índole moral, filosófica, religiosa y política, que se dan entre sus principales personajes y son, estas elucubraciones, las que dejarán ajustadamente explicados sus posteriores comportamientos. En la adaptación cinematográfica, el director se ve abocado a privilegiar la imagen por encima del discurso y esto limita en forma notable la comprensión de algunas personalidades. Por otra parte, en aras de dar un toque novedoso y dinámico que motive a ver la nueva propuesta, se hacen algunos cambios que, para quienes han tenido el privilegio de leer la novela, no suelen resultar de fácil aceptación.

Hans W. Geissendörfer, es un director y guionista bastante capacitado para emprender la tarea de adaptar a Mann, y además de haber contado con un alto presupuesto que le permitió un diseño de producción admirable, pudo hacerse con un equipo técnico del más alto profesionalismo y con un reparto internacional de primera línea. El resultado fue un filme de, 323 minutos, que se pasó por televisión en tres episodios de poco más de hora y media, con una mediana aceptación por parte de un público que, en su mayoría, no había leído la extensa obra de Thomas Mann y que, quizás, encontró la película demasiado delirante y compleja.

¿Y es esto cierto? En cierta forma sí, porque hay aquí personajes bastante extrovertidos y toda la trama funciona como una metáfora de la decadente burguesía europea de las primeras décadas del siglo XX. La manipulación, el fanatismo, la apariencia, las carencias afectivas y otros rasgos muy característicos de aquella clase social, se van deshilvanando en situaciones de los más variados tonos, dándonos la idea de que es una suerte de hospital medio desquiciado lo que, en definitiva, tenemos como continente y como sociedad.

Para, Hans Castorp (alter ego de Thomas Mann, quien viviera una experiencia semejante cuando visitó a su esposa Katia Pringsheim durante su estadía en un hospital, aunque él se negó a quedarse ante la petición de que lo hiciera), el sanatorio no solo le ofrece una sociedad en micro perfectamente delineada, sino que también pone a su alcance el amor por una bella extranjera… le da la ocasión de experimentar una sólida amistad con su primo Ziemssen… también una atracción prohibida por Pribislav Hippe (recuerdo de la real relación de Mann con Williram Timple) el joven a quien pide en préstamo un lápiz… y hasta le dará la oportunidad de exponer sus progresistas argumentos sobre la relación mente-cuerpo y enfermedad-toma de conciencia, en contraposición a la predominante y estrecha medicina alopática.

El filme adolece de algunos excesos, quizás le sobren unas cuantas situaciones, pero, en general puede sentirse como una atractiva experiencia que motiva, sin duda, necesarias reflexiones; deja bien plasmado un período histórico; y además tiene una impecable banda sonora y unas actuaciones de Marie France Pissier (Clawdia Chauchat), Hans Christian Blech (el director Behrens), Flavio Bucci (Dr. Ludovico Settembrini) y otros tantos, bien, pero bien dignos de recordar.
Luis Guillermo Cardona
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8
29 de julio de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una infancia en la que se ha padecido rechazo, maltrato físico y/o psicológico, ausencia de expresiones afectivas o todo esto junto, conlleva a un estado traumático que puede convertirse en una neurosis obsesiva o en una histeria, si uno de los más fuertes componentes ha sido la represión sexual.

La fotografía que vemos en varias ocasiones en la película de Roman Polanski, “REPULSIÓN”, va adquiriendo diferentes connotaciones a medida que la vemos más cerca y podemos detallarla. En ella, hay dos niñas acompañadas por los mayores de la familia, y mientras una de ellas es acogida afectuosamente en el regazo de una de aquellas personas, la otra permanece detrás de todo ellos ignorada, con su mirada perdida, y quizás llena de rencor. Lo que pasa por su mente, lo iremos comprendiendo a medida que se desenvuelve la historia, y tiene que ver con una aversión al sexo y a los hombres, que la potencia para cometer contra ellos cualquier suerte de agresiones.

Con un magnífico guión, escrito junto a Gérard Brach, Polanski sigue las reglas aprendidas en el psicoanálisis y en una ambientación de absoluta eficacia en la que, además, aplica convincentes efectos especiales, va desgranando detalles tan significativos como: símbolos fálicos (el cepillo entre el vaso, el conejo asado, las cuerdas…), pesadillas (el hombre que la viola en cada nuevo sueño), alucinaciones (las grietas en las paredes, las puertas que se abren…) y todo esto se va dando pausadamente, hasta que comienzan a tener lugar las principales situaciones que servirán como detonante de sus emociones traumáticas.

Los exteriores han sido acompañados de música de fondo o con la presencia de un singular grupo de músicos callejeros, y en cada toma, podemos captar el estado de ensimismamiento y la manera como Carol Ledoux, la protagonista, luce totalmente abstraída de la realidad. En contraste, los interiores se recrean en un gran silencio tan solo alterado por los ruidos incidentales: un tic-tac, el sonido de un teléfono, una llave que gotea, un objeto que cae… y de esta manera, se incrementa el clima de fuerte tensión que padece la linda joven belga, desde el momento en que, su hermana Helen –en plan de viajar con su amante-, la deja completamente sola.

Catherine Deneuve se revela aquí como una actriz con futuro, logrando contrastar perfectamente a la chica ingenua e insegura, con ese volcán que, en cada plano, da cuenta de estar a punto de hacer erupción a causa de su tabú de contacto. Su aislamiento, su temor obsesivo a sentir a un hombre cerca, la predispone a convertirse en un ser altamente peligroso… pero, lo más valioso de todo esto es que, al permitirnos comprenderla, se apaga en nuestro interior cualquier impulso de repugnancia o desprecio, incluso cuando comete el más “repudiable” de sus actos que, sin embargo, es perfectamente explicable.

Roman Polanski tiene, con “REPULSIÓN”, su primer gran momento cinematográfico y su espléndida realización ha dejado huella en el cine psicológico, funciona magníficamente como thriller y cabe con precisión entre las historias de terror.

La sexualidad se asemeja al vapor que se acumula en una olla a presión: si no encuentra orificio de salida, llegará el momento en que haga erupción de cualquier forma y sin medir las consecuencias.
Luis Guillermo Cardona
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10
4 de marzo de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Los únicos hombres en la tierra que merecen su estadía en este mundo son aquellos que luchan por el bienestar de otras personas”. La autora de estas palabras fue, Lillian Hellman, una mujer consecuente con lo que decía y escribía; que vivió comprometida con la causa de los judíos; antifascista acérrima; defensora de las minorías raciales en EEUU y en el mundo, y una mujer contestataria contra el oprobioso Comité de Actividades Antinorteamericanas que, por años, se dedicó a perseguir a los mejores artistas e intelectuales de los EEUU, por sus ideas liberales y antiestablishment (de izquierda, si se quiere).

Con aquellas palabras -la escritora que, tras ser anunciada por Jane Fonda en la gala de los premios Oscar 1976, ocasionara la más grande ovación con el público de pies- quería significar que la vida es compromiso, entrega al bien común, espíritu solidario, defensa de los oprimidos y exaltación de la verdad. Así vivió Lillian Hellman, y el espíritu libertario de sus obras en contra de todo lo que maltrate al hombre del común, podemos verlo reflejado en sus novelas, obras de teatro y guiones cinematográficos, entre los cuales hay títulos tan relevantes como “The children’s hour”, “These three”, “Another part of the forest”, “Pentimento”… y por supuesto, la que ahora nos ocupa, “ALARMA EN EL RHIN”.

Tras haberse firmado el pacto de no-agresión entre Alemania y la Unión Soviética en agosto de 1939, Hellman comenzó a escribir esta obra de profundo carácter antifascista, la cual terminaría al año siguiente y sería publicada, y llevada a escena en Broadway, en el año 1941. El título original -que podría traducirse como Vigilancia en el Rhin-, lo tomó de la canción patriótica alemana, Die Watch am Rhein.

El mismo director que hiciera el montaje teatral de la obra, el acreditado Herman Shumlin, y el mismo actor que la protagonizara durante casi cuatrocientas representaciones, Paul Lukas, serían los encargados de la versión cinematográfica que, con guión de Dashiell Hammett y Lillian Hellman, tendría cuatro nominaciones a los premios Oscar (Mejor película, guión, actriz y actor principal), siendo precisamente Lukas el que, además de llevarse antes el Globo de oro, también se haría merecedor al Oscar al Mejor actor.

“ALARMA EN EL RHIN”, es un magnífico drama donde la guerra se lleva en las almas, y la manera como el conflicto bélico influencia y mina el espíritu de la sociedad civil, queda aquí profunda y profusamente reflejado con el conflicto interior que vive la prestigiosa familia Farrelly, cuando de Europa regresa la hija que, por largos años, estuvo ausente del hogar. Con su esposo -un alemán antifascista de espíritu sangrante- y sus tres hijos, Sara Farrelly va a poner al día en la realidad que vive el mundo, a una familia que, para ella y los suyos, tiene los brazos abiertos y el corazón henchido.

Como lo esperaba el productor, Jack L. Warner, luego de que viera la obra teatral, el filme resultó ser un especial llamado a la toma de conciencia, y lo más bello, es que lo logra sin mostrar ejército alguno, sin un campo de batalla, ni una bomba que explote. Basta presenciar esa imponente lucha entre los opositores que habitan entre las cuatro paredes de aquel hogar, para que comprendamos, no solo que una familia es un país en micro, sino que con vigor y verdadero talento, se puede plasmar un profundo drama y un debate ideológico y moral de enorme altura.

Imposible no mencionar la sentida actuación de Bette Davis, quien, con plena complacencia, acogió un papel que reivindica a las mujeres. Lucille Watson, adorable como la madre consecuente con las enseñanzas de compromiso social que su esposo transmitió a sus hijos. Y George Coulouris, muy eficaz como el ave de mal agüero que se infiltra en aquella gran familia.

Termino citando positivas palabras que dice Sara recordando a su papá: “Hemos vivido luchando en medio de la oscuridad, pero cada día, cada hora, el hombre avanza un poco hacia una vida digna y en plena libertad”.
“ALARMA EN EL RHIN” es un filme de antología.

Título para Latinoamérica: “ALERTA EN EL RHIN”
Luis Guillermo Cardona
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7
26 de diciembre de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si es, James Bond, el que se fascina con la espía rusa Anya Amasova; si es él quien la protege y quien se expone a que ella le mate por haber eliminado antes a su novio; y si es él el que está dispuesto a salvarla a riesgo de morir por ella… ¿Por qué titular en español a esta película como “La espía que me amó”?. ¿Fue el ego inglés el que reclamó esta traducción o fue la premura de nuestros tituladores que, a veces, se arriesgan sin ver previamente las películas? Lo que si es plenamente cierto, es que a los productores les dio ese cosquilleo británico que se resiste a reconocer abiertamente que las mujeres rusas son fascinantes, demasiado fascinantes, y entonces se negaron a llamar a una auténtica actriz nacida en Moscú o sus alrededores -de esas que harían babearse a Bond- y prefirieron a una newyorkina, hija de un policía y regularcita actriz, como es Barbara Bach.

Curiosamente, la novela original -décima obra que publicara Ian Fleming- salió a la luz, en 1962, con el título “El espía que me amó”. Pero, la explicación del cambio, podría estar por el lado de los enredos y limitaciones del idioma inglés, en el cual, el artículo The, es traducible como el, la, lo, los, las, y en este contexto caben, El o La, según sea el capricho de quien traduzca. O quizás obedece a que, Fleming, al publicar esta novela -y cansado de que las películas nunca fueran fieles a lo que él escribía-, estableció una cláusula que permitía usar el título, pero no el argumento, en caso de una adaptación cinematográfica. Y como la historia que escribieran, Christopher Wood y Richard Maibaum, no se parece en nada a lo que contara en su obra, también al título se le dio ese pequeño (e inelegante) giro. Es decir que, éste, en muy pero muy poco, es lo que pudiera llamarse un Bond-Fleming.

Con un amén a estas disquisiciones, es necesario decir que, “LA ESPÍA QUE ME AMÓ”, es desde todo punto de vista, un grato entretenimiento que, a los recalcitrantes anticomunistas, debe de haber sorprendido y molestado tremendamente, cuando ingleses y rusos lucen cogidos de la mano y estrechamente unidos por una misma causa: Averiguar quien se está apoderando de sus submarinos, pues, súbitamente ha desaparecido uno inglés y otro ruso.

Y ¡sorpréndanse!, el agente (espía) 007, va a trabajar a brazo partido y muy unidito con la agente (espía) XXX (¡qué morbosidad!) para desenmascarar a Karl Stromberg, cuya nacionalidad es fácil deducir, además de que a él si lo representa un auténtico ario, Curd Jurgens. Imagino a Fleming revolcándose en su tumba, pues, libres los productores de contar lo que quisieran, se libraron de la rancia estrechez ideológica del regularcito escritor, y puestos a tono con el momento histórico, lucieron progresistas y se desbordaron en el presupuesto para brindarnos un espectáculo de alto vuelo por donde se le mire. Le falta algo de solidez a la historia (pues la escena del gordo atrapando a Bond por la corbata y a punto de caer al abismo, es un atentado contra las leyes de la física. Y el eterno caso del hombre que quiere acabar con la humanidad “para construir un mundo mejor”, es un desvarío contra las leyes humanas), pero, como espectáculo de acción, sets de lujo, comedia ligera y chicas deslumbrantes (aunque también algunas lucen harto cosificadas), el director Lewis Gilbert, nos asegura dos distencionantes horas en las que, semi-apagado el cerebro, se pasa de lo lindo como suele ocurrir con buena parte de esta serie que, al mismo tiempo, y bien enchufado el sentido crítico, también sirve para entender el alto grado de decadencia que aún padece la cacareada cultura inglesa.

Y como la psicología ha probado que, entre los tipos muy mujeriegos suele camuflarse un incontenible impulso homosexual, para borrar toda duda sobre este Bond-Moore que ya luce bastante mayorcito -y para quienes no vieron “Al servicio secreto de su majestad”-, aquí se nos recordará que él estuvo casado, pero su esposa fue asesinada. En “Solo para sus ojos” se insistirá en recordar esto y entonces veremos, a un “constante” James, llevando flores a la tumba de su esposa Teresa, quien murió en 1969, a la corta edad de 26 años (rebaja incluida). Y se espera que ya, a nadie, le queden dudas sobre la virilidad del 0-0-7.

James Bond volverá…
Luis Guillermo Cardona
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8
29 de noviembre de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Cómo un director de tan escaso talento como, Arthur Hiller, pudo haber hecho una película tan brillante como, <<ANATOMÍA DE UN HOSPITAL>>? Me preguntaba ésto al terminar de verla, ya que me animé exclusivamente por el guion de, Paddy Chayefsky (quien con él obtuvo su segundo Oscar, el primero fue por, “Marty”), y claro, por la actuación de, George C. Scott, un actor de muchos quilates.

Entonces, revisé mis archivos sobre el guionista... y encontré un dato muy interesante que explicaba mi duda: Al haber sido Chayevsky, uno de los productores del filme, acordó con el director que, él –y no Hiller- tendría pleno control sobre el reparto y sobre el argumento… ¡Ah! y además es, Chayefsky, el que hace las veces de narrador. Así las cosas, y comprendiendo que Hiller estuvo muy bien asesorado, la obra de Paddy Chayefsky pasó literalmente como él la concibió... y con ese estupendo conjunto de actores que estuvieron presentes, la cosa tenía que andar por muy buen camino.

Como crítica corrosiva, como historia de humor negro y como reflejo fidedigno de la intimidad de los hospitales (probablemente la mayoría, porque ¡se oyen historias!), <<ANATOMÍA DE UN HOSPITAL>>, es como un disparo de magnum 44, tres centímetros hacia el centro desde la tetilla izquierda: ¡Certero!

La historia es deliciosa. En un hospital de Manhattan, hay un médico, el Dr. Schaefer, quien se ha vuelto muy popular por sus pretensiones donjuanescas y por su costumbre de utilizar cuanta cama queda libre para ligar con alguna enfermera. Un día, la segunda cama de la habitación 806 queda libre… Schaefer la ocupa con su respectiva enfermera... Se queda dormido… y otra enfermera de nuevo turno, lo asume como el paciente que había antes… y bueno, ¡hay mil maneras de morir!

Esa misma mañana, y tras varios días de ausencia, al hospital regresa el jefe de médicos, Dr. Herbert Bock, un hombre depresivo, alcohólico, en conflicto con su familia y con tendencias suicidas, quien ahora ha decidido volver a tomar la rienda. Lo que (junto a nosotros) presenciará ese día… y en el próximo… y… es solo una muestra de las grandes locuras, reveses, absurdos, irresponsabilidades, equivocaciones, negligencias… que suelen ocurrir un día sí, y otro también, en aquel hospital que se parece muchísimo a otros muchos hospitales de EE.UU. y del resto del mundo.

George C. Scott, nos ofrece una espléndida caracterización como ese médico que no sabe ya si suicidarse por lo que le pasa con su familia o por lo que sigue viendo en su “respetable” lugar de trabajo. Junto a él, Diana Rigg (una de las chicas Bond, mejor conocida por la serie televisiva, “The Avengers”) hace una provocativa y “naturalista” presencia como Barbara Drummond, la suerte de “inspiración” que pareciera haber llegado para sacar a Herb de aquella jungla de cemento; y, Barnard Hughes, es estupendo como Edmund Drummond, el padre de Barbara que, como paciente, dará mucho qué hacer en aquel típico hospital.

Vista con los ojos bien abiertos, esta atinada película tiene que asumirse como una seria advertencia, porque, lo que pareciera lucir como puro divertimento, es más serio de lo que muchos llegan a imaginarse.

Título para Latinoamérica: <<HOSPITAL>>
Luis Guillermo Cardona
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