“Una de las mejores cintas que se han podido ver en Sitges”. Este mensaje se repetía una y otra vez ante mis ojos refiriéndose a la que nos ocupa. Teniendo opiniones tan favorables y además con ese reclamo publicitario tan sabroso, más típico de Hollywood que de la industria del cine surcoreana (“de los productores de…”; “del creador de…”; en este caso, “del asistente de dirección de Kim Ki-Duk), ¿Quién podría negarse?

“Bedevilled” es un film dividido hasta en tres partes (dos de ellas notables), con una cruda crítica social, dónde se nos relata a través de un hilo conductor (Hae-Won) las consecuencias que derivan de su falta de implicación y reprobación en hechos ilícitos y moralmente reprobables, así como su falta de empatía ante la situación de una amiga que reclama su ayuda por culpa de una situación tremendamente terrible.

La primera parte gira entorno al personaje de Hae-Won, que serán nuestros ojos pero también el reflejo de nosotros mismos, una crítica directa hacia nosotros, espectadores que no dudamos desde nuestros hogares gritar ante tantas injusticias pero evitamos hacer algo si nos vemos envueltos en cualquiera de ellas. Hae-Won es un personaje ensimismado, que no es que haya perdido sino que no tiene ni la valentía ni la empatía necesarias para dar la mano a la víctima y la horca al verdugo de una terrible agresión de la que es testigo. Por otra parte esa falta de empatía se puede apreciar también en su trabajo, dónde parece darle alergia la amabilidad y dónde curiosamente también se demostrará su envidia ante quiénes cumplen su trabajo implicándose con los clientes.

Una vez presentado el personaje de Hae-Won, asistimos a una segunda parte dónde pierde el papel protagónico para cedérselo a su mejor amiga de la infancia, Bok-Nam. Esta muchacha es la única mujer joven de la aldea, lo que la hace víctima de continuos abusos sexuales. Además está estigmatizada por un hecho ocurrido en el pasado, y es despreciada y agredida continuamente durante film de manera física y verbal, por parte de un pueblo gobernado por la tiranía de su suegra, a quién toda la pequeña población sigue. Ella aguanta absolutamente todas estas vejaciones por la idea inculcada de la necesidad de su hija a tener un padre y el desconocimiento total sobre sus derechos, víctima de esa única realidad que conoce. Aún así vive obsesionada con Seúl, la capital que apenas queda a unas millas de su particular infierno y ciudad dónde y según la poca información que le llega, las mujeres tienen derechos y los niños van a la escuela.

Si hasta aquí la película roza el notable por su sencillez y falta de pretensiones, por esa violación intimista y acertada de los personajes y escenarios que se nos ofrece, por la crítica que impregna cada fotograma, por ese contraste entre lo rural (dónde se carece de derechos) y lo urbano (dónde se tienen para nada)… Entonces el sol habla, y el sol dice que aquello tiene que volverse una mierda, amigos míos... (Sigo en SPOILER)