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Críticas ordenadas por utilidad
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6
26 de julio de 2013
26 de julio de 2013
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos hemos tenido un grupo de amigos donde había uno que le caía bien a todo el mundo, pero a nosotros, a saber por qué, no del todo (o nada, seamos sinceros). Ese es el sentimiento que le ha quedado a un servidor tras ver Exit through the gift shop de Banksy, un documental que no es malo, pero con el que tampoco he podido “conectar”.
Es admirable cómo el reportaje nos hace creer en la historia de Thierry Guetta, el Brainwash, con su obsesión por grabarlo todo, ver cómo empieza a introducirse en el mundo del arte urbano y acaba siendo un ejemplo de cómo el arte se convierte en algo vulgar, en un chiste.
Porque sí, esta es la historia de Guetta y no tanto de Banksy, pese a que tantas veces se ha dicho “ese es el documental de Banksy”. Pues no, aunque habría que ser ingenuo para pensar que un artista callejero como Banksy iba a mostrar tan fácilmente no solo su rostro (siempre con imagen y voz distorsionada) sino sus métodos o su arte (muy bien alguno, otros simplemente tontorrones: ese elefante).
Nadie sabe tampoco hasta qué punto es real este documental, pero tampoco importa demasiado saber si Mr. Brainwash hizo esas miles de cintas de vídeo o rodó ese experimento de Life Remote Control (Warhol estaría orgulloso). Lo importante es que se plantean preguntas como ¿cuándo el arte pasa de ser arte a puro mercantilismo vacuo? Y no olvidemos que el documental tiene distribución de un gigante como Paramount.
La película encuentra alguna entrevista y comentario jocoso, alguna escena impagable y descubre un poco más de estos artistas de la calle, pero en el fondo no deja de ser una propuesta resultona, no tan buena como lo esperado.
No obstante, podemos disfrutar de las obras de Banksy y otros de sus camaradas, encontrar ironía en cada escena y tener alguna moraleja de lo más sarcástica… Pero falta más para convertirse en una película documental digna de recordar y no ser solo un film curioso, que ver cuando vamos a una exposición de arte.
Exit through the gift shop no es suficiente, como dice uno de sus personajes es “simplemente, una broma” y yo soy siempre de los que pasa de las tiendas de regalos de los museos.
Es admirable cómo el reportaje nos hace creer en la historia de Thierry Guetta, el Brainwash, con su obsesión por grabarlo todo, ver cómo empieza a introducirse en el mundo del arte urbano y acaba siendo un ejemplo de cómo el arte se convierte en algo vulgar, en un chiste.
Porque sí, esta es la historia de Guetta y no tanto de Banksy, pese a que tantas veces se ha dicho “ese es el documental de Banksy”. Pues no, aunque habría que ser ingenuo para pensar que un artista callejero como Banksy iba a mostrar tan fácilmente no solo su rostro (siempre con imagen y voz distorsionada) sino sus métodos o su arte (muy bien alguno, otros simplemente tontorrones: ese elefante).
Nadie sabe tampoco hasta qué punto es real este documental, pero tampoco importa demasiado saber si Mr. Brainwash hizo esas miles de cintas de vídeo o rodó ese experimento de Life Remote Control (Warhol estaría orgulloso). Lo importante es que se plantean preguntas como ¿cuándo el arte pasa de ser arte a puro mercantilismo vacuo? Y no olvidemos que el documental tiene distribución de un gigante como Paramount.
La película encuentra alguna entrevista y comentario jocoso, alguna escena impagable y descubre un poco más de estos artistas de la calle, pero en el fondo no deja de ser una propuesta resultona, no tan buena como lo esperado.
No obstante, podemos disfrutar de las obras de Banksy y otros de sus camaradas, encontrar ironía en cada escena y tener alguna moraleja de lo más sarcástica… Pero falta más para convertirse en una película documental digna de recordar y no ser solo un film curioso, que ver cuando vamos a una exposición de arte.
Exit through the gift shop no es suficiente, como dice uno de sus personajes es “simplemente, una broma” y yo soy siempre de los que pasa de las tiendas de regalos de los museos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
¿No sería gracioso que todo el documental sea otra broma más de Banksy para demostrar que la gente no sabe nada de arte?
7
7 de agosto de 2013
7 de agosto de 2013
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos escondemos un fantasma, pero ¿podría tenerlo algo creado artificialmente? ¿Las máquinas tienen espectros o alma que dejar escapar si mueren? ¿Existen fantasmas dentro del cascarón? De eso y mucho más trata la película de culto Ghost in the Shell (Kokaku kidotai).
El director Mamoru Oshii plantea, a partir del guion de Kazunori Itô basado en el manga de Masamune Shirow, la narratividad como poesía para una historia solemne. Ghost in the Shell llega a recordarnos a vestigios de Blade Runner.
No obstante, Ghost in the Shell bebe de clásicos de la ciencia ficción para convertirse en uno de los manifiestos del ciberpunk a través de una animación que juega con lo onírico. Una defensa de que el cine de animación puede ser algo más que algo destinado solo para el público infantil.
La película plantea a través de personajes como la protagonista Motoko Kusanagi cuál es la responsabilidad de nosotros los seres humanos ante la creación de androides, que bien podrían ser nuestros hijos por jugar a ser Dios. También trata sobre cómo ellos, las mentes de metal, pueden llegar a superarnos sin necesidad de enfrentarse abiertamente a nosotros.
Los protagonistas se cuestionan su humanidad mientras se enfrentan a una amenaza sin precedentes: el Titiritero y los deseos de este, que acaban siendo “más humanos que los humanos”. No obstante, son tantos los detalles y reflexiones que Ghost in the Shell se convierte en una de esas películas que hay que ver más de una vez para pillar toda su riqueza.
Por el camino, hay potentes ideas como que las máquinas puedan llegar a generar un alma o una que puede parecer nimia, pero que a un servidor le impactó: la capacidad de poder insertar falsos recuerdos y el drama que eso puede conllevar a un ser humano completamente perdido, porque sí, en Ghost in the Shell llega a existir cierta sensación de que estamos ante el fin de la humanidad y el génesis de una nueva especie, hermosa y cruel, ¿eso no es ser humano?
La impresión que queda tras ver Ghost in the Shell es que estamos ante un enorme y complejo (aunque también algo tedioso en algún momento) episodio piloto de la serie de dos temporadas que vendría después y ampliaría y explicaría toda esa odisea ciberpunk. Plantea muchas bases y explota algunas, pero la trama no se desarrolla con la potencialidad que consiguió después.
Pese a que tampoco consiguió ser un gran éxito cuando se estrenó en Japón, Reino Unido y Estados Unidos a la vez, sí lo consiguió cuando apareció en vídeo debido a méritos propios, como una estética y un drama tan marcado que llevaría a los Hermanos Wachowski a copiar muchas de sus ideas para Matrix o Animatrix (otra de las influencias en la trilogía de Neo sería el tebeo Los Invisibles de Grant Morrison, por ejemplo).
Ghost in the Shell es la demostración de que el cine de animación puede ser un camino para la reflexión incluso sobre nosotros mismos. Y eso es el arte y la humanidad, acaso ¿máquinas?
El director Mamoru Oshii plantea, a partir del guion de Kazunori Itô basado en el manga de Masamune Shirow, la narratividad como poesía para una historia solemne. Ghost in the Shell llega a recordarnos a vestigios de Blade Runner.
No obstante, Ghost in the Shell bebe de clásicos de la ciencia ficción para convertirse en uno de los manifiestos del ciberpunk a través de una animación que juega con lo onírico. Una defensa de que el cine de animación puede ser algo más que algo destinado solo para el público infantil.
La película plantea a través de personajes como la protagonista Motoko Kusanagi cuál es la responsabilidad de nosotros los seres humanos ante la creación de androides, que bien podrían ser nuestros hijos por jugar a ser Dios. También trata sobre cómo ellos, las mentes de metal, pueden llegar a superarnos sin necesidad de enfrentarse abiertamente a nosotros.
Los protagonistas se cuestionan su humanidad mientras se enfrentan a una amenaza sin precedentes: el Titiritero y los deseos de este, que acaban siendo “más humanos que los humanos”. No obstante, son tantos los detalles y reflexiones que Ghost in the Shell se convierte en una de esas películas que hay que ver más de una vez para pillar toda su riqueza.
Por el camino, hay potentes ideas como que las máquinas puedan llegar a generar un alma o una que puede parecer nimia, pero que a un servidor le impactó: la capacidad de poder insertar falsos recuerdos y el drama que eso puede conllevar a un ser humano completamente perdido, porque sí, en Ghost in the Shell llega a existir cierta sensación de que estamos ante el fin de la humanidad y el génesis de una nueva especie, hermosa y cruel, ¿eso no es ser humano?
La impresión que queda tras ver Ghost in the Shell es que estamos ante un enorme y complejo (aunque también algo tedioso en algún momento) episodio piloto de la serie de dos temporadas que vendría después y ampliaría y explicaría toda esa odisea ciberpunk. Plantea muchas bases y explota algunas, pero la trama no se desarrolla con la potencialidad que consiguió después.
Pese a que tampoco consiguió ser un gran éxito cuando se estrenó en Japón, Reino Unido y Estados Unidos a la vez, sí lo consiguió cuando apareció en vídeo debido a méritos propios, como una estética y un drama tan marcado que llevaría a los Hermanos Wachowski a copiar muchas de sus ideas para Matrix o Animatrix (otra de las influencias en la trilogía de Neo sería el tebeo Los Invisibles de Grant Morrison, por ejemplo).
Ghost in the Shell es la demostración de que el cine de animación puede ser un camino para la reflexión incluso sobre nosotros mismos. Y eso es el arte y la humanidad, acaso ¿máquinas?

6.3
20,360
7
7 de agosto de 2021
7 de agosto de 2021
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de escribir el guion de El amanecer de los muertos, James Gunn se había curtido dentro de la compañía Troma, el paradigma de la serie b o z de Lloyd Kaufman que nos dio cosas (no se las puede llamar películas) como El Vengador Tóxico. Tras los guiones de Sooby-Doo llegó Slither, pura parodia del cine de invasores alienígenas, a la vez que continuaba con la sátira en cosas como PG Porn antes de saltar a Super, su primera película decente y parodia de los cómics. El trabajo de Gunn llamó la atención de Marvel como para darle la dirección de Guardianes de la Galaxia, film que lo catapultó y lo encumbró como una de las voces más potentes del Universo Marvel, dirigiendo más tarde la secuela. Sin embargo, una serie de tuits considerados políticamente incorrectos (y con casi una década desde su publicación) llevaron a su despido en verano de 2018. Pero DC, que no pasaba por su mejor momento, lejos de achantarse lo contrató para hacer una secuela con aires de reboot de Suicide Squad, película de David Ayer que falló por las diferentes visiones sobre ese proyecto que tiene el dudoso honor de ser una película de superhéroes para quinquis (junto a la bochornosa Birds of prey). Gunn aceptaría llevar a cabo la película, mientras Marvel lo volvía a contratar y no solo le daba la tercera parte de Guardianes, sino un especial de Navidad (y DC le ha dado una serie Peacemaker para HBO). El resumen de este viaje es que The Suicide Squad recoge el estilo desenfadado de James Gunn en sus primeras películas de serie b, añadiendo la espectacularidad de la segunda mitad de su carrera. Y eso es una buena señal, aunque tenga sus problemas.
¿Recuerdas cuando Masacre (Deadpool) formaba un supergrupo en su secuela y dicho supergrupo moría a los cinco minutos? Pues ese chiste lo repite Gunn con el inicio de la película y, entre saltos temporales y cartelitos que recuerdan a un cómic, tenemos una película de acción colorida, loquísima como un cómic, llena de sangre y con un humor que, a veces, encaja, y a veces es como ese macarra James Gunn de sus comienzos. Se percibe cierto aire catártico en la cinta, es como si su creador, tras ser despedido por ser políticamente incorrecto, decidiese hacer una película con el mismo propósito de sus tuits: ser ácido, incorrecto y brutal dentro de este homenaje a la serie b.
Margot Robbie, Idris Elba, Viola Davis, Sylvester Stallone, Taika Waititi, Nathan Fillion, Michael Rouker, Joel Kinnaman, Peter Capaldi, Jai Courtney… La impresión es que todo el reparto se ha juntado para pasarlo bien grabando un corto de un colega que, en realidad, es una película de dos horas con mucho de todo y que no aburre, aunque sorprende por cómo desliza todo su presupuesto hasta hacernos pensar que es una de las películas de serie b con más pasta de la historia. Aunque carece del alma de sus Guardianes de la Galaxia, también se agradece que se haya hecho un intento de dotar de cierto trasfondo a personajes como Bloodsport de Idris Elba, que es algo más que el sustituto de Deadshot, o como Ratcatcher 2 de Daniela Melchior, una supervillana del tres al cuarto que controla a las ratas como lo hacía el yonqui de su padre. En el fondo, aunque con más gore y toques de humor gruesos, volvemos a la idea que persigue a Gunn de cómo unos marginados pueden marcar la diferencia, ya sea formando una familia de desgraciados o tendiendo una quebradiza amistad.
Y pese a tantas chorradas y tantas escenas que pueden chirriar, hay un sentimiento de que todo funciona en su conjunto y con un aire in crescendo que le sienta fantásticamente a la película: dictadores, guerrilleros, amigos que se hacen enemigos, una estrella gigante alienígena, zombis... y ese presentimiento de que todo va a ir a más funciona bien con esos personajes que no se sabe bien cómo saldrán de esta, ya que, quieras o no, te caen lo suficientemente bien como para aguantarlos dos horas.
La crítica al imperialismo de Estados Unidos y su guerra fría (no tan fría) en Latinoamerica, las repúblicas bananeras, los alienígenas con forma de estrellas, los supervillanos del tres al cuarto... Todo en la película tiene un aire ridículo que le sienta extrañamente bien a su conjunto. Uno nunca se la puede tomar del todo en serio y no importa ni siquiera cuando pasa a tener escenas bochornosas como el enamoramiento de Harley y Luna (que parece un anuncio de colonias) o time lapses de GoPro. Luego, Gunn se autohomenajea con la serie b o con ese Escuadrón Suicida a cámara lenta que recuerda a sus Guardianes de la Galaxia atravesando el pasillo antes de la batalla final contra Ronan. No todo funciona en la película y la hipérbole puede llegar a sacar a más de un espectador que espere otra cosa (pobre iluso), pero si lo que se busca es un simple entretenimiento, pues está mejor que otras cosas que DC y Marvel han estrenado.
Hay que advertir a ciertos fans de DC que tengan cuidado si buscan una de sus sombrías películas, porque aquí lo que van a tener es una broma ácida de dos horas y si el espectador está dispuesto a pasar por el aro se lo pasa bien con este cómic hecho celuloide.
Puede que ese aire malote que le ha dado Gunn funcione frente al aire malote de Ayer, porque el segundo se tomaba falsamente en serio aquella película de 2016 que no se decidía entre ser "oscura" o ser paródica. Gunn lo tiene claro desde el minuto uno: va a hacer lo que le dé la gana y, quien quiera disfrutarlo, disfrutará. Quien no... pues se le hará muy largo.
¿Recuerdas cuando Masacre (Deadpool) formaba un supergrupo en su secuela y dicho supergrupo moría a los cinco minutos? Pues ese chiste lo repite Gunn con el inicio de la película y, entre saltos temporales y cartelitos que recuerdan a un cómic, tenemos una película de acción colorida, loquísima como un cómic, llena de sangre y con un humor que, a veces, encaja, y a veces es como ese macarra James Gunn de sus comienzos. Se percibe cierto aire catártico en la cinta, es como si su creador, tras ser despedido por ser políticamente incorrecto, decidiese hacer una película con el mismo propósito de sus tuits: ser ácido, incorrecto y brutal dentro de este homenaje a la serie b.
Margot Robbie, Idris Elba, Viola Davis, Sylvester Stallone, Taika Waititi, Nathan Fillion, Michael Rouker, Joel Kinnaman, Peter Capaldi, Jai Courtney… La impresión es que todo el reparto se ha juntado para pasarlo bien grabando un corto de un colega que, en realidad, es una película de dos horas con mucho de todo y que no aburre, aunque sorprende por cómo desliza todo su presupuesto hasta hacernos pensar que es una de las películas de serie b con más pasta de la historia. Aunque carece del alma de sus Guardianes de la Galaxia, también se agradece que se haya hecho un intento de dotar de cierto trasfondo a personajes como Bloodsport de Idris Elba, que es algo más que el sustituto de Deadshot, o como Ratcatcher 2 de Daniela Melchior, una supervillana del tres al cuarto que controla a las ratas como lo hacía el yonqui de su padre. En el fondo, aunque con más gore y toques de humor gruesos, volvemos a la idea que persigue a Gunn de cómo unos marginados pueden marcar la diferencia, ya sea formando una familia de desgraciados o tendiendo una quebradiza amistad.
Y pese a tantas chorradas y tantas escenas que pueden chirriar, hay un sentimiento de que todo funciona en su conjunto y con un aire in crescendo que le sienta fantásticamente a la película: dictadores, guerrilleros, amigos que se hacen enemigos, una estrella gigante alienígena, zombis... y ese presentimiento de que todo va a ir a más funciona bien con esos personajes que no se sabe bien cómo saldrán de esta, ya que, quieras o no, te caen lo suficientemente bien como para aguantarlos dos horas.
La crítica al imperialismo de Estados Unidos y su guerra fría (no tan fría) en Latinoamerica, las repúblicas bananeras, los alienígenas con forma de estrellas, los supervillanos del tres al cuarto... Todo en la película tiene un aire ridículo que le sienta extrañamente bien a su conjunto. Uno nunca se la puede tomar del todo en serio y no importa ni siquiera cuando pasa a tener escenas bochornosas como el enamoramiento de Harley y Luna (que parece un anuncio de colonias) o time lapses de GoPro. Luego, Gunn se autohomenajea con la serie b o con ese Escuadrón Suicida a cámara lenta que recuerda a sus Guardianes de la Galaxia atravesando el pasillo antes de la batalla final contra Ronan. No todo funciona en la película y la hipérbole puede llegar a sacar a más de un espectador que espere otra cosa (pobre iluso), pero si lo que se busca es un simple entretenimiento, pues está mejor que otras cosas que DC y Marvel han estrenado.
Hay que advertir a ciertos fans de DC que tengan cuidado si buscan una de sus sombrías películas, porque aquí lo que van a tener es una broma ácida de dos horas y si el espectador está dispuesto a pasar por el aro se lo pasa bien con este cómic hecho celuloide.
Puede que ese aire malote que le ha dado Gunn funcione frente al aire malote de Ayer, porque el segundo se tomaba falsamente en serio aquella película de 2016 que no se decidía entre ser "oscura" o ser paródica. Gunn lo tiene claro desde el minuto uno: va a hacer lo que le dé la gana y, quien quiera disfrutarlo, disfrutará. Quien no... pues se le hará muy largo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Gunn es un tipo listo incluso cuando se pasa de frenada y sabe sorprender en algunos momentos, ya sea mediante elipsis y saltos en la trama, o, sobre todo, por dar algún momento inesperado, como el inicio de la película (donde se ventilan a varios personajes -y algún actor- odioso) o el final de Silvio Luna. Es Gunn riéndose de ti y diciendo que nada irá como te esperas y si te gusta bien, y si no, también.
Que el director haga lo que quiera demuestra que puede coger a personajes semidesconocidos como Polka-Dot Man y darle algo de trasfondo al chiste. Él sabe en qué es bueno y él sabe en qué división está jugando, una donde el humor es exagerado, la sangre salpica la cámara y hace que el Sam Raimi más pasado de vueltas parezca un niño bueno a su lado.
Quien espere una obra maestra (pese a sus excelentes críticas en Estados Unidos), ya puede irse a buscar otra cosa. Aquí estamos ante una cinta de acción y humor ácido, con mucho de serie de dibujos de sábado por la mañana, que no se puede tomar muy en serio y, precisamente por eso, quizá se suma a la oleada de parodias tipo Deadpool que escapan a los convencionalismos de los superhéroes.
La conclusión es que James Gunn, con completa vía libre (nos pese o no), da una película colorida como un cómic, gamberra como Super y burlonamente hermana de la serie b como sus cortos para Troma. ¿El resultado? Una cinta, sobre todo, loquísima a unos niveles todavía mayores que Guardianes de la Galaxia, con esa sensación de que la parodia y la acción brutal era el mejor camino para estos personajes fracasados que intentan salvar su propio cuello.
The Suicide Squad mejora a su predecesora (tampoco era difícil) y añade ciertas capas al género de los superhéroes a partir de unos personajes que son unos matados, pero, al fin y al cabo, son NUESTROS matados.
Que el director haga lo que quiera demuestra que puede coger a personajes semidesconocidos como Polka-Dot Man y darle algo de trasfondo al chiste. Él sabe en qué es bueno y él sabe en qué división está jugando, una donde el humor es exagerado, la sangre salpica la cámara y hace que el Sam Raimi más pasado de vueltas parezca un niño bueno a su lado.
Quien espere una obra maestra (pese a sus excelentes críticas en Estados Unidos), ya puede irse a buscar otra cosa. Aquí estamos ante una cinta de acción y humor ácido, con mucho de serie de dibujos de sábado por la mañana, que no se puede tomar muy en serio y, precisamente por eso, quizá se suma a la oleada de parodias tipo Deadpool que escapan a los convencionalismos de los superhéroes.
La conclusión es que James Gunn, con completa vía libre (nos pese o no), da una película colorida como un cómic, gamberra como Super y burlonamente hermana de la serie b como sus cortos para Troma. ¿El resultado? Una cinta, sobre todo, loquísima a unos niveles todavía mayores que Guardianes de la Galaxia, con esa sensación de que la parodia y la acción brutal era el mejor camino para estos personajes fracasados que intentan salvar su propio cuello.
The Suicide Squad mejora a su predecesora (tampoco era difícil) y añade ciertas capas al género de los superhéroes a partir de unos personajes que son unos matados, pero, al fin y al cabo, son NUESTROS matados.
Episodio

7.0
16,125
8
4 de enero de 2018
4 de enero de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Black Museum es un capítulo que, al igual que el especial de Navidad de hace unos años (White Christmas) usa el esqueleto de la antología con el que juega toda la serie de Black Mirror: nos ofrece dos historias paralelas que conectan con una tercera, que acaba transformándose en una historia principal sobre la venganza, la maldad y el morbo; todo ello en una distopía decadente que nos recuerda, por ciertas fórmulas en cuanto al arco argumental de su protagonista, a las vendettas y los juegos narrativos de Quentin Tarantino, pero sin obviar la mano de Charlie Brooker.
En un mundo donde la muerte es solo un montón de información metida en banco de datos capaz de ser aprovechados de las maneras más variopintas, una joven cruza el desierto y se detiene para cargar su vehículo. Cerca hay un museo, el Museo Negro de Rolo Haynes, que colecciona una serie de artefactos relacionados con crímenes. La muchacha no duda en descubrir sus historias...
La primera historia, sobre un médico que se convierte en un adicto al dolor, resulta, aunque excesiva, digna de más de una reflexión sobre cómo el ser humano se convierte en un yonki de aquello que le resulte placentero, aunque sea a costa del dolor de otros. Lo mismo que hacemos los espectadores al ver este "corto" de terror.
La segunda trama, más dramática, nos habla de un viudo que trasplanta los recuerdos de su mujer en su cabeza para que esta pueda seguir con su hijo pequeño. El problema está cuando el esposo no aguante más la voz de la mujer y la única escapatoria sea... un oso de peluche. Suena extraño, lo sé, pero quizás es una de las historias más tristes de la serie. Evoca, un poco, al capítulo Vuelvo enseguida.
La tercera historia nos habla de un condenado a la silla eléctrica que vende sus derechos de imagen y es transformado en un holograma del que los turistas que se acercan al Black Museum disfrutan condenándolo a muerte. Una y otra y otra vez. Este relato conecta con la historia global del capítulo y con el propio maestro de ceremonias, Rolo Haynes, un Mefistófeles a pequeña escala, un Loki que juega a tentar a los desgraciados con su alma de feriante y que reivindica al actor Douglas Hodge, al que hemos visto en series como Penny Dreadful.
Sea como sea, el concepto de Black Museum (contar diferentes historias a través de diferentes objetos) bien hubiera dado para una antología propia, pero en el caso de Black Mirror, aprovechan para crear una trama visceral sobre el placer y el miedo, sobre la soledad y la muerte, sobre la maldad y la venganza. Y la palabra visceral es la clave, porque ahí queda ese detalle de cómo el veneno actúa en sincronía perfecta, o cómo el giro final no nos sorprende a muchos. E, incluso así, sigue siendo bastante disfrutable.
No obstante, por el nivel del capítulo, porque siempre es entretenido y tiene toques que siguen evocándonos a lo mejor de Brooker, a la vez que nos deja preguntas como ¿cuándo moriremos en esta época de la nube?, Black Museum es un episodio de digno visionado, porque uno nunca sabe cuándo acabará formando parte del Black Museum, ya sea como víctima o como verdugo... Y tampoco sabemos si ya formamos parte de él...
P.D.: Atentos a todos los guiños que hay a los anteriores capítulos de la serie, ya sea mediante menciones claras como el San Junipero o como cierto cómic que recuerda a uno de los primeros capítulos de la serie.
En un mundo donde la muerte es solo un montón de información metida en banco de datos capaz de ser aprovechados de las maneras más variopintas, una joven cruza el desierto y se detiene para cargar su vehículo. Cerca hay un museo, el Museo Negro de Rolo Haynes, que colecciona una serie de artefactos relacionados con crímenes. La muchacha no duda en descubrir sus historias...
La primera historia, sobre un médico que se convierte en un adicto al dolor, resulta, aunque excesiva, digna de más de una reflexión sobre cómo el ser humano se convierte en un yonki de aquello que le resulte placentero, aunque sea a costa del dolor de otros. Lo mismo que hacemos los espectadores al ver este "corto" de terror.
La segunda trama, más dramática, nos habla de un viudo que trasplanta los recuerdos de su mujer en su cabeza para que esta pueda seguir con su hijo pequeño. El problema está cuando el esposo no aguante más la voz de la mujer y la única escapatoria sea... un oso de peluche. Suena extraño, lo sé, pero quizás es una de las historias más tristes de la serie. Evoca, un poco, al capítulo Vuelvo enseguida.
La tercera historia nos habla de un condenado a la silla eléctrica que vende sus derechos de imagen y es transformado en un holograma del que los turistas que se acercan al Black Museum disfrutan condenándolo a muerte. Una y otra y otra vez. Este relato conecta con la historia global del capítulo y con el propio maestro de ceremonias, Rolo Haynes, un Mefistófeles a pequeña escala, un Loki que juega a tentar a los desgraciados con su alma de feriante y que reivindica al actor Douglas Hodge, al que hemos visto en series como Penny Dreadful.
Sea como sea, el concepto de Black Museum (contar diferentes historias a través de diferentes objetos) bien hubiera dado para una antología propia, pero en el caso de Black Mirror, aprovechan para crear una trama visceral sobre el placer y el miedo, sobre la soledad y la muerte, sobre la maldad y la venganza. Y la palabra visceral es la clave, porque ahí queda ese detalle de cómo el veneno actúa en sincronía perfecta, o cómo el giro final no nos sorprende a muchos. E, incluso así, sigue siendo bastante disfrutable.
No obstante, por el nivel del capítulo, porque siempre es entretenido y tiene toques que siguen evocándonos a lo mejor de Brooker, a la vez que nos deja preguntas como ¿cuándo moriremos en esta época de la nube?, Black Museum es un episodio de digno visionado, porque uno nunca sabe cuándo acabará formando parte del Black Museum, ya sea como víctima o como verdugo... Y tampoco sabemos si ya formamos parte de él...
P.D.: Atentos a todos los guiños que hay a los anteriores capítulos de la serie, ya sea mediante menciones claras como el San Junipero o como cierto cómic que recuerda a uno de los primeros capítulos de la serie.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Crítica publicada originalmente en: https://goo.gl/qNw6MY
19 de diciembre de 2014
19 de diciembre de 2014
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entretenida película, puede que la mejor de El Hobbit, pero sin superar El Señor de los Anillos (¿alguien podía esperar lo contrario?). Un viaje inesperado fue una película con ciertas arritmias, pero disfrutable; La Desolación de Smaug era una película con algunos errores, pero se resolvía satisfactoriamente gracias a la aparición del maléfico dragón al que le da vida Benedict Cumberbatch (Sherlock) y que mejoraba su precedente. ¿Es La Batalla de los Cinco Ejércitos la conclusión que aguardábamos?
Si alguien espera ver el salvajismo de La Batalla del Abismo de Helm de Las Dos Torres o la épica ingente de La Batalla de los Campos del Pelennor de El Retorno del Rey, que quede claro que el problema de la trilogía de El Hobbit con su público es comparar. Los guionistas Peter Jackson, Philippa Boyens y Fran Walsh se centran en personajes como Thorin más que en la propia guerra (más de cuarenta minutos, por cierto) que tiene lugar ante ellos, dejando algunas escenas espectaculares, sí, pero priorizando ante todo en un duelo artúrico sobre una capa de hielo que cierra este drama fantástico.
Todo esto ejecutado por Peter Jackson, que regresó a la Tierra Media arriesgándose a esos espectadores que ya han envejecido y que buscan la crítica ante todo (algo parecido a lo que le pasó a George Lucas al decidir hacer las precuelas de Star Wars). Jackson juega bien, por ejemplo con los silencios. ¿Hay otro director capaz de hacer una saga como la que ha hecho este hombre, consiguiendo conectar con su público y recibiendo numerosos elogios y premios con el mismo aplome? Lo dudo.
Los actores cumplen, sobresaliendo un Thorin caído en desgracia al que Richard Armitage consigue llenar del aura épica de un heredero como Aragorn, sin olvidar la desdicha de la locura por la codicia que embarga a personajes como Boromir o el propio Bilbo en la trilogía original. Otro de los grandes descubrimientos de esta trilogía ha sido Martin Freeman, del cual no me canso de decir que es el actor más adecuado para interpretar al joven Bilbo Bolsón.
Gandalf (Ian McKellen, como no podía ser de otra forma) queda en un segundo aunque vital plano para organizar a todos los peones de esta guerra.
Sobre la compañía de Thorin, casi todos son relegados, salvando excepciones como Balin (Ken Stott), pero el film tropieza al centrarnos en Kili (Aidan Turner) y la trama del amor enano-elfa con Tauriel (Evangeline Lilly) que tanto metraje resta para otras tramas menos artificiales.
Resisten el bache personajes como Thranduil (un personaje odioso y fascinante), Legolas (Orlando Bloom, le añade algo de trasfondo y deja abierta la puerta a la llegada de Aragorn en el futuro) o Bardo (Luke Evans, que consigue una mayor relevancia como héroe inesperado).
En cuanto al Concilio Blanco de Galadriel (Cate Blanchett, fascinante), Elrond (Hugo Weaving, siempre esperamos más minutos de este gran actor) y Saruman (Christopher Lee, puro carisma) se queda para una escena que conecta con El Señor de los Anillos.
Peor parados salen personajes como Beorn, el rey enano Dáin, el Gobernador de Ciudad Lago o Radagast, cuya presencia queda de forma testimonial.
Y terminando, reconozco me sobran algunos momentos cómicos que no me hacen especial gracia, como los que rodean a la sabandija de Alfrid con el que se incurre en uno de los “peros” de este cierre: dejar demasiadas bandas abiertas, demasiados destinos sin decidir claramente.
Por su parte, Weta y el resto de compañías involucradas en la recreación de la Tierra Media cumplen. Hubiera preferido el uso más natural que aporta el maquillaje que el CGI puro y duro.
Y tras todo esto, como viajeros que hemos disfrutado de un viaje que ha durado más de una década, con sus momentos de gloria y sus leves traspiés, nos preguntamos: ¿volveremos a la Tierra Media? En el Mundo de los Remakes, Spin Off, Adaptaciones y Secuelas donde vivimos nunca se sabe.Lo que sí sé es que cada vez que desee entrar en el mundo de El Señor de los Anillos dispone de numerosos libros y ahora una saga de películas… Y lo más importante, sin duda, nuestra imaginación, esa a la que Tolkien le dio el poder de creer que hasta el más insignificante de nosotros puede cambiar el curso de la historia.
Si alguien espera ver el salvajismo de La Batalla del Abismo de Helm de Las Dos Torres o la épica ingente de La Batalla de los Campos del Pelennor de El Retorno del Rey, que quede claro que el problema de la trilogía de El Hobbit con su público es comparar. Los guionistas Peter Jackson, Philippa Boyens y Fran Walsh se centran en personajes como Thorin más que en la propia guerra (más de cuarenta minutos, por cierto) que tiene lugar ante ellos, dejando algunas escenas espectaculares, sí, pero priorizando ante todo en un duelo artúrico sobre una capa de hielo que cierra este drama fantástico.
Todo esto ejecutado por Peter Jackson, que regresó a la Tierra Media arriesgándose a esos espectadores que ya han envejecido y que buscan la crítica ante todo (algo parecido a lo que le pasó a George Lucas al decidir hacer las precuelas de Star Wars). Jackson juega bien, por ejemplo con los silencios. ¿Hay otro director capaz de hacer una saga como la que ha hecho este hombre, consiguiendo conectar con su público y recibiendo numerosos elogios y premios con el mismo aplome? Lo dudo.
Los actores cumplen, sobresaliendo un Thorin caído en desgracia al que Richard Armitage consigue llenar del aura épica de un heredero como Aragorn, sin olvidar la desdicha de la locura por la codicia que embarga a personajes como Boromir o el propio Bilbo en la trilogía original. Otro de los grandes descubrimientos de esta trilogía ha sido Martin Freeman, del cual no me canso de decir que es el actor más adecuado para interpretar al joven Bilbo Bolsón.
Gandalf (Ian McKellen, como no podía ser de otra forma) queda en un segundo aunque vital plano para organizar a todos los peones de esta guerra.
Sobre la compañía de Thorin, casi todos son relegados, salvando excepciones como Balin (Ken Stott), pero el film tropieza al centrarnos en Kili (Aidan Turner) y la trama del amor enano-elfa con Tauriel (Evangeline Lilly) que tanto metraje resta para otras tramas menos artificiales.
Resisten el bache personajes como Thranduil (un personaje odioso y fascinante), Legolas (Orlando Bloom, le añade algo de trasfondo y deja abierta la puerta a la llegada de Aragorn en el futuro) o Bardo (Luke Evans, que consigue una mayor relevancia como héroe inesperado).
En cuanto al Concilio Blanco de Galadriel (Cate Blanchett, fascinante), Elrond (Hugo Weaving, siempre esperamos más minutos de este gran actor) y Saruman (Christopher Lee, puro carisma) se queda para una escena que conecta con El Señor de los Anillos.
Peor parados salen personajes como Beorn, el rey enano Dáin, el Gobernador de Ciudad Lago o Radagast, cuya presencia queda de forma testimonial.
Y terminando, reconozco me sobran algunos momentos cómicos que no me hacen especial gracia, como los que rodean a la sabandija de Alfrid con el que se incurre en uno de los “peros” de este cierre: dejar demasiadas bandas abiertas, demasiados destinos sin decidir claramente.
Por su parte, Weta y el resto de compañías involucradas en la recreación de la Tierra Media cumplen. Hubiera preferido el uso más natural que aporta el maquillaje que el CGI puro y duro.
Y tras todo esto, como viajeros que hemos disfrutado de un viaje que ha durado más de una década, con sus momentos de gloria y sus leves traspiés, nos preguntamos: ¿volveremos a la Tierra Media? En el Mundo de los Remakes, Spin Off, Adaptaciones y Secuelas donde vivimos nunca se sabe.Lo que sí sé es que cada vez que desee entrar en el mundo de El Señor de los Anillos dispone de numerosos libros y ahora una saga de películas… Y lo más importante, sin duda, nuestra imaginación, esa a la que Tolkien le dio el poder de creer que hasta el más insignificante de nosotros puede cambiar el curso de la historia.
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