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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 850
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
1 de marzo de 2024
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es muy meritorio e imaginativo el alarde que Lisa Immordino Vreeland consigue con su documental “Truman y Tennessee: Una conversación íntima” porque, a través de la fórmula de los montajes paralelos, va conformando un diálogo entre dos de los más fascinantes genios de la historia de la literatura universal que fueron amigos y enemigos, íntimos y distantes, por temporadas, que se influyeron el uno al otro y que elevaron las cotas de la literatura del siglo XX hasta límites inalcanzables. Hablamos, claro está, del genial novelista Truman Capote y del, para mí, mejor dramaturgo de todos los tiempos, Tennessee Williams.

Para bucear en la relación entre ambos, el documental utiliza imágenes propias de este tipo de formatos narrativos mientras que las cartas y otros escritos cruzados entre ambos genios se vertebran a través de la palabra de dos actores, Jim Parsons (Truman Capote) y Zachary Quinto (Tennessee Williams). Ambos ovejas negras procedentes de familias conservadoras y un tanto desestructuradas, hijos de padres ausentes, ambos homosexuales, ambos sumidos en depresiones periódicas, ambos con muchas amistades comunes, incluido Gore Vidal, resultaba obvio que estaban condenados a conocerse, entenderse y trabar amistad. Así fue, aunque dicha relación tuvo sus más y sus menos y a veces llegó a generar odios, celos y distanciamientos severos. Toda esa parte está muy bien contada de una forma convencional dentro del género documental.

Pero la cinta me resulta brillante cuando Lisa Immordino Vreeland utiliza sendas entrevistas de cada uno de ellos en programas de televisión de la época para montarlas de forma cruzada y generar, con dicho artificio, un diálogo entre ambos genios. Es en ese momento cuando el film cobra brillantez y se convierte en imprescindible para acercarse a ambas figuras literarias en sus breves 81 minutos, que dejan ganas de mucho más.
Sergio Berbel
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8
29 de febrero de 2024
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacer una comedia romántica en Nueva York e intentar que no te devore la sombra de Woody Allen es deporte de riesgo. Es obvio que “Frances Ha” se queda a años luz del genio neoyorquino, pero también hay que reconocer que hubo un tiempo (antes de que se prostituyeran en el cine palomitero vomitivo que significa “Barbie”) que el tándem Noah Baumbach y Greta Gerwig eran capaces al menos de intentarlo con posibilidades. Sobre todo, “Frances Ha” acaba resultando un homenaje más que evidente a “Manhattan” de Dios Woody Allen con toques de la Nouvelle Vague y una pizca de Truffaut. Y le sienta muy bien.

“Frances Ha” no es una gran película, pero sí un film altamente interesante que bucea en los sueños frustrados y en las esperanzas devoradas por la cruda realidad de una chica que está abandonando su cualidad de veinteañera para abrazar la de treintañera y que ve cómo las personas a su alrededor evolucionan vitalmente más y mejor que ella. Esa Frances que protagoniza el film está interpretada por Greta Gerwig, un ser que (hasta que “Barbie” la destruyó) yo he idolatrado siempre por tres causas fundamentales: por ser una actriz portentosa, por ser una directora portentosa (a las pruebas de “Lady Bird” o “Mujercitas” me remito) y por ser la portentosa musa del cine indie norteamericano. Ella cumple los tres requisitos con creces en “Frances Ha”, porque la cinta es ella, sólo ella y nada más que ella.

El segundo elemento que llama la atención del film es su esteticista fotografía en blanco y negro, firmada por Sam Levy, otra marca indeleble del deseo de Baumbach de ser Woody Allen y emparentar directamente con esa obra maestra alleniana titulada “Manhattan”, con la que la cinta también tiene temáticamente algunos puntos de conexión y de la que resulta más evidente que quiere ser hija.

El guión, firmado por Baumbach y Gerwig, sabe pasear por todos y cada uno de los tópicos de la comedia romántica neoyorquina inteligente sin saltarse ni uno. Lo cual me parece más mérito que demérito de la historia coral y poliédrica que se cuenta y, sobre todo, la que más interesa de todas ellas, esa amistad inquebrantable y llena de amor entre el personaje de Greta Gerwig y el de su mejor amiga y compañera de piso interpretada por Mickey Sumner. Ellas dos constituyen la fuerza gravitatoria de este muy interesante film.
Sergio Berbel
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6
29 de febrero de 2024
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Víctor García León se ha domesticado. “Los europeos” no tiene la mala leche corrosiva y provocadora de “Vete de mí” o “Selfie”, que retratan sin piedad al género humano. Aquí ha moderado su ataque, lo ha dulcificado, le ha dado un barniz más comercial y menos hiriente y, por ello, no firma una mala película pero tampoco un producto cultural que llegue ni al tobillo a sus dos magníficas películas anteriormente mencionadas.

Lo cual no significa que sea inocua del todo, porque se trata de la adaptación de una novela de Rafael Azcona y, eso, por definición y necesidad, implica carga de profundidad contra lo que somos y la sociedad en la que habitamos, tocando temas complejos y valientes entonces e incluso ahora.

Está comenzando el (falso) desarrollismo franquista a finales de los años 50 en torno al invento del turismo, cuyas consecuencias estamos padeciendo ahora tan dura y crudamente. Miguel y Antonio son dos jóvenes de provincias que llegan a una Ibiza que comienza a desperezarse ante la llegada del turismo y que, a los ojos de estos dos treintañeros, es el paraíso del hedonismo, el sexo y el alcohol, con la única finalidad de intentar llevarse a la cama a la primera guiri que pase por delante. Pero la vida siempre sorprende y pocas veces para bien, y lo que se presumía unas semanas de bacanal continua se convertirá en relato de iniciación a la madurez que cambiará sus vidas definitivamente.

Ambos jóvenes están magníficamente interpretados por Juan Diego Botto (el extrovertido, el ligón, el de las urgencias sexuales) y Raúl Arévalo (el apocado, el tímido). La tercera en discordia, una turista francesa, está magistralmente interpretada por Stéphane Caillard, el personaje más rico en registros que permite brillar a la excelente joven actriz que se erige, de lejos, en lo mejor del film.

La dirección de fotografía de Eva Díaz es lo que la historia requiere: muchos tonos pastel, planos amables, colores saturados y un buen saber aprovechar la belleza natural de la isla (al menos de lo que queda de ella). Y la música de Selma Mutal pasa desapercibida, dicho más como elogio que como crítica.
Sergio Berbel
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6
27 de febrero de 2024
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un film más importante por lo que significa que por lo que ofrece. Sin duda, la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1967 supuso marcar un camino a la modernidad y a la experimentación fílmica que obsesionó a la mejor generación de cineastas de la historia, los setenteros que conformaron el Nuevo Hollywood y que tomaron a “Blow-Up” como fuente de inspiración para la conformación de un cine más moderno, libre y desprejuiciado formal y temáticamente, anclado en la psicodelia pop y las drogas.

Adaptando libremente un cuento de Julio Cortázar, nos cuenta la historia de Thomas, un fotógrafo de moda en la cresta de la ola, con el que todas las modelos quieren trabajar que, tras hacer unas fotos improvisadas en un parque de Londres, descubre al revelarlas un secreto incierto e inesperado, quizás un crimen. Pero más allá de una línea argumental más casual que otra cosa, sin mucha proyección narrativa lineal, es la manera libre y profundamente novedosa de rodar y los personajes y temáticas abordadas lo que interesa del film. Desde la llegada estilística y argumental setentera hasta las drogas y la psicodelia pop que invade cada plano de la cinta, interpretada por un amplio elenco actoral que pareciere igualmente bajo el influjo masivo de sustancias psicotrópicas durante el rodaje del mismo. Yo no lo afirmo, pero lo intuyo, y tampoco hay que ser Sherlock Holmes para sacar semejante conclusión.

Protagonizada por David Hemmings, por delante de la alocada cámara de Antonioni comparecen unas jovencísimas Vanessa Redgrave, Sarah Miles, Jane Birkin, Gillian Hills o la inquietante modelo alemana Verushka.

La fotografía, gozosamente setentera, de Carlo Di Palma es llamativa por el uso de los colores saturados, al igual que la estrambótica música de Herbert Hancock, en consonancia con el espíritu del film.
Sergio Berbel
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10
26 de febrero de 2024
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seis años después de esa obra maestra épica como es “Fargo”, los geniales Joel y Ethan Coen volvieron al thriller como forma de diseccionar la realidad familiar, sin piedad alguna hacia ella porque no la merece, en la no menos magistral “El hombre que nunca estuvo allí”. Con bastante menos (inexplicable) repercusión que “Fargo”, para mí tiene, como mínimo, la misma calidad que ésta. A lo que tenemos que adicionar en este film de 2001 una cuestión que lo hace sublime, una de las fotografías en blanco y negro más bellas de la historia del cine a cargo de Roger Deakins. La belleza formal de esta película tiene pocos precedentes y hace levitar al cinéfilo más exigente. Hay planos que, una vez vistos, permanecerán en la memoria de tu retina cinéfila para siempre. Otros, directamente, deberían estar colgados en un museo.

Pero si inconmensurable es un belleza formal, no se queda atrás su contenido, el retrato sobre un perdedor que se sabe perdedor y que, por tanto, juega las cartas que le da la vida con la osadía del que está tocando fondo y ya no puede descender más.

De una manera colosal, la cinta nos sumerge en el verano de 1949 para contarnos la historia de un callado e introvertido barbero (interpretado de manera antológica por Billy Bob Thorton) que trabaja para su cuñado, una máquina de disparar palabras estúpidas. Cuando vuelve a casa, el panorama no es más alentador, dado que su esposa (magistral Frances McDormand) tampoco calla ni lo respeta, además de tener una relación adúltera bastante evidente con su jefe (un tal James Gandolfini, ahí es nada). Entonces es cuando el barbero decide (ésta es la conexión con “Fargo”) escribir al jefe de su mujer para hacerse pasar por otra persona y chantajearlo con airear públicamente dicha infidelidad si no entrega diez mil dólares. Con ese dinero, va a invertir en la oferta con la que un charlatán lo ha embaucado para crear una cadena de lavanderías en seco.

Esa capacidad visual innata, reconocible e insuperable de los Coen se desparrama a lo largo de toda la cinta, acompasada por la música de su inseparable Carter Burwell, que se acompaña de algunas sonatas de Beethoven que la hija de un abogado vecino suyo siempre interpreta al piano y con la que el barbero entabla una extraña relación. La niña en concreto es una jovencísima Scarlett Johansson. Porque la nómina de actores y actrices secundarias de esta película toca el cielo cinéfilo, como todo en la misma, una de las películas más bellas que haya visto en toda mi vida y un homenaje de los Coen al cine negro norteamericano clásico.
Sergio Berbel
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