Portugal, tan lejos y tan cerca. El querido país vecino posee una filmografía tan prestigiosa como desconocida. Junto al incombustible Manoel de OLiveira con un siglo a cuestas, destaca dentro del cine de autor luso, la figura del genial Joao César Monteiro, el Woody Allen portugués. Cojan a Allen, cambien la montura de sus gafas, dejénle crecer barba y mostacho y cambien Manhattan y la Gran Manzana por Lisboa y su barrio de Alfama, y tendrán la silueta genial del gran Monteiro.
En estas recordacoes da casa amarelha se cuenta la historia de una sucia y destartalada pensión lisboeta cuyo huésped principal es un vagabundo bohemio y sórdido acosado por la cochambre y las chinches, que se enamora de una clarinetista hija de la dueña. Comedia dramática negra negrísima, protagonizada por el propio Monteiro, y que da pie para una serie de preciosas y divertidas escenas costumbristas en las que se reflexiona con acidez y amargura marca de la casa sobre la precaria fragilidad de la condición humana Ganó merecidamente el León de Plata en Venecia y supuso el descubrimiento imternacional de su alleniano director.Plenamente recomendable para los amantes del humor inteligente y de la Lisboa más oculta.

Inspirada, según cuenta el propio direcror, en sus expeiencias como profesor de electrónica y su relación con los alumnos de un determinado contexto urbano cercano a la marginalidad. Se trata de su segunda obra, tras la eternizada Tasio, donde fortalece su ya mítica colaboración con el productor donostiarra Elías Querejeta, y da rienda suelta a la dimensión social que caracteriza la primera etapa de su carrera. Se acercan brumas en el horizonte de una pareja de yonkies en el San Sebastián invernizo de los 80, envuelta en una eficaz atmósfera impresionista tan turbia como la historia que narra, y con unos claroscuros dignos de Caravaggio, y que suponen el escenario perfecto para las descarriadas andanzas de la pareja protagonista. Película radicalmente urbana, rabiosamente moderna, donde un casi debutante Armendáriz da muestras ya de la sobriedad de su pulso narrativo con un magistral uso de la
elípsis y de los fuera de campo, eligiendo el camino de la sutileza y la sugerencia antes que los detalles escabroso y truculentos tan habituales de la época. Ganó la Concha de Plata en el festival de San Sebastián y supone la definitiva irrupción del gran Montxo en nuestras pantallas y la confirmación de su talento narrativo y, ante todo, de un reposado y solemne estilo propio. Otra obra maestra de cine comprometido.

El majestuoso colfón provisional en la sólida filmografía del querido Montxo en su obra más personal. Una visión onírica del costumbrismo rural vasco, basada en el libro de relatos Obabakoak, a la que el de Olleta dota de un complejo guión estructurado en torno a tres historias en flashbacks, a medio camino entre realidad e imaginación. Una joven estudiante de cine emprende un viaje a los míticos territorios de Obaba en busca de material fílmico, focalizando en ese mágico itineraro, a una serie de personajes, cuya intensa fuerza telúrica va desvelando Armedndáriz con su proverbial solemnidad. En este bien engranado caleidoscopio de emociones se dan cita la soledad, la alabanza de aldea, el peso de la tierra y el vértigo ilusionado de los sueños, dando como resultado una rara obra maestra de ciertos ecos tarkovskianos. Para paladares exigentes.

Basada en el best seller homónimo, en su cuarto largometraje traza Armendáriz una briosa y fideligna aproximación a la generación X. Tomaando como referencia un bar de copas en el Madrid nocturno y estival de los años 90, una cuadrilla de jóvenes buscan su identidad volcándose en una espiral de placeres fugaces y vertiginosos donde el sexo, las drogas, y el rock and roll son las principales vías de escape y diversión, y que desembocan finalmente en un nihilismo feroz y un vacío existencial, que Montxo narra con descarnado realismo envolviendo el film en una eficaz atmósfera turbia y claustrofóbica, que recuerda en ocasiones a la precedente 27 horas. Acabó siendo un acertado retrato generacional y un gran éxito de público de la que, posoblemente, sea la obra más comercial del director navarro.

Por encargo de la Junta de Extremadura, el gran Montxo cambia de registro, y hace una fértil incursión en el terreno del documental. Se trata de una original mezcla de road movie y de musical, ya que sigue las andanzas ambulantes del cantautor Luis Pastor por los pequeños pueblecitos y aldeas de las Hurdes extremeñas. Como es habitual en la obra filmográfica de Armendáriz existe un profundo interés por la etnografía rural, aquí facilitada por el formato documental que le permite hacer pequeños estudios sobre los usos y costumbres de la Alta Extremadura, los recuerdos y sueños de llas gentes del lugar,sus anhelos, ocupaciones y preocupaciones cotidianas, en definitiva, una perfecta semblanza del hábitat rural y de una cultura en vías de extinción bajo el hilo conductor de todas las músicas de la comarca.