Ya que estamos con el tema de las irrealidades, a mí la mayor de todas me parece la nota media que obtiene esta película, tanto de la crítica especializada como de los comentaristas de esta web. Yo es que alucino, porque o soy medio gilipollas y mi cerebro no me llega para entender lo que acabo de visionar o la peña soslaya escandalosamente el hecho de que en Origen todas las situacines son absurdas y traídas de los pelos.

La premisa argumental es tan poco creíble y delirante que impregna toda la historia, contaminándola de tal forma que no se produce un solo momento que contenga algo de lógica. Esto, faltaría más, le quita al desarrollo del film toda la emoción posible, ya que el espectador -al menos el que busca otro tipo de sensaciones- se prepara para cualquier cosa por increíble que pudiera ser. Olé los cojones de todo aquel que vaya al cine a ver imágenes espectaculares, que en Origen las encontrará a puñados y todas de una calidad impresionante, pero si lo que se busca es una historia que te diga algo, que te emocione de alguna manera y te mantenga atento a la pantalla, avisarle de que ésta no es su película.

Pues eso, que mucho brillar visualmente para no decir absolutamente nada.

... Lo digo por que Shrek 4 ha conseguido tenerme pendiente de la pantalla, atento a ver en qué terminaba la pequeña/gran locura del verdoso ogro, que en un arranque de hastío existencial y harto de representar el papel de papi ideal -incluso se supone que las opulentas formas de su señora le resultan ya rutinarimente monótonas (que sí, que sí, que la Fiona está jaquetona y potente, no me digais que no)-, decide echar una cana al aire, cayendo en las malas artes del astuto Rumpelstiltskin y... bueno, supongo que el argumento se ve venir de lejos.

Pues eso, que dado que la historia me ha resultado bastante entretenida, que me he reido en un número considerable de ocasiones y que la calidad visual ha sido, como siempre, apabullante, no me queda otra que calificar al supuesto cierre de la saga con el güarismo arriba indicado.

Para pasar un muy, muy buen rato.

Da coraje ver películas de buena factura, bien dirigidas y mejor trabajadas, echarse a perder por culpa de un minutaje excesivo y un cambio de intenciones entre partes bien diferenciadas. Concretamente, lo que le pasa a Un profeta es que la primera parte es bastante buena, pero la segunda es sencillamente aburrida. De ser un magnífico drama carcelario (siento usar la tan manida expresión, pero es la que hay), pasa a ser un thriller de acción gangsteril donde los tejemanejes de tanto mafioso malencarado termina por cansar y provocar más de una apertura de boca. Con todo, se deja ver y tampoco es tan malo que a ciertas horas induzca a la somnolencia, algo nada desdeñable en estos tiempos de incertidumbre en los que la tranquilidad brilla por su ausencia.

Lo dicho, muy buen comienzo que se va difuminando hasta acabar cansando.

Historia original, aunque sin abandono de los recursos del género. Propicia un muy buen rato con un argumento que capta tu interés y te hace reir y ponerte tierno a partes iguales. O sea, lo que acostumbra a hacer este tipo de trabajos. Por eso considero que El lince perdido no tiene mucho que envidiar a las grandes del género, dicho sea esto por una voz no autorizada, ojo (lo digo por los detalles técnicos que no esté capacitado para ver).

Sorprendente, porque no esperas mucho de ella al principio.

No ví la primera entrega, así que no puedo hacer las oportunas comparaciones. Con todo, me pareció una película honesta de la que no hay que esperar más de lo que a priori ofrece: distracción; pasar el rato con un magnífico tratamiento visual (ir a spoiler) en el que pone su montón de arena la monísima Amy Adams, con el resto de actores haciendo bien sus trabajos. También te saca alguna risita que otra.

Correcta.