Podemos asegurar que la inmersión de Guy Ritchie en el cine bélico se ha saldado con éxito. A las escenas de acción realistas, tensas y brutales se les suma un conocido drama de fondo (el de aquellos afganos que optaron por colaborar con los Estados Unidos, arriesgando sus vidas, confiando en la promesa de un futuro mejor, y a quienes dejaron de lado). La historia posee fuerza, los intérpretes convencen, los dilemas morales resultan creíbles. Impresionantes localizaciones. Emociona y angustia el pacto forjado entre esos dos hombres sometidos a una situación extrema. Tampoco se comete el error de idealizar a los personajes; en la guerra son todos asesinos, necesitan serlo. Película sólida, potente y angustiosa; te agarra y no te suelta. No sentí la tentación de mirar el móvil ni una sola vez durante todo el metraje. Bien por Ritchie.

Una curiosa mezcla de ciencia ficción apocalíptica y comedia negra con toques de romanticismo. Un joven se queda dormido y llega tarde a una cita con su novia; entonces escucha sonar el teléfono público... Ambientado en una noche de pesadilla, el guion nos depara abundantes sorpresas, esbozando personajes excéntricos, apuntando subtramas que desaparecen y reaparecen, deslizándonos a través de un viaje a la locura, una carrera contra el tiempo, conduciéndonos hacia un final irreprochable. Un puñado de buenas actuaciones adornan una película singular, entretenida, frenética, angustiosa, con alma. Una obra ingeniosa repleta de ideas.

Chinatown es un estado mental. "Para mí, significa mala suerte", le confiesa el detective J.J. Gittes a la bella y misteriosa Evelyn Mulwray, una mujer que oculta muchos secretos, quien quizá posea la clave del caso. Polanski impregna de clasicismo y tristeza una intriga desoladora. Chinatown es la fatalidad, el destino adverso, el pasado que amenaza con volver. La trama del agua, compleja y totalmente creíble, pues además está basada en hechos reales, es el gancho perfecto con el que atraernos hacia un viaje por los entresijos del mal. Es 1937 y nos encontramos en la ciudad de Los Ángeles. Corren tiempos difíciles para J.J. Gittes, un investigador privado de baja categoría, un ex-policía ocupado ahora tan sólo de divorcios, trabajos alimenticios, un tipo cansado experto en pequeños chanchullos, acostumbrado a lidiar con la sordidez. La oportunidad de hacer algo bueno le llega gracias a una historia que le viene grande. Por medio hay una rubia, un millonario viejo y cruel, una joven desaparecida, un hombre honrado posiblemente asesinado, una gran empresa queriendo hacer negocio, unos terrenos malvendidos, matones, polis corruptos, un vagabundo ahogado en un río seco. Y el pasado que se va colando por los vericuetos de la investigación hasta resurgir en un desenlace brillante. Recuerden, esto es Chinatown: los ricos se salen con la suya, las ilusiones resultan aplastadas, los buenos son castigados. A los breves momentos de belleza les suceden las tinieblas. Todos los caminos conducen a la tragedia. El mal siempre prevalece.

- ¿Le duele?
- Sólo cuando respiro

Un adicto al juego y su familia se ven envueltos en el atraco a una casa de apuestas. Un francotirador del GEO, cuyo hijo se debate entre la vida y la muerte en el hospital, recibe una llamada de su jefa para acudir al trabajo.

Lo que empieza como un thriller potente y efectivo deriva luego en culebrón. Vas al cine a ver una de tiros y persecuciones y acabas inmerso en una vorágine de dramas, una montaña rusa de emociones. Las interpretaciones sostienen una trama que se torna disparatada y absurda; uno de estos guiones plagados de casualidades, en los que todo resulta increíble: las acciones de los protagonistas, el cúmulo de tragedias, las tensiones, los conflictos. Todo te acaba dando igual. El exceso de melodrama agota. Película para pasar el rato, entretenida (sólo faltaba que no lo fuera), olvidable, ridícula.

Nueva incorporación a la saga "Evil Dead", nueva orgía de sangre. A la estupenda trilogía original ya se añadió hace diez años una película muy meritoria de Fede Álvarez. En esta ocasión, la acción se traslada del bosque a un cochambroso edificio situado en los suburbios. Una técnico de sonido, tras descubrir que está embarazada, visita a su hermana y a sus sobrinos; esa misma noche, se produce un pequeño terremoto que desata el horror.

Cada entrega de la franquicia supone una variación más o menos inspirada del mismo tema. Precuela teórica, secuela cronológica y remake en espíritu, la obra propone una generosa ración de sustos, un festival de gore que hará la delicia de los aficionados. Encontrarán posesiones, mutilaciones, muertes horripilantes, vómitos, y algún que otro guiño cinéfilo. También se toparán con el descubrimiento del "Necronomicón", y con la aparición estelar de nuestra vieja amiga la motosierra. El humor se halla muy diluido.

Es lo mismo de siempre, tal y como se espera. Uno no va a ver "Posesión infernal" para que te sorprenda la trama o te interesen los personajes, pero sí que hubiera agradecido mayores dosis de originalidad, algún detalle que elevara el nivel. Personalmente, no me ha gustado tanto como las otras; después de haber leído las críticas, esperaba más.