-apagaYvamonos-

Y siguiendo con mi crítica, he de decir que la pelea final me resultó un tanto farmacéutica borracha, ya me entendéis. Como todos sabemos, el puzzle es concéntrico, delirante y pelirrojo, y a riesgo de parecer soez, me atrevería a afirmar que ojalá tuviera un yate, aunque sólo fuera en el apellido. ¡La de chapuzones que me iba a dar con la morsa de la Charo! ¡Menudo estiércol hecho mujer! ¡Qué asco! La Charo es la excepción del “cuando no hay lomo, de tó como”, un cactus puede resultar más apetecible. Pero soy tan antisistema que me paso los cánones de belleza por el forro. También he de confesar que uno se siente bien haciendo feliz a la gente… El simple hecho de cogerla por la pechera, llevármela al cine a ver al Vomitter, comprarle un saco de cinco kilos de palomitas, y hacerle un par de chapuzas en “el pantano tenebroso”, es una experiencia gratificante para mi espíritu, pero se pasa miedo, creerme.

Sin más me despido chavalada, hacía tiempo que no vomitaba por aquí, y qué mejor ocasión que la despedida del Vomitter. Le dedico mis dulces palabras a un colega que siempre está excelente, siempre maravillante, siempre agónico, agudo, agugugú. Apaga, esto va por ti, pa tus cojones, pa tus sobacos y pa tus callos de los pies. Espero saber de ti pronto, y a vosotros, queridos amigos, les diré una última cosa: no hay más ciego que el que no quiere ver, ni más ciego que el que voy a coger esta noche.

No hace falta ser un lumbreras para darse cuenta de que todas estas jilipolleces que se me acaban de ocurrir son auténticas minucias en comparación con estar enterrado vivo, por lo que no supondrían una ración extra de angustia para el espectador, pero… ¿y si además el protagonista fuera tartamudo? ¡Pero no un tartamudo cualquiera, sino un tartaja de mucho cuidao! Imaginaos la sensación de estrés que ello provocaría al público, la tensión que sentiríamos al ver al pobre enterrado, al cual le repite el alioli, le cuesta despegarse los dedos mientras oye el “chín, chín, chín!” de Psicosis, viendo a la Carmencita, al Falete y a esas cosas grandes amenazantes, y para más inri intentando comunicarse por el móvil tartamudeando de la forma más desesperante posible, sabiendo que como no logre articular pronto una frase entendible va a terminar alimentando a los gusanos… ¡Realmente Impagable!
Espero que mi colega Cortés no lea esta crítica nunca, porque el pobre hombre probablemente decida dedicarse al cine infantil o a los anuncios de compresas… En fin filmaffiteros, ¡qué crisis más mala! ¡Cachondeo y humor al asunto o acabaremos todos “buried” en vida!

¡Y para colmo le dan el Oscar nuevo de esta edición: el de mejor directora! Me parece increíble que hayan pasado de Quentin y sus bastardos, sin duda el mejor homenaje a la historia y a la humanidad que se ha hecho jamás, un peliculón con los sublimes diálogos característicos de este crack, un guión originalísimo, unas interpretaciones inmejorables, y una trama valiente y lúcida, que seguro que habrá hecho feliz a todos los judíos del planeta, a la gente de color, y a cualquier persona que se haya topado alguna vez con una cucaracha. Yo disfruté enormemente viendo morir cucarachas cruelmente asesinadas, mientras me hincaba una estaca de maría, me metía unos lingotazos de whisky, y la "morsilla" me trabajaba los bajos… ¡Pocas veces he estado tan cerca del cielo!

Entre trago y trago, calada y calada, suspiro y suspiro, pude advertir que había un tío en la pantalla hablando un huevo de idiomas, y bordando el pedazo papel que Quentin le había regalado, sin duda un gran descubrimiento. Pero el mayor descubrimiento que hice durante el visionado, es que contemplar cucarachas morir me pone más cachondo que la pastillita azul (a la cual recurro cuando el nivel del colocón que llevo sobre mi espalda supera cotas sobrehumanas)… Tal era el grado de solidez que alcanzó mi “blackandecker”, que en uno de los enviones “gargánticos” que pegó la Charo llegó a partirse dos muelas, como si se hubiese golpeado contra una barra metálica. Los dos nos sorprendimos tanto por lo sucedido, que empezamos a experimentar para comprobar hasta dónde podía llegar mi poseído manubrio… La Charo comenzó a animarme vitoreando mi nombre y dando saltitos, cual sexy y adolescente “cheerleader”, pero sin lo de sexy y adolesecente… y sin lo de “cheerleader”…

Pues bien, llegué a partir tres mesas de un golpe seco casi sin inmutarme; luego nos echamos una partida a mi billar, la cual gané usando mi propio taco; le gané también a un combate de espadachines, ella con una escoba y yo con mi Excalibur… me estaba emocionando tanto con lo dura y enérgica que la tenía, que en uno de esos pasos de baile que me estaba marcando a modo de celebración, el gato de la Charo se cruzó por en medio confundido por mi emoción y tuvo la mala suerte de colisionar con mi monolito, muriendo súbitamente tras el brutal impacto… Imaginaos el cuadro… a la "morsilla” se le quitaron las ganas de succionar, y a mí se me quitaron las ganas de seguir viéndole ese careto diarréico que se le acentúa cuando está triste… por lo que no tardé en despacharla de mi humilde morada con suaves y delicados empujones… ¿Adivináis con qué la empujaba no? ¡¡¡En efecto!!! (¡¡¡Auto-choque!!!)

Así que ya sabéis gente, si el pito no se os pone duro, o tenéis problemas de concentración a la hora de fornicar, un buen sobeteo de miembro mientras veis “Malditos bastardos” os levantará la moral y el instrumento, pero cuidado si tenéis mascotas cerca. Quentin, una vez más, gracias.

PD- nazis = cucarachas = basura