Muchas escenas ridículas y actores mal dirigidos. Eso es lo que mayormente ofrece esta tercera versión de "Botón de ancla". Las anteriores fueron dirigidas por el mismo Torrado y Miguel Lluch. Torrado se encontraba en decadencia y quiso echar la vista atrás para acariciar al éxito nuevamente. Lo único que resulta divertido y sostiene la cinta es la lucha que mantienen la muchachita ingenua encarnada por Maribel Martín y la mujer experimentada encarnada por Marisa Medina por el amor del bello Peter Lee. Hay también algunas localizaciones agradables en las escenas de exteriores. Respecto a las otras versiones no ofrece ninguna novedad aunque todo esté convenientemente modernizado. Es el nefasto argumento de siempre. Una obra sostenida a base de anécdotas que por ello puede entretener al espectador no demasiado exigente.

Los años en que el productor Masó y el director Lazaga lanzaban sin parar productos ligeros y divertidos, en este caso un vodevil gracioso y amable donde la picaresca esgrimida se compensa después con soluciones fáciles y agradables para que los maridos no se fijen tanto en la mujer del prójimo y valoren más a la que tienen en casa. Uno de los mejores momentos es la escena inicial donde todas las parejas celebran el fin de año. La cinta cumple su función de hacer pasar un rato divertido y entre las bellas actrices nos encontramos con la inolvidable Irán Eory en uno de sus últimos papeles en España antes de marcharse a México y convertirse allí en una reina de las telenovelas aunque posteriormente siguió visitando nuestro país. El talentoso Juan Mariné fue el director de fotografía de muchas producciones de Masó. Es de una época donde la comedia española no estaba lo degradada y corrrompida que está actualmente. Pero de todas formas no alcanza el nivel de las comedias anteriores de Lazaga producidas por Dibildos.

Tres chicos madrileños que van a pasar la Semana Santa de 1967 en Torremolinos. Con ese punto de partida Pedro Olea confeccionó una obra deliciosa que habla del amor, de los sentimientos, de las emociones y de la alegría en un conjunto lleno de matices. Hasta en los diálogos que puedan parecer más intrascendentes hay profundidad y una sensación de autenticidad determina toda la narración. Uno de los momentos más brillantes es la extraña fiesta en la que se reunen todos los personajes. Olea se sirve de todos los recursos fílmicos posibles para realzar cada escena de la obra, valorando bien todo lo que tiene a su alrededor. El único defecto es la excesiva espontaneidad de algunas secuencias lo que da pie a una cierta sensualidad en algunos momentos eficaz y en otros momentos algo fastidiosa. Sin duda es una película especial.

La versión española de una película asquerosa y sobrevalorada como es "La noche de los muertos vivientes". Hay secuencias calcadas de aquel repugnante producto y a pesar de que también como es lógico tiene escenas repugnantes el uso del color las atenúa un tanto porque si el film de George A. Romero del 68 hubiese sido en color quizá no hubiese resultado tan hiriente y desagradable. La película empieza muy bien y mantiene en casi todo momento la atención del espectador. El coche que usa la protagonista es un mini-morris azul. Jorge Grau aprovecha perfectamente la belleza de los exteriores y filma con habilidad.

La vuelta de Pedro Lazaga a Ágata Films, donde a finales de los años 50 realizó una serie de películas al menos decorosas. Los tiempos habían cambiado y se quiso hacer una comedia a tono con los tiempos que se estaban viviendo entonces, lo que se refleja en un tímido coqueteo con el destape que representa el mayor defecto de una película que cuenta las anécdotas sentimentales de un grupo de personajes unidos por lazos familiares o de amistad. La pareja protagonista formada por Jose Sacristán y María Luisa San José funciona perfectamente y encontramos a una sugestiva Cristina Galbó, a la adorable Silvia Tortosa, a la difunta Sandra Mozarowsky... El reparto es lo que se dice atractivo. La estupenda música de Antón García Abril es otro punto a su favor. Y Lazaga lo envuelve todo con su peculiar estilo fílmico. Hay algunos diálogos brillantes y a pesar de ciertos defectos el resultado general es positivo. Incluso puede considerarse "Hasta que el matrimonio nos separe" como una película muy especial y destacable desde luego dentro del nefasto panorama del cine español de su época. Pudo ser mejor pero tal y como es sigue resultando encantadora.