Thriller absorbente, de buen tono, que nos describe con detalle una estafa multimillonaria. Con una galería heterogénea de personajes; desde delincuentes habituales, mafiosos de barrio, curtidos en el arte de los timos, hasta un pijo con ambiciones, casado con la hija de un empresario muy poderoso. También nos encontramos con el agente de aduanas que vive exclusivamente para su trabajo, y se obsesiona con perseguir a los causantes del fraude.

La miniserie resulta dinámica, nos guía hábilmente por los vericuetos del caso, deja en mal lugar a la burocracia francesa, explica de manera clara el procedimiento seguido por los delincuentes, la grieta atisbada en el sistema, la preparación y ejecución del plan. Los elementos son atractivos, y funcionan. Vista la primera parte (seis episodios), espero con ansias la segunda.

Salgo del cine afectado, como si me hubiera pasado un camión por encima. La película es dura, honesta, escrita con ética, aprovechando el tiempo transcurrido para reflexionar sobre la desgracia. ¿Qué sentido tiene sobrevivir a un accidente de avión, encontrarte perdido en mitad de los Andes, ser dado por muerto, atravesar mil penalidades, enterrar a amigos, tomar decisiones terribles, asistir a la debacle física, padecer lo indecible sin perder la esperanza? ¿Cómo hicieron para no hundirse?

Bayona rueda en español, con actores locales, sin estrellas. Pone el foco en los que no volvieron. Retrata el esfuerzo colectivo de un grupo de hermanos empeñados en perdurar; la constitución de una sociedad humanitaria. Te hace sentirte uno más del grupo, sentir el hambre, la sed, el frío, el miedo, el compañerismo, el dolor. Te hace creerte dentro de ese avión, rodeado de montañas, experimentar la soledad de ese paisaje inhóspito. Comprendes los lazos les unieron a todos, el horror de lo que se vieron obligados a hacer.

No creo que hubiera una mejor forma de abordar esta historia. El narrador nos lleva de la mano y nos convierte en testigos de lo sucedido. Las imágenes de la tragedia cobran vida. La película acaba, pero no te suelta; permanece contigo. Invita a repensarla, y a admirarla, una y otra vez.

Años 80. Oskar, un profesor de aerobic, entra en contacto con la familia Farad, un clan instalado en Marbella y dedicado a la compraventa de armas. El protagonista accede a un mundo de lujo, glamour y peligro, donde abundan las traiciones, en el que un negocio que sale mal puede significar la muerte.

Barroso y Hernández, equipo creativo detrás de miniseries de éxito como "El día de mañana", son los responsables de un producto adictivo e inteligente. Los episodios pasan volando y combinan hábilmente el repaso a acontecimientos históricos y el drama de personajes. Las peleas entre hermanos se mezclan con las intrigas urdidas por la CIA y la rivalidad con otro contrabandista. Las tribulaciones de Oskar, un joven ambicioso pero con escrúpulos, decidido a abrirse camino y ganarse el respeto de su esposa y su suegro, están magníficamente contadas.

El mayor punto a favor de la serie son sus actores. Intérpretes comprometidos, veraces, dando vida a individuos complejos, contradictorios, haciendo creíbles sus conflictos, insuflando fuerza al guion. "Los Farad" no inventa la rueda, pero engancha.

A un detective privado, cuyo matrimonio atraviesa una crisis, le encargan buscar a la hija de una antigua estrella del celuloide.

Gene Hackman asume el protagonismo de una cinta que recupera el aroma del mejor cine negro. Arthur Penn dirige sin aspavientos una intriga dura, fatalista, desmoralizada. Los perdedores son sujetos que dan vueltas constantes sobre su eje; viven la vida detenida, persiguiendo algo que quedó atrás, empujados sin descanso hacia el pasado. El sabueso cansado y cínico ha de sobrellevar las infidelidades de su esposa, dignificar un trabajo que todos desprecian, alternar con individuos detestables, visitar ambientes sórdidos, indagar en el lado oscuro de la naturaleza humana. A su favor sólo cuenta con su inteligencia, sus frases mordaces, su sentido del deber. En los momentos de descanso recrea partidas de ajedrez donde uno de los jugadores estuvo a punto de dar un mate espectacular. No nos hace falta conocer todas las piezas del puzle para reconocer el sabor del fracaso. A Harry Moseby le basta con pequeños gestos, como intentar ayudar a una cría de dieciséis años a la que nadie quiere, para diferenciarse de la chusma que le rodea. "Yo no resolví este caso. El caso me cayó encima".

- ¿Quién gana?
- Nadie. Unos pierden más despacio que otros.

Una muerte en extrañas circunstancias da lugar a un juicio que disecciona los problemas de un matrimonio. ¿Accidente, suicido o asesinato? Ninguna tesis nos convence. A cada argumento expuesto le sigue un argumento que lo desmonta, cada réplica tiene su contrarréplica. Se trata de una película cerebral, gélida, llena de personajes antipáticos. Le sobra psicología. Tras 150 minutos desmenuzando los entresijos de una relación y las distintas interpretaciones que suscitan los hechos descubres que en realidad te importa poco lo que sucediera. Para eso te pones a ver un true crime. Además te encuentras todas esas contradicciones: ella es una autora de éxito, pero resulta que están en la ruina; se supone que es una mujer controladora, pero se mudaron al pueblo donde nació él; él está deprimido, pero hace tiempo que dejó de tomar la medicación y es quien más se ocupa de cuidar al hijo. Una historia enrevesada, retorcida, absurdamente compleja, que no tiene nada interesante que contar.