Manhattan

Cine de autor. Probablemente una de las películas más elegantes y refinadas del cine. A cualquier nivel. Podría ver la película sin audio por sólo fijarme en su fotografía. Podría escuchar la película sin imagen por sólo oír su banda sonora. Incluso podría leerme la película por sólo disfrutar de su peculiar guión.
Estoy convencido de que en cualquiera de los tres casos estaría ante una obra maestra de su disciplina artística, pero tengo la sensación de que el todo es infinitamente más profundo que la suma de sus partes.

Da la sensación que el genio neoyorquino, Woody Allen, utiliza toda su prosa para algo más que para tejer una visión crítica, intelectual, moderna y elitista de la alta sociedad americana y sus preocupaciones de lo más banales. Da la sensación de que el romántico no despliega todo su carisma y particular estilo narrativo para únicamente hablarnos del amor y las relaciones personales. Da la sensación de que el cómico no quería simplemente contarnos una historia sobre una serie de temas que le definen o se cuestiona bajo su muy personal sentido del humor. No parece casual que la película comience con una rapsodia o utilice el blanco y negro pese a por entonces cumplir el cine 35 años en color. Hay algo más.

¿Por qué “Manhattan”?

Porque sin dejar de ser todo lo que he comentado, me atrevería a decir que durante toda la película sólo habla de ella. Manhattan es un poema repleto de contrastes, una oda que escribe y fotografía la ciudad de la que se enamoró, que se mantiene perenne, elegante e intemporal como una foto en blanco y negro y cuya composición aprovecha para situar y escalar a los personajes respecto de la magnificencia de Nueva York. Es una rapsodia de distintos temas, estilos y percepciones de su ciudad. Como hiciese Queen en uno de sus más famosos temas, el director nos plantea distintas caras de una misma moneda, todas personificadas en cada una de las relaciones que nos va contando en la película.

Manhattan tiene lados románticos, dulces y jóvenes, y otros más intelectuales, serios y maduros. Manhattan es el Central Park pero también el Guggenheim. Es Tracy pero también Mary. También es esa antigua relación ruidosa que le atormenta como el tráfico en la Quinta Avenida. También cambiante y fugaz como los fuegos artificiales del prólogo.

La película comienza y acaba con imágenes de la Gran Manzana. Porque aunque pueda visitar, conocer o enamorarse de otras ciudades, aunque tenga que esperar 6 meses, siempre le quedará ella, su amor juvenil, Manhattan.

9/10.

Todo un clásico del neoyorquino Woody Allen, un brillante poema visual dedicado a esa ciudad que ama y que odia, pero a la que se siente inevitablemente aferrado.
Manhattan es una comedia con tintes de drama, una película que, como la mayoría del genio neoyorquino, nos habla del amor y del arte, de la juventud y la madurez, de la vida y de la muerte, pero sobre todo de la inevitable naturaleza humana.
Aquí mejor que nunca Woody nos muestra con lucidez la búsqueda de la desestabilizadora estabilidad emocional, mediante unos personajes inmaduros, cargados de miedos y neurosis, distantes pero en el fondo cercanos a lo que todos somos, siempre con un punto cómico de ironía y dulzura, sello inconfundible del maestro.
La película derrocha magia, una magia hipnótica que sobrecoje e impacta, una magia que graba en la retina momentos difíciles de olvidar. Imprescindible.

Más imperfecta que su otra gran obra maestra, 'Annie Hall', y quizás, también, más superficial –al menos en fondo–, aquí parece como si Woody Allen no estuviera tan interesado en presentar y desarrollar a unos personajes –que vienen y van en la enormidad de la Gran Manzana, donde sus problemas se diluyen en el trajín de la capital del mundo–, sino en transmitir un sentimiento a través de la ciudad que ama. Porque esta película se asimila a un estado de ánimo, es inestable como todo lo que corresponde a lo intangible. Ni siquiera su final es redondo y, probablemente, la película debería irse a negro cuando el propio cineasta –una vez más, por medio de su álter ego– enumera las cosas por las que merece la pena vivir. Como 'Manhattan'.

Pocas veces, por no escribir ninguna vez, se nos ha mostrado un Nueva York en blanco y negro y con tanto color, con tanta luminosidad, como en esta ´grande operone` del genio Konisberg, don Woody; un genio, este don Woody, al que no le sientan bien los leotardos y que, la mayor parte del tiempo, es incapaz de funcionar en otro sitio que no sea la maravillosa, populosa, grandiosa, esplendorosa y bellísima metropoli norteamericana: él adoraba Nueva York.
Tras sus gafas de montura negra, con sus habituales idiosincrasias, rarezas y manías, dejando constancia de su asombrosa técnica sexual y haciendo gala de su perverso sentido del humor, canta Woody Allen, latiendo a los acordes de las melodías de George Gershwin, su amor a la que es y siempre será su ciudad mientras, desde su asiento preferente de la sinagoga, propone un estudio exhaustivo de las diversas relaciones que se dan entre las personas. A su lado, junto a Woody, Meryl Streep, un tanto descolocada; la musa Keaton, antes pedante y luego deseada; Mariel Hemingway, con el fin de ir preparándonos y, al fin, el fantástico Wallace Shawn, a quien las mujeres consideran arrollador.
Un orgasmo adecuado, MANHATTAN. Y, por supuesto, una de las respuestas que bien le hubiera podido dar Dios a Job.

Porque me gusta mas esta película que Annie Hall, si Annie es mas divertida, tiene más chistes y creo que más historia?

Porque según veo, a pesar que me desesperen las peroratas interminables del personaje de Allen, y que el personaje de Diane Keaton no puede ser mas repulsivo porque no es mas esnobista, hay una buena razón : Mariel Hemingway.
Es la que a la final demuestra más cerebro que todos los personajes juntos.

Isaac, desprecia a Tracy y cree que está lo perdonará cuando le pida que vuelvan, cree que su ingenuidad la hará vulnerable a sus ruegos, pero no es así, la Tracy del final es otra chica, que ya se ha secado las lagrimas, luce fuerte, y manda a Isaac a donde sabemos.
Al personaje de Keaton le va peor, porque no solo engatusa a Isaac con sus conocimientos culturales, lo deslumbra con su intelecto, pero es un intelecto que oculta su verdadero desequilibrio mental: tanto saber de escultores, arte y películas, pero que prefiere seguir siendo plato de segunda mesa del mejor amigo de Isaac.