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Oslo, 31 de agosto

Drama Anders está a punto de acabar un tratamiento de desintoxicación en un centro rural. Como parte de su terapia, una mañana va a la ciudad a una entrevista de trabajo. Aprovechando el permiso, se queda en la ciudad y se encuentra con gente que hacía mucho tiempo que no veía. Es un hombre inteligente, guapo y de buena familia, pero se siente profundamente perturbado por las oportunidades que ha desaprovechado y por las personas a las que ha ... [+]
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Críticas 42
Críticas ordenadas por utilidad
23 de junio de 2014
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rodada con un buen gusto exquisito y una elegancia que roza el lirismo pese a lo escabroso (en principio) del tema (acompañamos a un exadicto a las drogas durante un día de permiso de su centro de rehabilitación), esta película es una oda al vacío existencial, a lo absurdo de todas las acciones que conforman nuestras vidas, sean las de un adicto a las drogas o la de un padre ejemplar que imparte conferencias de literatura. Magistral esa secuencia de Anders, el protagonista, sentado solo en una cafetería escuchando las conversaciones ajenas e imaginando las pequeñas vidas que le rodean, y sobre todo esos planos finales en los que todo sigue con o sin nosotros.

Me dejó aturdida y fascinada, me llegó y me recordó esa cita de "La señora Dalloway" de Virginia Woolf: "La vida de una mujer en un solo día, y en un único día toda su vida".

Sencilla y eficaz, impecable e implacable en su exposición y desarrollo, deja un poso de tristeza en el recuerdo.
roqsk8er
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19 de agosto de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué es una vida normal?
Pasear un domingo a las 12 de la mañana. Llevar al perro al veterinario para que le mire esa herida que se hace. Ir a recoger a los niños al colegio. Comparar tu viejo coche con el que tienes ahora convenciéndote de que es mejor. Planear las siguientes vacaciones. Escribir toda una lista de sueños por cumplir, sin saber si los cumplirás.
Un conjunto de pequeñas nimiedades que, poco a poco, van creando cierta fortaleza de carácter, a la vez que sirven de piadosa anestesia contra las frustraciones más pequeñas.

Anders no tiene nada de eso.
Le gustaría, aunque expuesto así parece tener poco atractivo, pero no lo tiene.
No, él solo escucha desde su lugar privilegiado en la cafetería, convirtiéndose en nadie, en un espectro, mientras las conversaciones que retratan esas vidas normales flotan alrededor de él, e incluso a través de él, porque nadie le tiene en cuenta para nada de lo que oye.
Quizá sea justo eso, un nadie, y eso tan esquivo llamado vida normal no esté hecha para él. O quizá querría, secretamente, tener una, ni que sea para quejarse de ella como hace todo hijo de vecino.

'Oslo, 31 de Agosto' transcurre, como ya indica su título, al final del verano, al final de un ciclo.
En un momento en que todas las cosas vuelven a comenzar, Anders se encuentra solo en la gran ciudad, sin ninguna pista de que algo vaya a empezar para él. Para todos los demás el fin de agosto conlleva la vuelta de vacaciones, a la rutina, mientras que para Anders es la vuelta al mundo real desde que se internó en un centro de rehabilitación.
En las 24 horas siguientes le seguimos, pegados a su hombro, mientras parece volver a un desierto donde no hay oasis posible: los amigos ya están casados con responsabilidades, perfectamente asentados pese a que traten de pintarte su vida como un tormento, y el hogar se quedó vacío y solo, esperando una familia que nunca llegó a estar junta. Anders depende de la caridad emocional de extraños, porque hace demasiado tiempo que agotó la consanguínea, la de sus padres y hermana.

Los intentos de volver a una vida normal parecen banales: para qué, si solo se reciben caras de sorpresa (quizá porque para todos solo era un espectro que se quedó atrás), miradas de juicio por un pasado turbulento o peor, risas al ser la atracción de feria en fiestas decadentes donde treintañeros tratan de rememorar sus glorias de juventud. Como si no quedara nada más, como si los veinte hubieran sido un alucinante viaje que en los 30 empezó su declive.
Así nos lo han pintado, más o menos, en un prólogo plagado de vivencias en cámara que evoca en sus testimonios desordenados alguna idea, también desordenada, de lo que fue la juventud: las fiestas, los amigos que se fueron, las primeras impresiones, los descubrimientos... todos los matices de una ciudad que ya no existe, porque nunca más volvió a tener todo eso.

El desengaño de Anders acaba siendo evidente, pero también lo es el de sus amigos: ellos esperaban que a una edad te conviertes en adulto y pasas a ser importante, no que solo eres una carcasa de miedos juveniles tratando de sobrevivir en una edad que te queda grande.
En el fondo, la misma sensación que experimenta Anders al levantarse del césped del parque y ver que no queda nadie, porque todos tienen un lugar para regresar, es la misma que experimenta cada amigo suyo, solo que rodeados de hijos, expectativas de sus parejas y tratando de sobrevivir a su propia inseguridad.

Quizá él nunca quiso una vida normal, a fin de cuentas.
Quizá solo quiso vivir para el momento, para esos momentos en el amanecer, de una noche igual a otra, en la que todo parece cobrar un sentido, extraño y étereo, irrepetible e inapreciable para la mayoría.
Al menos, sus queridos extraños no le han probado que exista algo más allá de eso.

¿Tratar de buscar otra cosa que sustituya el vacío que sentimos... o entregarse al vicio que nos destruye a sabiendas de que nunca tendremos nada igual?
En una vida delimitada, cuarteada por las experiencias y expectativas de los demás, vale la pena plantearse esta pregunta.
Charles
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12 de marzo de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los mejores chutes de la realidad aferrada a la vida de lobo solitario que puedas pegarte. No querrás desintoxicarte de algo así en mucho tiempo. Por dura que sea esta droga, es de calidad... Anders es un personaje obtuso dibujado sobre un mapa impersonal de un ciudad cualquiera, en este caso, Oslo. Dicha urbe se nos muestra de manera ligera pero de una manera cuidada, con una gran admiración hacia ella, para rodear por completo a un ex-drogadicto agobiado con la realidad, que busca vivir bajo un velo de oscuridad incierta, abocado al terror de la soledad y el rechazo, expuesto a un mundo cuya rueda siguió girando cuando él saltó por conocerla a ella, la heroína. Ahora, rehabilitado, debe enfrentarse de nuevo a la vida, debe anclar en un punto desde el cual poder coger impulso para volver a aferrarse a aquello que perdió y volver a conocer a aquellos a los que dejó atrás. Asignaturas pendientes, que debe recuperar en Septiembre, momento en el que alzar la vista para volver a ser. Pero, ¿se puede volver a ser?

Mira a su alrededor y todo ha continuado, mira hacia su pasado y todo se ha transformado sin contar con que él no estaba allí. La película desarrolla un complejo ejercicio de memoria construyendo un puente entre su pasado y el presente, e intentando establecer la conexión con el futuro para que este no sea catastrófico. Los diálogos ahondan en los sentimientos de los personajes sin pecar de insustanciales e inútiles, si no más bien como un poema a la melancolía y un reflejo del paso del tiempo en unos individuos desgastados por el mismo. La sensación de estar rodeado por una multitud de gente pero tener la soledad encima se contagia en cada escenario elegido para contarnos estas escasas horas, llegando a su esplendor en la escena del restaurante, en la que la muchedumbre abarca sus pensamientos en vano, siendo esto un grito a la necesidad de afecto, una llamada a la humanidad que cualquiera le pueda ofrecer.... Una escena deliciosa y amarga al mismo tiempo.

Las imágenes son tratadas con delicadeza. Tanto la dirección del film como su actuación son soberbias, algo que se palpa en el realismo que supura por cada poro de su protagonista y las escasas -pero intensas- lágrimas que caen cada vez que su mente se aferra en coger la salida más rápida de la vía. Porque eso es precisamente uno de los alicientes de esta película, la constante presencia del fin -temido desde el principio de la cinta- y cómo es capaz de evocarlo sin precipitarse. Un poema convertido en imágenes que delata las frustraciones de su protagonista y ensalza su amor. ¿Quién dijo una película de drogas? Es una película sobre el paso del tiempo, la necesidad de amor, las obsesiones que nos machacan, la amistad y cómo esta se altera, se transforma, muta para adaptarse, pero también es mutilada. Si a esto le añadimos momentos como un maravilloso plano secuencia al llegar el día 31 de Agosto, obtenemos una mezcla explosiva de serenidad y rabia, de descontento y amor, de sinceridad y aflicción.

CarlosDL - https://odiseaenelcine.blogspot.com/
CarlosDL
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7 de abril de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Anders está a punto de terminar su tratamiento de desintoxicación, y recibe el permiso para ir a Oslo a una entrevista de trabajo, paso previo a su reinserción. Será el principio del fin para este alma en pena que, ya en la primera escena, trata de suicidarse sin llegar a conseguirlo. Su vida es la de un fracasado y él lo sabe, y durante ese día y esa noche en la capital noruega intentará creer que hay una salida a su lastimosa situación... entre amigos, amores y recuerdos. "Oslo, 31 de agosto" es la crónica crepuscular de un fantasma que vuelve a la ciudad para despedirse de ella y que percibe su desarraigo del mundo y de la vida, de un joven que lucha por evitar los errores del pasado y que siente la soledad que le empuja al precipicio, de alguien que padece los remordimientos de un pasado que pesa como un lastre de tintes fatalistas.

En este viaje a la nada, Joachim Trier hace una de esas películas que se llamaban de arte y ensayo, con todo el existencialismo nórdico respirando hondonadas de melancolía y amargura. Desde los primeros planos, el espectador advierte que Anders es un cadáver ambulante de difícil redención, que no ha sido capaz de ahogarse en el río pero que tiene los días contados. Durante todo el metraje, la fotografía de tonos apagados -propia del final del verano- y el silencio cortante le acompañan y crean un entorno frío y sin esperanza. Él llena todos los planos y, sin embargo, siempre parece estar ausente de la realidad. Y, de igual manera, el espectador encuentra vedada la sintonía con este perdedor y asiste, desde fuera, a un triste deambular por fiestas, cafés, discotecas, piscinas... sabedor de que es su sombra la que vaga por las calles de Oslo, porque su espíritu hace tiempo que se fue.

Desde la distancia y la frialdad, sin un ápice de concesión sentimental, sin más historia que la de un día en el que no pasa nada extraordinario y sin recurrir a especiales giros narrativos, Joachim Trier nos da una película dura y deprimente, austera y minimalista. Paradójicamente, su fuerza está en la ausencia de energía -también de Anders-, y su belleza en la renuncia a lo fácil y complaciente. Y prueba de ello son esos planos finales en que la cámara vuelve a visitar los lugares que Anders vivió en sus última horas, como queriendo decir que ahí sigue Oslo con sus espacios y rincones... cuando él se ha ido. El tempo narrativo es, por otra parte, adecuado a la indolencia de su personaje, y la interpretación de Anders Danielsen lie pone la guinda a esta muestra del nihilismo más radical y pesimista.

Con todo, "Oslo, 31 de agosto" se nos presenta como una película que apuesta por la depuración formal y la búsqueda de una ambientación como reflejo de la soledad y vacío de un alma que ha decidido despedirse de su ciudad. Quizá la escena en el café sea la más significativa y lograda en este sentido, con un Anders que escucha la vida con sus trivialidades y proyectos... de esos jóvenes desconocidos para los que él no es nadie. Sin alegrías ni esperanzas a las que agarrarse, nos encontramos ante un trabajo de autor solo recomendable para cinéfilos y espectadores curtidos en el drama nórdico porque a lo que asistimos es a una larga agonía, a la autodestrucción y caída de alguien que perdió el pasado y que no soporta el presente.
La mirada de Ulises
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27 de marzo de 2012
13 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oslo, 31 de Agosto, nos presenta el fin de la juventud, el inicio de la madurez a los treinta y tantos, el como ser el resto de tu vida, y al final resulta que todos somos distintos a lo que nos imaginábamos, abandonamos a los amigos, que se convierten en gente del pasado, somos más egoístas, nos volvemos idiotas felices acomodaticios, que han seguido las normas o infelices que se niegan a, o no saben, crecer. Y en definitiva que no somos tan geniales como creemos, somos la suma de nuestras virtudes y defectos, no podemos pensar que solamente existen las primeras, nuestros defectos se encuentran siempre presentes y debemos tenerlos en cuenta.
Esto nos lo muestra este film en un día, día que un toxicómano apunto de terminar la rehabilitación se dedica a visitar a sus antiguos amigos.

La película tiene su interés pero posee graves altibajos, momentos interesantes incluso hipnóticos se juntan con otros que acaban resultando aburridos por la reiteración. La película está basada prácticamente en diálogos, en los que el protagonista, presente el 99% del tiempo, habla con otra persona, luego será otra y luego otra y luego... Algunos diálogos son estupendos, otros aburridos que no conducen a nada. Buenas interpretaciones y cierta atmósfera enturbiada por el empeño de rodar en primerísimos planos, así como no realizar elipsis donde debiera, en cambio en momentos interesantes, opta por saltarlos. Pretende mostrarse cotidiana, pero eso la hace ser un tanto aburrida.

Para amantes de las historias diarias, una película que no tiene mucho que contar, pero puede invitar a la reflexión personal, a ese ¿lo que he hecho con mi vida es realmente lo que quería?/¿haré con mi vida lo que realmente quiero?
Meinster
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