Pues Señor, esto es que se era un niño con aptitudes físicas buenas, en un entorno de pobreza y sin futuro por el que su familia hace lo imposible para conseguirle un futuro mejor; se separan, se van de inmigrantes a países lejanos para ofrecer a este niño una formación y lo consiguen, lo convierten en una estrella del ballet... pero aquí no hay un final feliz.
El niño se siente desarraigado, solo, y el arte no es suficiente para él; ese don ha supuesto para él un gran sacrificio, que le permite tener una vida sin privaciones pero con muchas carencias, principalmente afectivas por no poder contar con su familia cuando era adolescente y más falta le hacía su madre y su padre.
No he podido apreciar del todo la valía de este bailarín, al recoger el documental trozos muy cortos de sus proezas, y puede ser que ver lo infeliz que era, y su familia me condicione a verle carencias que no tiene como artista.
Eso si, el vídeo al que hago referencia en el título es una manifestación de toda la vida de este bailarín, lo que ese don del arte ha supuesto para él de castigo pero la indudable magia de estar ante un ARTISTA y como es capaz de transmitir ese dolor en su interior.

Refleja la dedicación de una vida a una pasión.

Un bailarín que como muchos otros sacrificó todo por su sueño, con el detalle de que este no es un bailarín común.

Hermoso, puro y conmovedor, gran documental.

Inspirador documental sobre cómo vivir la vida, no en función de lo que puedes hacer, si no de lo que quieres hacer. Un mensaje vivaz y alentador que transmite el excepcional bailarían ucraniano Sergei Polunin, en primera instancia a través de su propia vida y de sus sentimientos más íntimos, pero también de lo que ha supuesto para quienes le rodean, llevarle y acompañarle hasta el Olimpo del bello arte del ballet.

Documentos gráficos inéditos y personales, testimonios de familiares y amigos, y algunas pequeñas muestras de lo que Sergei es capaz de hacer sobre el escenario, es lo que nos hipnotizará y atrapará de esta película que consigue transmitir al espectador una pequeña, aunque intensa chispa, del inextinguible fuego interior de su protagonista.

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En mayor o menor medida a uno puede saberle a poco o ser más que suficiente esta mirada biográfica casi a tiempo real dado la juventud de Polunin según se sea amante del ballet, conocedor de la figura o casi neófito como un servidor.
Lo que es cierto es que Steven Cantor posa su mirada más en cómo llegó a ser quien es y cómo renunció en plena juventud a lo más alto de su carrera en dos ocasiones que a ilustrar sus habilidades como bailarín. El video que colgó en la red y que se muestra íntegro en la película es más que suficiente como ejemplo del virtuosismo del que se le ha comparado con Nureyev. Comparación como todas odiosa que servidor no está en capacidad de valorar ni de lejos. Tampoco es que Cantor profundice más allá de la evidente desestructuración familiar que conlleva a un niño a soportar una doble presión casi insoportable, la que viene dada por la dedicación plena a su arte y la obligación autoimpuesta de compensar a su familia por los sacrificios realizados para su educación artística. El resultado y sus consecuencias parece ser el detonante de la frustración, depresión y rebeldia que le llevaron a escapar una y otra vez de sus jaulas doradas.

A pesar de que Polunin se desnuda emocionalmente, apenas cuenta mucho en persona y deja que sea Cantor quien tire de las riendas rozando los límites melodramáticos con algunas escenas de lágrima fácil. Un cuento agridulce que aún no ha terminado la coreografía de sus últimas piruetas.

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