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El séptimo sello

Drama Suecia, mediados del siglo XIV. La Peste Negra asola Europa. Tras diez años de inútiles combates en las Cruzadas, el caballero sueco Antonius Blovk y su leal escudero regresan de Tierra Santa. Blovk es un hombre atormentado y lleno de dudas. En el camino se encuentra con la Muerte que lo reclama. Entonces él le propone jugar una partida de ajedrez, con la esperanza de obtener de Ella respuestas a las grandes cuestiones de la vida: la ... [+]
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Críticas 239
Críticas ordenadas por utilidad
21 de diciembre de 2009
97 de 129 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un caballero cruzado
En partida de ajedrez,
Enfrente tiene a la muerte
Bendita gilipollez.

Mientras tanto en el cine
Se empiezan a suceder
Cientos, miles, de ronquidos
De quién no llega a comprender:

¿De que va este bodriete?
¿Dónde está el gran interés?
¿El de negro es la muerte?
¿O el Igor de Frankenstein?

No seáis tan membrilletes
Es puro arte lo que veis
Pues el Bergman es un genio
Aunque llegue a adormecer.

Este habla de la muerte
Que a buen seguro tendréis
De religiosos vehementes
De la vida, ya sabéis.

Y lo hace con metáfora
Ganando a la muerte el tiempo
Pues nadie sabe después de la vida
Si va al cielo o al infierno.

La adormidera del Bergman
Es un tratado de vida
Pues jugar contra la muerte
Solo lo hace el que respira.
antipseudo
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5 de mayo de 2008
65 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el siglo XIV, se abatió una era de gran oscuridad y temor sobre Europa, adoptando la forma de la Peste Negra. La gente creía en el castigo divino y estaban convencidos de que Dios les enviaba aquella terrible pandemia para hacerles purgar por los pecados de la Humanidad.
Ante tan deprimente y aterrador panorama, los pobres infelices se entregaban a las garras del oscurantismo más delirante, y muchos practicaban los autosacrificios a través de torturas físicas y psíquicas que se infligían a sí mismos, mientras la gran mayoría se encomendaba a la guía espiritual de los sacerdotes y el clero, quienes les aseguraban la vida eterna en el cielo a cambio de una vida terrenal marcada por el sufrimiento y la privación. Con la promesa de la recompensa eterna, a muchos tal vez se les hacía más llevadera la cruda realidad de la muerte que veían desfilar ante ellos sin tregua en la atroz agonía que suponía morir de peste bubónica.
Pero lo que Bergman plantea ante todo es la disyuntiva de quienes estaban invadidos por las dudas que resquebrajaban de raíz todo el entramado de la fe y, por lo tanto, la idea de la muerte, de caminar hacia una nada absoluta, se hacía intolerable.
La muerte y los fundamentos de la fe, algunas de las grandes incógnitas de la Humanidad, son abordados por Bergman impecablemente mediante una alegoría en la que una partida de ajedrez prorrogará el momento en que un hombre sembrado de dudas será conducido hacia el camino sin retorno. La muerte, sabia jugadora que jamás pierde, concede al hombre su prórroga mientras éste trata de ganar tiempo para poner en paz su alma revuelta.
Porque una hora más de vida, es vida después de todo.
La muerte aguarda. Está más allá del tiempo y del espacio. Y no es paciencia lo que le falta.
Porque sabe que es el único depredador al que nunca se le escapa una presa.
Porque es el único jugador que siempre vence.
Una vez más, Bergman agita los rescoldos en los que arden los mayores interrogantes sin respuesta, mientras dibuja con mano de artista un retrato, a veces descarnado y trágico, a veces dulce y melancólico, a veces cómico, y siempre reflexivo y filosófico, de las costumbres, creencias y mezquindades humanas.
Soberbios personajes nítidamente trazados. Uno representa la duda y la búsqueda de la paz espiritual (el caballero), otro el escepticismo burlón (el escudero), otros la lúgubre voz de la conciencia (los sacerdotes y los flagelantes), otros la alegría de vivir y la inocencia (la familia de comediantes), otros los vicios y las tentaciones (los campesinos)... Todos formando un tapiz perfectamente definido en el que el mundo gira a pesar de todas las tragedias y luchas de la conciencia, en torno a esa partida en la que el mérito no está en una victoria imposible, sino en presentar batalla hasta el final y disfrutar de la partida y del tiempo que queda, encontrando la difícil calma interior para abandonar este mundo extraño con el mentón alzado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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20 de mayo de 2006
64 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
El onírico comienzo de esta película, una playa con unos caballos en la orilla y dos hombres tirados en el suelo, y a uno de ellos se les aparece la muerte, cuenta perfectamente el significado de lo que va a tratar la película. Bergman realizó una de las obras cumbres del cine, y la que es probablemente la mayor reflexión acerca de la vida, la supersitición y la religión de la historia del cine, junto con la grandiosa obra maestra del maestro Dreyer, Ordet. Ambos directores provocan una fascinación dentro de sus respectivas filmografías, que se podría decir que son adelantados a su tiempo, pues trataron temas que por aquel entonces eran tabús, y los hicieron de una forma sobresaliente. Y en el caso de Bergman, es probablemente el séptimo sello la que más ejemplifique su concepto del cine, y sus constantes obsesiones mostradas a lo largo de su extensísima carrera.

Ciertamente, debido a los múltiples aspectos que toca el film, este daría para hacer una verdadera tesis, creando una amalgama de ideas que la hacen ser la mayor reflexión sobre las diferentes etapas de la vida jamás hecha en cine. Bergman nos presenta a un caballero que no es hábil sólo con la espada, si no que está obsesionado con conocer el sentido de la vida, y por obtener conocimiento, llegando a entablar conversaciones con la muerte acerca del poder de dios y su verdadera autoridad. Este caballero es el hilo conductor de la historia, sabedor de su destino, que intentará alcanzar la sabiduría plena antes de que el final llegue, y a él se le van uniendo diferentes personajes que nos permiten conocer a la perfección las inquietudes de la época medieval, llena de oscurantismo, superstición, y miedo contra la iglesia. Precisamente, aquí se utiliza la iconografía de Juana de Arco para representar a la condenada a muerte por haber tenido contacto con el diablo, fruto del fanatismo eclesiástico que rodea toda la película, y que Bergman pone en el ojo del huracán, al considerarla clpable de todo ese desbarajuste, de meter el miedo en el cuerpo al pueblo a base de mentiras y fanatismos. A la hora de la verdad, el caballero afrontará su destino y el de sus compañeros con miedo, y se dará cuenta de que el mundo de superstición en el que vive nunca podrá alcanzar la verdad suprema, no siendo más que meras marionetas en manos de Dios y del inexorable destino.

De Bergman siempre cabe destacar su dirección, sobria y ejemplar, con un ritmo constante que no varia en ningún momento, con extraordinarios y profundos diálogos sobre la vida, la muerte, el amor o la fé, amén de una fuerza visual casi onírica, sin duda ayudada por la grandísima fotografía, de carácter expresionista, que dota de una sensación de desvirtuación a las situaciones que acontecen a lo largo de toda la cinta, creando la que es, probablemente, la obra maestra de Ingmar Bergman.
Tony Montana
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21 de diciembre de 2014
46 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bergman buscó plasmar en 'El séptimo sello' el sentimiento de angustia que experimentaba contemplando murales medievales en los que la peste, las piras, la brujería... parecían dominar el ánimo general de los juglares y flagelantes allí representados; con rostros mortecinos, afligidos y temerosos. Consideró que la predominancia de ese miedo era universal en la historia del hombre, ya fuese referido a un objeto u otro: "En el medievo los hombres vivían en el temor de la peste. Hoy viven en el temor de la bomba atómica (...) 'El séptimo sello' es una alegoría sobre un tema muy sencillo: la muerte como única seguridad".

Albert Målare, pintor medieval, inspira a Bergman con su peculiar mural donde un individuo humano juega ajedrez con un esqueleto. El sueco toma este motivo, oscuramente irónico y horripilante como concepto, y le da cuerpo cinematográfico.

Durante los primeros compases de la película, un artista, pintor, explica sus frescos, deliberadamente oscuros y grotescos; "no quiero crear nada para agradar a la gente". El propio Bergman parece hablar a través de este personaje, en lo que es toda una declaración de intenciones sobre no ya esta película sino sobre su filmografía; intensa y profunda como la que más, pero estricta y poco complaciente.

...

La eterna pregunta: ¿por qué de la vida y la muerte; para qué vivir, condenado de antemano a desaparecer algún día?, ¿por qué la noción de 'Dios' nos es tan inherente y no se puede uno desprender de ella?

El director hace de la Muerte un personaje más; desaparece como ese ente mítico y lejano de los cuadros y resurge en el mismo nivel de los personajes: es corpórea, tiene rostro, y manos, camina y tiene aliento. Charla y debate con Antonius sobre el misterio de Dios.

La Muerte, que resulta amenazadora en principio, se va revelando poco a poco un apéndice del propio caballero Antonius; pues ésta es puramente humana. "Tú has de saberlo, ¿qué hay, una vez muerto?", pregunta Antonius. "Yo tampoco sé nada", responde la Muerte, con cierto gesto de tristeza. Es, quizás, el extremo esfuerzo de Bergman por congraciarse con sus demonios: de tener estos una entidad real, física y palpable, de poder preguntarle directamente al señor del ajedrez sobre sus miedos, éste se mostraría tan ignorante, tan perdido, como él. La Muerte, pues, queda humanizada al extremo, extrañamente hermanada con nosotros. No solamente por ser un personaje más de la película, interpretada por un actor, sino por no trascender su mero papel de intermediaria entre el mundo humano y...

...

Antonius observa a una bruja trastornada que, aseguran, tiene contacto con seres superiores. Le pregunta qué sabe, buscando con anhelo lucidez incluso en boca de una bruja desquiciada. Ella afirma llevar al Diablo dentro. Antonius se muestra decepcionado, pues esa no es respuesta que calme su ánimo: si no existe Dios, tampoco existe el Diablo. La bruja arde en la hoguera, no sin antes mirar con temor a su alrededor; cual Cristo en la cruz.

...

Antonius comparte un picnic con una joven pareja. La situación es esplendorosa, jovial, luminosa... "guardaré este recuerdo como un cuenco lleno entre mis manos". No obstante, mientras alternan y charlan, una calavera en el poste del carruaje les observa. ¿Qué es un recuerdo fugaz, caduco, en la misma fugacidad del hombre?

...

Bergman, quien mantuvo romances y affaires con numerosas mujeres a lo largo de su vida, habla también del amor en 'El séptimo sello'. "Amor es sólo es una palabra bonita", dice el escudero al marido abandonado por su mujer. "Duele igualmente, también es verdad", responde el segundo, afligido. "De amor no se muere", sentencia nuevamente el escudero.

Es cierto, y bien lo sabe Bergman, que quizás el amor, el acto carnal, sea uno de los escasos remedos de (figurada) inmortalidad a los que puede aspirar el hombre durante su existencia. La compañía de una mujer, y esa extraña capacidad de fortaleza que nos insufla; paradójica, pues no nos exime de tener que bregar con los vericuetos de la convivencia y el desgaste de los equívocos matrimoniales.

...

Ajenos a ella o atormentados por su causa, retándola o temiéndola; la muerte nos alcanza.

Y una familia feliz, que encarna el Paraíso, observa como todos se van. El marido, juglar, tiene visiones, y puede ver los rostros de todos los que van en cabalgata hacia el otro mundo. Siguen siendo humanos, siguen siendo los que eran antes de morir; ve cómo uno toca su laúd, otro porta su espada, otra sonríe al viento... aún "son".

Él le reporta su visión a su amada, y ella contesta "tú y tus visiones". Ella, tan dulcemente ajena a todo y tan vital como el propio Bergman querría ser, es la persona que zanja la cuestión metafísica que vertebra toda esta película tan injustamente tildada de pesimista y oscura. "La mayoría de las personas no piensan en la muerte, ni en la nada".

...

Tras este final tan esperanzador y tan gratamente engañoso, me permito esbozar una conclusión con la que, espero, el propio Bergman podría haber estado de acuerdo.

Quizás el objeto en el que centrarnos no sea que la Vida nos lleva a la Nada, sino que es la Vida, ya desde el momento en que respiramos por primera vez, nuestro triunfo total sobre la Nada.

Gracias.
Nuño
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11 de septiembre de 2009
80 de 124 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me puedo calificar como un consumidor de películas bananeras, pero tampoco soy un cinéfilo recalcitrante. En mis puntuaciones se puede comprobar que lo mismo le concedo un 10 a La Bella y La Bestia (Disney), que a 2001 Odisea del Espacio, The Ring (la japonesa) o a Moulin Rouge. Por ello, me considero un gran aficionado al cine con gustos bastante eclécticos.
Cuando me senté a ver este film esperaba ver esa obra maestra que prácticamente todos los (muchos) libros de cine que un servidor ha ido adquiriendo a lo largo de su corta existencia pregonan, con un Bergman en plenitud de facultades.
Nunca pensé que un film tan aclamado me iba a resultar aburrido, abstracto y falto de interés. A mi honesto entender, carece de una línea argumental estrucuturada, ya que parece detenerse más en divagaciones metafísicas y filosóficas sobre la vida, la muerte, la religión, los placeres terrenales, etc.; rompiendo a menudo con el escaso argumento que se desarrolla en el film.
La única escena que me inquietó fue aquella en la que el juglar es acosado en la taberna sin motivo justificado. El resto me resultó excesivamente pomposo y pretencioso. Pero líbreme a mi Dios de criticar la obra de un supuesto maestro como Bergman.
Friki del Terror
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