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Las reglas del juego

Drama. Comedia. Romance Un rico aristócrata duda si abandonar a su amante para conservar el amor de su esposa, una mujer cortejada al mismo tiempo por su confidente y un famoso aviador. En el trascurso de una cacería de fin de semana en Sologne y de una fiesta, las intrigas amorosas de señores y sirvientes se mezclarán desembocando en un hecho inesperado. (FILMAFFINITY)
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Críticas 66
Críticas ordenadas por utilidad
3 de enero de 2013
39 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el documental dirigido en 1967 por Jacques Rivette "Jean Renoir, el patrón: La regla y la excepción", se produce un encuentro entre Renoir y Marcel Dalio, quien había interpretado al marqués de la Cheyniest en "La regla del juego". En el transcurso de la conversación surgen un par de detalles extremadamente reveladores.

Sentados en las escaleras ante la fachada del opulento castillo que en la ficción pertenece al marqués, Dalio le pregunta a Renoir por qué en la película sólo se ve esa parte, teniendo el castillo un par de alas muy bellas. Responde jocosamente Renoir: "¡Porqué no estaba haciendo un documental sobre el edificio, sino una película sobre el marqués de la Cheyniest!".

Más tarde rememoran uno de los mejores momentos del film, cuando el marqués exhibe ante sus invitados un gigantesco órgano mecánico. Es una panorámica (1 h, 11' 21') que de derecha a izquierda sigue a la máquina en funcionamiento y concluye mostrando el sudoroso rostro del actor, en un impagable gesto que, como bien define Renoir, expresa perfectamente la mezcla de humildad, orgullo, éxito y dudas que experimenta el personaje en ese momento.

Renoir felicita efusivamente a Dalio por ese genial momento interpretativo y el actor recuerda cómo tardó un par de días en dar con la expresión adecuada. Renoir, le sale del alma, exclama entonces: "¡Es el mejor plano que he rodado en mi vida!".

Es formidable que diga esto porqué no se trata de un típico "plano de director", sino al servicio de la emoción que desprende el trabajo del actor. Y eso que Renoir, de ese tipo de planos, tiene por doquier; ahí está cuando cantan "La Marsellesa" en "La gran ilusión" o, de manera especialmente marcada, en esta "La regla del juego", como los múltiples y elaborados planos-secuencia que juegan con acciones a diferentes niveles aprovechando al máximo la profundidad de campo, y con un ritmo interno implacable en las entradas y salida de cuadro de los actores (y que en su extremo virtuosismo resultan tan livianos que su intrincada composición pasa desapercibida).

Entre los grandes, esta humildad no es habitual. Nunca escuché a mi admiradísimo Hitchcock ponderar la excepcional mirada llorosa de James Stewart en "Vértigo" cuando ve renacer a Madeleine ante sus ojos (una cima interpretativa de todos los tiempos); Hitch prefería recrearse en explicar cómo consiguió el complicado beso circular posterior, con los actores sobre una plataforma giratoria y proyecciones al fondo. Una humildad, además, que se percibe totalmente genuina: basta leer cualquier entrevista a Ford, por citar a otro gigante, para advertir rápidamente que lo que palpitaba bajo su repetida negativa a considerarse un artista no era la modestia, sino la turbación que le producía poder ser relacionado con un concepto que su mentalidad asociaba con lo afeminado.

Esta modestia en Renoir no es tan solo una loable actitud personal, sino que se trasluce en la propia obra, con una contemplación moral a la altura del hombre, sin atisbo alguno de superioridad o desprecio por su parte. En el caso que nos ocupa, no es en vano que cada cual tiene sus razones sea su frase más recordada. Con una imprevisible variedad de tonos (en el primer visionado me dejó francamente aturdido esa montaña rusa entre la alta comedia, el vodevil, la farsa, la tragedia…), la mirada del autor (de una manera que después aplicó el mejor Berlanga) de lejos es punzante, satírica y fuertemente crítica —nunca cruel—, pero de cerca nos muestra que al fin y al cabo se trata únicamente del ser humano, con sus irremediables, pero al tiempo entrañables, pequeñas miserias.

Este es Jean Renoir, el director al que no le interesaban las casas sino las personas que las habitan, y que podría hacer suya esta declaración de intenciones del narrador de "Veinticuatro horas en la vida de una mujer", de Stefan Zweig: "La Ley tiene el deber de proteger despiadadamente las costumbres establecidas y las convenciones generales; ello la obliga a juzgar, y no a disculpar. Pero yo, como individuo, no veo por qué tengo que adoptar el papel de juez: prefiero ser defensor. Personalmente, me causa más satisfacción comprender a los hombres que juzgarlos".
Quim Casals
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22 de junio de 2007
39 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquello que llevó a Renoir a plantear un film como la Regla del Juego, no es más que la propia desilusión ante una sociedad que había pasado de la esperanza transformadora que lleva a la victoria del frente popular a mediados de los 30, a una actitud conformista y mediocre que culminará pocos meses después con la ocupación nazi de Francia y la implantación del gobierno colaboracionista de Vichy. Renoir, que participó entusiastamente en la renovación social de los treinta e incorporó algunos de sus grandes films a esta corriente política (La grande Illusion, La Marselleise, Toni, Le Crime de Ms. Lange, etc...), reconoce, derrotado y defraudado, a una sociedad estéril y caduca que ha permitido el triunfo del fascismo en España mirando para otro lado, con unas clases sociales proletarias sumidas en el egoísmo oportunista para que palabras como solidaridad o fraternidad se hallan ya en el cajón del olvido, y unas élites inermes y decadentes incapaces siquiera de reconocer a los héroes de la patria con una presencia explícita del militarismo fascistoide emergente.
Para muchos una de las mejores películas de la historia del Cine, algo que me parece indiscutible dado que pese a su factura, aparentemente descuidada como otros grandes films, esconde una claridad, más bien clarividencia, de alguien que, como los grandes maestros del arte, es capaz de ver más allá en un momento dado que la inmensa mayoría de los mortales.
Obra Maestra.
polelo
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9 de noviembre de 2014
36 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un film surrealista, aburrido, lento, sin gracia y carente de emoción alguna, ese es la regla del juego, un film del 39, no acorde con sus tiempos, tal y como avisa al principio.

La historia aunque al priori es algo atractiva, un triangulo amoroso, pero va perdiendo su encanto con la propia personalidad de los personajes, su decadente evolución, los patéticos chistes, a cada cual más soso y eso sin olvidar al elenco de payasos y trapecistas que los rodean, que consiguen hacer que la carpa sea un mar de lágrimas, tristes, justo en el instante que aparecen faisanes y conejos tirados por doquier con ese aire envenenado de injusticia indecorosa. En definitiva, un circo, aciago.

Un film del 39, con aires del 39, pero sin la calidez de aquellos tiempos, con una música acertada, unos buenos decorados, perfectas localizaciones, pero todo ello con la angustia de un mal guion y aún más pésimo director, Renoir, no el pintor, si no el director francés, y qué por mucho que intenten de alabar, sigue sin gustarme.



En definitiva, y haciendo un resumen rápido, no la volvería a ver, aunque me pagaran.
Ranxomare
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28 de diciembre de 2017
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época de fuertes distinciones sociales, el poeta de la lucha de clases y gran humanista Renoir, elaboró esta brillante y pesimista sátira social. 'La regla del juego' es un retrato de las frivolidades y juegos de apariencias de la alta sociedad francesa y, por supuesto, una crítica a su complacencia.

Con un tono divertido, Renoir la reprocha mostrándola como hipócrita, inútil y vanidosa, y a sus sirvientes por imitar estas actitudes. Todos ellos están adulterados en un mundo repleto de relaciones afectuosas baladíes donde nadie obedece sus propias reglas. Esta situación choca con el idealismo amoroso del heroico piloto.

Entre este absurdo y apasionante caos se encuentra Octave (Renoir), un donjuán alejado de las altas esferas sociales. Él será la persona que intentará demostrar que todos los ciudadanos de una sociedad, más allá de su status social, soportan las mismas dificultades psicosociales.

'La regla del juego' alcanza su cénit en la secuencia de la cacería de conejos –un adelanto de la matanza que se iba a producir en Europa durante esos años–. La puesta en escena y el uso de la profundidad de campo alcanzan la excelencia en este filme donde cada personaje es un descubrimiento y cada situación un estallido de imaginación.
José Manuel Barba Márquez
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18 de febrero de 2014
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de ver "La regla del juego", y me parece una obra interesante, pero sin duda sobrevalorada. Esa sobrevaloración crítica del film es ilustrada bastante bien por el texto de Carlos Losilla que, en forma de folleto, se incluye en la edición en dvd que he visto de esta película (eso sí, una edición muy cuidada, con un documental que analiza la obra, una entrevista a Renoir a cargo de Jacques Rivette, de principios de los años 60, y una presentación al film hecha por el propio Renoir, seguramente de la misma época).

Las razones de esta sobrevaloración son varias. El mal recibimiento del público de la época, la mutilación del metraje, la llegada de la guerra...fueron factores adversos que, pasados los años, se trocaron en un movimiento contrario, con la llegada de un nuevo público, de una nueva crítica, y que culminó con la restauración del film, y el reestreno del mismo. "La regla del juego" se convirtió así en un film que había que rescatar del olvido, que había que ver, o volver a ver. Esta película se sitúa cronológicamente, además, al final de un período clave - tal vez el más brillante, el más importante, por su contribución a la marcha general de la Historia del Cine- como es la década de los años 30, la década del "naturalismo poético" francés, y poco antes de la etapa norteamericana de Renoir. Por otro lado, es evidente que, como explica Losilla en su breve texto, ya citado, Renoir, y en concreto, el Renoir de "La regla del juego", es una figura clave, pionera, en el surgimiento del cine moderno, aparejado al paralelo nacimiento del cineasta como "autor", ya en las décadas de los 40 y 50, a la manera de un Rossellini o un Bresson, y de acuerdo con las ideas de Bazin, luego actualizadas, o interpretadas, por la "Nouvelle Vague". "La regla del juego", como ejemplo de un cine autoconsciente, que reflexiona sobre sí mismo, como representación, y sobre la sociedad en la que se desarrolla, es, así, una obra fundacional del cine moderno, dentro de la renovación que se observa en el cine mundial entre 1939 y 1940, tanto en cuanto a géneros ( con el nacimiento del cine negro) como en cuanto a autorías (con la irrupción de Orson Welles).

Yo, la verdad, me siento escéptico, tanto con el punto de vista de Losilla, que marca un punto de vista bastante ortodoxo, por parte de la crítica y la historiografía, como con la propia película, con las propias imágenes de Renoir. Ni me parece una película tan importante en el devenir de la cinematografía mundial, ni me parece un film tan valioso en sí mismo. Renoir desarrolla una trama llena de enredos amorosos que, entre la comedia y el drama, acaba en tragedia, siempre con el propósito de hacer una radiografía de la sociedad de su tiempo, una sociedad en la que todo es mentira, y en la que todo el mundo tiene sus propias razones. Tras la levedad y la ligereza del enredo amoroso se pretende no ya una enseñanza moral, a la manera de las fábulas, no ya una crítica social, sino una especie de revelación de la naturaleza del ser humano. Es decir, a través de la ligereza, a través del enredo y la farsa, llegar a un conocimiento profundo. Llegar, a través de tanta mentira y apariencia, a una determinada verdad sobre el mundo, es tal vez el propósito del film, pero, en mi opinión, este propósito no se consigue, no se cumple, y lo que más queda es la pirueta, la trama galante, el enredo amoroso, que todo lo enmaraña.

La relación entre dos clases sociales, entre privilegiados y no privilegiados, en un mundo moderno, y la crítica de ese mundo, son mucho más incisivas, y mucho mejores, en un film español como "Los santos inocentes" (1984), de Mario Camus, por establecer una comparación que todo el mundo entienda. A "La regla del juego" le sobran operetas y le faltan Azarías.
Pedro Triguero_Lizana
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