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Funeral Parade of Roses

Drama Retrato en clave surrealista de varios transexuales en el Tokio de los años 60. La película narra los acontecimientos que envuelven la vida de Eddie y otros travestidos de la escena underground de Tokio. El título de la película es un juego de palabras. "Bara", que significa rosa, es un término japonés que sirve para designar peyorativamente a los homosexuales.
Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
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8
16 de enero de 2017 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando no importaba el riesgo. Cuando lo importante era crear. Un cine diferente. Nuevo. Y ante todo digno. Echo de menos una época en la que el cine rompía todas las barreras y no se limitaba a ser una fuente de recaudación. La mezcla de falso documental y ficción se vuelve algo único. En cierto modo me recuerda a la valentía demostrada por Yoshishige Yoshida en Eros y Masacre (1969). El cine japonés está lleno de sorpresas.
9
5 de mayo de 2018 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Retrato del mundo travesti en el Tokio de los 60, "Bara no soretsu (Cortejo fúnebre de rosas, en hermosísimo título español) es una rompedora, libérrima, experimental y aún hoy modernísima película, una miscelánea brillante de falso documental, musical pop, comedia alocada y surreal, cine underground y psicodelia, en base a fragmentados flash-backs, para orquestar un embriagador y arrebatador drama desolador, íntimo a la par que colectivo, un poema desgarrado y de profundo sentimiento, lleno de alma. Genial, cruel e inolvidable, es un film clave, diferente e imprescindible, a estudiar por todo aquel que quiera navegar por los mares del cine estrambótico y bizarro. Perteneciente a la llamada nueva ola japonesa, esta obra maestra de Matsumoto es la enésima demostración del inagotable filón del cine nipón (de Ozu a Matsumoto, con Kobayashi en el medio). Arrebato travestido de genial modernidad.

"Soy una herida y una espada, víctima y ejecutor".
7
20 de noviembre de 2018 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película fundamental del cine japonés de los '60 es una relectura anárquica, en clave surrealista, del mito de Edipo protagonizada por un triángulo amoroso (dos travestis que se disputan al mismo hombre) y media docena de drag queens, con referencias a Jonas Mekas y los Beatles.
8
11 de abril de 2025 Sé el primero en valorar esta crítica
A medio siglo de su estreno, Funeral Parade of Roses no ha perdido un ápice de su capacidad de desorientar, seducir y abismarse. ¿Es un melodrama de celos? ¿Una relectura queer de Edipo Rey? ¿Un ensayo documental sobre la vida travesti en el Tokyo psicodélico de los años 60? ¿Una broma postmoderna sobre el cine como dispositivo? Es todo eso, y más. Y menos. Es una película hecha de retazos, de flashes, de heridas, de saltos temporales, de rostros que se maquillan para actuar y que, entre toma y toma, se sinceran ante la cámara. Cine que se construye y se descompone al mismo tiempo.

Matsumoto despliega una estructura fragmentaria, alérgica a la narrativa tradicional. Mezcla entrevistas, juegos de montaje, cámara acelerada, parodia, sexo, muerte, metacine... todo con un sentido preciso: capturar la confusión, la violencia y la belleza de una identidad que no se deja encerrar. Eddie, interpretada por Peter con una sensibilidad devastadora, es más que protagonista: es símbolo, espejo y abismo. Su historia —edípica, sí, pero también despojada de pathos— encarna una tragedia sin solemnidad: un grito glam en una sociedad que prefiere el silencio.

El blanco y negro estalla en contrastes eléctricos, entre urbes saturadas y clubes espectrales. Los travellings acompañan cuerpos que desafían el género, la norma, el cine mismo. Hay ecos de Godard, de Buñuel, de Anger... pero Matsumoto los pulveriza y reconstruye desde lo japonés, desde lo queer, desde lo marginal. Y aún así, o precisamente por eso, alcanza una universalidad brutal.

Ver Funeral Parade of Roses hoy no es simplemente asistir a un “clásico underground”. Es exponerse a un cine que no pide permiso, que se pregunta si la identidad es una performance, si la libertad puede sobrevivir al deseo, si la imagen puede contener el dolor sin estetizarlo. Hay belleza, sí, pero también cuchillas. Como dice uno de los personajes: "Soy la herida y la espada, la víctima y el verdugo." Y esa ambigüedad lo define todo.

No es una película fácil. No lo pretende. Es, en el mejor sentido, un film incómodo. Pero su incomodidad es fértil. Y necesaria. Porque hay imágenes que no se olvidan. Porque hay gestos que, en vez de representar, revelan. Porque, más que una historia, esta película es una experiencia sensorial, política y estética. Una que sigue preguntando, desde su caos: ¿quién eres cuando nadie te mira?
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