Haz click aquí para copiar la URL
España España · Laguna de Duero
Críticas de mantaypeli
1 2 3 4 >>
Críticas 20
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
8 de enero de 2021
25 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Drama familiar repleto de metáforas y subrayados, Minari (apio de agua, en coreano) es una de esas películas intimistas que cada año nos llega desde el festival de Sundance. Solo que en este caso, la historia es tan decididamente personal que corre el riesgo de no conectar con todos los públicos por igual. Relato autobiográfico escrito y dirigido por el interesante realizador Lee Isaac Chung, su tono intimista se apoya en una narración lenta, pausada, en ocasiones reiterativa en su planteamiento fílmico y con múltiples guiños al cine de Terrence Malick. Algo que en sí mismo no es ni bueno, ni malo, pero que infunde al producto final una pretendida y altisonante trascendencia. Los innegables méritos técnicos del filme, junto a la acertada selección del elenco, no consiguen minimizar los múltiples escollos a los que se enfrenta Chung en el intento de recrear su infancia junto a sus padres, su hermana y su abuela materna en la inhóspita Arkansas y convertir este relato rural en universal (más allá de que pueda serlo para la comunidad asiática).

Quizá el defecto más palpable sea la marcada carga machista que impregna la obra y que en ningún momento se enjuicia, más bien al contrario. Prueba de ello es la discutida decisión del realizador y guionista de invisiblizar la presencia de su propia hermana en el filme. Ambientada a principios de los años 80 en el medio oeste norteamericano, la historia del joven David es en realidad el negativo del sueño americano para millones de inmigrantes que creyeron ver en los Estados Unidos la tan cacareada tierra de las oportunidades. Esa dicotomía, simbolizada por la lucha de ambos progrenitores (Jacob y Monica) en pantalla, pretende ser asimismo un fiel reflejo de las dificultades que aguardaban a los esperanzados extranjeros en pos de una vida mejor. El compromiso de Chung con su narración le lleva a priorizar el uso del coreano frente al inglés como lengua vehicular de su propuesta. Del mismo modo que el título mismo del filme es fiel reflejo del intento del cineasta por reafirmarse en el relato identitario y defender sus raíces.

Las interpretaciones de la pareja protagonista, que conforman Steven Yeun y Yeri Han, junto con la abuela Soonja (Youn Yuh-jung) se encuentran entre lo mejor de una película cuya mayor baza reside en su impecable factura técnica. Las tribulaciones de la pareja de sexadores de pollos para sacar adelante a sus dos hijos pequeños y los esforzados intentos del padre por ‘triunfar en la vida’, al más puro estilo americano, sin renegar de sus raíces surcoreanas centran el grueso de las casi dos horas de película. Un filme que transita por los muy trillados derroteros del drama social, con ligeras pinceladas cómicas a cargo de la abuela y su relación con el pequeño David. Por desgracia, la resolución del último acto fílmico es harto previsible y el conjunto aguanta con dignidad gracias a la cautivadora fotografía de Lachlan Milne (Hunt for the Wilderpeople, Stranger Things) así como al acertado score que firma Emile Mosseri (The Last Black Man in San Francisco, Kajillionaire). La película pasó sin pena ni gloria por la 65 edición de la Seminci vallisoletana pese a haberse alzado con los premios a Mejor Película y Premio del Público en Sundance.
mantaypeli
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
9
8 de enero de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viernes, 8 de mayo de 2020. Era inevitable que en mitad del confinamiento alguna película lograra arrastrarme delante del portátil para que mis dedos galopasen de nuevo sobre las teclas, presos de esa furia refulgente que nos posee cuando asistimos a cualquier espectáculo que nos conmueve. Ema, la octava película del chileno Pablo Larraín, ha sido la culpable. Guilty pleasure en toda regla cuyo único pero es no haber podido disfrutarla en una sala de cine por culpa de este maldito virus que nos acecha. Historia arriesgada tanto en lo formal como en lo argumental que supone el proyecto quizá más personal —e imprevisible— en la fulgurante carrera del cineasta chileno. Nada podía presagiar que su siguiente proyecto, tras el salto a la Meca del cine con Jackie, fuera esta lúcida apología del reguetón rodada entre agosto y septiembre de 2018 en Valparaíso.

Larraín se apoya en el magnífico trabajo actoral de la magnética Mariana Di Girolamo para erigir un prodigioso relato feminista cimentado en la urgencia de lo cotidiano, la calle, el baile… Todo ello impregnado de la viscosa sexualidad que exuda un género tan vilipendiado como simbólico. «El reguetón es la vida y yo te la bailo. Es un orgasmo y yo lo puedo bailar», asevera una de sus protagonistas en un momento del filme. Bailarinas como Ema, quien vampiriza todo lo que toca hasta hacerlo arder ante nuestros ojos. La mirada cómplice del espectador subyugado ante un sol termonuclear que provoca incendios espontáneos. El tremendo rompecabezas argumental que supone la primera hora de película logra ordenarse en su segunda parte a partir de una narración más reposada, menos visceral. Aunque en esta parte del metraje el cineasta opte por ofrecer algunas concesiones, eso no significa que nuestra atención decaiga. Al contrario, las pinceladas de poesía engranan a la perfección con la estética urbana, descarnada, dotando al conjunto de una profundidad que supera posibles imposturas. La reivindicación de este feminismo combativo, en ocasiones nihilista, se apoya de manera decisiva en las presuntas señas de identidad reguetoneras. Larraín, como su protagonista, se libera en el rush final —el rompecabezas no era tal— sin traicionar ninguno de sus principios para resultar más accesible al gran público. Puedes odiarla o amarla, pero Ema no te deja indiferente.

Apoyado en la sobresaliente fotografía de su habitual colaborador Sergio Armstrong, Larraín nos deja en Ema un buen puñado de imágenes icónicas. Esos planos nocturnos del final del verano en Valparaíso, con las calles ardiendo —no solo metafóricamente— contrastan con la aparente languidez de las secuencias matutinas, marcando de forma deliberada una diferencia entre los personajes y sus motivaciones. El duelo interpretativo entre Mariana Di Girolamo y Gael García Bernal se construyó a partir de diálogos improvisados, la mayoría de ellos plagados de violencia soterrada y una opresión constante. La banda sonora cuenta con tres composiciones ex profeso que contribuyen al ‘perreo’ y por el minimalista score del compositor neoyorquino de ascendencia chilena Nicolas Jaar se cuelan a lo largo del metraje los trinos de multitud de aves que nos recuerdan constantemente esa ansiada libertad (generacional) por la que lucha Ema.
mantaypeli
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
20 de enero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos directores han sido capaces de infundir a sus películas su propia personalidad con la desmesura que desde sus inicios lo ha hecho Quentin Tarantino. El único filme que sortea esta máxima es Jackie Brown, quizá porque parte de una idea ajena -la novela Rum Punch, de Elmore Leonard-, cinta que supuso su homenaje al género blaxploitation de principios de los años 70. Con aquella película, quizá su obra más madura tras Reservoir Dogs y Pulp Fiction, al de Knoxville le llovieron las críticas. Sobre todo, por parte de los acólitos que le recriminaban precisamente eso, haber suavizado su impronta. Ahora todos aquellos seguidores de su cine, si es que aún lo siguen siendo, están de enhorabuena gracias al estreno de Django desencadenado (Django Unchained). Esta desmesurada película pretende ser un homenaje al spaghetti western, rendir cuentas con el blaxploitation y fardar, una vez más, de discoteca. Porque junto a la excelente fotografía de Robert Richardson, la acertada selección musical de su banda sonora está entre lo mejor de esta exageración de filme. Todo está hinchado en la película de Tarantino, desde el cameo del propio realizador a la duración del metraje (165 minutos). El director explota su apabullante personalidad y se regodea en autohomenajes -amén de los esperados, Franco Nero incluido- en este ejercicio de pirotecnia para el lucimiento de Jamie Foxx, que pierde todo interés cuando Christoph Waltz no está en pantalla.

Tarantino es un fetichista. Un cinéfago y plagiador confeso. Un tipo con un ego mayor que su talento, que ya es decir. Pero este más que aceptable guionista no es nadie sin sus actores (Keitel, Roth, Jackson, Travolta, Grier, Thurman, Madsen, Pitt) y este Django revisitado, ampliado y ensangrentado no es nada sin el actor austriaco. Waltz compone un King Schultz lleno de matices que se come con patatas a todo el que se le pone por delante. Empezando por un pinturero Jamie Foxx y terminando por un Leonardo DiCaprio que sólo es capaz de caricaturizar un personaje que le viene todavía muy grande. Samuel L. Jackson recurre también, con mejor suerte, a la caricatura para componer su Stephen. Antítesis de todo lo que este lenguaraz Django, que no hace honor a la D de su nombre, pretende simbolizar. Una suerte de Malcom X del lejano Oeste dispuesto a dinamitar -literalmente- los cimientos del sur profundo.

Todo ello rodado a golpe de zoom que sonrojaría al mismísimo Valerio Lazarov y sin el más mínimo interés por ahorrarnos ni una gota de sangre ni un minuto de metraje. Un par de elipsis y el paso por la sala de montaje para aligerar 45 minutos habrían hecho de esta gamberrada autocomplaciente una película notable. Pero claro, eso no encajaría con el estilo de Tarantino.
mantaypeli
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
5
19 de enero de 2013
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vuelta de Robert Zemeckis al cine convencional tras casi una década de devaneos con la animación digital llega con un producto hecho a medida del lucimiento interpretativo de Denzel Washington. El vuelo es una correcta película sobre catástrofes que pretende ahondar en la psique del individuo sin lograrlo. También aspira a ser un retrato social, con descenso a los infiernos de las adicciones incluido, repleto de moralina de mercadillo. Por todo esto, una muy prometedora película, con un soberbio arranque y una no menos magnífica planificación de su primera media hora, queda reducida a un soporífero bluff. Nada ni nadie puede salvarla una vez finiquitado el clímax inicial. Ni la actuación de su rutilante estrella principal, ni la cohorte de secundarios colocados de manera estratégica para mantener la atención del espectador. Nada funciona después de esos primeros 25 minutos.

Las casi dos horas siguientes de metraje se hacen interminables. Lo que en un principio parecía una interpretación digna de la estatuilla para el bueno de Denzel termina atufando a impostura. Un tic detrás de otro, unido a un guion deslavazado -obra de John Gatins-, consigue sacarte de la película. Por su parte, Zemeckis recurre a las mismas argucias que Washington; aunque al realizador se le descubre antes el cartón. El abuso de la música -y no hablo del aceptable score de Alan Silvestri- para subrayar la acción que se desarrolla en pantalla demuestra una falta de confianza en el talento propio que en ocasiones sonroja.

La dirección de personajes brilla por su ausencia. El tono de desgana generalizada se hace más patente en el tramo final de la cinta. Cuando ya todas las cartas están sobre la mesa y hemos asistido al desfile de un tópico detrás de otro. Es en ese mesiánico instante final en el que tanto actor como director tratan de congraciarse con el público cuando el espectador asiste a una catástrofe aun mayor que la aérea. Lo han engañado de manera deliberada y, por si fuera poco, han dejado un rosario de pruebas a la vista de todo el mundo.
mantaypeli
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
7
19 de enero de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que sorprende en esta adaptación a la pantalla grande de la exitosa novela de Yann Martel es su apabullante derroche visual. Algo que, supongo, se verá potenciado aún más en su versión en 3D. Sin embargo, lo que realmente logra atrapar al espectador es precisamente la historia original en que se basa, muy superior al -sólo- correcto guion de David Magee, de quien se esperaba más tras la recordada Descubriendo Nunca Jamás. Ni un reproche en lo formal, aunque sí en el resto. Ang Lee se regodea en la poesía visual que tan bien le sienta a esta evangelizadora y naturalista historia de superación, que hará las delicias de los acólitos de Paulo Coelho. Pero dedicarle 127 minutos a una novela de 334 páginas se antoja algo excesivo. Sobre todo para aquellos espectadores que acudan a las salas tras haber disfrutado del texto original. También chirrían los excesivos subrayados en torno al tema religioso, quizá demasiado pendientes de contentar a todo el mundo. Impecable el protagonista, Suraj Sharma, habida cuenta de que en la mayoría de sus secuencias su réplica no estaba allí. O quizá sí…
mantaypeli
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
1 2 3 4 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow