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Críticas de ESPILBERDO
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Críticas 65
Críticas ordenadas por utilidad
3
12 de abril de 2009
6 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay muchos motivos para ver esta película y quizá sea esto lo que en un prinicpio desconcierta a la hora de valorarla. Uno, quizá el principal y más frívolo, sea que la colección de carne exhibida satisface el apetito del espectador más hambriento. Si a esto sumamos el hecho de que la mayoría de los actores son actual objetivo de la imaginaria onanística (adolescente sobre todo) tenemos un resultado que nos garantiza plena ganancia en taquilla. Sí, amig@ pervers@, vas a disfrutarla porque (casi) todo se ve.

El segundo es el debate sobre la juventud española que genera. No es algo nuevo, de acuerdo. Cierto es que otras películas nos han contado lo mismo mejor y con más arte. Pero lo peor que puede hacerse con "mentiras y gordas" es tomársela en serio. El reflejo generalizado y tópico que hace no es veraz, pero también es cierto que existe un amplio sector de personas (y personajes) que encajan en él. Aun así, cuando abandonas la lujuria y te olvidas de las barbaridades narrativas disfrutas algunos momentos descacharrantes (tampoco es para desencajarte, pero algo te ríes).

Sin embargo y a pesar de disfrutar algunos momentos, narrativa y artísticamente todo en ella es un desastre. Un catálogo de sinsentidos que culmina con un intento de emocionar al personal demasiado patético, con una última escena al ralentí más cutre y artificioso.
ESPILBERDO
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8
4 de febrero de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de todo he de decir que no conjugo mucho con el excesivo fervor norteamericano de David O.Russell. En todas sus películas hay un sobrante pestazo a americanada encubierta, es decir, denuncia aspectos muy sucios de la historia de su país pero se aprecia que en el fondo lo ama incondicionalmente. Por ejemplo, que en "el lado bueno de las cosas" te sature la trama con un rollazo de béisbol sin venir demasiado a cuento. Afortunadamente, no es algo que empape mucho este último trabajo porque, a pesar de ser una película esencialmente estadounidense, el espectador puede reconocerse muy bien en el tema universal de la estafa. Ya se sabe que trileros hay en todas las esquinas. Y no sólo en las malas épocas.

Es muy significativo comprobar que el antiguo arte de la pillería se manifieste a lo largo y ancho de toda la Historia, y no sea acostumbrado y exclusivo de una determinada época de crisis o hambruna, como en principio hubiera podido sospecharse. La intención de la película a mi entender es precisamente denunciar (en clave cómica, por supuesto) que la ciencia del engaño es innata a todo ser humano y que su uso es indiferente e injustificado: no responde necesariamente a carencias económicas o emocionales. Está ahí, dentro de nosotros, de nuestra piel y su uso es tan instintivo como fisiológico.

Sino ¿a santo de qué iba a tener que estafar este grupo de inadaptados y cenicientas contemporáneos en una época de esplendor en EEUU, repleta de música disco, pelucones y purpurina? Personas que se cubren de postizos por fuera, ya sea un peluquín, una laca de uñas o unos mini rulos de cabello, y que pretenden sin embargo llega a encontrarse a sí mismos en unos 70 que supusieron el resurgir de la mafia, el juego sucio, la delincuencia, la prostitución y el mercado de la droga y el cine porno. La recreación de este ambiente y sus consecuencias sociales es el gran logro de la película, su acertadísimo guión y la dirección de actores, todos ellos espléndidos. Está salpicada de momentazos dignos de cualquier espectáculo drag queen con una cobertura musical brillante, y ya sólo por esto merece disfrutarse. Y por una Jennifer Lawrence más brava que nunca en un papel (este sí) memorable.
ESPILBERDO
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7
22 de septiembre de 2010
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ya bastantes años que resulta patente el rejuvenecimiento y vigor que el público español otorga al teatro. El interés demostrado aumenta temporada tras temporada. Y es una gran verdad que a nosotros, los españoles me refiero, nos encanta evadirnos con cualquier placer cuando las cosas no van bien. Son caprichos para los que no miramos el dinero que no tenemos. Si hay algo destacable en este "Lope" es, más allá de su recreación artística o sus interpretaciones, su capacidad para recordarnos, precisamente en este aciago 2010, que cualquier tiempo pasado fue peor y que se puede triunfar en la adversidad.

La película es de Alberto Ammann. Cuando a un actor tan joven se le ofrece la oportunidad del lucimiento absoluto puede tropezar con esa vanidosa catástrofe que aquejan algunos veteranos. Yo me quedo con la primera media hora, y después de ver el plano de sus ojos oscuros brillantes ante la perspectiva de lograr su sueño de trabajar entre bambalinas lo demás me sobra. Está adorable y risueño en esa escena que él convierte en la única conmovedora del film. Se come la película, la perilla cónica le queda divina y encima recita de puta madre. Bravo.

Y otro aplauso a la espléndida dirección artística. Siempre me ha parecido estimulante la forma de retratar la época medieval y dieciochesca del cine español. Consiguen con poco presupuesto lo que Hollywood nunca ha logrado (salvo contadas ocasiones): que a uno le parezca hasta respirar el olor de las calles tumefactas de miseria, de los podridos maderos de un escenario, de las axilas descuidadas al despojarse un blusón..... Y, lo siento por sus fans, pero a la Watling no la soporto. Menos mal que ahí estaba ese reencuentro curioso Ammann/Tosar alias "Malamadre", y el siempre impresionante Juan Diego.

Waddington ha hecho una producción más que decente, donde se agradece esa pasión lírica de introducir en la trama más versos que espadachines y la agilidad con que se trata el triángulo amoroso. De estirarse más, se hubiera convertido en algo así como un "Shakespeare in love" a la española, con más folleteo y carabelas. Afortunadamente, todo está tan pulcramente medido como un buen soneto y, además, nunca aburre. Ahora que tampoco llega a ser "la película del año" como anuncian los que ponen la pasta. Y me temo que tampoco será oscarizada. Me quedo con las ganas de ver al Ammann trajeado en la alfombra roja, vaya por Dios.....
ESPILBERDO
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4
23 de mayo de 2009
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A mí Lobezno siempre me ha parecido un poco pringao. Lo cual no le resta candor ni carisma, creo que es más bien al contrario: precisamente en sus debilidades radica su empatía. No llega a ser tan gilipollas como Peter Parker, pero tampoco tan interesante como Bruce Wayne. Y los sentimientos que me provoca están francamente encontrados.

Quizá es por eso que no llegué a disfrutar al completo la película. Es un lucimiento absoluto del personaje, que satisfará a los fans en exceso. Sin embargo, algo no llegó a tocarme el corazoncito. Y me temo que precisamente lo que hacía interesante a Lobezno en X-men era el no conocer el porqué de su tormento, en intentar desenterrar sus recuerdos. ¿Por qúé esa rabia contenida, ese carácter de motorista borde, esa antipatía intermitente que parecía imponerse a su natural bondad? ¿Por qué ese vicio de masticar puros? Esta película (intenta) contestar estas cuestiones, y nos deja desnudo (literalmente) al mutante más popular. Y despúes de verle en bolas (emocional y físicamente) pierde parte de su misterio.

Y como yo me temía, la factura visual es excelente pero flaquea en el desarrollo y la lógica del argumento. Además, tampoco resulta fiel al cómic, concediéndose muchísimas licencias que no benefician nada. Es muy entretenida, un genial ejercicio antiestrés compuesto por muy decentes actores. Pero poco, muy poquito más.
ESPILBERDO
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5
16 de junio de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el año 1993 solía compartir cada día una bolsa de pipas Churruca con mi mejor amigo de octavo de EGB en los recreos. Ambos evitábamos los toques de balón y gastábamos la energía en pasear el perímetro del patio charlando. Un día cualquiera, hacía calor. En aquellos momentos era rutina, monotonía. Hoy me resulta un acontecimiento maravilloso. Habíamos preferido sentarnos en la sombra de la marquesina de entrada para mantener el aliento. El almuerzo también se componía de un tetra brick de zumo o un batido, y en el momento en que procedí a perforar con la pajita el agujero destinado a liberar el líquido, me fijé extrañado en el dibujo promocional del cartón. Aparecía un dinosaurio.

Fugazmente había visto el tráiler en la televisión y desde luego ardía en deseos de ver la película. Sin embargo, tenía la sensación de que me estaría prohibida por la calificación de edad y por ello mi subconsciente resignado había persistido de empujar a mis padres al cine. Mi amigo, al ver el dibujo, exclamó: "ostras, yo la vi el otro día¡¡¡ Dios, está chulísima¡¡" En ese momento iniciamos una conversación excitante sobre ella, donde yo imaginaba todo lo que me estaba contando y conforme abundaban los detalles mi interés se fue transformando en pasión.

Ese verano no pudo ser. En el pueblo no había cines. Pero devoré la novela de Michael Crichton como un loco. Los dinosaurios dominaban la tele. Había por todas partes golosinas, cromos, peluches, juguetes de la película. Era la nueva fantasía de Steven Spielberg, y la más taquillera de la historia. Y yo sin verla.

Cuando llegó septiembre, mis padres me dieron la gran sorpresa de llevarme al cine. Fue una de mis primeras experiencias en una sala, por entonces rebosante de público (a pesar de los meses que llevaba ya en cartelera), y resultó ser desde luego la más sorprendente y alucinante de mi vida. Jurassic Park se convirtió en una obsesión, jugaba a vivir aventuras prehistóricas, me aprendía el casting de memoria, el guión, repasé toda la filmografía del director y sus protagonistas, y veinte años más tarde aún no ha salido de mi cabeza. Ni de mis armarios, donde guardo su primera edición en vhs.

Conforme uno avanza con la edad y los visionados del ya clásico de aquel año, se va dando cuenta de la calidad técnica y comercial del proyecto de Spielberg, de modo que admirándola de nuevo hoy, en 2015, su sentido de la aventura y el acabado puntilloso y maestro de la película siguen siendo asombrosos y refrescantes. El equipo de aquel año a buen seguro tenía miedo. Era una empresa en cierto modo arriesgada (a pesar de avalarse con dinero a cascoporro y la apuesta segura del director), en definitiva un trabajo que debía pasar el examen de un público incierto. Esto no ha ocurrido con las secuelas. En Jurassic World, no se percibe la ilusión ni el entusiasmo de sus creadores porque no hay miedo al fracaso.

En ese aspecto no deja de ser un reboot inteligente que cumple con su propósito económico. Pero es una lástima. Cualquier enamorado de la saga jurásica estará de acuerdo en que se pueden explotar infinitas posibilidades en el guión para recrear una aventura espléndida y alucinante de nuevo, igualando la majestuosidad de la primera entrega gracias a los impresionantes avances en tecnología digital. No ha sido así. Me niego a aceptar que rodar una cuarta parte de esta colección se rinda a detonar el factor sorpresa. No lo explotan, no han tenido el ingenio (o las ganas suficientes) de hacer que los monstruos fueran tan reales y sorprendentes como antes. Se han dejado infectar por el planteamiento que hace su historia, donde un parque temático de animales prehistóricos está ya tan visto como cualquier zoo, y la han acompañado de esas pamplinas románticas y de unidad familiar típicas para otorgar contenido humano al espectáculo. Es cierto que la primera parte también las poseía, pero tenían ironía, cierta gracieta y hasta algo de crítica. Un ejemplo: en la escena final de Parque Jurásico los supervivientes vuelven exhaustos a la civilización en un helicóptero. Dentro de esa cabina reina el silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos, y los niños duermen. Sólo recorriendo con la cámara el compartimento y desplazándola por los rostros de los actores Spielberg es capaz de transmitirnos el sentimiento de culpabilidad que azota a Hammond, la relajada y placentera sensación que produce el llevar la razón (como le ocurre a Malcom), e incluso nos emociona descubrir que el doctor Grant y la doctora Sattler afianzan su relación con la perspectiva de intentar ser padres. Momentos como ese, mudos y con la inolvidable partitura de Williams, marcan la diferencia entre un artista y un imitador.

Por desgracia, no los encontrarán en la película de Trevorrow. Tiene el acierto de conjugar varias líneas argumentales y troncales que derivan de básicas dicotomías: tradición y vanguardia, orden y caos, nostalgia y futurismo. Estos factores opuestos se impregnan genéticamente en los personajes, marcando su carácter y simplemente en eso basan sus líneas de actuación dentro de la trama. No hay sorpresas. Se echa en falta todo el tiempo el toque mágico para el suspense de Steven Spielberg o su creatividad para ejecutar las escenas de acción. Se salva, quizá, algún momento acuático. Y, por supuesto, no está exenta de cierta emoción nostálgica: el tema de John Williams vuelve a sonar mientras los helicópteros sobrevuelan la isla, veremos las instalaciones del parque original, y además está por ahí B.D.Wong para recordarnos que alguna vez existió una aventura que nos sobrecogió el corazón.
ESPILBERDO
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