Compendio desmadrado y espeso.
Campamento juvenil (Benetton) veraniego con parque de atracciones y bichos mamarrachos.
Refundición cultural que parte del absurdo Kafkiano (el experimento del experimento de no se sabe bien quén) y el laberinto del Minotauro; que se mete de lleno en "El señor de las moscas" y mezcla con estrépito las sociedades recolectoras/cazadoras (no se les ve cazar, quizás sean solo vegetarianos ultra) con la comunidad feudal de nobles guerreros (son chicos sanos y hermosos y no hay ni la más mínima alusión al sexo; la cosa no está clara: ¿represión furibundamente puritana -son puros y castos-, celebración obsesiva del onanismo, hedonismo lujurioso homosexual -ritualizado mediante orgías nocturnas-, eliminación de la pulsión sexual -castración química realizada por científicos del poder?...; queda a la imaginación de cada uno); que reivindica la libertad de Sartre; plantea la pertinencia (o no) de los golpes de estado; descifra un enigma; recuerda a la Eva de la Biblia; homenajea "La insoportable levedad del ser" a través Thomas y Teresa; anuncia el Armagedón y reconstruye el Apocalipsis.
Es lo que tiene la ficción adolescente; que se nos está yendo de las manos. Cabe todo en un orden azaroso y descacharrado. Desde planteamientos políticos primigenios (la organización del Estado y demás) hasta el estudio antropológico en situaciones límite.
O héroe cojonudo y virginal que se reconoce como nuevo Mesías y va más allá; lucha contra el orden cobarde y lleva a su pueblo (elegido, no hay duda, están puestos a dedo) a la luz.
O pasarratos inofensivo. Pastiche posmoderno para mentes sin amueblar.
O tontada ingeniosa y llevadera que ocupa dos horas con garbo y oficio.
O popurrí indigesto y abigarrado pasado por la narrativa pop juvenil de última generación.
O videojuego vintage psicotrónico y farandulero.
O no. Quizás sea solo la primera parte de una saga ominosa y duradera que amenaza con torturarnos.
Bueno, no estuvo mal. Tiene cierta gracia. Llegados a un punto la cosa estalla en delirio inane, pero es decente y enjundiosa.

Seducción y sátira. Erotismo y sarcasmo.
Clase alta siciliana, decadente, depravada y endogámica.
Adolescente deseoso y tía cachonda, fórmula clásica del cine pajillero de toda la vida; esa es la cosa, la extraña mezcla de esta película; de apariencia profunda, solemne y crítica, pero con una trama digna de la imaginación calenturienta del guionista más necesitado y romo; entre situaciones tópicas del cine de cama pre-porno (su expansión comercial se produjo en los 70, "Garganta profunda" fue el pistoletazo de salida simbólico, a gran escala) y la crítica de costumbres más ácida, la clásica ridiculización de los más pudientes. Entre "Emmanuelle" y "La caída de los Dioses", desde Ozores hasta Bertolucci.
Este zagal hamletiano asiste espantado al espectáculo del mundo adulto, atribulado al contemplar los sórdidos comportamientos de su tribu; clan viciado y vicioso. Su mirada es la que nos guía; su deseo distorsiona, lo tiñe todo de amenaza, de un halo turbio y enfermizo. La banda sonora de Morricone también ayuda, descacharrante y excesiva, como de película de terror un poco cutre, con cierto parecido a las de los famosos spaghetti western.
Relaciones incestuosas, grandes mansiones, miradas torvas, criadas consentidoras, sol a plomo, noches agitadas, ópera, caza, misas; un tótum revolútum de pasiones encontradas, infidelidades varias y juventud desnortada.
Tiene gracia, es curiosa y muy coyuntural; se deja ver entre algún bostezo y alguna sonrisa piadosa. La Lollo está estupenda en su glorioso papel de rampante mito erótico, ya madura pero todavía jugosa; el chaval pena como zangolotino muermo y descastado; el coro que les acompaña da el tipo como familia "farsesca" y truculenta. Pero no se puede tomar en serio el resultado, la brocha gorda y la grosería narrativa anulan cualquier ambición, lo serio se torna involuntariamente cómico, el tono solemne aburre y la peripecia erótica enternece en el mejor de los casos, por simple e infantil, por mal explicada y pobremente desarrollada. Llega a cansar tanta tontuna a pesar de su escasa duración.

La matarife samaritana. La muerte clandestina.
¿No sería muy sencillo utilizar los avances médicos para lograr una muerte dulce, para facilitar esa opción de la forma más cómoda y segura posible?, ¿no deberíamos madurar de una vez como especie y afrontar la muerte con valentía, mirándola a la cara y asumiéndola de verdad?
Pues no, no es tan sencillo, de eso habla esta interesante película, de que es una cuestión muy vidriosa y compleja, cargada de complicaciones y connotaciones de todo tipo: legales, económicas, históricas, religiosas, supersticiosas,... ; del miedo en todas sus formas. Solo aceptamos (y no demasiado) la muerte por enfermedad, seguimos considerando el suicidio o la eutanasia como asuntos tabú, marginales, susceptibles de ser tildados de vergonzosos y malvados, de ser señalados con el dedo acusador. De ahí que se oculte y no se hable demasiado de ello, que todos sepamos que pasa pero que hagamos como que no, como si fuesen errores o accidentes que poco tienen que ver con la vida y, en consecuencia, con nosotros. Eso cuenta esta historia, cómo la eutanasia se convierte en un asunto peligroso e ilegal, no en una opción libre y discutible, cómo hay que cruzar fronteras, vestirse de incógnito y andar entre silencios y mentiras. Cómo debes convertirte en una especie de espía o delincuente si quieres dispensar muerte; si quieres ayudar o hacerlo más humano y responsable.
Todo ello nos lo explican a través de los avatares de una joven italiana. Vive en la añagaza y el miedo. Desgarrada entre la convicción de que ayuda (la generosidad) y el profesionalismo (cobra mucho por ello) doloroso (no es precisamente algo agradable).
El tono es adulto e inteligente, pero un tanto afectado y con cierta tendencia a la escena videoclipera o propia del cine indie más envarado y empalagoso. Se contamina de cursilería y amaneramiento; se fuerza una relación imposible (con viejo sabio y desencantado) para que nuestra heroína se pueda desahogar y mete con calzador algún momento melodramático (pareja) o supuestamente trascendente (miradas al infinito), pero lo hace con la suficiente elegancia y sutileza para que se pueda ver sin echarte las manos a la cabeza; acaba siendo delicada, discreta y resultona. No llega a mayores pero vale como puerta abierta al debate y la sugerencia.

Noventa minutos en el Paraíso.
Documental lujuriosamente entretenido y gozoso.
La excusa/tema son las divas olvidadas de la música, las que dieron la vida por el lucimiento de otros, las coristas; se trata de reivindicarlas, rescatarlas y celebrarlas como se merecen. Con el recuerdo de sus carreras profesionales, se aprovecha para hacer un recorrido (muy somero) por la historia de la música (anglosajona y comercial) desde los sesenta hasta nuestros días; la importancia que tenían antes estas mujeres y cómo la han ido perdiendo, cómo la música se ha ido deshumanizando ("cualquier tiempo pasado fue mejor") y momificando. En sus orígenes eran blancas recatadas, acompañantes correctas e inofensivas, pero rápidamente la situación cambió (el panorama musical se transformó con la irrupción liberadora y salvaje de los artistas negros, el Rock, el Soul...) y fueron sustituidas por jóvenes negras que venían del mundo de la Iglesia (sus padres solían ser "Pastores"), del Góspel; coristas que amaban la música con desesperación y que tenían unas voces prodigiosas.
De estructura un tanto anárquica y dispersa (va y viene del pasado al presente y de unas a otras sin demasiado orden), es, sobre todo, una exaltación orgiástica de la música, las voces femeninas, las mujeres negras...; de la vida. De tono ligero, amable y preciso, sirve para mostrarnos la inmensa humanidad y talento de estas luchadoras que fracasaron como estrellas pero que nos dejaron momentos gloriosos e inolvidables. Se insinúan (no se profundiza), también, asuntos espinosos y poco edificantes de la industria; desde la utilización de las chicas como reclamo sexual hasta la explotación laboral; sin olvidar la injusta y rígida estructura jerárquica que dificultaba seriamente el acceso a la cumbre de los secundarios, condenados casi irremediablemente a estar en la sombra; pero todo ello queda en nada ante el asombroso despliegue de belleza y verdad que estas mujeres dejaron y que este documental recoge/recrea con tanto acierto.

Documental francés basado en el experimento Milgram: prueba psicológica realizada en los años sesenta con el fin de comprobar hasta qué punto somos capaces de cometer atrocidades si la autoridad que nos las ordena es implacable y está revestida de prestigio. Si en el caso original el contexto falso era una prueba científica, aquí es un programa de televisión.
Si lo pensamos bien, salvo casos esporádicos (gente enferma), el mal es un hecho convencional y tristemente ordinario; nos pertenece a todos en mayor o menor medida; es una especie de mugre que llevamos incorporada; se trata de cobardía y debilidad, de egoísmo y ceguera; atributos rutinarios que en determinadas circunstancias pueden estallar y causar mucho dolor. También es cierto que tenemos barreras; un aparato moral basado en el respeto y la consideración del otro como un igual; en el rechazo más absoluto de cualquier forma de tortura. Pero este sistema de protección de la especie puede romperse en mil pedazos en situaciones anómalas; en momentos en los que el individuo sufre mucha presión, bien sea por miedo, ambición, estupidez o fragilidad (o la mezcla de todos los factores).
En un plano más profundo este documental sería la comprobación desoladora del hecho de que somos islas incomunicadas, maquinas de sobrevivir condicionadas por instintos, capaces de anteponer nuestro bienestar superficial, nuestra seguridad inmediata, al dolor más terrible del otro.
La vida diaria tiene su ración de miseria y el inevitable intercambio de pequeñas humillaciones. Todos cedemos y nos rebajamos en la lucha por la vida. Somos en potencia, no todos igual, asesinos o torturadores; somos muy frágiles y capaces de casi todo. Y, al mismo tiempo, siempre tenemos la opción de la libertad, del rechazo a la autoridad, un último reducto inviolable capaz de resistir a pesar de las consecuencias (aunque sean extremas); siempre podemos poner la vida en juego. Este documental investiga dónde está nuestro límite. Si con Milgram el 60% llegaron hasta el final del castigo, en la actualidad es el 80%. La diferencia negativa la marca el mayor poder coaccionador de la televisión (público, presentadora, cámaras). Hecho que les sirve para denunciar la deriva de ciertos programas de tv en los que el espectáculo (el interés, el atractivo) consiste en celebrar la denigración de los participantes; la tendencia a la abyección pública. La tv como monstruo de poder al que hay que limitar en su afán comercial; impedir el todo vale por la audiencia.
Interesante documental que plantea cuestiones incómodas de forma sencilla.