Hayao Miyazaki es sin duda uno de los nombres propios más influyentes e importantes de la animación, no solo nipona sino mundial, sus trabajos siempre han sido vistos como torrentes de creatividad infinita en igualdad de condiciones con estudios aparentemente mucho más poderosos, como la mismísima Walt Disney (su nuevo film es una versión libre del clásico La Sirenita), y en la actualidad rivaliza sin timidez con Pixar en cuanto a genialidades y talentos se refiere, por eso Ponyo en el acantilado del mar, su última película después de que amenazara con una pronta retirada tras el estreno de Un castillo Ambulante, debe ser catada como un nuevo y magno acontecimiento, una cinta en donde los sueños y la magia vuelven a darse la mano para transportar nuestras mentes a insólitos mundos de fantasía, color y música. Ponyo podría haberse rodado sin diálogos y no perdería ni un ápice de sus capacidades ensoñadoras e ilusionistas, realzando su cuidadoso lienzo audiovisual pincelado por los dibujantes portentosos de la Ghibli y las esplendorosas notas musicales de su intimo e imprescindible colaborador Joe Hisaishi, un compositor que día a día escala posiciones en el trono de maestro, un verdadero gurú del sinfonismo que transforma la sensibilidad oriental en un sonido espectacular mucho mas occidental que el de la mayoría de sus compatriotas.

Miyazaki se niega a ceder protagonismo a las nuevas formas digitales en detrimento de su pasión por la artesanía más clásica, emplea mínimamente los trucajes infográficos para continuar exprimiendo las bellezas de la animación tradicional en dos dimensiones.

Ponyo en el acantilado del mar es quizás una de las laminas mas infantiles de cuantas ha realizado, pero eso no supone ningún agravio, lejos del esquematismo de Nicky, la aprendiz de bruja (una de sus obras más endebles) esa opción la convierte en un anime bastante más digerible y entrañable para los más pequeños, sin dejar por ello en la cuneta las constantes más representativas y habituales de su arte, ecologismo, respeto por la naturaleza, romance (una hermosa historia de amor entre un pez rojo que desea ser humano y un niño de 5 años), la importancia del núcleo familiar y mundos alternativos en donde el bucólico narrador da riendas sueltas a su autentificado universo surreal de poesía en movimientos. El director de Mi vecino Totoro vuelve a hacer sonar campanas ceremoniales para festejar el nacimiento de un cuento marino transparente e inabarcable, una perla de valor incalculable, un maremoto de dulzura y encantamientos.