Hay historias que merece la pena que sean contadas. Hay historias tan extraordinarias que piden a gritos una película para ellas. Hay historias que parece que darán lugar a inspiradores documentos cinematográficos. Y desgraciadamente, hay medios, directores y guiones, capaces de estropear esas historias hasta el punto de que sean mucho menos de lo que prometían.

A Hemingway & Gellhorn le pasa desgraciadamente esto último. Su materia prima es puro oro para dar lugar a una película épica y apasionante, de construcciones interpretativas mayúsculas, de ideas trascendentes y de emociones universales. Pero contando con los medios que cuenta, y dado su canal de distribución, Hemingway & Gellhorn ha pecado de un exceso de ambiciones (estilísticas, narrativas) que le ha pasado factura al resultado final de la película. El irregular Phillip Kaufman (capaz de maravillas como Quills y de bodrios como Giro Inesperado) ofrece un espectáculo efectista, trasnochado en su montaje, que abusa de recursos hasta convertirlos en cansinos (el uso, a priori interesante, de imágenes de archivo) y sobre todo, y esto es lo más importante, que se ha de apoyar en un guión inconsistente, que nunca deja que sean sus personajes el timón de la historia, sino que les impone unos acontecimientos históricos forzados y mostrados de manera esquemática y episódica (los acontecimientos en Key West, Finlandia y China), cuando no folclórica, excesiva e irregular (el que tiene lugar en España).

Y es una pena que todo esto suceda. En las vidas de Hemingway & Gellhorn hay tanto material como para hacer varias películas, y además hacerlas muy buenas. Esta versión al menos es entretenida, como un vodevil, pero si hablamos de fidelidad histórica, principios humanistas y sociales, pulsión creativa o relaciones amorosas significativas, eso es harina de otro costal.

Pero es cierto, la película entretiene, se deja ver por lo exótico de su argumento, por su brillante banda sonora y por sus actores. Lo cierto es que la película podría llamarse tan solo Gellhorn, pues la más desconocida vida de esta corresponsal es tan interesante como la de Hemingway, y el filme se centra en ella. No es que Owen haga mal su trabajo, su construcción de su personaje es fiel, pero dramáticamente, este personaje es aquí circunstancial, un apoyo a la verdadera protagonista. Nicole Kidman hace lo que puede por definir a Martha, pues en el guión hay incontables agujeros que rellenar. Y su labor es buena, sostiene el interés de la historia e incluso es lo más creíble, complejo y lo que más evoluciona de la misma.

Y lo cierto es que es en las escenas en que aparece ya como una Martha de avanzada edad, en las que la película mejor funciona; en éstas, todo el efectismo y el ornamento del filme desaparece, y la cámara se centra en lo que de verdad importa: una excelente actriz, contando una historia necesaria y emocionante. Una historia que merecía una película mucho mejor.