Muchos daban por muerto y enterrado al bueno de Sidney Lumet, y no es de extrañar viendo como su carrera como director estaba en franco declive y más cuando sus últimas películas no pasaban de ser telefilmes rodados con más o menos presupuesto y con un estilo pretendidamente clásico pero que no pasaba de la calificación de plano.

Lo que hace Lumet en este film no es el summum de la originalidad, los flashbacks y la narración desde diferentes puntos de vista constituyen un recurso sino gastadó, sí ya poco sorprendente. Pero lo que hace de este estilo algo irreprochable en esta película es su uso como elemento dramático, ya que nos permite observar la desintegración moral de una familia analizada no desde un conjunto sino pormenorizando los aspectos individuales de cada personaje.

Y la excusa argumental para este retrato desmoralizante es un atraco perfecto, que será la espoleta para pasar a lo que realmente interesa, que no es otra cosa que el retrato oscuro de las miserias humanas. Nadie se salva en esta película, todos tienen trapos sucios, secretos oscuros que saldrán a la luz. Unos por cobardía, otros por inacción, otros por exceso de celo y otros simplemente por avaricia conforman un grupo humano miserable por el cual Lumet no siente la menor compasión, pero lo mejor es que consigue que el espectador tampoco empatize con nadie, porque en realidad lo que queremos es que sufran por sus pecados sin darnos cuenta que eso, en el fondo nos convierte en ellos, seres sin piedad, unos salvajes rendidos a nuestros instintos.

Lo mejor: El impecable trabajo de todos los intérpretes.
Lo peor: El personaje de Ethan Hawke está un tanto desdibujado.