Todo o nada, es otra lección más de Mike Leigh sobre cómo se puede contar en el cine la vida de los que no importan. Sobre lo fundamental, e imprescindible, de utilizar la verdad como arma cinematográfica cuando no habitan la película el resto de coartadas: entretenimiento, espectáculo, efectos especiales, adaptaciones sobre novelas exitosas.......La sincera desnudez de esa insoportable y grisácea vida de los barrios pobres de cualquier ciudad, en los que los perdedores solo disponen de una herramienta para sobrevivir al exterminador frío existencial: el amor; y si éste se apaga, mejor caer en el sueño eterno.

Las familias de nuestra historia chapotean en el hàbitat infecto del extrarradio de la sociedad de consumo europea. No van a ninguna parte, pero no paran dentro del laberinto cruel de las busquedas infructuosas. Como Sísifos de tercera se levantan cada día y sin ilusión alguna vuelven a sus taxis, sus registradoras, sus fregonas.... a todos sus castigos bíblicos; y ruegan para que todo siga igual de mal, entumecido; porque cualquier cambio puede ser el desencadenante de nuevas tragedias.

No te divertirás, pero si eres mínimamente sensible servirá para ablandarte un poquito. Es una gragea que te puede ayudar a ser mejor persona y los efectos secundarios solo afectan a quienes aborrecen el cine social, están alejados de la visión terrenal del autor, o huyen de realidades que manchan y nos acercan a la sudorosa condición humana.